Partida Rol por web

No era la primera vez que Thorwyn contemplaba la alineación de las lunas. O, mejor dicho, que había *sentido* la alineación. La última vez, a pesar de vivirla estando todavía bajo tierra, ya era un usuario de magia y llegó a percibir su influjo en sus capacidades. Habiendo ya leído todo lo que había caído en sus manos sobre magia y sucesos mágicos relacionados, no tardó en unir cabos. Esta vez, sin embargo, podía contemplar las lunas en primera persona, no le hacía falta contar los días o elaborar complicados esquemas astrológicos.

Una vez por fin en el cubil, tras varias vueltas presumiblemente para confundir a los héroes y que no supieran llegar (o escapar) con efectividad, el enano arcanista contempló el lugar. No esperaba que fuera un lugar bonito, ni siquiera esperaba que fuera grande, pero desde luego no esperaba que fuera tan amplio e impresionante. Y no se daba cuenta, pero la luz de Nuitari bañaba especialmente el lugar sin que nadie, ni siquiera Thorwyn, pudiera percibir. Tal vez llegara el momento en que pudiera verla, pero pensar en ello no resultaba reconfortante a varios niveles...

Y, por fin, el verdadero plan de la naga se reveló. Thorwyn no perdió el tiempo y aún con los fuertes vientos imperantes invocó su hechizo de defensa más elemental a la par que efectivo: su Armadura de Mago.

─¡Aguantad un momento, trataré de debilitarlo!

Su plan, si podía llevarlo a cabo como la última vez, consistía en utilizar magia de adivinación para lograr acertar de pleno con un hechizo cuya precisión no era tan efectiva como le hubiera gustado: Rayo Abrasador. Sólo hacía falta que sus compañeros contuvieran al monstruo el tiempo suficiente para ponerlo en marcha. Aunque nada aseguraba que el rayo por sí solo fuera a acabar con la naga. Esperaba que al menos sí le afectara normalmente...

Lowen se cubrió el rostro ante la ráfaga de viento que le golpeó repentinamente, mientras gritaba una maldición impropia de un caballero, la cual quedó silenciada por la fuerza del viento y los gritos de la gutural bestia que apareció ante sus ojos. Lowenherz Bremer no era más que un campesino humilde que se había entregado a una causa justa y logrado un reconocimiento por ello. No sabía nada de magia, ni la mitad de la mitad de lo que podían saber un enano arcanista o un sacerdote versado en todo tipo de conocimientos. Y, sin embargo, de todos los allí presentes, parecía haber sido el único que había intuido que llevarle un cadáver putrefacto y rezumante de magia a un hombre-serpiente con una mano de elfo por amuleto era una mala idea.

- Como odio tener razón. - pensó, mientras echaba mano de sus pertrechos.

La criatura era realmente monstruosa, y todos y cada uno de sus apéndices parecían anunciar toda suerte de ponzoñas. Lo que, siguiendo la lógica de la promesa de la bestia, significaba que no usaría esos apéndices contra ellos. Pero Lowen no tenía demasiadas esperanzas en que el ser reparase en aquella sutileza. O en que le importase.

Decidió echar mano del escudo una vez más. Contra el minotauro había logrado repeler la ofensiva. Necesitaba toda la ayuda que pudiese reunir, acumular sus fuerzas en una ofensiva brutal, pero para ello tenía que recibir las bendiciones de su compañera, la fuerza de los que-shú.

- ¡Invoca a tus ancestros Lluvia! - gritó - ¡Necesito toda su fuerza para poder acabar con ese monstruo!

Aferró el poderoso escudo solámnico con la izquierda, y desenvainó su espada con la diestra, mientras retrocedía sin perder de vista al terrible oponente. Tendría que mantenerse firme para impedir que llegase hasta sus compañeros.

El guía de vuestra expedición parece visiblemente alterado con lo sucedido y, aunque habla apresuradamente en su lengua racial, está claro que está tan decidido como vosotros a presentar batalla a vuestro enemigo común. No tarda en echar mano a su hacha de batalla y a su pesado escudo de madera, mientras avanza desde la retaguardia para colocarse directamente delante de Lluvia Estelar, determinado a protegerla con su vida.

Buscando también la cobertura del hombre-lagarto, Kylian retrocede al tiempo que implora la protección divina de su patrón celestial, extendiéndola sobre todos aquellos que se encuentran junto a él. Y otro tanto hace la mística que-shu, inspirándoos a todos con la promesa de que los espíritus del pantano os serán favorables en la batalla.

Por su parte, el pequeño dragón de latón disfrazado de leoncito solo alcanza a mirar embobado la transformación que ha tenido lugar y preguntándose si a él también le hubieran salido brazos adicionales de haber tocado la escama.

En cambio Thorwyn, sintiendo que esta noche la magia hierve en sus venas, no solo no desdeña el peligro sino que avanza con determinación hacia él, protegido por su inmaterial armadura arcana y recitando un encantamiento tras otro anticipando las acciones de la naga.

Tal vez por eso, el arcanista enano sea el único que no se sorprende cuando vuestro adversario se esfuma ante vuestros ojos por medio de un nuevo sortilegio de invisibilidad. Y, aunque Enrielle intenta alcanzarla con un disparo, para cuando la flecha llega hasta el lugar que ocupaba la naga, ésta ya no se encuentra allí.

Siguiendo el consejo de Kylian y su propio sentido común, Lowenherz embraza su escudo encantado y retrocede lentamente, alerta, temiendo que en cualquier momento la invisible amenaza se cierna sobre él. Sabe bien que los héroes nunca huyen en desbandada, si se tienen que retirar lo hacen ordenadamente y defendiendo a toda costa a los compañeros situados en retaguardia.

A diferencia de Iblirack, quien actúa rápidamente ante el evidente peligro que supone la naga, los otros dos bakali se quedan paralizados por el miedo. Desarmados como están, ninguno de ellos quiere ser el primero en enfrentarse a vuestro nuevo y mejorado oponente.

Enrielle parpadeó, y la enorme criatura ya había desvanecido en el aire. Maldita fuera mil veces.

La exploradora afinó el oído y esperó, pero la maldita catarata ahogaba cualquier ruido que pudiera hacer al deslizar su asqueroso cuerpo serpentino. Así pues, observó el terreno con detenimiento mientras movía el arco tensado de un lado a otro barriendo la zona. Intentaba detectar el movimiento de alguna piedra, rama o charco que hubiese en el suelo de aquella maldita isla y que delatara su posición. Por fortuna o por desgracia, aquel monstruo se había vuelto más grande y sería más fácil de alcanzar, pero si también se había vuelto más sigiloso aún tendría que cambiar de táctica.

Que la naga se vuelva invisible no debería sorprenderme, pero lo hace. Está claro que continúo menospreciando la amenaza que supone para nosotros esta criatura. Sigo pensando en ella como en un ser bestial como la mayoría de las criaturas que hemos enfrentado, en alguien que se lanzará contra nosotros para destrozarnos, pero nuestro enemigo no es así. Es un ser taimado, inteligente y cauteloso. Es un mago y como tal solo podemos esperar de él estrategias que esperaríamos de nuestro propio arcanista.

Se esconde de nosotros porque él no nos subestima y, al igual que siempre hace Thorwyn, se dispone a levantar sus propias defensas sobrenaturales antes de dar el primer golpe. Nosotros somos más, pero él es astuto y no va a precipitarse sabiendo que de lo que somos capaces. Sabiendo que hemos acabado con una bestia tan brutal como ese minotauro corrupto.

No vamos a ganar esta batalla de forma rápida y sencilla como hemos ganado las anteriores. De hecho, ni siquiera estoy segura de que podamos hacerlo. Nos enfrentamos al enemigo más temible desde la dragona azul Ysalla, tal vez incluso más que ella porque es menos impulsivo y más racional.

—Vas a tener que acercarte más para que pueda imbuirte con la fuerza de mi pueblo —respondo a Lowen.

- ¡Oh Gilean, dame la fuerza necesaria para derrotar a mis enemigos! - Imploró el sacerdote. 

Sabía que para acabar con aquella criatura iban a necesitar algo más que la simple fuerza bruta de Lowen y ahí entraba él. Su bastón podía golepar con dureza a sus enemiga, aunque para eso tenía que verlos... ¿Tendría Thorwyn algún truco arcano con el que marcar el lugar donde se escondía la naga? Esperaba que sí. Había demostrado ser un enano de recursos hasta el momento y esperaba que no le decepcionara en esa ocasión.

Lowen lanzó una exclamación al ver cómo la criatura desaparecía ante su mirada. Aunque había visto realizar ese truco a Thorwyn, su mente rara vez trazaba planes considerando lo que la magia arcana podía llegar a lograr. Viendo al arcaísta enano a su altura, y temiendo un ataque del monstruo aprovechando la situación, siguió retrocediendo para agruparse con sus compañeros sin darle la espalda al lugar del que procedía el ser serpénteo, aunque sabía que este podía encontrarse en cualquier parte en ese momento.

- Retrocede conmigo Thorwyn, agrupémonos con el resto.

Su voz rezumaba tensión, y sus músculos permanecían tensos a la espera del golpe que le pudiese asestar aquel monstruo. Lowen se preparaba para contraatacar, pero no sabía ni a dónde ni cómo.

El enano maldijo entre dientes al ver desaparecer a la naga. Una vez más se volvía invisible. Su hechizo anterior, el de Impacto verdadero, quedaba por tanto inutilizado. Aunque ese hechizo podía superar ciertos grados de ocultación, debía poder ver algo para acertar. Y tenía una duración muy limitada. Thorwyn había desperdiciado su magia, la esperanza de descubrir dónde se encontraba era nimia. Se imponía un cambio de estrategia. No podía levantar un muro de fuego protector en el estrecho pasadizo de tierra que les separaba cuando se hizo invisible, ni disponía de hechizo alguno para deshacer esa invisibilidad, debería utilizar el ingenio.

Thorwyn descartó los abrojos, que cubrían demasiado poco espacio y cuyos efectos serían limitados y decidió que tenía un hechizo que, pese a no saber nada más que la trayectoria de la criatura, sí podría funcionar. Porque si la criatura se había vuelto invisible era para poder actuar libremente y atacar. Para atacar, ahora que disponía de brazos, seguramente recurriría al cuerpo a cuerpo, en el que sería mucho más potente físicamente que cualquiera de los débiles humanoides que nos habíamos congregado para convertirnos en su cena. Era demasiado grande para no pasar por ciertos puntos, así que, suponiendo una velocidad constante, algo más rápida que la que había observado estas horas que habían estado viajando juntos... eso colocaba a la naga a alcance de un hechizo de Manos ardientes. Sólo esperaba estar a tiempo.

El arcanista del grupo entonó y gesticuló de forma rápida y concisa, sin aspavientos ni florituras. Necesitaba un torrente de llamas cubriendo la máxima área posible en una determinada dirección y eso era lo que invocó, dadas sus limitaciones.

Acto seguido hizo lo posible por retroceder con Lowen hacia el resto del grupo, todo lo que sus cortas piernas de enano le permitieran. El grupo, por otro lado, se estaba convirtiendo a su vez en un estupendo blanco de hechizos de área...

- ¡Oh Gilean, protégeme de esta vil criatura. Que el escudo de la fé, me proteja de todo mal! - Imploró entonces el sacerdote. 

Tratando de agudizar sus sentidos, escuchó por tal de descubrir dónde estaba la naga. Estaba preparado pata el combatez, pero no sabía dónde estaba su enemigo y ese era des luego, un grave problema.

Tras lanzar su conjuro, Kylian dio un paso al frente, pues no estaba seguro de que el área de si defensa mágica alcanzar a sus dos compañeros y acercándose un poco a ellos, estaba convencido de que así sería. 

Enrielle sonrió triunfante al ver la flecha desaparecer, y al momento el gruñido de dolor. La sonrisa se le congeló en el rostro y la sangre se le heló en las venas al escuchar la feroz amenaza.

— ¿Lo quieres? ¡Vamos, ven a por él!  — consiguió chillar en respuesta, apuntando con el arco al lugar donde le había parecido escuchar la voz. Había disparado por instinto. ¿Dónde había disparado? ¿Se había movido o seguía en el mismo sitio? Maldita sea, no sabía que era mayor, si el miedo o el odio a aquel monstruo traicionero.

Lowen buscaba y aguzaba el oído, pero entre los gritos, la cascada, las flechas, y todo lo demás, no logró ubicar a aquel monstruo. Sentía sus músculos enardecidos por la ayuda ancestral que Lluvia había invocado sobre él, pero no veía a un enemigo sobre el que descargar su fuerza. Y lo peor: ese oponente al que no podía ver podía estar acechando en la cercanía, o preparando un nuevo y maligno sortilegio para descargar sobre ellos cualquier infortunio arcano.

- ¡Debemos agruparnos y avanzar juntos hacia la criatura! - gritó a sus compañeros - ¡Juntaos y cerrad filas! ¡Hay que acortar la distancia para que no pueda seguir invocando sus maleficios!

Miró momentáneamente a Kylian, indicándole con la cabeza que avanzase y se situase junto a Thorwyn. Luego se dirigió a Ilbrack.

- ¡Protege a Crikless! - intentó pronunciar el palabro del lagarto - ¡Guarda su espalda! 

Lluvia era la más importante de todos, pues era la única que podía devolverles de las garras de la muerte si el monstruo se cebaba con alguno de ellos. Su mirada volvió al frente, mientras mantenía la guardia alta y la espada en ristre, preparada para descargar un golpe si fuese necesario.

Thorwyn no hacía más que maldecir entre dientes desde que había comenzado el combate. La naga marcaba los tiempos, siempre adelantada un paso al arcanista enano. Un paso metafórico, claro, dado que no tenía pies... Primero el Impacto verdadero echado a perder porque se volvió invisible, luego el Manos ardientes lanzado al aire porque la naga había decidido escudarse en vez de lanzarse al ataque y ahora era invulnerable a los Proyectiles mágicos, que podrían saltarse al menos parcialmente su ocultación, gracias a su hechizo de Escudo.

Por fortuna al menos un componente del grupo había tenido el oído tan agudo como para localizar a la criatura y aún más, la destreza suficiente para alcanzarle con una flecha. El monstruo la había maldecido, aún invisible, pero aquello era toda una pista para saber por dónde andaba. Aunque de poco le serviría. El arcanista del grupo necesitaba un objetivo claro al que atacar. Como el resto del grupo, bien pensado.

Visto que de momento no sería posible atacar un blanco invisible, había que confiar en que acabaría desvelándose al atacar a alguno de los componentes del grupo, prepararse para lo peor, pedir a los dioses que quien fuera que recibiera el golpe lo encajara bien y contraatacar con todas las fuerzas. Thorwyn esperaba que al menos fuera un sencillo hechizo de invisibilidad y se desvaneciera al atacar.

Pero más allá de sus esperanzas (truncadas una y otra vez), había que protegerse y prepararse, así que el enano recitó las mismas palabras que acababa de pronunciar la naga, invocando para sí también un Escudo que le protegiera. Con su armadura y escudos de fuerza se había puesto prácticamente a la altura en cuanto a protección de los más acorazados guerreros.

Aún con la protección del nuevo hechizo, sabedor de sus limitaciones como luchador, Thorwyn retrocedió otro poco, a la seguridad de la compañía del resto de héroes, mientras echaba mano a su fiel ballesta...

Lo que Enrielle es capaz de hacer a mí me resulta increíble, inimaginable. Acertar a un objetivo al que no podemos ver y apenas oír. Le guiño un ojo porque me faltan las palabras para demostrarle mi admiración y las voces de la invisible naga me recuerdan que tampoco es el momento de hacerlo. Todavía estamos muy lejos de poder felicitarnos.

—Iblirack, necesitamos que lideres a tus camaradas bakali —me invento, más preocupada por su seguridad que por contar con más manos para hacer frente a nuestro enemigo—. Necesitamos que os hagáis fuertes en el puente de piedra que tenemos detrás y mantengáis la posición. Así estaremos prevenidos si la naga intenta escapar de nosotros y podréis arremeter contra su retaguardia si se le ocurre rodearnos y atacarnos a traición. Sé que eres un héroe y que quieres combatir en primera línea, pero tú me has enseñado que todo lo relacionado con la guerra es valiente con independencia de en qué posición se libre.

Le impongo mis manos en su escamoso pecho.

—Oh, Gran Bisonte Ayání. Oh, Padre Njiljeeh —invoco en un susurro reverencial a los espíritus de la caza a los que mis ancestros han rendido culto desde la noche de los tiempos—. Concededle vigor a este bravo cazador y guiad su brazo para que sus golpes sean potentes y certeros. Yo, Lluvia Estelar de la tribu de los Que-Shu os lo imploro.

El caudillo bakali parece debatirse entre las indicaciones de Lowenherz y Lluvia Estelar mientras ella le imbuye con el poder de sus espíritus. No quiere contravenir los deseos de la mística que-shu, a quien considera un avatar divino, pero tampoco quiere dejarla sin más protección que la vuestra.

—Iblirack se queda y protege con su vida a Krik'k lettz —afirma finalmente, asintiendo al caballero de Solamnia y golpeando su pesado escudo de madera con su hacha de batalla en un gesto de desafío para cualquiera que quiera poner en duda sus palabras. A continuación se gira y comienza a impartir órdenes a la pareja de huidizos hombres-lagarto en su idioma natal.

Los demás también os mantenéis alerta, en guardia, juntándoos los unos a los otros para formar un frente compacto siguiendo más o menos las indicaciones del solámnico. Ninguno oís a vuestro enemigo aproximándose a vosotros, pero os mostráis prudentes y Lowenherz continúa propinando espadazos al aire en tanto que Enrielle ensaya algún otro disparo a ciegas, por si acaso.

Presa de una creciente frustración, Thorwyn cree oír algo amenazador y retrocede tan apresuradamente que a punto está de pisar a Jilhazhí en el proceso, haciendo que el pequeño dragón de latón dé un ágil saltito y gruña molesto.

En cambio, la exploradora del grupo sí cree percibir algunos sonidos bisbiseados que llegan desde algún lugar cercano al altar. El significado de las palabras, por desgracia, resulta indescifrable para ella.

A vuestras espaldas, Iklicae y su corpulento compañero se detienen en mitad del puente al escuchar las indicaciones de Iblirack. Se abrazan el uno a la otra y podéis ver que tiemblan visiblemente, pero dejan de retroceder y se quedan allí, manteniendo la posición.

Allí de donde vengo todos tenemos una fuerte independencia, así que estoy acostumbrada a que cada uno haga lo que le venga en gana a pesar de mis consejos. Por eso no me parece mal que Iblirack decida quedarse junto a mí y hasta me halaga que quiera hacerlo, aunque sea por razones equivocadas. No sé ya de qué manera explicarle que no soy la reencarnación de ninguna diosa. ¡Qué más quisiera! Así no estaríamos metidos en este lío.

—Me parece un gran plan, Lowen —coincido con mi apuesto campeón solámnico—, si conseguimos arrinconar a nuestro enemigo junto al altar, tal vez logramos averiguar dónde se esconde antes de que tenga ocasión de lanzar todos sus sortilegios defensivos. Está claro que se está tomando con calma el momento de atacarnos y no es precisamente por bondad, eso es seguro.

- Bien. - Dijo de forma escueta el sacerdote avanzando junto a Lowen.

Justo entonces chasqueó la lengua fastidiado. Acababa de olvidar que la protección que había invocado, el escudo de la fe que Gilean le concedía, no funcionaba del todo bien con el círculo mágico de protección que había lanzado previamente. No obstante, ya estaba hecho y no podía volver atrás. 

- Idiota... - Pensó. - Mejor será que no lo sepan... - Se dijo a si mismo avergonzado en referencia a sus compañeros.

- Tii'Mhut... - Activó entonces los guantes que portaba, para conseguir que sus ataques fueran más diestros y dolorosos, aunque... para atacar tendría que ver donde se encontraba la criatura y de momento le estaba resultando imposible.

Enrielle gruñó cuando vio su flecha caer al agua más allá del altar. 

— Está allí. — señaló vagamente con enfado. — El maldito sigue por allí, junto al altar.  Le escucho murmurar palabras extrañas... — asintió a Lowen— Bien pensado, avancemos. Estoy detrás.

Y avanzó tras sus compañeros, arco dispuesto y oído agudizado.

Thorwyn pasó de maldecir su incapacidad de hacer nada más que reaccionar ante la naga y no adelantarse a ella, a maldecir su incapacidad de detectarla. Era invisible, sí, pero eso no era excusa. Hablaba. Estaba invocando hechizos continuamente. Debería poder localizarla. Pero no, el ruido de la cascada e incluso el de sus propios amigos se lo impedía.

Un nuevo hechizo por su parte, esta vez uno para incrementar sensiblemente su destreza, se sumó a los que afectaban al theiwar. De poco le serviría si le atacaba una criatura invisible, pero bien le podría servir para mejorar sus posibilidades de acertarle con la ballesta si en algún momento volvía a hacerse visible.

Tras el lanzamiento del hechizo, pese a su mal humor, el enano se plegó al plan del guerrero del grupo y se colocó tras Lowen. Eran lentos, pero avanzar de esa manera les permitía invocar el poder de sus diversas magias (tres tipos, nada menos) para ayudarles en la tarea que estaba por venir: acabar con aquella malvada naga mutante. Su avance dejaba poco hueco a la naga para que se escapara, aunque a decir verdad lo peor era la seguridad de que no era precisamente eso lo que quería.

─Ballesta cargada y lista ─informó al grupo en general.

Lowen vio cómo sus compañeros se agrupaban en torno a él, dejándole en la vanguardia. Por primera vez desde que viajaban juntos, habían logrado formar un frente coordinado ante una amenaza. Asintió con decisión, enardecido por los gritos de la batalla y por la sensación de tener la responsabilidad de conducir a sus compañeros hacia el enemigo. Enrielle señalaba una posición cercana, y Lowen, a falta de ser capaz de oír nada, decidió confiar en el criterio de la exploradora.

- ¡De acuerdo, avancemos juntos ahora! - exclamó - ¡No os separéis! ¡Guardad vuestro costado!

El solámnico mantuvo el escudo en ristre, y comenzó a avanzar sintiendo junto a él la presencia de sus amigos. Así debían sentirse los caballeros de Solamnia cuando cargaban, como una sola entidad, contra los malvados enemigos. La excitación creció en su interior, mientras se mantenía en guardia a la espera de que el monstruo atacase.