Partida Rol por web

─Maldición, tendría que haber pasado primero... ─pensó para si el pícaro.

Avanzar sigilosamente con aquel grupo demostró ser un imposible. Los sonidos metálicos de las armaduras, sus cuchicheos, sus pasos de botas pesadas golpeando el suelo de piedra del pasillo, lo inundaban todo, ahogando incluso su voluntad de seguir moviéndose sigilosamente. ¿Para qué? No iba a funcionar.

Y, en efecto, no funcionó. En cuanto se acercaron lo suficiente para disparar una andanada de flechas, los draconianos se percataron de la llegada del grupo, disponiéndose a atacarles en breves instantes.

Ginthalas, sacando partido a la coordinación que empezaba a tener con sus compañeros susurró un "agachaos" y aprovechó para disparar una flecha con toda la potencia que pudo, aunque con mucha más prisa y menos puntería de lo que le hubiera gustado.

Desde mi posición en la retaguardia del grupo, me resulta casi imposible ver lo que tenemos más adelante. En parte por la persistente niebla que se adivina al fondo y, en parte, porque Lowen es tan alto que prácticamente ocupa todo mi campo de visión.

Por momentos tengo la sensación de ver a los draconianos de los que Glin ha hablado, pero es muy posible también que no sean más que fruto de mi imaginación sobrealimentada por la tensión y el miedo, y por las sombras que proyecta la antorcha que sujeto en alto. En cualquier caso, solo podemos avanzar porque el camino de regreso está cortado.

Siento y veo a mis compañeros ponerse en tensión a mi alrededor y adivino que ellos están viendo algo que a mí se me escapa. No tiene sentido que intente abatir a un amigo al que no consigo localizar claramente así que en su lugar nos encomiendo a todos al iilyeed de mis antepasados, para que las fuerzas de los grandes guerreros de mi tribu se sumen a las nuestras y nos ayuden a terminar rápidamente con se interponen en nuestro camino.

Allí estaban, no demasiado lejos, la pareja de guardias draconianos que les había anunciado el bajito elfo ¿Por qué conservar esa posición y no asistir a los caballeros en el enfrentamiento más definitorio? Dudaba que incluso entre los recovecos de la caverna no hayan oído a los caballeros al menos salir de su puesto. La jerarquía que poseían éstos aún le descolocaba un poco, cada vez demostraban más con sus actitudes que poco les importaban los números aliados o las ventajas tácticas. Sus prioridades, evidentemente, iban por otro lado.

Aún así, no podían confiarse. El terreno de enfrente parecía ampliarse bruscamente fuera de su corredizo y la bruma les impedía evaluar con suficiente claridad las condiciones de aquel encuentro.

- Debemos conservar nuestra posición. Podrían haber más soldados detrás, o apostados en las esquinas. - Indicó con su voz en general mientras sostenía con suma firmeza su larguísima arma, apostándola contra un lateral y pasando su asta por debajo de la cintura de Lowenherz, dejando sus tres extensas puntas a su frente que se interpondrían en el camino de cualquiera que quisiera atacarle. Contaba con que el guerrero, ahora acorazado, pudiera mantener dicha posición con su escudo y continuar degollando como siempre lo hacía con su hoja.

Lowen avanzaba por el estrecho pasillo intentando hacer el menor ruido posible, pero era una tarea casi inconcebible estando embutido en aquel montón de lata. Por otro lado, quitarse la armadura ni se le habría pasado por la cabeza, después de la experiencia anterior. El guerrero esperaba tener una ocasión para disparar, pero sus enemigos se habían percatado de su presencia mucho antes de que tuviesen un tiro franco, y ahora disparar supondría recibir la carga desarmados.

Escuchó las palabras de Briand, al tiempo que veía su ronca aparecer por debajo de sus brazos.

- ¡Sí! - asintió a las palabras de la noble, mientras dejaba caer el arco y echaba mano del pesado mangual de su espalda.

Con un poco de suerte, sus adversarios se ensartarían en el asta de la noble. Con menos suerte, llegarían hasta él y tendrían que combatir en aquellas estrechuras. Sacudió el pesado mangual en el aire un instante, desafiante ante sus oponentes.

Situado en la retaguardia de vuestro grupo, escucháis a Kylian musitar una plegaria a su dios:

—Padre Gilean, a ti que nada se te oculta, permíteme conocer los pensamientos de nuestros enemigos para que sus asechanzas no puedan sorprendernos.

A través de la niebla os llega la réplica de una amortiguada voz femenina hablando en un idioma que ninguno de vosotros llegáis a reconocer.

Despreciando el peligro, Lowenherz avanza con determinación hacia los dos draconianos, haciendo girar su mangual con actitud amenazadora y asestando un golpe terrible al primero de ellos. La bola de metal impacta contra su cráneo y el crujido de escamas y huesos partiéndose os habla del poderoso castigo que acaba de recibir la criatura.

El alarido de dolor resuena en las paredes de la caverna subterránea, pero el draconiano se mantiene en pie contra todo pronóstico, con la cabeza destrozada y apenas reconocible. Alza su enorme alfanje, decidido a contraatacar, pero ni siquiera ve a quién golpea y su tajo descendente se estrella contra el suelo un instante antes de que lo haga él mismo.

Glinthalas apunta con su arco al segundo draconiano, pero tanto Briand como Lowen son más altos que él y que el escamoso hombre-dragón y le dificultan la realización de un tiro limpio. El arquero silvanesti opta por un disparo más conservador para evitar alcanzar a ninguno de sus compañeros, pero su flecha es desviada por el camisote de mallas de su víctima sin causarle daño alguno.

A su espalda, Lluvia Estelar ha comenzado a invocar a los espíritus de sus antepasados para que os ayuden en la batalla; aunque lo cierto es que ninguno de vosotros podéis verlos ni sentirlos y en ocasiones pensáis que vuestra compañera no está del todo bien de la cabeza.

Maldiciendo por lo bajo porque Lowenherz haya decidido desoír nuevamente sus instrucciones, lady Le Besco avanza para acosar con su ronca al draconiano restante. Las afiladas puntas de su arma de asta atraviesan la armadura enemiga y penetran en su carne, haciendo que el espadachín gruña de dolor y rabia.

Contraatacando con ferocidad, blande su enorme alfanje contra su atacante mientras se abalanza sobre ella, tratando así de obstaculizar que Briand pueda volver a usar su arma contra él. Sin embargo, la noble de Kalaman se mueve rápidamente y esquiva el golpe, provocando que la afilada hoja se estrelle contra la pared que tiene detrás en lugar de contra su cuerpo.

—Cuidado, hay alguien más en esta caverna además de los draconianos —os advierte Kylian, aunque su advertencia llega quizá demasiado tarde.

Semioculta por la niebla que emana una fuente termal situada al oeste de la sala, la figura de una mujer ataviada con un vestido vaporoso y armada por un temible tridente avanza hacia Lowen y le acomete por la espalda con una fuerza inhumana. El arma perfora sin esfuerzo la coraza como si fuera de papel y se hunde profundamente en la carne del esforzado guerrero.

Y de nuevo, cuando las cosas no parecían ir tan mal, se torcían. El plan de la andanada de flechas antes de que pudieran reaccionar se había ido al traste y el inicial ataque de Lowen había quedado completamente deslucido cuando recibió un ataque por la espalda.

Atenazado por el nuevo giro de acontecimientos, el elfo avanzó por el pasillo hasta poder apuntar al draconiano restante, aunque fuera a través de sus compañeros, para tratar de librarles de su presencia y que pudieran centrar su atención en el nuevo atacante.

Glinthalas cargó una flecha en su fiel arco y trató de apuntar, pero, indeciso, acabó apresurando demasiado el disparo, errando el tiro. Con sus compañeros siempre por en medio, era francamente difícil poder disparar con alguna probabilidad de éxito. Parecía mentira que con todo lo que habían pasado ya hasta el momento no supieran mantenerse a distancia mientras fuera posible, dejándole un tiro limpio al arquero. Eso simplificaría mucho las cosas. No era algo que creyera que fuera a suceder pronto.

Puedo sentir, aunque no ver, la frustración de mis antepasados tratando de sumarse a la batalla y siendo repelidos por una fuerza intangible que los mantiene alejados de nosotros. Tal vez otros espíritus conjurados por esa amenazante criatura de la Kylian nos acaba de advertir. En cualquier caso, todo apunta a que deberemos enfrentar la situación nosotros solos y confío en que saldremos adelante. Hasta ahora lo hemos hecho.

Cuando Glin avanza un par de pasos en busca de un mejor ángulo de tiro, yo avanzo con él para disparar mi ballesta por encima de su cabeza al siniestro y escamoso espadachín. Soy casi veinte centímetros más alta que mi bajito amigo elfo y su estatura no entorpece mi disparo, pero sí lo hace Briand, situada en mitad de la trayectoria.

Sin detenerme apenas a mirar dónde ha ido a parar mi virote, comienzo a cargar un nuevo proyectil en mi ballesta. Me temo que hará falta más de un disparo para acabar con un monstruo semejante.

Habían logrado embestir rápidamente a uno, aunque sus sospechas pronto demostraron ser ciertas y habían más ocultos acechándolos bajo el manto de la bruma. Ella fue capaz de defenderse, mas no tanto su compañero. A su juicio, aún podía sostenerse por sí mismo, mas prefería no tentar la suerte y poner a prueba la fuerza de voluntad del guerrero en una situación así.

Tras desviar el último ataque del draconiano con un giro de su lanza, tomó con una de sus manos el centro de su palo para sostenerla con balance detrás suyo, y dejarse una mano libre. Aprovechando aquella ventana de tiempo, se apresuró a posar su mano sobre el torso acorazado de Lowenherz para canalizar nuevamente la energía positiva de su cinturón divino, y su deidad. - Shinare... - Le imploró apresuradamente, focalizando las últimas cargas que le quedaban, antes de hacerse un paso a un costado con celeridad. Con su arma detrás, era un blanco fácil, mas si se movía sin suficiente cuidado sólo lograría abrir aún más su guardia.

Lowen sintió una vez más la mordedura del acero, esta vez en su espalda. Gritó de dolor, maldiciendo ante tan brutal impacto, mientras se giraba para encarar al oponente que le había atacado traicioneramente. Aún podía escuchar las palabras de Briand, advirtiéndole que se quedase en la zona estrecha para evitar ataques inesperados. Había querido hacerle caso, pero, con el ímpetu del combate, se había dejado arrastrar hacia delante soltando mangualazos como un poseso. Demasiada energía, demasiado poco seso.*

- ¡Dioses! - gritó, llevado por la ira - ¡Los tuyos no te salvarán!

El poder curativo se cernía de nuevo sobre él, promesa de heridas que se cierran, mientras Lowen se preguntaba cuánto más podrían pedirle a los dioses que les escoltaran en aquella tarea. Quiso creer que el favor no se agotaría, en tanto ellos siguiesen persiguiendo una causa justa. Pensaba en esto mientras sacudía la pesada bola de su mangual, haciendo círculos que buscaban la cabeza de su oponente.

No puedo evitar sentirme un poco impotente en estas circunstancias. Sin un ángulo de visión claro y con todo este vapor en el ambiente, me resulta verdaderamente complicado superar las defensas del condenado hombre-lagarto restante. Kylian habla de no se qué sacerdotisa, pero desde donde estoy no consigo ver a ninguna y me asombra que él si pueda estando detrás de mí.

En cualquier caso la batalla se está desplazando a algún lugar a la derecha del pasillo y eso significa que si no nos damos prisa en abatir al draconiano es posible que acabemos perdiéndolo de vista y teniendo que entrar en la niebla.

Coloco un nuevo virote en mi ballesta y disparo procurando no acertar accidentalmente a Briand. En esta ocasión la suerte me sonríe y consigo hacer diana, aunque mucho me temo que eso no baste.

El duelo se había trabado. Lowen se defendía a la desesperada con el mango de su pesada arma, mientras preparaba un nuevo golpe contra su rival, agitando con furia la cadena del mangual unos segundos antes de descargarla sobre la sacrílega sacerdotisa. Invocaba mentalmente nombres de dioses que nada significarían en los grandes panteones, mitos y leyendas de su lejana aldea. Pero no sentía que la fuerza que necesitaba acudiese a sus brazos.

- ¡Acabad con el draconiano! - gritaba a sus amigos - ¡Yo contendré a la sacerdotisa!

La batalla se mantenía viva, tan viva como los enemigos de los héroes. Lowen ya se había visto casi superado pese a portar por fin su armadura, sólo plenamente activo gracias a la intervención de magia curativa. Glinthalas lo tenía claro, había que acabar con el draconiano rápidamente o la cosa acabaría muy mal.

Para el pícaro elfo sólo había un camino factible: aproximarse sin ser visto y atacar donde más doliera. Así que se pegó a la pared del pasillo para desaparecer de la vista del draconiano y luego reapareció el tiempo justo para lanzar una flecha. Por desgracia era más sencillo imaginar un disparo así que realizarlo, en especial cuando ese enemigo está rodeado de tus aliados...

Tras haber restañado las heridas de su compañero y haberse hecho algo de espacio al despegar su espalda del muro de roca, la noble continuó retrocediendo tácticamente, con su guardia al frente, mientras se tomaba su tiempo para blandir con ambas manos nuevamente el asta de su enorme Ronca.

Con su extensa arma nuevamente marcando la distancia, intentó contener a su rival y buscar el momento oportuno para empalar al draconiano con ella. No obstante, dicho momento no pudo darse, siendo fácilmente sus tres puntas bloqueadas por el enorme ancho de su alfanjón.

Blandiendo su pesado mangual con ambas manos, Lowenherz consigue asestarle un golpe a la neblinosa figura que tiene delante y que la hace soltar un quejido más de sorpresa que de dolor gracias a las protecciones mágicas de las que se ha rodeado.

Entretanto, Glin avanza hasta la entrada del pasillo y apunta con su arco al draconiano. Este parece entretenido con el ir y venir de Briand y no repara en el pequeño silvanesti hasta que ya es tarde. Por desgracia, su proyectil queda clavado en la cota de mallas sin causarle daño alguno, como anteriormente ocurriera con el virote disparado por Lluvia Estelar.

Inasequible al desánimo, la mística que-shu continúa avanzando por el pasillo tras los pasos de su compañero en busca de un disparo que le permita acabar con el acorazado hombre-dragón. Su saeta pasa volando junto a la oreja izquierda de Glinthalas y hunde en la clavícula de su víctima haciendo que ruja de rabia y vuelva los ojos en su dirección.

La colérica criatura ve maniobrar a Briand en busca de su espalda y reacciona rápidamente, girándose hacia el otro lado para bloquear la acometida de la ronca y contraatacar. El draconiano se avalanza contra la rubia noble de Kalaman, blandiendo su enorme alfanje con ambas manos y chasqueando amenazadoramente sus mandíbulas delante de su cara. La hoja de acero consigue superar las defensas de Briand, pero ella logra mantener a raya a su enemigo y evitar así sus temibles detelladas.

Kylian abandona entonces la retaguardia de vuestro grupo para abrirse paso trabajosamente entre Lluvia Estelar y Glinthalas, adentrándose en la vaporosa estancia. A su derecha, una fuente de aguas termales parece ser el origen del persistente vaho; a su izquierda, un pasillo que conduce a quién sabe dónde.

—Vuestro impíos rituales han llegado a su fin —insiste el clérigo de Gilean—. Si os rendís ahora y nos entregáis los huevos de dragón, os evitaréis sufrimientos innecesarios.

Pero nuevamente la oscura sacerdotisa de Zeboim ignora sus advertencias y acomete con su tridente contra Lowen, que la mantiene acorralada a orillas del pequeño y burbujeante lago subterráneo. Con fuerza sobrehumana, hunde las puntas triples de su arma en el cuello del escudero solámnico y éste cae al suelo, fulminado, tendido en un charco creciente de su propia sangre.

—¡Lowen! —oís que grita Kylian con desesperación—. ¡Lo has matado, maldita bruja, y ahora la venganza de mi dios caerá sobre ti!

No me permito sonreír cuando mi disparo hace diana en el cuerpo del draconiano, pero por dentro me enorgullezco de mi disparo. Un disparo aparentemente sencillo, realizado a apenas 6 o 7 metros de mi objetivo, pero evitando los cuerpos inquietos de mis compañeros y superando las defensas casi insuperables de nuestro enemigo. Haber conseguido lo que incluso para el infalible Glin es complicado, para mí es motivo de un enorme orgullo personal.

Sin embargo, toda sensación de éxito se desvanece cuando escucho a Kylian anunciarnos la caída en batalla de Lowenherz. Todavía no he visto a su oponente pero debe ser formidable si ha conseguido derrotar al más vigoroso de nosotros tan deprisa.

Estoy esperanzada con que mis ancestros me permitan traerlo de vuelta, como traje a Briand hace unos minutos. Quizá sea un exceso de confianza en mis aptitudes o tal vez solo mi negativa a creerme que vaya a perder a Lowen para siempre. Sea como sea, abandono el tiro al draconiano y echo a correr hacia la brumosa sala que tenemos delante para llegar hasta mi amigo lo antes posible, despreciando toda prudencia.

Incapaz de lograr superar a su oponente, la noble continuaba retrocediendo en un fútil intento de mantener a su rival a raya con la distancia que marcaba su arma. Sus ataques cada vez iban más dirigidos a bloquear el enorme arma que acaba de herirla y no tanto quien la blandía, respetando su superioridad en combate. Necesitaría aguantar hasta que pudiese contar con apoyo.

No obstante, el ver a su escolta más fuerte caer, no fue para nada alentador. La chica comenzó a apretar los dientes por dentro, claramente frustrada por la estresante situación.

- No saben cuándo rendirse... ¿Verdad? - Refunfuñó entre dientes, mientras permanecía incapaz de abatir al draconiano. Ahora posiblemente tuviese que lidiar con mayores complicaciones si los demás no utilizaban algunos más de sus milagros. Su cinto ya carecía de energía, podía sentirlo. No había mucho que pudiese hacer.

El elfo no era ni el arquero más rápido ni el más eficiente, pero era el mejor del que disponía el heterogéneo grupo de héroes, así que éste tenía que dar lo mejor de sí mismo o de lo contrario el grupo estaba sentenciado. Sacando fuerzas de flaqueza por pura voluntad, el arquero volvió a disparar su arco contra el draconiano a pesar del fracaso de su último intento de acabar con él.

Por fortuna, en esta ocasión y pese a que la danza mortal de las armas del cuerpo a cuerpo proseguía, encontró un hueco más que suficiente para apuntar con mortífera precisión al hombre-dragón y no dudó un segundo en aprovecharlo. La flecha salió con la potencia propia de un disparo a corta distancia y con la precisión de un ataque pensado para herir en un punto flaco.

Desde su posición relativamente segura en el pasillo, Glinthalas se asoma una vez más al interior de la habitación envuelta en vaho para disparar al draconiano por la espalda. Su flecha atraviesa el camisote de mallas y sus duras escamas para clavarse en su carne hasta las plumas.

Lluvia Estelar, por su parte, se abre camino entre la bruma para poder arrodillarse junto al cuerpo inerte de Lowenherz. El guerrero está mortalmente pálido pero, sorprendentemente, la sangre apenas mana a través de las heridas de su cuello cuando la mística que-shu consigue llegar hasta él y comienzan a cicatrizar al suave contacto de la joven.

Briand prosigue su duelo contra el agonizante draconiano, pero ahora se muestra cautelosa; más preocupada por impedir que el otro supere sus defensas que en tratar de imponerse físicamente a su adversario. Esto permite a su adversario, enloquecido de dolor y rabia, abalanzarse contra Glinthalas. El ágil silvanesti esquiva con facilidad el pesado alfanje que se le viene encima pero no se espera la salvaje dentellada que llega a continuación y que le causa más dolor que sorpresa.

La misma actitud del draconiano parece reflejarse en Kylian quien, al ver caer a Lowen, se lanza como un poseso contra la sanguinaria dama del tridente blandiendo su bastón a diestro y siniestro. El primer bastonazo, bien dirigido contra su adversaria, resulta sobrenaturalmente desviado por sus defensas sacrílegas, pero el segundo sí consigue impactarla en el costado.

Con un gemido de dolor, la sacerdotisa de Zeboim contraataca con ferocidad, hundiéndole su arma en el estómago con una fuerza inhumana. Kylian lanza un angustiado alardio pero, a duras penas, consigue mantenerse en pie heroicamente.

Es entonces cuando Lowen recobra el conocimiento y abre los ojos.

Maldición... Apenas alcanza a suspirar por dentro al ver como, incapaz de herirlo y mucho menos de retenerlo, su contricante se le escapa para atacar al más enclenque de la cuadrilla.

Sin embargo, ahora que poseía mayor libertad y espacio, hizo uso del mismo para tomarse un respiro y caminar cuidadosamente hacia una posición más estratégica, rodeando lateralmente al draconiano. Buscando el momento justo a que le diese la espalda en su refriega con Glinthalas y la amenaza de Lluvia, intentó ensartarle un feroz ataque perforante con su lanza de tres puntas. Nuevamente, incapaz de abatir su defensa.

La situación comenzaba a volverse cada vez más estresante. Por más que se esforzase en mantener su expresión fría y fuerte, era cuestión de tiempo para que su fachada nuevamente ceda ante la creciente amenaza de su compostura. Sus ojos iban de tanto en tanto a Lowenherz y Kylian, esperando por un milagro que les permitiese dar vuelta las condiciones del combate.