Partida Rol por web

La exploradora de la Legión de Acero no se da por vencida. Su carcaj cada vez está más vacío de flechas con punta de acero, pero todavía tiene unas cuantas con cabeza de hueso regaladas por los bakali de Mohrlexctlan. Dispara una vez más pero, uno tras otro, sus proyectiles se estrellan contra el escudo mágico que rodea a la naga.

Lowenherz rebusca entre su saquito de monedas y arroja un puñado de ellas al suelo, bajo la naga, confiando en que su sonido le alerte de la posición real de su adversario. Por desgracia, una vez más su mangual solo golpea el aire allí donde parece encontrarse su enemigo.

Por su parte, Kylian no duda en aprovechar la posición de Lowenherz y del pequeño dragón disfrazado para golpear con saña la espalda de la naga. Su dios parece guiar su mano a juzgar por el quejumbroso alarido de su víctima.

Entretanto, la mística que-shu continúa echando en su saco todo lo que va encontrando mientras los lanceros fantasmales van desapareciendo rápidamente uno tras otro sin apenas haber logrado herir a la monstruosa serpiente. Para entonces, Lluvia Estelar ya ha reconocido cinco auras mágicas diferentes repartidas en las inmediaciones del altar. La más poderosa de ellas, emite un aura moderada de adivinación que se entremezcla con otra de magia universal de poder casi equivalente. La fuente de ambas auras en un par de pergaminos enrollados y semiocultos entre unas piedras.

Tras constatar el éxito de su último lanzamiento, Thorwyn decide perseverar en la estrategia y emplear su vial de fuego alquímico del mismo modo que acaba de hacer con el de ácido. Sin dudarlo, lo arroja al mismo lugar al que arrojó el anterior y las llamaradas salpican a la naga, causándole algunas quemaduras superficiales.

Resulta desconcertante escuchar al cachorro de león responder con una voz muy humana "estoy bien, mamá", antes de lanzarse de nuevo contra la daga con garras y dientes. Jilhazhí parece tener un sexto sentido para adivinar a dónde se va a mover la naga, pero eso no basta para que sus diminutas armas naturales inflijan daño alguno a la criatura.

Enfurecida por el bastonazo recibido, la gigantesca serpiente se gira hacia Kylian y, al hacerlo, descubre a Lluvia Estelar hurgando entre sus pertenencias.

—¡Asssquerossssa ladrona, deja lo que no essss tuyo! —ordena, antes de invocar dos nuevos rayos abrasadores que dirige respectivamente contra el clérigo de Gilean y la que-shu. Ambos impactan contra sus víctimas, causándoles importantes quemaduras, especialmente a Lluvia Estelar, quien ya había sufrido el impacto del relámpago.

- ¡Ya la tenemos! - Dijo un dolorido y chamuscado Kylian. - ¡Seguid así! 

De nuevo el bastón espíritual hizo el ridículo golpeando al aire y lo propio hizo el sacerdote, no alcanzando ni una sola vez a su enemigo. El combate no pintaba demasiado bien para ellos, pero ya habían logrado golepar a la naga y estaba convencido de que su suerte iba a cambiar en breve; tan pronto como Lowen conectara un buen golpe contra la bestia que trataba de eliminarlos.

Enrielle vio cómo dos llamaradas volvían a brotar del borroso monstruo, quemando a Kylian y a Lluvia Estelar. Sin cejar en su empeño, volvió a sacar una flecha tras otra para dispararlas. Antes de soltar la cuerda observó cómo Lowen lanzó algunas monedas en un desesperado intento por localizar a la naga. Afinó el oído y, efectivamente, escuchó como entre el tintineo de las monedas caer al suelo algunas chocaban con un ruido sordo.

Creyendo saber dónde estaba, Enrielle disparó de nuevo otras dos flechas, pero de nuevo resultaron en dos fracasos. Era inútil. Por más que lo intentaba la naga era invulnerable a sus flechas.

Dejó caer los brazos, cuyos músculos se resentían por el esfuerzo, pensando en desenvainar la espada. Debía cambiar de táctica antes de que alguien siguiese los pasos de Iblirack.

Ni siquiera tengo ocasión de girarme hacia la voz que me acusa de latrocinio antes de que las lenguas de fuego me alcancen por la espalda y me hagan caer de rodillas aullando de dolor.

Aprieto los dientes y mis ojos se empañan por las involuntarias lágrimas que ahora comienzan a resbalar por mis sucias mejillas. Ya he sido herida dos veces por los sortilegios de la naga y me temo que no sobreviviré a un tercero, pero soy una mujer tozuda y me resisto a darme por vencida ahora que estoy tan cerca de reunir todas sus pertenencias.

He descubierto cuántos tesoros mágicos oculta y es solo cuestión de tiempo que pueda hacerme con todos ellos. Un tiempo que mis amigos están pagando valientemente con su propia sangre.

Agarro el saco con una mano y uso una cuerda para atármelo alrededor de la cintura y arrastrarlo como puedo conmigo hacia el siguiente punto luminoso que percibo a través de las lágrimas. El más cercano que encuentre a la orilla.

—Si me matas y caigo al río, lo perderás todo —le advierto a mi atacante, demasiado ocupada para mirarle siquiera—. Ya has conseguido lo que querías: un maldito par de brazos. ¿Por qué no nos dejas marcharnos en paz? Teníamos un trato.

Sé que estoy siendo ingenua, incluso infantil, al esperar que este monstruo nos deje marchar sin más. Pero la alternativa parece ser la completa destrucción de nuestro grupo.

Thorwyn estaba empezando a actuar a la desesperada, su frente perlada de sudor, su ceño fruncido en grado superlativo. Necesitaban encontrar una solución a ese combate y derribar a la criatura golpe a golpe, con lo dificultoso que estaba resultando el saber dónde estaba y que sus protecciones mágicas cedieran al impacto de flechas u otras armas, se estaba demostrando un imposible.

Se imponía el pensamiento lateral. Todo lo difícil que era de acertar, era fácil de tocar, si uno ignoraba la mayor parte del espacio disponible. La naga estaba en un espacio de no más de 3 x 3 metros. Si hubiera dos personas empujaran a la vez desde el lado interior, sin duda toparían con ella y podrían desplazarla hacia el agua, tal vez lograr que cayera. Pero aquella cosa era demasiado grande y fuerte para que esa maniobra resultara viable.

─Un momento ─reflexionó para sí el enano─ Tal vez me podría transformar en una criatura... *humanoide* más grande. No, eso iba a resultar imposible. Alterar el propio aspecto no funcionaba así, aunque conseguir las duras escamas de los hombres-lagarto me podría ir muy bien. No divagues, ¡no divagues! Grande, agrandar... ¡El pergamino!

─Lowen, prepárate para deshacerte de la naga, este hechizo te ayudará...

Y sin más preámbulos, aún chamuscado, el enano volvió a rebuscar entre sus pertenencias en la mochila hasta extraer de ella un pergamino que contenía un ahora valiosísimo hechizo: Agrandar persona. Había sido un regalo de los cultistas cuando éstos creían que estaba de su parte. Por supuesto, no lo desdeñó, sabedor de que uno nunca sabía cuándo podía necesitar algo así. Este era el momento.

Thorwyn volvió a entonar una retahíla de palabras arcanas, leyendo el pergamino y finalmente apuntando en dirección al guerrero del grupo por excelencia, cuyo tamaño estaba a punto de verse incrementado notablemente.

Lowen prestó atención al sonido de las monedas, tratando de guiarse por él. Se dio cuenta de que la mujer-serpiente alternaba su posición real con su imagen, y utilizó aquello para descargar un golpe a ciegas sobre un objetivo. Por primera vez en aquel enfrentamiento, su mangual topó con algo... y rebotó miserablemente arrancando un estruendo sordo. Sus amigos acumulaban heridas, y él era incapaz de herir a semejante monstruo. 

Fue entonces cuando, para su sorpresa, el mundo comenzó a encoger a su alrededor. O más bien, él empezó a crecer. Thorwyn le gritaba algo de deshacerse de la naga, pero el solámnico observaba a su alrededor desconcertado. Sin embargo, aquel tamaño abría nuevas posibilidades: el monstruo estaba acorralado, con el río a su espalda. ¿Podría aquello ser una oportunidad?

Los dos últimos proyectiles disparados por Enrielle son esquivados por la naga, mientras en la exploradora de la Legión de Acero crece la frustración y la desesperanza. Nunca antes se había encontrado a un adversario que no temiera sus mortíferas flechas, pero a este paso empezaba a temerse que terminaría vaciando sus dos carcajes sin haber logrado acabar con vuestro enemigo.

Tampoco la fortuna de Lowen es mayor. Hasta el momento no ha sido capaz de alcanzar ni una sola vez a la descomunal serpiente y esta tendencia se perpetúa en el tiempo sin que ninguna de sus estrategias le haya reportado hasta el momento el tan deseado triunfo.

Al ser impactado por la magia de la naga, las ilusiones de victoria de Kylian se disipan tan deprisa como lo hace el bastón espiritual conjurado. Tanto su suerte como la ayuda de su dios parece insuficiente contra un enemigo tan formidable como este y los bastonazos que no fallan, se estrellan indefectiblemente contra sus mágicas defensas sin causarle daño alguno.

Por su parte, Lluvia Estelar continúa tozudamente desvalijando a la naga a pesar de saber que eso es prácticamente una sentencia de muerte. O tal vez precisamente por eso, para mantener a la criatura distraída mientras sus compañeros intentan deshacerse de ella. Situándose peligrosamente cerca del abismo, la mística que-shu recoge del suelo una piedra de apariencia vulgar; una que parece estar rota y ser la mitad de otra original de mayor tamaño y en la que de otro modo nunca se habría fijado de no ser por que los espíritus de sus antepasados insisten en iluminarla para ella con una luz anaranjada de la escuela de evocación. No muy lejos, oculto bajo un pequeño montículo, Lluvia descubre la ubicación del último artefacto mágico escondido por la naga, algo que tendrá que desenterrar pero que emite un aura moderada de conjuración.

Pero el arcanista del grupo tiene asuntos más importantes que atender que el saqueo del lugar. Su mente brillante traza a toda velocidad un plan tras otro, descartándolos rápidamente en favor de uno mejor hasta que recuerda que tiene en su poder un pergamino que le regalaron los cultistas. Un pergamino con un conjuro que podría ser decisivo para alzaros con una improbable victoria y cuya magia no duda en desencadenar sobre el caballero de Solamnia, haciendo que crezca hasta duplicar su tamaño.

Jilhazhí ni siquiera se da cuenta de lo que está sucediendo con su "papá", porque está demasiado ocupado esforzándose por proteger a su "mamá"; aunque esa protección hasta el momento haya resultado tremendamente ineficaz. Sus colmillos muerden en aire y sus garras arañan las negras escamas sin atravesarlas y sin que la naga ni siquiera le preste atención a pesar de sus furiosos y adorables gruñidos.

La amenaza de Lluvia Estelar y el repentino crecimiento de Lowenherz hace que la naga se replantee sus objetivos a corto plazo y opte por lanzar dos nuevos rayos abrasadores al acrecentado caballero de la Corona y al responsable de este sobrenatural estirón. Nada pueden hacer ninguno de los dos para evitar las ardientes llamaradas conjuradas a tan escasa distancia y, aunque Lowen consigue mantenerse en pie a duras penas, Thorwyn se revuelca por el suelo tratando de apagar las llamas antes de quedar allí tirado con su cuerpo abrasado y humeante.

La magia de la naga le alcanzó en el pecho, una terrible llamarada que le hizo gritar de dolor y arrancó un olor a chamusquina de su piel. Alguien más había gritado a sus espaldas, probablemente Thorwyn, pero Lowen no estaba seguro.

- ¡Ayudadme a empujarla! - gritó el solámnico - ¡Hay que echarla al río!

Las heridas le escocían, y Lowen podía intuir las garras de aquel monstruo ocultas por la magia que lo rodeaba, sospechando que si avanzaba sobre él, pronto sufriría las consecuencias. Pero la situación era desesperada, y su nuevo tamaño le daba una oportunidad que no habían tenido hasta ese momento. Renunciando al mangual, se abalanzó hacia delante, abarcando el espacio con los brazos y embistiendo como lo había hecho contra uno de sus hermanos en las muchas peleas en el patio trasero de su hogar.

Kylian viendo como el intento de Lowen de empujar a la naga queda en una mísera pérdida de tiempo, decidió tratar de golpearle de nuevo. Por primera vez pudo localizar mediante su oído a la criatura y eso le dio alas. 

Dos nuevos bastonazos fueron lanzados contra esta y de nuevo ambos fallaron de forma estrepitosa. Kylian solo entonces comprende que tratar de negociar con la naga ha sido una completa equivocación y que Gilean no debe estar contento con él. Su destino probablemente está sellado y sólo queda tratar de sobrevivir, aunque no sabiendo muy bien como. 

- ¡Golpéala! - Le gritó Kylian a Lowen. - ¡Es la única manera! ¡Debe estar malherida!

Me giro al escuchar el grito de Thorwyn y lo veo tirado en el suelo, con su cuerpo abrasado, inmóvil y humeante. Un poco más allá, descubro el cuerpo de Iblirack, colgando sobre el precipicio. No había reparado en él y ahora me siento culpable por ello. Dos veces le había salvado ya de la muerte pero le he fallado en esta ocasión. Incluso aunque mi magia todavía pudiera hacer algo por sus heridas, mi cobardía me impide acercarme hasta él sabiendo que la naga me interceptará con un nuevo rayo a mitad de camino.

Con mi carga, sé que no voy a conseguir llegar muy lejos antes de que la naga lance su próximo conjuro, pero me obligo a llegar hasta Lowen. Confío en él, confío ciegamente en él, siempre lo he hecho, mi caballero solámnico de reluciente armadura. No importa lo que me ocurra, él debe sobrevivir para cuidar de nuestro Jiłhazhí.

—Sahanahráy-iiná, no te pido por mí, sino por mis amigos. Sana a este campeón de la Luz, te lo suplico.

— ¡Thorwyn! — chilló Enrielle — ¡No, no, no...!

Todo había salido mal. Habían caído en aquella terrible trampa y ahora los demás lo estaban pagando con sus vidas.

De algún modo sobrenatural, Lowen ahora era un mozo enorme que forcejeaba torpemente para empujar a la naga al agua. Miró al enano, horrorizada al verlo manotear débilmente hasta quedar inerte.

Se arrodilló junto a él y lo giró bruscamente para ponerlo boca arriba. Sacó frenética una de sus redomas curativas, la descorchó con los dientes y de un violento golpe metió la boca del recipiente en la del enano, vaciando el contenido.

— ¡Braokoo, Iklicae! — rugió fuera de sí, haciendo señas — ¡Traed vuestros escamosos culos y sacad a Thorwyn de aquí!

Pero desde la distancia prudencial a la que se encontraban dudaba que hicieran nada salvo huir, aquellos dos.

En cuanto ve a Thorwyn caer, Enrille no lo duda un segundo y se apresura a darle de beber al enano una de sus preciadas y escasas pociones curativas. El arcanista theiwar no vuelve en sí, pero al menos deja de agitarse convulsamente y parece sumirse en un letargo tranquilo.

La exploradora de la Legión de Acero llama a voces a la pareja de hombres-lagarto y les hace señales inequívocas de que se aproximen. Ellos se miran reticentes y por un momento fingen no comprenderla pero tras unos momentos de vacilación y de conversar entre sí apresuradamente, Braokoo comienza a acercarse con mirada asustada mientras su compañera continúa custodiando el puente.

Persuadido por Thorwyn de que vuestra única esperanza pasa por arrojar a la naga al río, Lowenherz trata de apresarla y empujarla pero siente cómo el resbaladizo cuerpo de la serpiente escapa entre sus torpes y sobrenaturalmente largos brazos con gran agilidad.

Haciendo caso omiso de la petición de ayuda de su camarada solámnico, Kylian persevera en sus bastonazos contra la naga. Por desgracia, sus golpes cortan el aire una y otra vez sin conseguir alcanzar a la esquiva criatura, cuyos conjuros protectores parecen ser mucho más efectivos que los vuestros.

Consciente de que sus amigos la necesitan, la mística que-shu abandona la búsqueda de tesoros ajenos y regresa a la refriega sabiendo que, alejándose de la orilla, no tiene ninguna esperanza de ser indultada por la naga. Sin embargo, está decidida a anteponer la vida de Lowen a su seguridad personal, por medio de un nuevo sortilegio que alivie las dolorosas quemaduras de su amante y que ella misma sufre al menos en igual medida que él.

Ajeno al devenir del combate, el arcanista enano se debate entre la vida y la muerte mientras el tozudo dragoncito persevera con sus desesperados y estériles ataques contra la naga. A pesar de sus denodados esfuerzos por atraer sobre sí la atención de la monstruosa serpiente, ésta apenas se ha fijado en él durante la batalla y tampoco ha tenido verdaderos motivos para hacerlo hasta el momento.

La pérfida criatura sabe reconocer la oportunidad y, tan pronto como ve que la amenaza de la mística que-shu sobre su tesoro se desvanece, no duda en lanzar otros dos proyectiles ardientes contra la angustiada pareja de enamorados decidida a acabar con ambos de una vez por todas. El caballero de la Corona consigue mantenerse en pie a duras penas pero Lluvia Estelar es incapaz de aguantar este nuevo castigo y se desploma de espaldas con el pecho abrasado.

Lowen seguía trabado con aquel terrible monstruo, que, invocando su magia, le abrasó una vez más el pecho. Sus manos hacían por agarrarlo, pero su piel era resbaladiza e inasequible, tanto como lo había sido el monstruo a lo largo de toda su lucha. El cansancio y la desesperación le superaban, y el grito de Lluvia le hizo comprender que sus andanzas se acercaban peligrosamente a su fin. No vería ya más a sus hermanos, ni a sus padres, ni se enorgullecerían de sus logros y hazañas. Sabía que aquello era el justo castigo por no haber obedecido a sus instintos, por haber permitido que se celebrase aquel ritual maligno contra todos los principios por los que había jurado. Sir Lowenherz Bremer, indigno Caballero de la Corona, moriría en aquellos humedales tras haber faltado al más básico principio y haber contribuído con sus armas al despertar de una monstruosidad infecta.

El desánimo cundía en él, mientras el pequeño dragoncillo seguía intentando morder a la naga. Lo habían arriesgado todo: a la cría de dragón, su misión, todas sus averiguaciones. Su muerte ni siquiera serviría de nada, quizá tan solo para exponer a aquella criatura a la influencia del mal, o condenarla a la muerte. No llevarían sus descubrimientos ante el Consejo. Nada. Lowen no podía permitirlo. Su muerte estaba bien, si servía a un bien mayor. Aún había alguna esperanza.

- ¡Enrielle! - gritó - ¡Coge a Gilyasí! ¡Sálvalo y sálvate tú! - jadeaba por el esfuerzo, sintiendo que el pecho le estallaba de dolor - ¡Debes contar lo que hemos visto al consejo! ¡Vamos! ¡No aguantaré mucho más!

Sus pies resbalaban, sus manos sudaban, todo le pesaba. Debía resistir un minuto más, medio, lo que fuese. Metió su pierna derecha entre el dragoncillo y la naga, estorbándole para que no pudiese continuar con su ataque, apartándolo de la refriega. Aquello era lo más importante en ese momento.

Viendo como Lowen seguía siendo incapaz de empujar a la bestia, Kylian volvió a intentar atacar a la naga de forma desesperada. Dar tiempo a sus compañeros a que se replegaran era lo mínimo que podía hacer por ellos. De nuevo falló de forma avergonzante. 

- Gilean, me has abandonado. ¿Por qué? - Se preguntó entristecido. 

Una cosa era fallar, pero aquello parecía fruto de un maleficio o directamente producto de la intercesión de un dios. ¿Era posible que Gilean deseara que la naga viviera? Eso parecía. Puede que los caminos de la neutralidad así lo necesitaran.

La poción que había administrado al pobre Thorwyn sólo sirvió para alargar lo inevitable, y Enrielle apretó los puños con frustración de no poder hacer nada más. Permanecía de rodillas junto al desafortunado enano theiwar, a punto de introducir la mano para utilizar otra de sus redomas, cuando un nuevo rayo abrasador le hizo alzar la cabeza en un rictus de verdadero terror. Entonces fue cuando la exploradora vio con horror cómo Lluvia Estelar caía de espaldas, asesinada por la naga.

— Lluvia... — el nombre se le atragantó en el nudo que se le había hecho en la garganta, y en su pecho notó cómo algo se hacía añicos. A pesar del poco tiempo que llevaban viajando juntos, Enrielle había encontrado en la mística una amiga fiel, valiente, y con un corazón como jamás había visto en el mundo. Y ahora yacía muerta y humeante a escasos metros de ella.

Se llevó las manos al rostro y lo arañó, y de sus pulmones brotó un grito de rabia, frustración y terror. En un momento, la valiente y curtida exploradora se había convertido en una niña asustada. No tenía fuerzas para coger el arco, ni para sacar la espada, ni para dar de nuevo otra poción al pobre Thorwyn. ¿Para qué? Todo estaba perdido.

Pero entonces Lowen gritó su nombre con una voz extrañamente grave debido a su enorme tamaño y la arrancó del inmovilismo suicida en el que se había sumido. Enrielle miró a Lowen entre la bruma de lágrimas que afloraba en sus ojos. Lo veía forcejeando malherido, al borde de sus últimas fuerzas. La instaba a coger el dragoncito y huir mientras él retrasaba a la naga entregando su propia vida. Enrielle se vio tan inspirada por el caballero que a punto estuvo de sacar ella misma su espada y luchar hombro con hombro para morir junto a él. Pero el joven caballero tenía razón. Ella aún podía escapar e intentar poner a salvo todo el conocimiento que habían adquirido para informar al consejo. Lo que debieron hacer desde el primer momento, como dijo el caballero.

Haciendo un esfuerzo inmenso para no lanzarse a una lucha y muerte seguras, Enrielle se puso en pie, saltó por encima del arcanista caído y agarró al pequeño dragón de latón que Lowen había apartado con una enorme pierna.

— ¡Nudillos! — llamó — ¡Gilyasí, ven conmigo por favor! — dijo al agarrarlo en contra de su voluntad con toda la fuerza que fue capaz. Dedicó una mirada de dolor a Lowen mientras el pequeño dragón se debatía en sus brazos — ¡Amigo mío, ten por seguro que lo protegeré con mi propia vida! — dijo al caballero de la corona con voz rota.

Entonces, abrazando al pequeño dragón con mayor fuerza aún si cabía y cerrando los ojos, saltó para zambullirse en la corriente de agua de sangre.

Siento la energía espiritual corriendo a través de mis dedos una última vez y sonrío. Sonrío porque con mis últimas fuerzas estoy acrecentando las de mi Lowen. Sonrío porque con mi sacrificio estoy dando a mis compañeros la oportunidad de sobrevivir. 

Y por eso, cuando el inevitable rayo de la naga me alcanza de nuevo, caigo al suelo sonriente. Ni siquiera soy del todo consciente de desplomarme hacia atrás. Es casi como si mis ancestros hubieran acudido a recogerme y a recibirme. Estoy en paz, siento que he hecho todo lo que he podido y no me arrepiento más que de mi propio ingenuidad al haber confiado en la naga. Casi todos los hicimos pero estábamos equivocados y ahora pagamos por ello.

Todas las criaturas de los Grandes Páramos lo harán y quién sabe si de todo Ansalon. El consuelo que me queda es convencerme a mí misma de que las Praderas de la Arena y mi propia tribu están muy, muy lejos de aquí y tal vez no resulten afectados por el mal que hemos desatado.

Abrasado y humeante, el cuerpo de Thorwyn decoraba aquella sala tintada de rojo no sólo con la luz de la luna, sino con la sangre de los ingenuos aventureros que creyeron poder enfrentarse con éxito a tamaña criatura. La naga les había superado a todos. Una vez más una criatura escamosa había acabado con las esperanzas de los héroes, dejando sólo a la legionaria y a la pequeña cria de dragón con vida, al menos de momento.

El arcanista, incosnciente sin haber siquiera acabado de arder, no había llegado a responder a la poción de Enrielle y el final, para él, era todavía más crudo. Sólo había contemplado el crecimiento de Lowen hasta un tamaño descomunal, a la altura del alcanzado por la naga, pero no su desenlace final. Tal vez fuera mejor así.

Pero si al menos Enrielle y Jilhazhí se salvaran, su sacrificio no habría sido en balde. Podrían informar de sus hayazgos, que no eran pocos, y de sus hazañas, que eran más y mejores de lo que aquel consejo de viejas glorias solámnicas que patrocinaron aquella aventura habrían esperado. Tal vez se lograra algo. Tal vez aquellas noticias propiciaran un movimiento decisivo que acabara salvando muchas vidas. Ojalá.

Perdida toda esperanza en una victoria sobre la naga, Enrielle prefiere dejar su futuro en brazos de las turbulentas aguas escarlatas que en sus propias capacidades y las de sus compañeros. Agarrando como buenamente puede al forcejeante Jilhazhí, la exploradora de la Legión de Acero se arroja al río en un acto de pura desesperación. Una y otro desaparecen bajo las aguas del río y la corriente los arrastra sin piedad, separándoles, mientras ambos tratan de salir a flote.

Más preocupado por la suerte de la pareja que por la suya propia, Lowen intenta mantener distraída a la monstruosa serpiente con un nuevo y desganado intento de arrojarla también a ella al furibundo torrente de agua carmesí. Embiste a la naga pero ella le devuelve el empujón con tanta fuerza que lo tumba de espaldas.

Inasequible al desánimo, el clérigo de Gilean continúa asestando bastonazos a la retaguardia de su monstruoso enemigo, pero incluso su fe inquebrantable comienza a resentirse cuando estos ni siquiera encuentran un cuerpo sólido contra el que estrellarse.

El pequeño dragón de Latón patalea en el agua, tratando de emerger a la superficie pero no es un gran nadador. Nunca le habéis enseñado, ni ha tenido necesidad de hacerlo, así que sus frenéticos intentos solo sirven para que cada vez se hunda más profundamente mientras la corriente lo arrastra lejos de vosotros.

Viendo cómo dos de sus presas se le escapan, la malvada naga apunta una vez más con sus afiladas garras y esta vez no es un relámpago lo que sale de ellas, sino cuatro pequeños proyectiles de un malsano color verde oscuro. Las infalibles saetas mágicas no tienen problema alguno en alcanzar a la pareja, incluso bajo las aguas, dividiéndose a partes iguales entre Jilhazhí y Enrielle; dos para cada uno.

Lowen vio cómo el monstruo se revolvía hacia Enrielle y el dragoncillo. Maldiciendo entre dientes, armó un nuevo golpe dirigido contra la naga, blandiendo el mangual con fuerza y descargando en él toda su ira. Pero las defensas de aquel monstruo eran completamente implacables, y su ataque sólo sirvió para arrancar un nuevo gañido metálico de las escamas. El sudor le corría por la frente, mientras trataba de posicionarse en el mejor ángulo posible para golpear al monstruo, o facilitar a Kylian que dispusiese de un buen ángulo.

En el momento de saltar, Enrielle supo que se había equivocado estrepitosamente, y lo confirmó cuando se zambulló en las aguas rojas. Desde arriba no le habían parecido tan turbulentas, pero una vez dentro la recolcaron con tanta violencia que, a pesar de tener agarrado a Gilyasí con todas sus fuerzas, éste se desprendió de sus brazos, destruyendo la promesa que acababa de hacer a Lowen de mantenerlo a salvo a costa de su vida.

Por ello, cuando recibió los dos dardos de energía, deseó que terminasen con ella de una vez, por necia. No fue así, sin embargo, de modo que aún tenía una oportunidad de enmendar el error y tratar de buscar al pequeño dragón en las aguas asesinas.

Abrió los ojos bajo el agua y lo vio todo de un horrible color rojizo oscuro. Debía encontrar a Gilyasí y ponerlo a salvo, a costa de su vida si era necesario. Estaba más que dispuesta a ello.

Son embargo, las aguas despiadadas la sacudían como a una muñeca de trapo. Ella se debatía, pero daba igual, todo estaba perdido ya.