Partida Rol por web

Briand es una diestra espadachina. No hay duda de que habrá sido entrenada por los mejores maestros esgrimistas de Kalaman o algo parecido, pero ni siquiera ella parece ser capaz de superar las defensas de nuestros enemigos; al menos no sin ayuda y todo hace presagiar que pronto nos tendremos que enfrentar a más.

Y si ella no es capaz de vencerlos, mucho menos podré yo, que no soy una combatiente de probada torpeza. A punto he estado de sacarme un ojo con mi propia lanza. Por eso apelo al iilyeed de mis antepasados, para que acudan a sumar sus fuerzas a las nuestras en esta batalla y nos ayuden a terminar rápidamente con aquellos que solo desean nuestro mal.

Glinthalas estaba en una posición que odiaba: demasiado cerca de las cosas con filo. Su lugar ideal en una batalla era a 100 pies de distancia o más, donde los combatientes ni se podían oler. En cambio, aquel humano embutido en su armadura olía a sudor, metal y cuero. La sensación no le agradaba en absoluto.

Tratando de mantenerle a distancia, fallido su intento de deshacerse del primer caballero con un certero disparo por la espalda, ahora el pícaro elfo se veía obligado a disparar a su oponente para tratar de inutilizarle antes de que acabara con él con su espada. La cercanía hacía que el disparo fuera más sencillo, dada la práctica que últimamente estaba cogiendo en las cortas distancias, pero al ser un oponente bien blindado no tenía muchas esperanzas en aguantar demasiado sin la intervención del resto del grupo.

Una vez más el joven arquero cargó su arma y tensó su cuerda con toda la fuerza de la que fue capaz, haciendo que la flecha saliera propulsada con gran rapidez e ímpetu. Otra cosa es que la coraza del enemigo no fuera a resistirla. Al fin y al cabo estaban hechas para eso...

- ¡Aghh...! - Maldito plebeyo inculto... Tuvo que contener sus maldiciones para sus adentros, si bien no pudo evitar soltar aquel gemido de dolor entre dientes al recibir de manera tan profunda aquel proyectil por la espalda. No le aguardaría menos que una eternidad de prisión si llegase a cometer tan atrevimiento en su tierra, aunque ahora mismo no podía darse el gusto de darle un mejor castigo ella misma. Debía enfocarse en quien tenía en frente, en su espada y nada más, tal y como le habían educado en el arte de la esgrima desde pequeña.

Incapaz de penetrar en sus gruesas armaduras, la noble apenas podía encontrar una abertura mientras toda su atención y el filo de su espada se concentraban en bloquear cada uno de los golpes de su contendiente. Incapaz de asestar un golpe preciso, intentó emitir un golpe bajo intentando dañar su fuente de equilibrio y derribarlo, aunque con muy poco éxito. Debería continuar haciendo tiempo y aguantando, al menos hasta que pudiesen pasar todos dentro de la cueva y su ventaja numérica fuese lo suficientemente abrumadora.

- Maldita sea. - gruñó Lowen al recibir el roce de la saeta en el brazo derecho - No me vuelvo a quitar la armadura.

Los mercenarios no parecían pensárselo dos veces. Las ballestas crujían y los proyectiles volaban, pero Lowen no se iba a quedar atrás. Abatir a un enemigo que se arrastraba por el suelo le parecía poco solámnico, así que dirigió su siguiente proyectil contra el que le había llegado a rozar. Esta vez, sin embargo, pecó de precipitación, y la flecha voló lejos, clavándose en una tienda de campaña cercana.

- Dioses. - gruñó, tratando de agacharse para evitar la siguiente salva de proyectiles.

Lowen responde a los virotes de los mercenarios con un nuevo disparo, pero el tiro no es bueno y la flecha se pierde en el interior de una tienda de campaña cercana. Además, los doloridos gritos del ballestero abatido están atrayendo más fuerzas hostiles al lugar y muy pronto la situación en el exterior de la cueva se volverá insostenible.

Dentro, Briand intenta mantener entretenido al espadachín de Neraka. La noble de Kalaman falla en su intento de hacerle caer, pero tiene éxito a la hora de desviar la estocada enemiga con su propia espada. Una y otro intercambian feroces golpes sin que el combate se decante claramente en favor de ninguno de los dos. Lluvia Estelar aprovecha que ambos libran un reñido duelo para separarse unos pasos de la refriega y pedir la intercesión de sus ancestros.

Si estos escuchan sus ruegos, por el momento parecen estar desatendiéndolos; pues el flechazo de Glin se estrella contra el pesado escudo de acero de su enemigo. Por fortuna, Kylian entra en la cueva a través del hueco dejado por la que-shu y, blandiendo su bastón con ambas manos, con él al atacante de Briand. La fuerza del impacto, directamente contra el yelmo del caballero oscuro, a punto está de derribarlo.

Por su parte, el báculo espiritual golpea por la espalda al segundo caballero aunque de un modo tan superficial que solo consigue enfurecerle más. Afortunadamente, su furia le vuelve descuidado y nuevamente Glinthalas consigue esquivar ágilmente su acometida.

Desde algún punto situado al suroeste de la caverna se escuchan voces y pasos, agrupándose para irrumpir en la entrada. Fuera, los mercenarios también se preparan para acabar con vosotros y disparan una nueva andanada de proyectiles contra Lowenherz. Afortunadamente, ninguno de ellos consigue alcanzarle tampoco en esta ocasión.

Trabando espadas unas con otras y concentrándose en mantenerlo de esa manera, la joven logró hacer suficiente tiempo como para aguantar a la llegada del clérigo, cumpliendo su objetivo y dejando su guardia expuesta ante su feroz ataque. La situación del combate comenzaba a volverse favorable, mas sonidos de mayores refuerzos se escuchaban aproximarse. No podían demorarse demasiado, pero tampoco apresurarse ya que ignorar la amenaza presente sería aún más riesgoso. Debían confiar en sus capacidades por encima de la de estos tontos aspirantes a caballero.

Buscando desplazarse lateralmente para rodear a su oponente, continuó usando el filo de su arma para golpear y bloquear la de su rival, en vanos esfuerzos por desarmarlo mas haciendo todo lo posible para parar sus estocadas. Mientras tanto, sería cuestión de buscar una ventana para volver a intentar romper con su equilibrio y si podía, propinarle el golpe final una vez fuese derribado contra el suelo.

Glinthalas había albergado la esperanza de que una rápida incursión y un disparo cruzado a la espalda de uno de los caballeros habría, a estas alturas, acabado con media docena de atacantes abrumando a un único caballero. No era así. Como tampoco habían descendido sigilosamente y tenido que lidiar con un par de guardias despistados. La situación se había escapado de su control y amenazaba con volverse mucho peor.

El joven elfo se veía perseguido por un oponente de envergadura, fuertemente blindado y armado. Un movimiento en falso y sería elfo muerto.

El arquero del grupo se desplazó de un ágil paso lateral, siguiendo la pared de la pequeña estancia, esquivando a su oponente mientras colocaba una nueva flecha en su arco. Un rápido movimiento después hizo volar el proyectil directo hacia su objetivo. Si el caballero no hacía movimientos inesperados recibiría un impacto que, quizás, incluso acabase con su vida rápidamente...

Acabar con la pareja de guardias de la entrada nos está costando mucho más de lo previsto y está resultando también más lento y ruidoso de lo que ninguno de nosotros desearía.

Tenemos que reagruparnos, cerrar esas rejas y salir de esta sala antes de que los mercenarios de ahí fuera nos acribillen con sus saetas. Sea lo que sea que nos aguarde más adelante no puede ser peor que la sentencia de muerte que pesa sobre nosotros si nos quedamos aquí.

—¡Corre, Lowen, te necesitamos! —llamo a voces a nuestro valeroso amigo, olvidando cualquier recato. Ya todos saben que estamos aquí o pronto lo sabrán, no tiene sentido seguir intentando pasar desapercibidos.

Me preparo para cerrar la reja tan pronto como Lowenherz entre en la cueva y asegurarla ahí lo mejor posible. Ojalá tuviera unas cadenas para poder asegurarla mejor.

Quizá demasiado tarde, Lowen comprendía que no había esperanzas allí fuera. De un vistazo comprobó que todos sus amigos estaban ya dentro de la cueva, y no necesitaba pensar demasiado para comprender que la alarma ya estaba dada. Esa reja era su última esperanza, si había alguna.

- ¡Aguantad! - gritó mirando a Lluvia - ¡Ya voy!

De un tirón, echó el saco a su espalda como buenamente pudo, rezándole a los dioses por que los proyectiles de sus enemigos se clavasen en él y no en sus piernas. Luego se agazapó como pudo, y corrió como alma que lleva Takishis hacia la puerta. Apretó el paso y los dientes, escuchando los zumbidos de las saetas que volaban, traicioneras, hacia su cuerpo.

- ¡Agh! - cuando al fin cruzó la puerta, dejó caer el peso del saco y soltó el arco, echando mano del pesado mangual que llevaba atado a la espalda.

Era hora de enfrentarse a aquellos caballeros.

Aprovechando el momento en que los mercenarios amartillan sus ballestas para dispararle de nuevo, Lowenherz echa a correr hacia la relativa seguridad que le brinda la cueva mientras los proyectiles vuelan a su alrededor sin alcanzarle. Tan pronto como consigue trasponer la entrada, Lluvia Estelar cierra la reja tras él. Esto seguramente conseguirá detener o al menos demorar a los enemigos del exterior, pero no neutraliza por completo su amenaza puesto que todavía pueden disparar a través de los barrotes. Vuestra única esperanza es acabar rápidamente con los guardias de la entrada y adentraros en las cavernas donde los proyectiles enemigos no puedan alcanzaros.

Entretanto, Briand intenta desestabilizar a su malherido oponente, forcejeando con él para tirarlo al suelo pero este demuestra ser un luchador más que notable y es la dama de Kalaman quien termina dando con sus huesos en tierra. El caballero oscuro aprovecha la ocasión para acuchillarla sin piedad mientras se encuentra tendida a sus pies.

Glinthalas tiene sus propios problemas y no puede ocuparse de su compañera. El segundo caballero de Neraka está decidido a darle muerte y el arquero elfo trata de escapar de él al tiempo que le dispara una flecha tras otra. En su tercer disparo consigue finalmente atravesar sus defensas e infligirle una herida en el hombro. Dolorido y enfurecido, el defensor de la entrada contraataca, pero Glin demuestra una vez más su agilidad esquivando por la mínima una estocada fatal.

La situación de Briand es desesperada pero, antes de que su atacante tenga ocasión de rematarla, Kylian acude una vez más en su auxilio, propinándole una buena tunda con su bastón y dejándole inconsciente. Es entonces cuando una nueva pareja de caballeros irrumpe en la estancia desde el pasillo sur, acompañados de uno de los enmascarados cultistas de Zeboim.

El arquero del grupo empezaba a verse un poco con el agua al cuello: con un perseguidor en el cuerpo a cuerpo mientras él empuñaba su fiel arco. Viendo que no había forma de despegarse de él, Glinthalas rodó más allá de la columna natural de la sala y dio un par de pasos más adelante, haciendo como si huyera en dirección a sus compañeros incursores ─lo que en realidad no distaba mucho de la realidad─, tratando de adelantarse a los movimientos de su perseguidor. Pero, en un rápido y acrobático giro, le encaró mientras rápidamente cargaba y disparaba una nueva flecha contra él.

Por desgracia aquellos movimientos eran más fruto de la desesperación que de la práctica y todo resultó más brusco, menos fluido y eficiente de lo que había imaginado en su cabeza.

Y ahora, además, estaba en medio de la trayectoria de 3 nuevos oponentes...

Lowen soltó un suspiro de alivio cuando cruzó la puerta de la cueva y escuchó a Lluvia cerrarla con rapidez. Sin embargo, aquella reja no les protegería de los proyectiles.

- ¡Alejaos de la entrada! - avisó a sus amigos.

Entonces, su mirada se posó en el fondo de la caverna, de donde dos nuevos oponentes bien armados emergían, seguidos de algún sacerdote.

Y yo sin mi armadura. - se lamentó.

Agarró el mangual con ambas manos, blandiendo la pesada bola amarrada a la cadena, y se encomendó a los dioses antes de lanzarse contra los recién llegados, rezando porque alguno de sus compañeros le siguiera.

- ¡Solamnia! - gritó, mientras cogía carrerilla.

El mangual se agitó en el aire, mientras las piernas de Lowen corrían agitadamente. El blanco del golpe, sin embargo, no fue el caballero, sino la espada que blandía. Lowen confiaba en partirla en dos de un impacto seco. Sus ojos de herrero le decían que aquellos aceros no eran de la mejor calidad...

- ¡¡Agghh!! - Soltó un grito despavorido de dolor, al sentir aquel enorme filo ser atravesado en toda su espalda baja. Era una zona extremadamente sensible, y pudo sentir como todo su cuerpo se paralizó al recibirlo. Había sido por demás impetuosa, en un intento de alzar la moral general, no había logrado más que ignorar todas las enseñanzas de Pierre y descuidar por completo su defensa... Y más importante, su persona. Había acabado desparramada en el suelo tras su propio intento, en una situación deplorable, humillante y por sobre todo, muy dolorosa.

Como si de un milagro se tratase, una figura que le había hecho sombra sobre su cabeza, había llegado justo a tiempo para salvarle de más apuñaladas y muy posiblemente la muerte. Aún con la cabeza baja y habiendo dejado caer su espada, apenas llegó a posarse sobre sus antebrazos, despegando con terrible dolor su pecho del piso.

- Lo siento... - Soltó suavemente con gran dolor y una pérdida de orgullo muy poco característica de la Noble. No iba tanto hacia su salvador, sino para sí misma, sus enseñanzas, su tutor, su diosa... Estaba fallando y dichos fallos casi le costaban su valiosísima vida. - Shinare, Shinare... Shinare... - Comenzó a implorar por lo bajo, casi para sus adentros, mientras posaba su mano libre en su estómago y suplicaba con toda su fe y a través de su cinto, no sólo perdón sino una segunda oportunidad a la diosa de la victoria alada.

Invocando a la energía positiva y recibiéndola, la joven pudo comenzar a posar una rodilla sobre tierra, luego la planta de su pie y, poco a poco, terminó reincorporándose. La situación era confusa, mas a su frente pudo apreciar a uno de sus compañeros cargando y muchos más caballeros aguardándole. Kylian y Lluvia parecían estar a su lado. Ella, apenas recobrando sus energías, no podía llegar a seguirle el ritmo. - Rápido... Lowenherz... Necesita nuestra ayuda. - Les pidió entre dientes y dolores a ambos, mientras aún se levantaba resintiéndose de las profundas heridas en su tórax, que poco a poco se iban regenerando mágicamente. 

A través de la puerta enrejada, echo un rápido vistazo al exterior y veo con espanto cómo unos cuantos mercenarios se están agrupando allí con sus ballestas preparadas. Lo más probable es que la mayoría de los disparos se estrellen contra la entrada de la cueva pero Lowen tiene toda la razón, deberíamos quitarnos de aquí lo antes posible.

Veo caer al primer guardián de las puertas bajo los enérgicos bastonazos de Kylian y me quedo asombrada por su violencia y su pericia. ¡Quién lo hubiera dicho! Sin embargo, el segundo todavía mantiene su feroz acoso sobre Glinthalas y aunque él se las ingenia una y otra vez para esquivar los golpes enemigos, parece estar en apuros.

Envalentonada por las palabras de ánimo de Briand y por la esperanza de que los espíritus de mis antepasados me estén observando, intento rodear al insistente caballero para poder atacarle por la retaguardia.

Haciendo girar su enorme mangual por encima de su cabeza, Lowenherz se lanza a por el primero de los recién llegados caballeros de refuerzo. Su arma impacta violentamente contra la espada bastarda de su adversario con tanta fuerza que la hoja se quiebra, aunque el mayal tampoco sale indemne del golpe.

Entretanto, una dolorida Briand consigue incorporarse del suelo e invocar los poderes sanadores de Shinare para aliviar el dolor de sus graves heridas.

Glin, acorralado, zigzaguea para escapar del acoso de su tenaz adversario. El filo del caballero de Neraka centellea en busca de su espalda, pero el intrépido elfo es más rápido y la hoja de acero solo corta su armadura de cuero sin lograr atravesarla. Dándose media vuelta, Glinthalas dispara a su enemigo prácticamente sin mirarlo y la flecha le pasa a escasos centímetros de su cabeza.

—Suelta tu arma —le ordena entonces el siniestro clérigo de Zeboim a Lowen y este, aunque intenta resistirse a tan ilógica orden, se ve obligado a obedecer y a dejar caer su mangual contra su voluntad.

Viendo que su amigo ha quedado desarmado, Kylian envía en su ayuda su bastón inmaterial. El arma sagrada de Gilean golpea con fuerza la rodilla del otro caballero, destrozándosela y haciendo que caiga a tierra. Lanzando gemidos de dolor, el infeliz se arrastra por el suelo en busca del auxilio del clérigo oscuro.

Por su parte, Lluvia Estelar se apresura a ayudar a Glinthalas antes de que su enemigo tenga ocasión de atacarle de nuevo. Una certera lanzada en el costado consigue superar sus defensas y hundirse profundamente en su carne. Con un alarido furioso, el caballero de Neraka se revuelve buscando venganza; pero, mareado por la pérdida de sangre, no consigue alcanzar con su espada a la mística que-shu.

El último de los caballeros, cuya espada ha quedado destrozada por Lowenherz, empuña los restos de su arma como si de un puñal se tratase y trata de acuchillar al desarmado y desprotegido guerrero, causándole una herida superficial con el irregular filo.

En el exterior, los mercenarios hacen llover una salva de proyectiles hacia el interior de la cueva, pero todos ellos repiquetean contra los muros o las puertas enrejadas sin que ninguno consiga superarlas. Sin embargo, ahí termina vuestra fortuna porque dos nuevos aspirantes a caballeros se suman a la refriega armados con sus espadas bastardas y pertrechados con cotas de mallas.

La situación está volviéndose cada vez más complicada para nosotros. No es que en ningún momento pensase que sería fácil rescatar a los prisioneros y ocuparnos de esos huevos de dragón, pero esto excede mis peores expectativas. Estamos atrapados en esta cueva con un número creciente de enemigos agolpándose a las puertas de la cueva y surgiendo quién sabe de dónde.

Haber conseguido atraer sobre mí la atención del adversario de Glin será un pobre consuelo si no logro desembarazarme de él rápidamente. Está malherido pero no cabe duda de que es mejor combatiente que yo y además está mejor pertrechado para la batalla.

Sin embargo, el temor por mi propia seguridad es mucho menor que el que siento por Lowen. Está desarmado, rodeado de enemigos y ni siquiera tiene su armadura o un escudo para defenderse de los golpes.

—Glin, yo me ocupo de este, tú ayuda a Lowen —le suplico, confiando en que sus certeras flechas supongan la diferencia entre la vida y la muerte de nuestro apuesto campeón.

Espíritus, no me abandonéis ahora.

Maldición, tiene razón... ─pensó para sí el elfo.

Lluvia, aunque no fuera una combatiente tan experta como Lowen, sabía defenderse. Y encajar algún golpe, como bien había demostrado hasta el momento. Incluso tenía la posibilidad de recurrir a los espíritus y eso podía suponer una gran ventaja. Lowen, por su lado, ahora era un guerrero sin armadura enzarzado en el cuerpo a cuerpo y cuya habilidad en combate era la única de la que podía estar seguro. Le necesitaban, sólo él había demostrado ser capaz de impactar sistemáticamente en los enemigos con tanta fuerza como para acabar rápidamente con ellos. Y eso era exactamente lo que necesitaban en esos momentos.

Con un ronco gruñido Glinthalas se esforzó por ignorar el nuevo combate entre Lluvia y el caballero que le había perseguido desde que había entrado en las cavernas y buscó un ángulo de ataque contra el caballero con el que se enfrentaba Lowen, cargó su flecha mientras estudiaba sus movimientos, aquella extraña danza mortal en la que los señores del combate cuerpo a cuerpo se sumergían cada vez y apuntó con cuidado.

Cuando la flecha por fin salió disparada de su arco, recorrió un corto trecho con menos fuerza de lo habitual en él... pero una considerablemente mayor precisión de lo acostumbrado. Se estaba acostumbrando a buscar los puntos débiles del enemigo.

Sin demasiado tiempo para pensar, apenas comenzó a recuperar su postura y el aliento, nuevamente miró el campo de batalla. Se había quedado un tanto atrás por su anterior descuido, y no había demasiado que pudiera hacer. Aceptando la segunda oportunidad que le brindó su diosa y con su cuerpo renovado, volvió a tomar su espada y con se acercó con resolución para poder luchar codo a codo con Lowenherz. Su paso era pesado, sin embargo, y le costaba llegar a tiempo a su refriega para escudarlo.

- Retrocede, Lowenherz. No estás sólo. - Le dijo con ánimos y seguridad por detrás al guerrero. La noble se encontraba de nuevo con su escudo y espada listos, aunque no lo suficiente cerca como para poder cubrirlo con éstos. Los números ya no cantaban a su favor, por lo que debían ceder algo de terreno con tal de formar una formación propicia y aprovechar toda ventaja posible en la batalla.

Lowen emitió un grito de júbilo cuando su mangual destrozó la espada del caballero.

- ¡Ha! - sonrió con fiereza - ¡Huye infeliz!

Sin embargo, la magia negra de algún dios maligno dominó sus brazos, forzándole a soltar el mangual. El joven guerrero había visto numerosos milagros de manos de sus compañeros de viaje, pero no había tenido la ocasión de sufrirlos en sus carnes. Desarmado, aunque pudiendo aún mover sus brazos, vio cómo Glinthalas se deslizaba presto a abatir al caballero contra el que se enfrentaba. Él mismo desenvainó con rapidez su espada, presto a rematar la tarea a la vista de que su enemigo no se retiraba tras haberle partido la espada.

Desde atrás le llegaban las palabras de Briand, pero Lowen no pretendía retirarse. No era algo que pudieran permitirse.

- ¡El sacerdote! - gritó a sus amigos - ¡Hay que acabar con él!

Blandió su espada, presto a abrirse paso hasta el invocador maligno.

Biendo a Lowen en peligro, Briand recupera su arma del suelo y echa a correr en su ayuda dispuesta a atraer sobre sí la atención de tantos combatientes como pueda.

Acosado, Lowenherz desenvaina rápidamente su espada y describe con ella un amplio arco que es bloqueado por el escudo de su adversario. Este sigue empeñado en acuchillarle con los restos de su arma rota, pero el postulante a escudero de Solamnia consigue esta vez evitar la peligrosa estocada.

A escasos metros del forcejeo, Glinthalas tensa una vez más su arco y dispara contra el atacante de Lowenherz. Su tiro es certero, aunque algo conservador en un esfuerzo intencionado por no alcanzar accidentalmente a su compañero. La flecha se le clava al caballero de Neraka en el muslo, pero la herida no resulta fatal.

Viendo que uno de sus compañeros ha quedado maltrecho a causa del bastón encantado de Kylian y se ha arrastrado hasta sus pies, el cultista de Zeboim descorcha un pequeño vial azulado y derrama su contenido en los labios del infeliz; restituyendo su salud al instante.

Tras ver cómo su arma espiritual se desvanece, el clérigo de Gilean se encara contra un segundo caballero blandiendo su propio bastón con tanta fuerza que le abre la cabeza y lo deja inconsciente en el suelo.

Por su parte, Lluvia Estelar consigue también desembarazarse al fin de su agonizante oponente con una nueva lanzada certera. Acto seguido, echa mano de su ballesta con la esperanza de continuar prestando su apoyo a sus compañeros desde la distancia.

Pero antes de que tenga ocasión de hacer, los dos caballeros situados en la retaguardia se lanzan a por Kylian. Por fortuna, ágil sacerdote consigue esquivar sus acometidas y desviarlas con su bastón de modo que ninguna de ellas logran superar sus defensas.

Es en ese momento cuando un segundo adorador de Zeboim hace su entrada en escena, acompañando a otro caballero. A diferencia de los que todavía quedan en pie, que visten cotas de mallas, lleva una coraza negra con el símbolo del lirio grabado en la pechera.

—Rendíos y viviréis para servir como esclavos a la Reina Oscura —os ordena el recién llegado suboficial—. Si no obedecéis de inmediato, abandonad cualquier esperanza de misericordia por nuestra parte.

En el exterior, los ballesteros mercenarios continúan disparando hacia las puertas enrejadas. Dos proyectiles consiguen atravesarlas pero, por fortuna, no os alcanzan a ninguno.