Partida Rol por web

22 Sirrimont 433 AC

Poco antes de que salga el sol, aterrizáis vuestra fortaleza volante a las afueras de New Ports, en la zona boscosa situada al oeste de la población, tras un día y una noche completas viajando hacia el sur de Qué-Shu.

La villa costera tiene una empaliza de madera construida a su alrededor y aquellos que decidís acercaros a por provisiones debéis esperar al amanecer para que abra sus puertas a los viajeros. Dentro no se habla de otra cosa que de un castillo flotante que han visto algunos comerciantes que venían de Solace y de Gateway. Algunos se preguntan si no será la mismísima Torre de Alta Hechicería de Wayreth, aunque nunca se la ha visto tan al este ni tan al norte de los bosques de Qualinesti.

Ni Thorwyn, ni ninguno de los que le acompañáis en su transacción comercial, decís nada al respecto, lógicamente. Os limitáis a comprar nuevas provisiones para vuestro viaje y deshaceros de las bagatelas obtenidas en Tantallon, fingiendo ser comerciantes de la región.

A pesar de no ser una población muy grande, es bastante cosmopolita gracias a su relativa cercanía con el reino de los elfos, con Thorbardin y especialmente a su puerto, al que llegan viajeros de todas partes.

Mientras Thorwyn se dedica a mercadear con el nada desdeñable botín que habéis conseguido en vuestra última aventura, tú no puedes evitar curiosear y poner el oído en conversaciones ajenas mientras paseas por el puerto. Sabes que es uno de los mejores lugares de Ansalon para enterarse de cosas que ocurren por todo el continente.

Es ahí donde escuchas toda clase de rumores. Algunos hablan sobre la expansión de los goblins por el norteste, lo que confirma lo que ya habéis visto con vuestros propios ojos. Otros sobre los minotauros que han ocupado el antiguo reino elfo de Silvanesti, que ahora llaman Ambeon. Otros de las alianzas de los ogros de Kern y Blöde con algunas facciones de los caballeros de Neraka.

Nada concreto, solo habladurías, pero preocupantes por su número y las implicaciones que supondrían de ser ciertas: que prácticamente la mitad oriental del continente está en manos de fuerzas abiertamente enemigas del Imperio Solámnico y de sus aliados Ergothianos.

Un inesperado mensaje de Sombrasilente a través de la piedra de recado que ambos compartís te sobresalta tras varios días de silencio:

—Confirmo maza maldita en Thoradin, subastada por enanos. Cuidado si vais. Movimiento de caballeros de Darkhaven hacia el oeste para posible pacto con ogros.

Después de la noche de insomnio en Tantallon, disfruto enormemente de la sensación de seguridad que nos ofrece nuestra fortaleza al caer la noche, una vez que nos despedimos de mi pueblo. Podría dormir allí, entre los míos, pero siento que ya no pertenezco a este lugar. Siempre habrá un sitio en mi corazón para Qué-Shu pero he visto y experimentado cosas tan horribles que solo un muro de piedra y tres vueltas de llave hacen que me sienta a salvo.

He cambiado, no hay duda. Ya no queda ni rastro de esa muchachita de diecisiete años que hace solo unos cuantos meses decidió viajar por Ansalon persiguiendo sus sueños. Ahora lo que hago es huir de mis pesadillas y esconderme de ellas bajo un grueso edredón de plumas.

No me siento orgullosa, pero tampoco puedo avergonzarme. ¿Quién podría culparme después de todo lo que nos ha ocurrido?

Duermo. Duermo a pierna suelta después de encender la chimenea de mi dormitorio a pesar del calor del verano y de rogar al gran hermano Jóhonaa’éí, el espíritu del sol, que ilumine para mí toda la planta del torreón. Racionalmente sé que los seres de sombra no van a venir a llevarme esta noche, pero... ¿Cómo ser racional?

Por la mañana soy la primera en tomar los mandos de la Sala del Capitán del Viento y poner rumbo hacia donde Thorwyn me indica. En realidad no me importa dónde vayamos mientras que nos encontremos a docenas de metros sobre el suelo, donde la mayor parte de nuestros enemigos no pueden alcanzarnos.

Solo cedo el control de la fortaleza cuando la tensión que agarrota mis músculos se vuelve insoportable y vuelvo a recuperarlo poco después, una vez que me doy cuenta de que nuestra despensa está vacía y que lo mejor que tenemos para comer son las raciones insípidas de la bolsa mágica de Enrielle.

Una vez que sé que nos dirigimos a New Ports, el camino es fácil y aburrido de seguir. Línea recta hacia el sur por una interminable llanura que conozco a la perfección.

Dejo que otros se pongan a los mandos al caer la noche, sabiendo que la ruta no tiene pérdida y despierto con el ruidoso aterrizaje acompañado del crujido de docenas de árboles haciéndose pedazos bajo nuestra fortaleza.

Al igual que hice durante la última visita de nuestro grupo a Kalaman, decido quedarme aquí mientras Thorwyn se ocupa de tratar con los comerciantes locales. Las poblaciones "civilizadas" vecinas no siempre son particularmente amistosas con las gente de las llanuras y el sentimiento es mutuo. Se aprovechan de nuestra candidez y nos desprecian por nuestras tradiciones. Prefiero quedarme con Jiłhazhí.

Sé que mis amigos traerán todo lo que nos haga falta para la siguiente etapa de nuestro viaje y no me necesitan en la ciudad para nada.

El camino hacia New Ports fue monótono y aburrido. Lo cierto era que Kylian hubiera permanecido más tiempo entre los salvajes paisanos de Lluvia Estelar. Al parecer eran más civilizados que los kalamanitas y mucho más agradecidos. Al parecer, la desconfianza crecía a medida que aumentaba el cosmopolitismo, algo que por otra parte entendía.

Fuera como fuera, aterrizaron la fortaleza en un bosque y esperaba que de esa forma fuera suficiente para no ser localizados. Esperaba también haber pasado desapercibidos, pero fue empezar a caminar por la carretera y empezar a cruzarse con comerciantes y viajeros, cuando se hizo evidente que no fue así. 

- ¿No habría alguna forma de hacer desaparecer la fortaleza de la vista de todos? - Le preguntó en un susurro a Thorwyn. - Leí en un antiguo tomo que un arcanista logró hacer invisible una enorme estatua. David Cooper Field se llamaba, creo recordar...

Fuera como fuera, cuanto antes regresaran a la fortaleza mejor. Lluvia se había quedado cuidando de ella, pero prefería no dejarla sola demasiado tiempo. En la ciudad tenían que comprar principalmente provisiones, pero si podía, ella se haría con algunas cosas extra. Necesitaba combustible para su linterna y una varita de curación no les iba a venir nada mal, para cuando se les acabaran los conjuros a él y a Lluvia. Con mucha suerte igual la conseguían. 

─Ese tal Fyld debía ser un mago muy poderoso, Kylian. Ese hechizo... o ritual, queda lejos de mi abasto, lo siento.

A veces hablar con Brickstone le resultaba agradable a Thorwyn. Cuando dejaba a un lado, por un rato, su sempiterno discurso de la sagrada neutralidad de Gilean, era un hombre sabio lleno de conocimientos. Con voz aguda, gritona casi, y femenina. Pero nadie es perfecto.

Fuera como fuera, a Thorwyn le volvía a esperar una larga jornada de compras en la ciudad. Aquella era mucho más pequeña que Kalaman, sí, pero aún así, tenía un abanico de productos bastante variado de productos y las necesidades del grupo le llevarían a hablar con bastantes personas diferentes...

Sí, esa jornada necesitaría de la ayuda de Enrielle para organizarlo todo, empezando por la venta de "cacharros" de su última incursión, siguiendo por el traslado en su carro (tirado por las bestias de tiro estraídas de la bolsa de Enrielle) de todos los suministros. Pero al menos podrían disfrutar de una comida caliente, algo de buena cerveza y el calor y bienestar de una estancia mantenida en funcionamiento por otros.

─Yo invito, Enrielle, pero me tienes que contar de todos los magos, hechiceros y enanos que hayas conocido a lo largo de tu vida. Seguro que hay alguna buena anécdota.

El theiwar, siempre reservado, de pensamientos naturalmente lúgubres, rara vez soltaba la lengua. Pero aquel día, comerciando,  cargando mercancía, manejando dinero, estaba haciendo lo que le gustaba y lo cierto es que cada vez se sentía más a gusto con sus compañeros de viaje. Habían pasado demasiadas cosas para no ser así. Además, con lo de los espectros del olvido uno apreciaba la memoria de otra manera. Llegado el caso incluso podría compartir algo de su infancia con la arquera. Con moderación. Pero que empezara ella, al fin y al cabo su infancia sería mucho más corta que la de un enano...

Klunurig apenas se percató de que la fortaleza había aterrizado de nuevo. Tras la celebración con los que-shú, se había vuelto a encerrar en su torreón, donde se afanaba en regar plantas, moldear nuevos maceteros, llenarlos con barro y tratar de plantar allí algún que otro matorral recogido de las llanuras. El druanti no paraba de sorprenderse de lo distinta que era la vegetación en aquellas tierras con respecto a su hogar, y todo el tiempo deseaba llevarse ejemplares.

Lo que más regocijo le produjo en esos días fue plantar aquel impresionante roble. Se había dedicado a escarbar un agujero en la roca con las manos desnudas, enterrando allí la semilla, y añadiéndole agua. El roble emergió del suelo como de repente, creciendo por fuerza de alguna forma de magia natural que se parecía mucho a la que el pantano imbuía en sus plantas a través de sabios como él o Tzuga Chanti, pero distinta. Después de ver aquel prodigio, el druanti estuvo riendo como un loco durante media hora.

Klunurig apenas hablaba, y, cuando le preguntaban algo, respondía con gruñidos distraídos. Se alimentaba a base de unas bellotas que sacaba de un extraño saco, el regalo de Tzuga Chanti, aunque a veces iniciaba sus extraños cánticos, y las plantas y arbustos de su torreón florecían instantáneamente, mostrando unos exhuberantes frutos de intensos colores, cuya comestibilidad era más bien dudosa. Y en eso se entretenía y pasaba las horas el bakali.

Cuando Thorwyn se dirigió a ella la legionaria salió de su ensimismamiento y levantó la mirada de la jarra que tenía delante. Había estado acompañando a su amigo enano durante buena parte de la mañana para ayudarle a comprar y cargar los suministros en la carreta, pero durante un momento de larguísimas negociaciones se había ausentado para dar un paseo por los muelles. Comprar con Thorwyn era una actividad muy entretenida, pero ciertamente esos momentos de tira y afloja para cerrar un trato y rascar unas míseras monedas impacientaba a la muchacha, que pensaba que esas monedas no merecían el tiempo dedicado. No se lo echaba en cara, pues raro sería lo contrario en un enano, y simplemente se iba a aprovechar el tiempo como ella consideraba mejor.

Y en los muelles, si uno mantenía los ojos y oídos abiertos, siempre había algo que sacar. Y en eso estaba pensando, preocupada que apenas se daba cuenta de lo mucho que echaba de menos estar sentada en una taberna compartiendo una bebida con un amigo.

Miró divertida a Thorwyn enarcando una ceja, extrañada tanto por la invitación como por las ganas de charla. Andar de mercadeo siempre ponía de buen humor a su amigo. Alzó hacia él la jarra que le habían llenado y derramó parte del contenido en su garganta. Cuando bajó la jarra cayó en la cuenta de que Thorwyn había pronunciado su nombre. Miró a los demás parroquianos disimuladamente, buscando alguna señal sospechosa al escuchar su nombre, pero a nadie parecía haberle importado en absoluto. Aun así, se hundió un poco más en el asiento.

—Pues si te soy sincera Thorwyn, no tengo mucho que contarte acerca de magos y hechiceros. — respondió haciendo una mueca. Se inclinó hacia delante hablando en voz algo más baja. — Puedo contar con una sola mano todos los que he conocido en mi vida y me sobran dedos. Uno eres tú, y al otro que conocí lo atravesé de parte a parte con cierto tridente no hace mucho.

»En cuanto a enanos... bueno, tampoco he conocido muchos. Pocas veces he salido de Kalaman, y tu gente no solía acercarse mucho a los muelles de la ciudad que yo frecuentaba. — sonrió divertida, mirándole de reojo — Oh, bueno, recuerdo una vez que desembarcaron a uno. Digo desembarcaron porque uno de sus empleados lo tuvo que bajar del barco como si fuera un fardo más. No sé de dónde venía, pero decían que el viaje en barco no le había sentado demasiado bien. Lo dejaron sobre una de las mesas de la posada y le dieron unas cuantas de estas. — alzó la jarra de cerveza — Cuando se le pasaron los temblores y recuperó algo de cuerpo pudo seguir con sus negocios. Pero unos días más tarde, cuando le tocó volver, se encerró en una de las habitaciones y se negó a salir. Creo que uno de sus empleados acabó echándole algo en la bebida, porque al final se lo llevaron de nuevo al barco tal y como había llegado. — rió alegremente, olvidando momentáneamente tanto pasar desapercibida como las preocupaciones que hacía unos momentos la mantenían ausente.

La risa se le cortó abruptamente cuando miró a Thorwyn, ceñudo, y Enrielle se mordió la lengua. Thorwyn siempre estaba ceñudo, de acuerdo, pero igual la historia no le había resultado tan divertida como lo era para ella. La muchacha dio otro trago a la jarra, incómoda.

— Esto... bueno, en fin. ¿Y tú? ¿En tu familia os dedicáis a lo mismo? ¿Y cómo llevas...? Ya sabes, tu prueba. — preguntó Enrielle bajando la voz. — A propósito, tenemos que hablar de lo que vamos a hacer después. Tengo información interesante.— lo miró significativamente.

─Los míos... no, no son como yo. Supongo que sabrás que los enanos son avariciosos, ávaros y testarudos, ¿verdad? Pues mi clan, los theiwar, además es mezquino. Confabulan, manipulan, engañan y mienten sin asomo de remordimiento con tal de conseguir lo que quieren. Viven en lo más profundo de la montaña y muchos nunca han visto el cielo abierto. Ni lo han hecho ni lo desean. Vemos muy bien en la oscuridad, pero la luz del sol hiere nuestros ojos. En cierta medida se podría decir que somos la antítesis de los llamados enanos de las colinas.

»Yo tuve suerte: venía de una familia pobre, así que me vi abocado a la exploración de viejas mansiones abandonadas y eso me salvó. Aprendí a colarme en lugares cerrados, a buscar y desactivar trampas y a pasar desapercibido. Pero durante los años que pasé rebuscando en la oscuridad topé con un viejo grimorio y fui lo bastante listo para aprendir por mi mismo. La magia no está bien vista entre los nuestros, pero hay montones de historias sobre poderosas armas y armaduras enanas, así que seguí por ahí.

»En cuanto pude salí al exterior. Fuera fue mucho más sencillo ganarse la vida. Aquí no hay theiwar para reclamar deudas de honor y oro heredadas de generación en generación...

─Y tú, ¿cómo acabaste siendo legionaria? ─preguntó el enano, eludiendo la pregunta sobre la prueba─ No me digáis nada todavía, no sé qué intereses hay en la torre. Cuanto menos sepa de momento, mejor.

Lo cierto era que el arcanista autodidacta estaba muy nervioso por la prueba. No conciliaba bien el sueño, su mente constantemente imaginando mil posibilidades, a cual más peligrosa y terrible, todas al abasto de los poderosos magos de la torre.

Por si fuera poco, luego estaba el otro asunto, el de los locos que querían resucitar una diosa malvada, aquella que había provocado la guerra más terrible que se recordaba. Thorwyn era todavía un infante cuando los sucesos de la Guerra de la Lanza, pero había sido algo tan trascendente que había trastocado el status quo de todo el continente de forma relevante y hasta límites insospechados. La gente, bueno, al menos los enanos y elfos, y aquellos humanos (ahora ancianos) que habían participado en ella y sobrevivido, todavía hablaban de la Guerra. O callaban, por miedo o por vergüenza. A nadie dejó indiferente.

Y ahora ahí estaban, a punto de presentarse ante la Torre de Wayreth viajando en nada menos que una de las fortalezas voladoras de aquella guerra. Con noticias sobre los planes de resurrección de Takhisis, unos planes que todo mago de la Torre estaría interesado en conocer, por diversas razones...

¿Qué garantía tenía de poder superar la prueba? ¿O de que no tratarían de arrebatarles la fortaleza? ¿O incluso de que no hubiera magos de la Torre interesados en acallar su relato sobre los planes de resurrección de la diosa de los dragones cromáticos? Ninguna. Era bien posible que por su egoísmo y ambición personal estuviera poniendo en peligro no sólo su vida sino también la de sus amigos. Era normal que no pudiera conciliar bien el sueño y que prefiriera eludir aquella pregunta de Enrielle. No estaba orgulloso de su decisión, pero también sabía que debía perseverar.

—Hmm-mm... — Enrielle volvió a dar un trago a la jarra — Vaya, tiene mérito que hayas aprendido por tí mismo. Pensaba que hacía falta un don y, bueno, un maestro que enseñe lo básico al menos. Es impresionante que lo hayas desarrollado tú solo viendo lo que eres capaz de hacer.

Acerca de los theiwar, sin embargo prefirió no decir nada. En general no, pero a veces su amigo dejaba ver el ramalazo theiwar...

—¿Yo? Pues... venía de sacudir a un tipo que le debía dinero a otro cuando Sombrasilente dio conmigo con el trabajo de velar por vuestros traseros en la Calzada de Haekel. Aunque al principio pensé que era amigo del putañero moroso y a punto estuve de sacudirle a él también, y entonces... oye, mejor te lo cuento en otro momento, ¿de acuerdo? Si ya hemos terminado deberíamos volver. Mientras estaba en los muelles la piedra mensajera ha hablado. —apuró lo que quedaba de bebida y miró a los lados para cerciorarse de que nadie metía oreja —Y me ha confirmado la localización de la subasta de cierto artefacto que nos podría interesar. —se puso en pie resuelta— Paguemos y vámonos.

24 Sirrimont 433 AC

Desde New Ports, ponéis rumbo al suroeste y no tardáis en adentraros en las tierras de los elfos occidentales: los qualinesti. Lo primero que llama vuestra atención durante la primera jornada de vuelo sobre el territorio boscoso es un impresionante lago alimentado por el río Rabia Blanca. Pero lo más espectacular no es el tamaño del lago, sino los torreones y cúpulas de cristal que emergen de su interior.

Thorwyn recuerda haber oído algo acerca de este lugar y de que los enanos de Thorbardin excavaron túneles para que los refugiados elfos pudieran abandonar su capital cuando ésta fue atacada por la Señora Suprema de los dragones Verdes, Beryllinthranox. Laurana, heroína de la Guerra de la Lanza y madre del rey elfo Gilthas, sacrificó su vida para acabar con la monstruosa dragona quien, en su caída, propició el derrumbamiento de los túneles subterráneos e hizo que las aguas sepultaran por completo Qualinost.

Resulta difícil imaginar que durante miles de años se alzara aquí una de las más magníficas ciudades de todo el continente y que ahora no quede nada de ella. A lo largo de toda la jornada no veis a ninguna criatura viva, aunque eso podría significar que no las hay o que se ocultan de vosotros.

No aterrizáis ni os detenéis en ningún momento, ni de día ni de noche, más que para relevaros a los mandos de la fortaleza volante.

Es cerca ya del mediodía en vuestra segunda jornada de vuelo desde que dejasteis atrás la villa pesquera de New Ports cuando Enrielle detecta movimiento en el bosque. Al principio piensa que tal vez se trate de animales pero su aguda vista no tarda en percatarse de la presencia de veinte o treinta goblins. Y no están solos, sino que parecen estar persiguiendo algo. Ese algo, termina descubriendo la exploradora de la Legión de Acero, son media docena de elfos.

Klunurig se encontraba en lo alto de los muros cuando Enrielle-flechamuerte dio la voz de alarma. El bakali gustaba de subirse a la muralla a ratos, para contemplar las aves que volaban a su altura, o vislumbrar desde arriba el paisaje cambiante bajo sus pies. Según le habían dicho, pronto sobrevolarían un inmenso bosque, algo que el druanti tenía enormes ganas de ver. Cuando por fin sucedió, Klunurig pasó largo rato observando con los ojos como platos, gruñendo por la impaciencia de descender a aquel nuevo lugar y poder examinar sus plantas y habitantes.

Lo que vieron, sin embargo, no le agradó en absoluto: la plaga pestilente de los goblins, de la que no parecía haber forma de librarse, infectaba también aquellas tierras. El druanti maldijo entre gruñidos, acercándose a la mujer-arquera.

- Debes preparar tus flechas-de-muerte. ¡Humph! Esos apestosos goblins, plaga-del-mundo que no puede ser erradicada, han de ser aplastados.

Por supuesto que Klunurig no explicó en qué modo harían tal cosa, pero pronto comenzó a cambiar de forma ante los ojos de Enrielle-flechamuerte.

—Sí... —respondió Enrielle mientras precisamente se pasaba la correa del carcaj por la cabeza y se lo ajustaba firmemente, asomada a las almenas— Si volamos bajo tal vez pueda alcanzar a alguno, pero corriendo entre los árboles va a ser muy complicado. Y siendo tantos no estoy segura de que la ayuda les llegue a tiempo a esos elfos. Hay que pensar en otra cosa... como arrojar sobre ellos a Makuwa. 

Mientras hablaba seguía asomada, observando la persecución desde arriba, o al menos lo que le permitía el denso bosque. Pero se giró con curiosidad hacia Klunurig para ver en qué se transformaría. Nunca había visto un cambiaformas, y ver cómo la carne del enano se estiraba imposiblemente, y dónde había pellejo con barro brotaban plumas era cuanto menos asombroso para ella.

─Podemos rescatarlos... ─dijo el enano, que se había incorporado discretamente al grupo y estaba mirando desde el borde de la torre─ Hay que decirle a Lluvia que descienda hasta la altura de las copas de los árboles. Podemos lanzarles la escalera de cuerda mientras les cubrimos con nuestras flechas y hechizos...

Rápidamente el arcanista estaba trazando un plan en su cabeza, incluso a sabiendas que Klunurig o Kylian iban a ir por libre. Aunque podía suponer sus intervenciones. Aunque no pudiera darles órdenes, sí podía adaptarse con sus hechizos a lo que harían los demás.

─¡Jiłhazhí! ¡Avisa a Lluvia que descienda hacia los árboles, por favor! ─exclamó hacia el pequeño latonado.

Ese hubiera sido un momento óptimo para probar su ballesta, pero tenía todavía un método mejor: localizar al jefe de los goblins y, Impacto verdadero mediante, convencerle de que no era una buena idea mantenerse a descubierto persiguiendo a los elfos con una buena saeta clavada en pleno tórax.

Puede que los elfos no fueran su raza favorita, pero, desde luego, los goblins sí estaban entre las razas que más detestaba. Lo que le daría qué pensar los siguientes días cuando mirara cara a cara a la enorme nariz ilusoria de Kylian, el gnomo de voz de goblin chillona...

- ¡Que rabia no tener nada para estos casos! - Gruñó con su voz chillona la goblin. 

Y es que todo su repertorio de conjuros estaban basados en el combate cuerpo a cuerpo y teniendo tan lejos a aquellos orejas picudas lo iba a tener difícil para ayudarles en lo más mínimo. 

- Tenemos que acercarnos. - Confirmó las palabras del enano. - Hay que hacer algo por ellos, eso está claro. - Afirmó. 

- ¿Pero qué? - Se preguntó a si mismo. 

Para él era evidente que en situaciones como aquella, los arcanistas tenían muchos más trucos que sacar de su chistera, que un sacerdote cómo él. No obstante, daría lo mejor de sí mismo por ayudar a aquellas gentes que a priori, parecían ser las más inocentes. Aunque... ¿Restauraría el equilibrio con aquella heroicidad, o más bien lo decantaría hacia un lado de la balanza? Fuera como fuera, el odio que tenía hacia los miembros de su propia raza, decantó la decisión.

No puedo evitar reírme cuando Jiłhazhí entra corriendo en la Sala del Capitán del Viento (hay que buscarle un nombre más corto) y me dice que ha visto elfos en los bosques de Qualinesti. ¿Qué otra cosa esperaba encontrar aquí? Pero mi risa se extingue cuando añade que hay goblins persiguiéndoles.

Los goblins han sido tradicionalmente una plaga que puede encontrarse en cualquier parte de Abanasinia, pero las fronteras del reino de los elfos occidentales solían estar vedadas para ellos. La situación debe ser realmente mala cuando los trasgoides entran y salen a capricho.

Con una vegetación tan frondosa, encontrar un claro en el que aterrizar la fortaleza resulta casi imposible e incluso descender demasiado es una odisea debido a los altos árboles que crecen aquí. Dañarlos me preocupa, pero no tanto como dañar de forma irreversible los cimientos de nuestro hogar.

Miro hacia arriba, hacia el techo que contiene el mapa geográfico de la zona, buscando un lugar seguro donde posarnos o por lo menos desde el que mis amigos puedan bajar usando nuestra nueva escala de cuerda.

La fortaleza no tardó en avanzar descendiendo lentamente hacia los árboles. Lluvia Estelar era prácticamente quien más horas de vuelo había acumulado, pero tuvo cierto temor de que la fortaleza se precipitara sobre los enormes árboles y se desmoronara.

—Bien pensado Thorwyn, porque no parece que podamos aterrizar por aquí y no los vamos a dejar a su suerte. Pero hay que hacer algo porque se mueven muy rápido...

Enrielle se asomó entre las almenas y acanaló las manos para hacerse oír.

—¡Eh, los de abajo! ¡Aquí! — agitó una mano en el aire, aunque la presencia de un castillo volador ya debía ser lo suficientemente llamativa —¡No os alejéis, elfos del bosque, vamos a descender! ¡Y vosotros, estúpidos pieles verdes!—rugió con fiereza a los perseguidores —¡Esfumaos de aquí u os despedazaremos! ¡Somos el Vendaval de Muerte! ¡Comemos goblins para desayunar!

Algo que, en el caso de Klunurig, podía ser perfectamente cierto.

La fortaleza volante desciente leeeentamente, doblando las copas de los árboles más altos a su paso mientras Lluvia Estelar se afana con los mandos para evitar un accidente fatal.

La sola presencia de la mole de piedra atemoriza a los goblins mucho más que las amenazadoras palabras que seguramente no puedan comprender. Pero el temor da paso a la muerte cuando comienzan a caer sobre ellos los disparos de Enrielle.

Klunurig, que ha descendido hasta el suelo del bosque bajo la forma de un águila, desata sobre esta región del bosque toda la furia de la naturaleza. Aquí caen rayos, allí una tormenta de granizo, más allá, las plantas cobran vida atrapando a los incautos goblins que trataban de escapar del caos y la destrucción.

Y allí donde los demás no alcanzan, llegan los infalibres proyectiles de Thorwyn y sus explosiones de fuego; mientras Kylian dirige como una directora de orquesta sus fantasmales bastones para castigar a los trasgoides con todo el poder sagrado de Gilean.

En pocos minutos los que no han logrado perderse entre la maleza, yacen muertos en medio de charcos de sangre. La carnecería es total y los elfos aprovechan la aprovechan para escabullirse y desaparecer de vuestra vista. Todos menos una, alcanzada en una pierna por un virote goblin.

La pobrecilla parece tan asustada como cualquiera de vuestros enemigos e intenta escapar de vosotros arrastrándose por el suelo, incapaz de caminar.

- Voy a bajar. - Dijo el gnomo. - Esa chica necesita sanación y Gilean se la puede proporcionar. - Dijo de forma solemne. 

No era él un clérigo muy dado a la curación y tampoco al altruismo. Kylian solo se movía por una cosa, seguir recorriendo la senda de la que siempre hablaba atormentando a los que él llamaba, "agentes de la Neutralidad".  ¿Estaba el siguiente paso en aquella elfa herida? Pronto lo comprobaría. 

Lo primero que hizo Kylian fue comprobar si habían aterrizado y de no ser así, a que distancia estaban del sueño y si con una escalera de mano, que por otra parte no sabía si tenían, o una cuerda, podía llegar a tierra firme sin problemas y podría regresar a su hogar luego. 

Realizadas las comprobaciones, se encaminó hacia la muchacha. Sin duda Gilean la había puesto en su camino por algo y deseaba que hablara con ella. Quizás supiera algo que ellos no y pudieran ponerles sobre la pista de su ruta futura a seguir. Kylian no hacía nada de forma altruista, el funcionaba en pos de la senda. 

—Iré contigo. — dijo Enrielle colgándose el arco al hombro para ir en pos de la pequeña y ahora difícil de mirar Heralda de la Neutralidad.

Pasó una pierna por encima del murete entre las dos almenas donde estaba sujeta la escala de cuerda, y quedando sentada a horcajadas se giró al interior de la fortaleza.*

—¡Jilhazí! Tú conoces el idioma de los elfos. Ven con nosotros por favor. Harás de intérprete. — pidió al pequeño latonado antes de descender, sin saber que el goblin disfrazado tenía el favor de Gilean para comprender otras lenguas.

Una vez con las botas pisando tierra firme, Enrielle siguió de cerca a Kylian sorteando los numerosos cadáveres asaeteados, calcinados y aporreados. Mientras avanzaba su mirada iba registrando la espesura del bosque, pero los goblins que hubieran huido ya estarían lejos, y el resto de elfos parecía haber pensado lo mismo.

Kylian y Enrielle se reunen en tierra firme con Klunurig, tras descender sin prisas por la escala de cuerda. Al verlos acercarse a ella, la malherida doncella elfa trata de escapar, visiblemente aterrorizada por el trío de extranjeros armados que acaban de perpetrar una masacre ante sus ojos. El que una cachorro de león flotante y parlante se dirija a ella en su lengua natal, no ayuda en absoluto a tranquilizarla.

Sus gestos y sus gritos no requieren traducción para aquellos que no comprendéis el idioma de los elfos. Patalea y forcejea, desesperada, cuando Kylian le pone las manos encima y escapa a la carrera tan pronto como se obra en ella el milagro sanador que pone fin a sus dolores.

Sin embargo, al ver que ninguno de vosotros trata de abatirla por la espalda durante su huida, de media vuelta y se detiene tras haberse alejado unos cuentos metros.

—Aquí no hay nada para vosotros, extranjeros —os dice en su propia lengua—. Marchaos. No sois bienvenidos. Esta siempre ha sido, es y será nuestra tierra a pesar de que en los últimos años se haya vuelto hostil para nosotros. Somos un pueblo longevo y paciente, que cuenta el paso del tiempo en siglos. Perseveraremos y volveremos a ver florecer nuestra patria, pero habiendo aprendido de la experiencia y siendo más cuidadosos a la hora de prodigar nuestra hospitalidad.

Gracias al poder de su dios, el clérigo de Gilean comprender a la perfección sus palabras y no duda en puntualizar a Jilhazhí allí donde las traducciones del dragoncito son imprecisas o erróneas.