Partida Rol por web

Sí, es mejor que Ñeves sirva en un castillo, eso le da más profundidad. No hay ningún noble con tierras propias pero la Orden de Calatrava sí tiene castillos. Ese es vuestro punto de encuentro.

Santiago pertenece a la orden de Calatrava y está asignado al castillo.

Ñeves sirve en el castillo, fue el comendador el que perdonó la vida a su padre y el que acogió a Ñeves y descubrió su potencial.

Lope es una persona de confianza del comendador del castillo pues se crió y tiene su residencia en la villa más próxima al castillo. Cuando Lope no participa en una campaña militar, se deja contratar como escolta y guardia por el comendador cuando este requiere sus servicios.

Y Hugo va a ser un mozo de 16 años destinado a convertirse en caballero y que está asignado como aprendiz a Santiago.

Pregunta: Deathstalker, al elegir la orden de Calatrava, ¿Estabas pensando en algún castillo en particular? Si te ha venido a la mente alguno, pues ese. Si no, el de Calatrava la Nueva parece majete.

Vale, pues mientras voy revisando las cosas os propongo un juego narrativo para comenzar y que sirva de presentación de vuestros personajes.. Luego pondré un tocho post con el encargo de la misión y contaré cosas de corrido hasta la primera escena de acción.

El juego va a sí: Os han mandado un encargo que implica un viaje, partís de vuestro castillo de origen y termináis en algún punto de la provincia de Murcia, bien sea porque la misión os lleva allí o porque está en el camino de vuelta después de terminar el encargo.

Deathstalker comienza la narración y plantea un problema o un peligro.... y le pasa el testigo a Seibei.

Seibei cuenta como Lope soluciona el problema o vence el peligro. Es narrativo, puede ser todo lo heroico que quieras porque al fin y al cabo sois comodines. Pero también puede ser sutil. Lo que importa es que tenga la impronta de tu personaje. Además de contar como Lope supera el obstáculo, continúa la narración planteando otro obstáculo que surge más adelante y le pasa el testigo a JosecitoFx.

JosecitoFx hace lo mismo que Seibei... y le pasa el testigo a GothNiniel.

GothNiniel hace lo mismo y le pasa el testigo a Deathstalker que cierra la narración.

Vale. ¿Cuál es la misión? Pues es trabajo de Deathstalker plantearla pero, si no quiere hacerlo, yo os planteo una. Precisamente por eso empieza Deathstalker, porque con él tengo comunicación más rápida y me puede preguntar dudas por el canal de discord de umbría.

Me vais a preguntar en qué año estamos... pues no es relevante. No hay fechas en la aventura y tampoco hay referencias a la peste negra, así que desde luego es al menos una década posterior al 1350. Si para la misión queréis usar una fecha concreta (entre 1350 y 1450), decidlo y si no... pues estamos en 1361 que hay guerra con Granada y participa la orden de Calatrava.

Recordad, lo importante es que la solución al obstáculo en la que vuestro personaje es protagonista sea algo característico de vuestro personaje. Es una forma de presentar los personajes.

Deathstalker puede empezar a postear a partir de las 00 de mañana.

Santiago no había podido participar todo lo que le habría gustado en las batallas que se libraban en la peninsula. Luchar por Pedro I el Justo, al que sus enemigos denostaban con el sobrenombre de El Cruel como si los malditos franchutes que había traido el bastardo de Enrique no hicieran putadas, era un gran honor. Pero de momento la Orden de Calatrava había procurado mantenerse al margen y servía de escolta para que algunos nobles menores no fueran asaltados por el camino. Un camino que con la guerra y la hambruna estaba cada vez más plagado de bandidos y maleantes.
Así que en eso estaba Santiago y compañía, haciendo de niñera para un petimetre conde, su señora la condesa y su hija que estaba ya en edad de merecer.

Se antojaba un viaje tranquilo. Pero uno nunca sabía lo que podía pasar en esos caminos que cada vez parecían más dejados de la mano de Dios nuestro señor.

Lope se balanceaba a lomos de su caballo, sin perder de vista a la doncella. ¿Qué edad debía tener, catorce, quince años? No era especialmente bella pero sus carnes generosas y, sobre todo, la dote que entregaría, hacía soñar despierto a un tipo codicioso como él, surgido de la nada y que había tenido que ganar cada posesión con sangre, propia y de los enemigos. Los años se le iban echando encima y no tenía forma de medrar por la bragueta. El obispo de Cartagena le daba la lata con una sobrina suya, pero aquella mujer, aparte de vieja, estaba loca de atar. Antes prefería ceder a los halagos de Juan Olivares, un villano terrateniente que buscaba casar a su hija menor Eulalia, algo seca de cuerpo pero de seso cabal y muy hacendada. Ganaría una buena esposa pero no saldría de pobre.

Andaba cavilando para sus adentros y por eso no vio venir la saeta. Por fortuna le dio cejada en el yelmo y salió desviada hacia el suelo, pero el campanazo le dejó tonto por unos segundos. La media docena de moros salió entonces de los brezos aullando y con las armas preparadas, por eso dos de los mozos del conde se dieron cuenta de que estaban muertos cuando Lucifer les estaba tomando las medidas del traje de pecadores.

—¡Al arma, al arma! —gritó el infanzón desenvainando su espada y agarrando el escudo colgado de su caballo—. ¡Santiago, Hugo, que no toquen a las mujeres!

El combate fue rápido, sucio y sangriento. Los tres hombres de armas desmontaron para poder pelear mejor con aquellos escurridizos granadinos que estaban acostumbrados a lidiar con gente a caballo y esquivaban como demonios. Ñeves le dio de puñaladas a uno que se había confiado y agarraba la pierna de la doncella tirando para bajarla del castrado que la llevaba a asentadillas en una jamuga. El manso, sin hacer honor a su nombre, se espantó porque el mozo que llevaba sus riendas se hallaba en el suelo con las tripas por fuera. Lope tajó al andalusí que le acosaba y corrió a detener el caballo.

Cuando logró calmarlo la lucha había cesado. Tres bandidos estaban dando cuentas a Mahoma y Hugo tenía su espada en el pescuezo de un cuarto, herido de un brazo. Dos habían huido porque un séptimo, escondido todavía, le había largado un flechazo a Santiago cuando iba perseguirlos. Afortunadamente la malla no había dejado pasar mucho del virote.

Lope se acercó al que se había rendido que pedía por su vida. Era joven, barbilampiño, de ojos claros y dientes bonitos.

—Piedad, piedad señores. Soy cristiano como vuestras mercedes. Yo solamente les guiaba, soy pastor.

El infanzón le miró a la cara por última vez y mientras Hugo le preguntaba algo que no oyó le descargó la espada al bandido en mitad de la cabeza, abriéndola como un melón y haciendo salir los sesos con el golpe.

—Ea, pues ya no vas a guiar a más moros, hideputa —Lope tenía una expresión siniestra que asustó a la doncella que todavía iba montada en el caballo que él llevaba de la brida. La muchacha estaba pálida y comenzó a dar arcadas

—Mierda —murmuró Lope.

Ñeves conducía con calma uno de los carromatos que acompañaban la expedición, iba tranquilamente sentada mientras permanecía atenta a cuanto la rodeaba pues aunque sabía que en el castillo podía estar más o menos tranquila, fuera, en los caminos, el peligro acechaba tras cada árbol, tras cada roca... Después de todo lo había aprendido de Padre, éste le había enseñado el oficio desde niña pero el destino quiso que buscaran asaltar a quienes no debían o quizás, quizás si debían hacerlo... Fuera como fuese la pequeña y su Padre habían terminado sirviendo en el Castillo de Calatrava la Nueva y, desde aquel preciso instante, las habilidades de la joven fueron utilizadas con otros propósitos...

Ahora, contaba con apenas 18 años y aunque sabía que no era igual de deseada y admirada que aquellas emperifolladas jóvenes nobles si sabía de su potencial y de sus capacidades, capacidades que pondría en breves instantes en marcha... 

Como cabía esperar el asalto se produjo, los caballeros y soldados dieron buena cuenta de algunos de ellos, mostrando sus merecidas habilidades. Mientras, aquella sencilla e inofensiva sirvienta de blancos cabellos y pálida piel pasó desapercibida para cuantos allí había y mientras, aprovechó para bajarse del carro e ir acechando entre los árboles a los bandidos que había huido. 

Nada se escuchó mientras los soldados hacían su trabajo pero quien pusiera el oído podría distinguir el sonido del acero chocando entre los árboles y, al cabo de unos minutos, Ñeves reapareció con los dos bandidos que habían escapo. Iban atados con cuerda, las manos, los pies y arrastrados por la sirvienta, quien los dispuso frente a los señores.

- Mis Señores, aquí tienen a los trásfugos. Un placer servirles, como siempre.

Hizo una ligera reverencia con aquella expresión neutral mientras subía de nuevo al carro para ponerse en marcha cuando lo ordenaran. Aunque antes, quizás querían extraerles algo más de información a aquellos dos pobres desgraciados que presentaban diversas heridas, aunque no mortales. 

Estos viajes de escolta no me gustan. El señor Santiago  ansía participar de las batallas que en estos tiempos abundan y estos encargos le ponen de mal humor. Por mi parte, la idea de  la guerra me pone sumamente nervioso. He entrenado y enfrentado unos cuantos hombres, pero nunca quité la vida de uno, el combate de verdad no lo he probado.

Observo disimuladamente a las mujeres jóvenes de la comitiva, pronto tendré que encontrar buena esposa. Todas las conversaciones de mi familia giran sobre mi futuro. Que tengo que conseguir alguien digno para desposar, que tengo que forjar una buena imagen frente  a Santiago para que pronto me ordenen caballero. Todos parecen saber qué es lo mejor para mí. Yo, la verdad, no tengo idea.

De repente las saetas empiezan a volar entre nuestras cabezas. Para cuando reacciono un puñado de moros ya se baten con Lope, Santiago y demás hombre de armas. Preparo mi espada y presto ayuda tan rápido como puedo. Los infieles no son grandes combatientes y doblego al único que intenta atacarme con un golpe que inutiliza su brazo izquierdo. El hombre intenta replegarse y sólo encuentra a sus compañeros muertos o rendidos. Cae de rodillas y pide piedad mientras lo someto, espada en cuello. Lo que sigue me deja una impresión que durará días, sin que le  tiemble el pulso, Lope destroza la cabeza del hombre. Vuelvo a pensar en la guerra. ¿De qué lado de la espada estaré en el siguiente enfrentamiento?

A Santiago no le gustaban aquellas misiones de escolta. Se estaba librando una batalla donde el gran Pedro I el Justo, verdadero Rey de España, luchaba por conseguir más territorios para su corona. Allí debería estar un caballero de la Orden de Calatrava, y no escoltando nobluchos que se mean encima si ven una gota de sangre. Así que cuando el asalto empezó los pobres diablos se encontraron con gente presta para la lucha, y algunos con muchas ganas de ella.
No obstante a aquello no se le podía llamar batalla, eran meros bandidos que se desmontaban con un buen tajo de su fiel Noite. Enseguida dejó que el resto se encargara de ellos pues no merecían su atención. Por lo que se dedicó a vigilar al joven Hugo, y de vez en cuando a los nobles por si alguno se cagaba encima.
El chaval lo hacia bien, todavía estaba verde pero se le veía potencial. Si no fuese así no le habría aceptado como aprendiz por mucho que su padre insistiese. En la ordén el dinero no lo era todo.

Cuando la cosa acabó se acercó al cabeza de familía de la comitiva y se aseguró de que estuviese bien.

No os preocupéis mi señor. Ya acabó todo. Esos pordioseros no volverán a molestar a nadie por estos caminos. Y si Dios quiere esto le enseñará a los demás maleantes de la región que más les valdría irse a buscar otros pastos.

El grupo escoltó a los condes desde Ciudad Real hasta Cartagena pasando por Murcia, donde Santiago supo de la enfermedad de su antiguo benefactor, su muy querido Damián de Acedo, a la sazón obispo de Cartagena. No pudo verle camino de Cartagena con las prisas del conde y el celo de los médicos. Pero a la vuelta un sacerdote le salió al paso y le pidió que lo acompañara, pues el obispo supo de su presencia y mandó a buscarle.

Santiago encontró al Damián sobre una cama adoselada con telas bordadas cubriendo su frágil cuerpo en los huesos, con los ojos hundidos y consumido por la fiebre, en fase terminal de la "enfermedad del azúcar". A su alrededor flotaba el hedor a podredumbre, a sudor concentrado y a orina rancia.

El obispo cuenta que en su juventud, en una de sus contadas estancias en Lorca conoció a una mujer de una belleza tan extraordinaria que le cautivó inmediatamente, con lo que sumó la lujuria a la lista de pecados que llevaba acumulados por entonces. Un año después, convertido ya en obispo, regresó a tierras lorquianas en busca de aquella mujer pero no descubrió ni rastro de ella: en su lugar encontró el fruto de su pecado, una niña de escasos meses que andaban criando unos vecinos del lugar. Damián, conmovido de tal manera por aquella chiquilla de rostro angelical, adquirió un caserón en la misma villa y contrató a los vecinos que la criaban para que se hicieran cargo de la casa y de la niña, y así nunca le faltara nada a su hija.

Durante los años siguientes y aunque ha tenido la intención de casarla con algún pretendiente de noble cuna, las obligaciones de su cargo y su enfermedad le han impedido llevarlo a la práctica. Damián sabe que es muy posible que sin él, todo lo que posee la muchacha le será arrebatado y ese pensamiento le atormenta.

Por ello haciendo un último esfuerzo y al borde del delirio, le suplica a Damián que vaya a Lorca a recoger a su hija y se haga cargo de ella: que la case, que la proteja de por vida o, en el peor de los casos, que la ingresen en el monasterio murciano de Santa Clara la Real, donde las hermanas clarisas le deben demasiadas prebendas y favores como para que puedan negarse a aceptarla.

- Has me jurar por tu fe, por tu apellido y la espada de tu familia que irás a buscar a Clara y cuidarás de ella hasta que se halle casada o ingresada en el monasterio. Júralo, te lo suplico. Júralo para que mi alma descanse.

-- Camino hacia Lorca --

Santiago juró a Damián cumplir la que sería su última voluntad y como no había mejor ocasión que la presente, el grupo enfiló los caballos hacia Lorca. Apenas cruzaron las puertas de la muralla, escucharon a sus espaldas el tañer de las campanas anunciando la muerte del obispo.

15 Leguas separan Murcia de Lorca, lo que viene a ser dos días de viaje. La región es una inmensa tierra de nadie tan castigada por las seguías como por las incursiones de los nazaríes. Los pocos campos cultivados se encuentran en las proximidades de castillos o de torres defensivas. Todo lo demás es un inmenso y desierto erial.

Dormís la primera noche en Totana y a la mañana siguiente retomáis el camino real que conduce a Lorca. La mañana transcurre sin incidentes, pero al comenzar la tarde, cuando aún os faltan algunas leguas para llegar a Lorca y atravesáis las lomas de la sierra de la Tercia cuando...

Ya sea por instinto o porque has visto algún reflejo en la distancia o algún otro detalle o rastro (narra lo que quieras). Estás segura de que hay gente emboscada un poco más adelante.

No te doy más información porque como ha sido tan buena la tirada, eres capaz de darte cuenta antes incluso de que os vean.

Puedes acercarte más y te doy más información (no hace falta tires dados), pero entonces los emboscados podrán veros.

La joven sirvienta conducía el carro con calma y firmemente, atenta a cuanto les rodeaba y pendiente de la comitiva y sus señores.

En un momento determinado fue reduciendo la velocidad, agachando su cuerpo poco a poco, como quien mira si se ha caído algo y aprovechó para susurrar a quien estuviera más cerca. 

- Mis señores, preparen las armas... Tendremos problemas al frente... No creo que nos hayan visto aún pero en cuanto avancemos más nos asaltarán... 

Santiago llevaba todo el camino pensando en la muerte del obispo. Que las campanas tañeran por su muerte nada más partir era un signo inequívoco de que la petición encomendada era una misión divina. No pudo si no recordar sus últimos actos y palabras acaecidos a los pies de su lecho.

En cuanto el obispo Damian se lo pidió, Santiago desenvainó su espada bastarda y la cogió por la hoja hasta hacerse sangre.

A Dios pongo por testigo, mi señor Obispo, que vuestra hija no sufrirá mal alguno ni le faltará de nada mientras yo viva. Lo juro por mi Honor, por mí Familía y por Dios. Y que el acto quede sellado con mí sangre hecha por la espada familiar, simbolo de nuestra casa, que jamás vuelva a ella si no hago lo que me pedís.

No hacia falta más, pues ya estaba todo dicho. Así que dejó que el hombre pasase sus últimas horas con la mayor dignidad posible.

Ensimismado en esos recuedos estaba el caballero hasta que la joven Ñeves les advirtió de peligro más adelante. Sin duda alguna era buena cosa que estuviese con ellos, pues en el estado en que se encontraba Santiago no se había percatado de nada.
Como no tenía motivos para desconfiar de las percepciones de la joven, más bien al contrario, se aprestó mejor el escudo para tenerlo preparado aunque no desenfundó su espada todavía.

Terminado el encargo de escolta de los condes, el amigo Santiago proporcionó una nueva empresa a Lope, que deseaba aposentar su osamenta unos días en Cartagena y gastarse la paga en algo de vino decente y mujeres indecentes. Solamente iban a ser dos días de ida y dos de vuelta, de nuevo por los caminos, a la aventura. Pero el dinero es el dinero y alza los corazones más prestos que la bendición del Papa.

Lope iba departienco con Hugo sobre las virtudes de la milicia cuando Ñeves, la muchacha pálida les avisó de que había enemigos al frente. Comenzó a ajustar las correas del escudo a su brazo izquierdo y oteó el horizonte buscando alguna señal de peligro.

—¿Dónde están, pardiez? Vamos a por ellos antes de que se organicen.

Avanzáis fingiendo despreocupación. Lope incluso improvisa unas chanzas y ríe sonoramente mientras mantiene la diestra posada en el pomo de su espada.

Entre el desnivel, los agrupamientos de árboles y las curvas del camino, no faltan lugares propicios para una emboscada. Mas es tras superar una cuesta, en un tramo aparentemente seguro, que Ñeves os da el aviso, en ese tramo inocente hay un ángulo ciego y cuando avancéis 20 yardas quedaréis en un badén completamente desprotegidos mientras que los asaltantes habrán quedado a vuestra espalda.

Con toda la sangre fría de guerreros experimentados, avanzáis diez yardas y a la orden de Santiago giráis simultáneamente en redondo las cabalgaduras para encontraros una docena de arqueros nazaríes del ejército regular de granada. Llevan armaduras de cuero lustrosas y uniformes. Se han mantenido en total silencio y sostienen los arcos con destreza. Tienen las flechas en posición pero aún no han tensado los arcos y tienen un momento de duda y de pasmo hasta que su jefe les ordena tirar.

Poco a poco, interpretando el papel de viajeros despreocupados que se movían por aquel camino fueron acercándose hasta el lugar y un poco antes de llegar, estando ya en sobre aviso, se prepararon para la emboscada que no sería tal.

La sirvienta esbozó una ligera sonrisa al ver como los atacantes se quedaban en aquel estado, aunque no le duró mucho pues en apenas unos segundos una saeta de flechas fue disparada. Aunque la sirvienta intentó esquivar alguna no era lo suficientemente rápida para evitarlas y sintió como algunas la golpeaban, dejándola aturdida sobre su caballo.

Había recibido golpes peores a lo largo de su vida por lo que aquellos rasguños simplemente le hicieron esbozar una ligera mueca de desagrado y moviendo la cabeza consiguió recuperar su estado alerta.

Una vez se hubo recuperado bajó de su montura pues aunque estaba acostumbrada a montar no así a combatir sobre un caballo, ella prefería el combate cuerpo a cuerpo y para ello comenzaría a acercarse a los arqueros moviéndose en zig zag para evitarles así un tiro recto. 

Con el escudo preparado Santiago está listo para cuando les tienden la emboscada. Así que en cuanto se gira y ve a los arqueros el caballero no se piensa dos veces y grita a viva voz.

Santiago y cierra España. Sus y a ellos mis fieles compañeros. Que esos malnacidos son pocos y cobardes.

Manejando la montura con habilidad, el caballero de la orden de calatrava desenvaina su magnifica espada y carga contra uno de los arqueros cortándole la cabeza, como si de un muñeco de entrenamiento se tratara, al llegar hasta él.

Venga infieles. A ver qué sabéis hacer cuando no pilláis a indefensos viajeros y os las veis con bravos castellanos bien armados.

—¡So! ¡Quieta, bestia que sólo es una flecha de la morisma! —exclamó Lope controlando a su montura herida. Cuando logró recuperarlo y aún con el animal nervioso de dolor, desenfundó su espada y cargó contra los nazaríes, en silencio, como acostumbraba a matar.

Enfiló a uno de los arqueros para descargarle la espada con toda la fuerza del impulso de su brazo y del caballo, pero el granadino le leyó las intenciones y se apartó a tiempo. Lope apretó los dientes, clavó espuelas y dejó que el caballo pasara por las filas de los enemigos sin detener la marcha, porque no quería que le pillaran allí en medio sin la ventaja de la velocidad.

Hugo cae del caballo tras recibir una flecha y queda inmóvil en medio del pedregoso camino quién sabe si muerto o inconsciente.

Tres de los arqueros no soportan ver la cabeza de su compañero saliendo disparada por el tajo brutal de Noite sen estrelas y retroceden presas del pánico. Los demás desenvainan y se reorganizan disciplinados para vengar su muerte al grito de Al·lahu-àkbar (Alá es el más grande)

Turno 2

No hay joker. Os toca actuar.

Lope tiró de las riendas y giró a la derecha para hacer otra pasada por el grupo de nazaríes, que había comenzado a dispersarse un poco y a preparar las armas cuerpo a cuerpo. Necesitaba aprovechar el momento y buscó al que anduviera más lento sacando el arma. El granadino le vio venir, pero esta vez Lope movió el caballo de manera que no pudiera esquivarle y el moro chocó con la grupa del animal, dejándolo aturdido por el golpe.

De nuevo decidió atravesar las filas de la morisma para no perder velocidad y entonces se percató de que Hugo había caído del caballo. Mal asunto si se nos tuerce la pelea. El infanzón trató de llegar a donde había caído el muchacho, para ver si continuaba con vida o había entregado su alma a la Dama Descarnada.