Partida Rol por web

Lowenherz había practicado un infructuoso disparo, y ahora los draconianos se les echaban encima. Iba a necesitar toda la potencia de su ataque para poder lidiar con ellos, y el escudo y la espada no le hacían sentir lo bastante cómodo. Se acuclilló, repeliendo un ataque de una de las bestias, y se centró en desembrazar su escudo aprovechando el momento en que su enemigo se replegaba para tomar inercia de nuevo. Cuando lo notó suelto, dejó caer la espada, lanzó el escudo al lado de Thorwyn, y tiró sorpresivamente de su mangual, aprovechando el propio movimiento de sacarlo para blandirlo frente a su rostro. Pudo ver las reticencias del draconiano, mientras él mismo concentraba sus energías en un golpe salvaje. Sabía que aquello era a vida o muerte, un momento de gloria que los ancestros solámnicos observaría con aprobación.

- ¡Solamnia! - exclamó.

Se arrojó hacia delante, sin pensar en nada, poniendo toda la energía en efectuar un ataque devastador que le permitiese derribar al draconiano. Debía ser rápido y certero, antes de que toda la posada y media ciudad se les echasen encima. Lanzó el golpe en descendente, sin piedad, esperando escuchar el crujido en cualquier momento.

Soltando su espada y escudo para empuñar su mortífero mangual, el caballero de solamnia golpea el cráneo de su adversario aplastándolo contra la pared del edificio y reduciéndolo a una pulpa sanguinolenta de huesos astillados y masa encefálica. El draconiano se convierte al instante en una estatua de piedra de sí mismo que rueda escaleras abajo y a punto está de arrollar a Lowen.

Huyendo de su atacante, Lluvia Estelar se sitúa junto a Thorwyn antes de dar media vuelta y disparar a bocajarro a su atacante. A tan escasa distancia, el virote atraviesa sin dificultad la armadura y las escamas del draconiano, hundiéndose en sus entrañas. La criatura gime de dolor y se lleva una garruda mano hacia la herida. No tiene ocasión de hacer nada más antes de que dos flechas disparadas por Enrielle acaben con su vida.

Viendo que la situación se complica y que en cualquier momento alguno de los tres draconianos restantes puede saltarle encima, el arcanista theiwar hace uso de su magia para terminar de abrir las cerraduras del almacén y resguardarse en su interior. Allí le espera una gran habitación rectangular de unos ocho por catorce metros tenuemente iluminada por una solitaria vela a medio consumir y sembrada de cajas, toneles y sacos de arpillera. No tiene ocasión de inspeccionar el lugar con mayor detalle porque, escondido detrás de la puerta, el corpulento semiogro propietario de la posada le aguarda alfanje en mano y ataviado con un camisote de mallas como el de los draconianos.

Este ataque a traición seguramente le hubiera costado muy caro a Thorwyn de no haber sido por su previsión de levantar numerosas defensas arcanas a su alrededor antes de entrar en El Susurro de la Ciénaga. La hoja de acero del posadero se estrella contra las invisibles barreras protectoras, haciendo que salten chispas en todas direcciones pero sin lograr alcanzar al enano.

Desconcertado, Goggar empuña su arma con ambas manos y vuelve a descargarla con todas sus fuerzas sobre el intruso. Pero una vez más, su arma rebota inofensiva contra las protecciones mágicas de Thorwyn.

Ajenos a lo que ocurre en el interior de la posada, sus compañeros todavía se enfrentan a los draconianos restantes. Viendo que Enrielle ha acabado con uno de sus camaradas, el draconiano que la acosaba retoma la persecución pero la exploradora es mucho más ágil que él y esquiva sin esfuerzo su torpe estocada.

Menos fortuna tiene Lluvia Estelar, cuando el draconiano situado en lo alto de la escalera cae sobre ella desde las alturas y la acuchilla con toda la fuerza de su salto, abriendo una larga herida en la espalda de la mística que-shu.

Viendo que el draconiano saltaba desde la escalera cayéndole encima a Lluvia, Lowen se giró hacia él rugiendo con furia, mientras bordeaba la montaña de paja blandiendo su mangual con ira. Saltó el escudo que había arrojado y emitió un rugido salvaje, mientras hacía un barrido de izquierda a derecha que alcanzó al draconiano por el costado, hundiéndole las costillas con un crujido que resonó por todo el patio, al tiempo que lo empotraba contra la pared de piedra como si de una estatua más se tratase.

- ¡Atrás, bestia inmunda! - gritó, con los ojos llenos de ira.

Aúllo de dolor cuando la hoja de una espada se abre paso a través de mi carne por debajo de mi omóplato derecho. Se me saltan las lágrimas pero sé que no es una herida fatal cuando me doy cuenta de que todavía puedo blandir mi lanza.

—Mamá está bien, cariño, quédate dentro —le ruego a Jiłhazhí, a quien noto impacientarse en el interior de su zurrón—. Pronto podrás salir otra vez, pero ahora no es buen momento.

Me giro hacia mi derecha para encarar a mi atacante e intentar empalarlo, pero mi campeón aparece para rescatarme de él y quitármelo de encima. Eso me permite replantearme mi estrategia y acudir en ayuda de Enrielle. A diferencia de Lowen, yo sé que no voy a poder acabar con el draconiano que la acosa, pero confío en poder distraerle el tiempo suficiente como para que nuestra infalible arquera pueda rematarlo.

Por desgracia, mi acometida es tan torpe como de costumbre y la punta brillante de mi arma araña las anillas de su cota de mallas sin lograr perforarlas.

─¡Goggar está dentro del almacén y me ha atacado! ─susurró entre dientes el enano notando los impactos del alfanje del semi-ogro en su armadura y escudos mágicos.

─Suerte que soy precavido ─pensó para sí. Y así era, sin esos hechizos lanzados antes de meterse allí, ahora sería una mancha sanguinolenta en el suelo del almacén.

Pero no tenía tiempo que perder, aquel posadero era más que un digno contrincante, era alguien temible del que había escapado más por suerte que por destreza. Debía acabar con él cuanto antes. Maniobrando hacia un lado de la puerta, Thorwyn se separó de su enorme atacante mientras a sus labios acudían las palabras arcanas de un nuevo hechizo, uno de los más poderosos con los que contaba: Rayo abrasador.

Concentrándose todo lo posible, pero acuciado por la prisa de su enemigo cerniéndose sobre él, los dedos del arcanista apuntaron hacia Goggar y un torrente de llamas surgió de ellos hacia el posadero, llamas más que suficientes como para hacer arder a un humano convencional, pero cuyo efecto en alguien de la experiencia, corpulencia y experiencia de Goggar era dudoso.

Acto seguido, sin esperar a ver el resultado de su hechizo, Thorwyn extrajo la daga de su cinturón, preparándose para afrontar lo que fuera.

Enrielle se giró justo a tiempo, encogió el abdomen al tiempo que saltaba para atrás para esquivar el tajo. Vio que el enano volvía a salir, apresuradamente y cómo lanzó llamas al Interior. Al parecer había alguien más dentro, y a Enrielle le pareció escuchar que era nada menos que el semiogro. Tenía sentido que durmiese allí y no en un cuartucho de los otros, donde la exploradora había estado husmeando.

La arquera retrocedió y volvió a tensar el arco con fuerza para disparar a bocajarro otras dos flechas que colocó con gesto rápido, pero la fatiga de sus esquivas consecutivas hizo que le fallara el pulso.

Viendo a su compañera afectiva en apuros, Lowenherz acude en su auxilio y le basta un único mazazo para destrozar las costillas del draconiano y postrarlo a los pies de Lluvia Estelar. Ella, en lugar de rematarlo en el suelo, opta por devolverle a Enrielle la ayuda que ésta le ha prestado unos segundos atrás pero su lanzada no consigue atravesar las defensas del último hombre-dragón.

Por su parte, Thorwyn dispara a bocajarro un rayo ardiente al dueño de la posada y éste brama de dolor a causa de las graves quemaduras que le causa el conjuro. Con el enano cortándole la retirada y atrapado en su propio almacén, el desesperado Goggar lanza tajos con su alfanje a diestro y siniestro pero todos ellos se estrellan en las impenetrables defensas arcanas del mago theiwar.

En el exterior, aprovechando la distracción creada por la mística que-shu, Enrielle dispone nuevamente de unos segundos para tomar distancia y hacer llover sobre el draconiano sus mortíferas flechas. Desgraciadamente, una tras otra rebotan contra el escamoso cuerpo de la criatura.

Encolerizado, el draconiano se revuelve contra la arquera y clava en el vientre de la joven su espada, tiñéndola con su sangre.

Thorwyn, daga en mano, no parecía un enemigo muy peligroso, al menos no más allá de la terrible fiereza con la que miraba a su oponente. Claro que las dagas eran un instrumento de muerte, pero ante aquel imponente semi-ogro parecía más un juguete que un arma. Salvo que estuviera encantada, claro. Al fin y al cabo el enano acababa de invocar un poderoso rayo ígneo que había abrasado vivo a Goggar, dejándole en una delicada situación. Pese a todo, el theiwar decidió ser más astuto que eso y darle opción al posadero a huir.

Inmersos como estaban en su baile mortal, ambos contendientes se iban desplazando hacia un lado y otro, lanzándose estocadas mutuas. Thorwyn decidió ir maniobrando de tal manera que, quedándose encarado hacia Goggar, venía la puerta en diagonal. De esta manera el posadero tenía, si quería aprovecharla, una supuesta vía de escape.

Lo que no sabía el posadero, pero Thorwyn sí, era que fuera le esperaba un solamnico plenamente capacitado para acabar con él. Es más, si se despistaba un poco, o bien Lowen entraría a la sala y le podría atacar por la espalda, o bien ofrecería su espalda al enano, lo que podía ser casi peor, pues el arcanista también sabía encontrar los puntos débiles en sus oponentes si le dejaban una mínima oportunidad...

─Atentos, Goggar va a salir. O al menos estará delante de la puerta ─susurró el arcanista enano nuevamente a través del conjuro.

Mi ataque resulta en vano contra el draconiano que acosa a Enrielle y ni siquiera se molesta en enfrentarse a mí cuando me acerco. Se limita a ignorarme como si no estuviera allí y a proseguir con la persecución de mi amiga.

Sabiéndome menospreciada, intento hacérselo pagar caro acometiéndole con mi lanza, pero es evidente que yo carezco de las aptitudes para el combate que poseen mis compañeros y mi lanzada solo hiende el aire de forma ridícula.

Solo espero que los demás consigan terminar rápidamente el combate, aun sin mi ayuda, antes de que aparezcan por aquí más draconianos atraídos por el sonido de la pelea.

El draconiano finalmente la alcanzó en el vientre. La punta del acero perforó el cuero de la armadura y Enrielle notó el frío acero que le perforaba la piel, y la sangre caliente que la empapó por dentro. La exploradora soltó un gruñido animalesco, dejó caer el arco y desenvainó su espada al tiempo que se posicionaba frente al draconiano, agarrando la empuñadura con ambas manos. ¡Ya estaba bien de correr de un lado a otro!

— ¡Te vas a arrepentir, lagartija! — amenazó alzando la espada por encima de su cabeza para dar un tajo descendente.

Lowen se sorprendió de la brutalidad que alcanzaron sus brazos. Algo había cambiado en él, trayendo el poderío de los caballeros solámnicos a sus brazos. Viendo que el draconiano caía, y escuchando el susurro de Thorwyn en su mente, se volvió hacia el interior de la posada, buscando al tabernero, que combatía con Thorwyn. Apenas alcanzó a dar un paso, y se topó con ellos, enzarzados junto a la puerta. Aunque tenía cierto ángulo, no gozaba de un golpe franco como contra el draconiano. Decidió no dejar escapar sus fuerzas en otro grito, concentrándose en propinarle un brutal mazazo al semiogro que le arrojase a la tumba.

Tras haber despachado sin esfuerzo a la mitad de los draconianos, el caballero de la Corona se vuelve hacia el interior del almacén. Allí, el posadero bloquea la entrada en su batalla contra el invulnerable Thorwyn pero este duelo toca a su fin tan pronto como Lowenherz hace girar su mangual por encima de su cabeza y la estrella contra el cráneo del semiogro. Goggar se desploma de espaldas en el suelo con la cara completamente aplastada, muerto incluso antes de caer.

Libre de su atacante, el arcanista enano tiene unos segundos para echar un vistazo al almacén y descubre una segunda puerta con otras dos cerraduras situada en la pared norte, directamente bajo el comedor de la posada.

En el exterior, Lluvia Estelar y Enrielle se enfrentan al último de los hombres-dragón, hostigándolo por ambos flancos. Sin embargo, la criatura se defiende valerosamente de las dos compañeras, aunque sin lograr herir a ninguna con sus desesperadas estocadas.

Para entonces, varios huéspedes están asomados a la balconera mirando horrorizados la carnicería que tiene lugar en el patio. Abajo, en las habitaciones del personal, todas las puertas permanecen cerradas por temor a vuestras represalias. Pero algo más allá de la entrada de la posada se escuchan pasos apresurados y el tintineo metálico de armas repicando contra armaduras. Vienen refuerzos y estarán aquí en pocos segundos.

Levanto la vista y veo las sombras que proyectan los combatientes que se ciernen sobre la posada. Probablemente draconianos atraídos por los gritos y el sonido de la refriega. No vamos a poder aguantar aquí fuera mucho más tiempo si nos superan ampliamente en número y cada vez llegan más.

—Thorwyn, por lo que más quieras, encuentra ese túnel, por favor...

«No hay nadie mejor que un enano para encontrar túneles y no hay mejor enano él» —me aseguro a mí misma en un intento de tranquilizarme.

Estoy convencida de que entre Enrielle y yo, tarde o temprano terminaremos imponiéndonos al último draconiano, pero mucho me temo que no seamos lo suficientemente rápidas. Odio ser una damisela en apuros pero está claro que necesito a mi campeón. Miro hacia atrás lanzándole una mirada suplicante pero él está ocupado ayudando a Thorwyn con algo en el interior del almacén, algo que no alcanzo a ver desde aquí.

—Lowen, querido, cuando tengas un segundo... —sea lo que sea que está haciendo, sé que es importante o estaría aquí a mi lado, de eso estoy convencida.

Sin esperar su respuesta, le asesto una nueva lanzada a la espalda del draconiano y los espíritus de mis ancestros guían mi mano para que por primera vez tenga éxito y logre atravesar sus defensas. La herida es profunda y está bien dirigida, alabado sea el Gran Bisonte Ayání. Ojalá sea suficiente.

─Maldición, más cerraduras, cerraduras a las que no podré vencer con un hechizo... Un momento, ¡Goggan! ─pensó para sí el enano.

Goggan estaba esperando en el interior del almacén, con las cerraduras de la puerta de entrada echadas y en una sala donde habían 2 cerraduras más guardando una segunda sala adyacente. Si alguien debía tener las llaves, ese era el posadero, ¿no?

Sin desperdiciar ni un segundo y aguantando las arcadas al no poder evitar ver lo que quedaba de la cabeza del semi-ogro, Thorwyn rebuscó entre las posesiones del posadero. Sin duda debía tener las llaves en alguna parte, tal vez colgadas del cuello o del cinturón, junto con, ya que estaba, la bolsa de dinero (aunque ya contaría su contenido en otro momento menos acuciante).

─Apuesto a que Goggar tenía las llaves de las 2 cerraduras que faltan por abrir aquí dentro... ─susurró para los oídos de sus compañeros─ Pasad al almacén en cuanto acabéis ahí fuera, nos fortificaremos aquí.

Si las cosas progresaban como era de esperar, pronto vendría a la posada la guardia de la ciudad, a la que sería entre muy difícil e imposible explicarles el porqué de aquella incursión sin acabar todos, cuanto menos, en una celda. Eso suponiendo que fueran independientes o ajenos al ejército nerakano/mercenario/draconiano, cosa más que dudosa. Por lo que parecía, Robann entera estaba bajo su protección/vigilancia.

Ante aquella situación la mejor idea era desaparecer de escena y su mejor opción para ello pasaba por los pasadizos secretos de los que les habían hablado. Era una lástima que el semi-ogro no pudiera contarles nada al respecto (algo bien difícil teniendo en cuenta el estado de su cabeza y no siendo un túnica negra de alto nivel), pero Thorwyn todavía confiaba en lograr localizar la entrada gracias a su hechizo de Detectar puertas secretas. Bendito el día en el que lo inscribió en su grimorio.

Pero necesitaba tiempo. Tiempo para localizar las llaves, usarlas y pasar a la otra sala. Tiempo para lanzar el hechizo y tiempo para que éste le proporcionase toda la información que necesitaban. De manera burda, el enano calculaba que en torno a un minuto. Probablemente demasiado tiempo. Eso sin contar el echar mano de alguna de las posesiones que tan celosamente se habían guardado en el almacén.

Había que fortificarse. Todos dentro del almacén, con su recia puerta cerrada y los cerrojos echados. Con cofres llenos de posesiones taponando la entrada. Así ganarían algo de ese tan valioso tiempo que tanto necesitaban.

Escuchar la voz de Thorwyn en susurros en su oído le resultaba extraño en aquella situación, esquivando tajos a la vez que escuchaba los gruñidos del draconiano y los suyos propios. Y ahora también los refuerzos que venían, y que serían más apestosos draconianos aún que debían ser los guardias de este apestoso pueblo.

Enrielle volvió a contorsionarse para esquivar otra acometida. Lluvia Estelar entonces consiguió clavar su lanza en la espalda del oponente, y la exploradora aprovechó el momento para lanzar un furioso tajo lateral.

Escuchando la llamada de Lluvia, Lowen se volvió hacia el exterior, rodeando a la que-shu y atacando sin piedad al draconiano con su pesado mangual. Puso todo su empeño en despacharlo con rapidez, para poder así escapar. 

La irrupción de Lowenherz, mangual en mano, tumba al último draconiano de un solo mazazo. Antes de que tenga ocasión de incorporarse de nuevo, Lluvia Estelar alancea el cuerpo escamoso cuerpo. Un segundo después, Enrielle le asesta la estocada mortal y a punto está de perder su espada cuando el cuerpo de la criatura comienza a convertirse en piedra; por suerte, la rápida exploradora consigue liberar su arma justo a tiempo y recuperar su arco del suelo mientras la mística que-shu corre a buscar el equipo de batalla que su amante ha dejado tirado a los pies de la escalera.

Veis entonces cómo otros siete draconianos irrumpen en ese momento a través de las puertas de la posada y reconocéis entre ellos a uno broncíneo con cuernos retorcidos como el hechicero que dirigía la emboscada de anoche.

Superados numéricamente y conscientes de que posiblemente no serán los últimos en llegar, corréis a refugiaros en el almacén (incluido Nudillos) y a cerrar la puerta tras vosotros. Los golpes resuenan con fuerza al otro lado mientras os apresuráis a amontonar cajas y sacos frente a la entrada para impedir que el grupo congregado en el exterior consiga irrumpir aquí dentro.

Entretanto, Thorwyn se ha hecho con el manojo de llaves que colgaban del cinturón del difunto Goggar sin encontrar en su cadáver nada más de valor, a parte de su cimitarra. A simple vista todas las llaves parecen iguales y, a pesar de su notable pericia, el enano se las ve y se las desea para encontrar las que abren la puerta interior del almacén. Tres intentos le cuesta encontrar la que abre la primera cerradura y otros dos la segunda.

En ese tiempo, los draconianos del exterior prácticamente han destrozado la puerta exterior del almacén a hachazos y solo los obstáculos amontonados en la entrada les retienen todavía, aunque no por mucho tiempo.

Al otro lado de la puerta interior del almacén os espera una habitación de unos cuatro por siete metros, que cuenta con unas cuantas cajas y cofres candados. Conseguís atrincheraros en ella y echar la llave desde dentro apenas unos segundos antes de que los draconianos echen abajo vuestra improvisada muralla. Esta puerta es de metal, más resistente, aunque al otro lado escucháis los golpes de vuestros perseguidores y las palabras de encantamientos recitados que hacen que la plancha de hierro se abombe y se caliente.

Parece que resistirá un tiempo todavía, pero está claro que no estáis todavía fuera de peligro.

—Todo va bien, Jiłhazhí —le repito una y otra vez a mi pequeñín mientras los draconianos aporrean la puerta, más para convencerme a mí misma que para convencerle a él—. Todo va bien...

Me doy cuenta de que tengo el corazón desbocado, de que me sudan las manos y de que estoy temblando. Hemos escapado por muy poco de nuestros enemigos no una, sino dos veces en apenas unos segundos que me han parecido una eternidad en tensión. Solo ahora, relativamente seguros al otro lado de la puerta de metal me obligo a inhalar y exhalar profundamente tres o cuatro veces para tranquilizarme.

—¿Estáis todos bien? —pregunto a mis amigos, todavía incapaz de creerme que todos hayamos conseguido llegar hasta aquí más o menos de una pieza.

En un acto impulsivo, me abrazo a Thorwyn y beso su calva cabeza.

—¡Gracias, nos has salvado! Si no llega a ser por ti... —me estremezco involuntariamente— No quiero ni pensarlo.

Pero, aunque no quiera, no puedo evitar imaginarnos a todos atrapados, rodeados y luchando desesperadamente por nuestras vidas antes de caer uno tras otro. Como probablemente le haya sucedido a Kylian. Una solitaria lágrima resbala por mi mejilla pero me la limpio con rabia. Ahora no es el momento de llorar, es el momento de ser fuerte. Por Jiłhazhí, por mí misma, por todos.

Nuestros enemigos me han dado donde más me duele: acabando con uno de los míos. Y yo pienso devolverles el golpe donde más les duele a ellos: en sus tesoros. No tenemos tiempo para abrir y registrar cada caja y cada cofre, pero si hay algo que merezca ser rescatado, los espíritus me ayudarán a encontrarlo.

Encerrados. La sensación de estar dentro de una habitación con una única salida no le era precisamente nueva al enano, acostumbrado como estaba a la vida bajo tierra, pero la idea de que alguien con ganas de acabar contigo estuviera al otro lado de la puerta de acceso a tu habitación no era muy agradable. Por suerte dicha puerta era de metal, una medida de seguridad con la que no contaba. Goggar se había esforzado con la seguridad. Brindaría por él cuando hubieran salido con vida de esta.

─El draconiano hechicero está perdiendo sus fuerzas en hechizos para tirar abajo la puerta, eso es bueno, pero la puerta no aguantará para siempre. Hablando de hechizos, ya va siendo hora de... woah ─pensó para sí el arcanista enano, interrumpida su línea de pensamiento por el abrazo de Lluvia.

─Vale, vale, ya. No te pongas melosa ahora, ya habrá tiempo para eso. Déjame que lance el hechizo o no encontraremos nunca el pasadizo. Necesito unos segundos, ganad tiempo, encontrad objetos mágicos o algo útil o valioso, yo que sé... ─dijo gesticulando para indicar que le dejasen espacio y se dedicasen a otros menesteres. Él estaba ocupado. Pero en su calva había cierto rubor sospechoso, ¿acaso podía ser incomodidad? ¿Lluvia había logrado tocar la fibra sensible al gélido enano theiwar?

Thorwyn respiró profundamente, concentrándose en su trabajo.

─¡Finndu leynilegar hurðir! ─exclamó, sus arcanas palabras acompañadas de gestos igualmente nada mundanos.

Y a partir de ese momento se dedicó a escrutar la pequeña habitación con su Detectar puertas secretas. Si realmente había un pasadizo secreto por el que sacar los bienes robados, él lo descubriría. Esperaba que a tiempo.

Llegaron casi sin aliento al interior del almacén, y allí se atrincheraron cerrando la puerta tras de sí. Lluvia se preocupaba por ellos, al tiempo que abrazaba la calva de Thorwyn, llamándole su salvador. Lowen no pudo evitar enarcar una ceja, preguntándose si la que-shu se habría percatado de cómo había él despachado a tres de los draconianos y al ogro.

Déjate de ridículos celos y concéntrate. - se dijo a sí mismo.

Tanto Thorwyn como Lluvia recitaban palabras mágicas que para Lowen tenían poco sentido, aunque en el caso de las palabras de la mística empezaba a familiarizarse con sus espíritus y los ruegos que les hacía. No entendía exactamente porqué buscaba un rastro mágico, pero confiaba en que tendría sus motivos. Entre tanto, Thorwyn parecía concentrado como de costumbre en sacarles de allí, y Lowen pensó que más valdría ganar algo de tiempo por si sus enemigos conseguían echar la puerta abajo, algo que parecía probable que sucediese pronto.

- Si la puerta cae, formad un semicírculo a su alrededor. - señaló una zona de la entrada - En este espacio podemos causarles mucho daño.

Su mangual había destrozado a aquellos draconianos como si fuesen mantequilla. Parte de sus fuerzas se habían desvanecido, pero Lowen aún tenía confianza en sus habilidades de combate. Quizá demasiada, pero el joven solámnico vivía ahora en una extraña burbuja. Pese a ello, echó un vistazo, buscando un frasco con aceite o algo por el estilo, que pudiese volcar en la zona del suelo para hacerla más resbaladiza.