Partida Rol por web

"Una nueva especie animal no causaría tanto revuelo en toda la región..." —se dijo, acariciándose la barba, en un gesto reflexivo. La verdad es que el comportamiento de Schmidt le llamaba sobremanera la atención en aquel viaje. Quizá por eso se atrevió a indagar un poco más, para averiguar algún dato relevante sobre sus quehaceres. Nunca estaba de más recopilar información sobre la gente con la que se compartía destino. Podía servir para poner en orden algunas ideas que rondaban su mente.

—¿Qué le lleva a usted a volar con tanta prisa a Rumanía? ¿Negocios? ¿Una entrega urgente, tal vez? —Al preguntar esto último, la vista se le fue irremediablemente al maletín que custodiaba con tanta determinación. ¿Cuál sería su contenido?

Cada vez hacía más frío. Las nubes blanquecinas rodeaban el avión que se agitaba con leves turbulencias que ponían nerviosos a los pasajeros. Los de la iglesia seguían sin hablar, por aquello de que no entendían nada de lo que el resto decía. 

-Negocios-dijo el hombre entre las cajas-. Voy por negocios. Con suerte firmarán un buen trato para la compañía jeje...-respondió nervioso, pero enseguida volvió a callar.

Miró al señor Schmidt con verdadera curiosidad al ver que este parecía hablar para complacer.

— ¿Y no siente curiosidad? —Le preguntó.— Más ahora, sabiendo que se dirige al mismo país del descubrimiento. Entiendo que sea un hombre ocupado pero aún si no cree en leyendas, es algo a tener en cuenta por si no fuese un caso aislado. El descubrimiento de un cuerpo sin vida, quiero decir.

- Bueno, ahora que lo dice... supongo que si tengo tiempo libre iré a la exposición-dijo encogiendose de hombros.

De pronto, un crujido extraño se escuchó en las paredes de la cabina y un segundo después la nieve y la ventisca entró dentro del avión. La estructura del avión se había partido quebrándose por el lateral donde estaban la monja y el lazarillo. Estaban pues en ese instante salieron despedidos hacia la oscuridad de los cielos. Se escuchaban unos fuertes pitidos entre el estruendo de la tormenta mientras que de la cabina escapaba una retahíla de maldiciones en francés. El caos de terror se apoderó de los pasajeros mientras la nave se sacudía y comenzaba a caer. Se oía sollozar a Sigmund mientras se sujetaba a unas correas sin soltar el maletín. 

No le convenció a Robert la parca respuesta del fornido hombre del bigote, pero tampoco es que pudiera presionarle en demasía. A fin de cuentas, no era de su incumbencia —probablemente— saber sus asuntos.

—Espero que tenga usted suerte para cerrar ese tra... —No llegó a finalizar la frase porque un ruido metálico en algún punto del avión dio paso a un fuerte viento y a los copos de nieve que se colaban por uno de los laterales—. ¡Maldita sea! ¡Tengan cuidado!

Robert comprobó horrorizado que el extremo donde estaban anteriormente ubicados el joven seminarista y la monja era devorado por culpa de la baja presión. Se encontraban en caída libre y si no hacían algo pronto, ninguno viviría para contarlo. El veterano profesor se puso en pie con celeridad, agarrándose a uno de los extremos del banco para aguantar el equilibrio en medio de ese traqueteo infernal y fue, con cuidado, en dirección a la cabina del piloto. Lo único que se le ocurría en esos momentos era conseguir la llave del compartimento que había en la parte trasera de la bodega, guarecerse allí y rezar para que la colisión no fuese demasiado contundente.

—¡Rápido! ¡Deme la llave de la puerta de cola, por el amor de Dios! —le gritaba al piloto cuando estuvo lo bastante cerca de él.

Tessa escuchaba atentamente la conversación entre sus compañeros que al principio no prestó atención al ruido. Cuando el fuselaje se abrió y absorbió a los dos rumanos, únicamente pudo gritar de terror mientras se agarraba como podía al asiento para intentar no salir volando ella también.

Marius había quedado paralizado unos instantes, dónde antes estaba la extraña pareja ahora no había nada, y todos sus temores respecto al avión se habían convertido en una amenaza de muerte horrible, inmediata.

Instintivamente se agarró como pudo a los asientos, buscaba algo más pero aparte de algunas correar que vibraban enloquecidas a su alrededor no había más que el propio fuselaje, del avión y los asientos.

Los gritos del profesor al piloto lo sacaron de la parálisis, eso era una oportunidad, no estaba seguro de si sería suficiente, pero tendrían que intentarlo, al menos la parte trasera estaba más alejada del hueco así que, como pudo empezó a arrastrarse hacia la parte trasera.

Si conseguían abrir la puerta sería lo mejor, si no, al menos estarían mas lejos de la rotura.

—Agárrense a lo que sea—gritaba por instinto, sin convicción, y se arrastraba a duras penas, —aléjense del agujero maldita sea—se sentía estúpido, iba a morir en unos segundos por perseguir algo en lo que no creía.

— ¿Exposici...? —Había comenzado a decir pero se quedó callada y boquiabierta cuando en cuestión de segundos el avión se partió haciendo que saliesen despedidos por el agujero los dos religiosos.

"Esto no puede estar pasando." Se repetía una y otra vez mentalmente mientras se agarraba con toda la fuerza que podía al asiento. Estuvo así un rato, aunque seguramente bastante más corto de lo que en realidad le pareció.

Los gritos del fotógrafo hicieron que volviese en sí y comenzó a mover la cabeza de forma afirmativa sin parar. "Cierto, cierto, cierto".

Le observó y, tras darle un tirón a Tessa, también se tiró como pudo al suelo sin dejar de agarrarse al asiento o cualquier otra estructura que le pareciese lo suficientemente firme para así arrastrarse tras el fotógrafo en dirección a la parte trasera de la nave.

Al escuchar la voz de Robert tras él, el piloto emitió lo que debía ser una maldición en francés y comenzó a gritarle.

-¡Siéntese! ¡¿Es que quiere morir?!-le dijo haciendo un gesto con la mano para que se marchara mientras intentaba con todas sus fuerzas levantar el morro del avión, cosa que no parecía fácil.

Al otro lado del cristal de la cabina, en los traumáticos minutos que duró el descenso, que se vivían como una eternidad, se podía ver un mar de árboles que se acercaba peligrosamente a la nave, cuyo casco comenzaba a sufrir severos golpes producidos por las ramas. De pronto el avión chocó contra uno de los árboles y empezó a girar sobre sí misma. El viento y el aguanieve que se filtraba por el agujero parecía rajar las gargantas de los viajeros como si fueran cuchillas heladas.

Marius parecía haber tomado la decisión correcta desde el principio, alejándose a rastras entre los asientos de la zona dañada, ganando fuerza a cada paso y evitando ser lanzado al vacio, o eso creía...

Al notar cómo el avión chocaba contra algo, se agarró aún con más fuerza a los asientos, manteniéndose agazapada para intentar evitar recibir más golpes de la cuenta.

Apenas el piloto le increpó por estar en la cabina, Robert ya estaba retrocediendo de regreso con los demás pasajeros. El constante traqueteo del avión propició que cayera hacia atrás, acabando aposentado en uno de los bancos. El profesor trató de agarrarse a las correas que sobresalían de uno de los salientes mientras se aferraba con todas sus fuerzas al asiento. La cabeza comenzaba a darle vueltas a medida que iban descendiendo de esa manera tan brusca y abrupta, chocándose con todos los árboles que encontraban a su paso. 

—Padre nuestro, que estás en los cielos... —murmuró, encomendándose a Dios, pese a que nunca hubiese sido una persona especialmente creyente.

Tessa se agarraba literalmente como si le fuera la vida en ello, a los asientos adosados a un lado de aparato. El estómago se le subió a la garganta cuando empezaron a caer en picado y cerró los ojos esperando el impacto que pondría punto y final a su vida.

Los pasajeros se agarraron lo mejor que pudieron a lo que tenían cerca mientras el avión caía dando vueltas. En un momento pareció que la nave estaba a punto de tocar el suelo, pero de nuevo emitió un ruido que helaba la sangre y la cola se desprendió, haciendo que la estructura girase con movimientos más violentos y haciendo que los viajeros se golpearan la cabeza contra los quicios. Así se empezaron a alejar de los árboles y siguieron en caída libre, puesto que habían sobrepasado unos árboles que se encontraban a la orilla de un precipicio. 

La pesadilla se volvió a repetir una vez más, con gran cantidad de golpes producidos por rocas y ramas.

Hasta que todo se volvió negro.