Partida Rol por web

En esta ocasión Tsibulia no los llevo a su pequeña y acogedora casa, los llevo a la casa del Centurión. La servidumbre no tardó en reunirse en la cocina, que en la casa del centurión era como si fuese el aposento principal, como un centro en el que sobre todo a la hora de comer se reunían todos los habitantes de la finca, incluyendo a los perros, que iban a la caza de huesos y mendrugos. Siempre que un nuevo personaje entraba o salía de la finca, no podía faltar la obligada visita a la cocina, pues era el sitio más adecuado para conversar un rato, enterarse de alguna novedad, fumar una pipa y descansar en un banco. Los criados solteros, la mayoría de ellos cosacos, pasaban en la cocina todo el tiempo que podían, ya fuera echados sobre los bancos, y a veces también debajo, o en cualquier otro sitio en donde pudieran dormir a pierna suelta sin que nadie los molestara.

Cuando la cocina estaba más concurrida era a la hora del desayuno. Entonces aparecían, además de los habituales, todos los que debido a sus ocupaciones, como cocheros, pastores, etc., no podían acudir durante el día a conversar. Era en esas reuniones cuando más se soltaban los ánimos, e incluso los más serios y taciturnos se mostraban locuaces y comunicativos. Casi siempre el tema giraba sobre lo más trivial de la vida: el abrigo que se había comprado Fulano, el gorro que había perdido Mengano, y otros chismes similares. Pero también alguna vez les daba por temas de más serios, como, por ejemplo, sobre lo que hay debajo de la tierra, o sobre la temporada en la que aparecen los lobos, etc. Todas las conversaciones eran alegradas con bromas y juegos de palabras, a las que la lengua ucraniana se presta de un modo tan admirable.

Una campesina de cofia roja no tardó en aparecer sosteniendo con ambas manos un puchero humeante lleno de galushkas, que depositó en medio de los que se disponían a cenar. Cada uno de los comensales sacó del bolsillo una cuchara de madera o, en su defecto, un simple palo. En cuanto las mandíbulas empezaron a moverse más despacio y se aplacó un tanto el hambre de lobo de todos los presentes, muchos se pusieron a charlar. 

Parecía que no íbamos a tener un momento para idear un plan contra la bruja... ni para escapar. Aquellas gentes nos tenían "bien atados" y no iban a dejar que nos marcháramos fácilmente. 

Nos llevaron a la casa del centurión, que estaba atestada de gente... aunque ni rastro del centurión. 

Una mujer sacó un caldero humeante de algo que, después de tantas horas en vela, olía a gloria.

- Bien, después de todo, podemos relajarnos un momento y comer. Nos vendrá bien coger fuerzas- comenté a mis compañeros. 

Como en toda situación que caótica de por sí conlleva la fría sensación de una noche en vela, en un lugar cerrado—algo que a Inha le perturbaba de por sí—más la perturbadora presencia de la bruja, hicieron que la joven de cabellos dorados se aferre a las hermosas palabras del peligroso con tal de sentir algo bonito entre tanta desazón e incertidumbre. Por ello se mantuvo en todo momento muy cerca de su compañero seminarista mientras se dirigieron a la casa del Centurión.

Un profundo pesar sintió en su corazón al comprobar sus sospechas, seguirían prácticamente acorralados por las decisiones de aquel hombre y no había opción posible de siquiera poder escaparse a estas alturas. Así que intercambió una triste mirada con Ilya y tomó asiento en la mesa para comer un poco de aquello que la mujer servía. La falta de descanso, le provocó un malestar que no ayudó en nada a disiparse por la presencia tan concurrida de gente en el lugar. 

—Gracias señora, está delicioso. 

Y no dijo nada más, otra noche más en vela le tocaría a todo el mundo y tiempo para descansar ya era de por sí escaso. 

Qué pena lo de la hija del centurión ¿verdad? ¿Vosotros la conocíais? Dice la vieja cocinera.

¡Pena por ella! contesta uno de los niños. Todo el mundo sabía que era una bruja. Deberíamos de estar contentos y celebrarlo. ¡La señorita se relacionaba con el mismísimo diablo en persona! Bramo el chiquillo que llevaba un camisón tan profusamente adornado con medallas y botones que parecía un tenderete de chucherías.

En el seminario no les enseñan gran cosa. Comento otra niña, aunque este era más mayor y se podría utilizar con ella el calificativo de chica.

¿Seguro que no han oído hablar de lo que le pasó a una tal Chepchija? Comenta el niño indignado.

Bueno, te lo contaré yo. En nuestra aldea vive un cosaco llamado Cheptun; es un buen cosaco. Vive muy cerca de aquí. Pues una vez Cheptun se sentó a cenar con su mujer, la Chepchija, como la llamaban todos. Al terminar fueron a dormir, pero como era en pleno verano y hacía mucho calor, ella se quedó dormida en el patio, y él se tumbó en un banco, dentro de la casa... No, no; fue al revés: ella en la casa y él en el patio.

¡No fue así! Protesta el niño con chorretones de grasa corriéndole por la barbilla, había conseguido pescar un buen trozo de carne. Chepchija no se acostó en un banco; se acostó en el suelo. Y al decir esto se paró, mirando con aire triunfal a la chica.

La chica le dirigió una despectiva mirada, y continúo. Dentro de la casa estaba la cuna del niño de un año. No me acuerdo si era un niño o una niña. La Chepchija se despertó a medianoche y creyó escuchar algo como si fueran los aullidos de un perro y también como si rascara con las uñas la puerta de la casa. Se asustó mucho, pues era muy tonta, pero se armó de valor y dijo: "Me levantaré, abriré la puerta y le pegaré un palazo..." Y cogió un palo, abrió la puerta y ya le iba a arrear un golpe al perro, cuando éste la esquivó y de un salto se metió dentro de la cuna. Al darse la vuelta, Chepchija se quedó más pálida que un muerto. En lugar del perro, vio delante de ella a la señorita. Y no habría sido tan horrible si la señorita se le hubiera presentado en su forma natural, tal como nosotros la veíamos. Su rostro era de un color azulado, casi negro, y sus ojos despedían chispas. De inmediato se lanzó sobre el niño, lo sacó de la cuna, le clavó sus dientes de loba en la garganta, y se puso a chuparle la sangre…

Chepchija lanzó un grito desgarrador y quiso huir para pedir auxilio, pero la puerta estaba cerrada. A la pobre no se le ocurrió otra cosa que subir las escaleras hasta la buhardilla, y se encerró allí, llorando a mares. Poco después la bruja entró en la buhardilla y empezó a morderla y arañarla. Cuando clareó el día, el marido regresó y la encontró totalmente desangrada, y en que estado se hallaría que al día siguiente murió. Y sonriendo, miró orgullosa al niño que seguía con el trozo de carne ensartado pero al cual no había dado ningún bocado más. El niño estaba temblando de miedo.

Cuando entraron en la casa del centurión guiados por el cosaco Tsibulia, a Ilya le espantó la muchedumbre que llenaba el lugar. Miró a Kovalenko y le dijo en voz baja:

—Muy a solas no parece que estemos.

A solas quería estar Ilya, desde luego, pero no con todos sus compañeros seminaristas ni mucho menos con todos esos lugareños, sino sólo con la bella Inha, que seguía agarrada de su brazo. Tendría que pasar un tiempo hasta que llegara semejante oportunidad, pero mientras tanto debía seguir alimentando con leña el fuego que ya iba surgiendo.

Al ponerse en la fila para llevarse un plato de aquellas coles preparadas en galushka, agarró disimuladamente un sýrniki* de la mesa de la cocinera y lo escondió bajo la chaqueta. Al sentarse para comer, junto a Inha, después de que vio la triste mirada que esta le dirigió, sacó el sýrniki y se lo ofreció a la joven con disimulo:

—Tenga, señorita Inha, un dulce para la joven más dulce del lugar —le dijo en voz baja antes de brindarle una cálida sonrisa—. Alegre esa hermosa cara, verá que todo irá bien. Nuestros compañeros son gente ingeniosa y con «salero».

Después, prestó atención a la historia que el niño y la chica contaban sobre la hija del centurión. «Vaya, así que la brujería de esa loca es ya conocida en el poblado». Intercambió una mirada interrogante con el resto de seminaristas y, después de escuchar la historia, les dijo en voz baja:

—Esto me gusta todavía menos. ¿Ahora resulta que algunos lugareños ya conocen quién es la hija del centurión?

Mykola entró de mala gana en el interior de la casa del centurión.
Media aldea se encontraba allá dentro, desayunando y contándose anécdotas, muchas de ellas sobre temas banales, típicos de los perdidos pueblos de Ucrania.

El músico se sentó junto a varios cosacos, sonriendo ante algunas de sus bromas (la mayoría a su costa), pero podía soportarlo mientras le dejaran la botella de vodka cerca.
Mykola se bebió un buen vaso, sintió el calor que producia la bebida al bajar hacia su estómago y en cierto modo, aquello le reconfortó, también comió un poco casi por obligación, ya que después de una noche como la que pasaron...solo quería dormir, esperando que todo lo que les había pasado fuera una mala pesadilla.

Se contaban historias sobre la naturaleza de la hija del centurión-era bruja y lo saben, callan como cucarachas por tener miedo al líder de la aldea- empezó a reirse solo.

Miró a sus compañeros levantando el segundo vaso de vodka que se iba a atizar.

Por la bruja- dijo sin levantarse como si estuviera brindando con alguien.

El dulce que le había conseguido Ilya realmente animó a la joven, tanto que un pequeño destello en su mirada azul lo reflejó. Esos gestos que simples para algunos, en ella que nunca había tenido nada realmente eran un mundo y seguramente el pelirrojo estaba usando muy bien sus herramientas ya que Inha se mostró muy encantada con esos detalles que el seminarista le regaló con tanto cuidado. 

—Nunca deja de sorprenderme, muchísimas gracias—dijo sonriendo y le regaló un beso en la mejilla—. Siempre tan amable conmigo... No sé si lo merezco. 

Por su vida, su propia historia que labrada en sucesos dolorosos hicieron que se subestime en demasía. No obstante aquel camino no tenía porque ser de espinas, no cuando tras haber pasado lo peor podía ver más allá de su propio condicionamiento interior. No obstante tras aquel gesto que ella misma se atrevió a regalar, escuchó la escalofriante historia que contaron allí algunos de los presentes. Ya de por sí al estar comiendo, no era muy adecuado pensar en que una bruja era capaz de hacerte trizas con un detalle que supera ya la fantasía. Aún así, pese a la incomodidad sobre ello no dijo nada. 

—Esto empeora, lo que nos espera a la noche. Hay que conseguir mucha sal. 

Aquellos niños contaban historias verdaderamente espeluznantes sobre la bruja.

- Ya veo, Ilya. Vamos a tener que andar con mucho cuidado para hablar. A estos niños parece no escapárseles una...- respondo a Borotkin.

- Mucha sal... y algo de vodka- respondo a la joven- Dicen que prende bien...- digo en el tono más bajo del que soy capaz y con una mirada llena de intención.

- En cualquier caso, deberíamos empezar nuestras oraciones antes de que se ponga el sol, con lo cual, las amables señoras que están velando el cuerpo deberían abandonar la iglesia para que podamos continuar con nuestros rituales de purificación del alma- digo esto último en voz más alta para que nos escuchen.

Busco una botella de vodka por el lugar, para poder llevar escondida. No creo que pudiéramos justificar el vodka como parte del ritual...

En un primer momento me molestó que nos hubieran arrastrado a la sala más concurrida del pueblo. Estaba resuelto a debatir sobre la bruja largo y tendido para hallar la forma de destruír su regeneración, que no cesaba de volver a atormentarnos como la cabeza de la hidra. Mas pronto me vi enternecido por la cotidianidad de aquella escena y el vaivén de las conversaciones triviales. No sería mala cosa un pequeño refrigerio de normalidad en medio de la hecatombe, un recordatorio de lo mundano. Era como dejar de centrarse en la angustia de una muerte próxima barriendo la casa.

Mientras daba jubilosa cuenta de un vaso de aguardiente y comida a manos llenas escuché la historia de los niños. Parecía brindarnos la posibilidad de aprender algo más de la bruja, aunque a la vista de los detalles como la cabeza de perro nuestro futuro se ensombrecía cada vez más. La infancia es una época de imaginativa exageración, con que tampoco me creería a pies juntillas todas aquellas palabras regaladas, pero ciertamente la lengua de un niño también se suelta más que la de un adulto. Me desplacé al lado de los jovenzuelos y traté de sonsacarles más historias:

-Vaya, no sois malos cuenta cuentos. A mí me gusta conocer las cosas extraordinarias de los lugares por los que paso. ¿Querríais alegrar a un viajero con más historias? Dudo bastante de la existencia de las brujas y nunca he tenido oportunidad de saber de primera mano como son. Además me interesa especialmente la hija del centurión porque por algún motivo nos han pedido que velemos su cuerpo.   -Sonreía con candidez y saqué dos monedas de mi exigua reserva para espolear la conversación. Si no era por la fama, cantarían por el metal.

Yure con más o menos fortuna trato de agarrar una botella de aguardiente y guardarla bajo sus desaguisadas ropas¹. La sal fue algo más sencillo de conseguir, la anciana cocinera estaba dispuesta a escuchar las peticiones de los seminaristas para hacer frente a la bruja. Todo el mundo sabía que la sal espantaba a las brujas, pero hacer creer que el aguardiente servía para lo mismo iba a ser mucho mas complicado. Además, la petición se volvía mucho más complicada cuando el que pedía el aguardiente ya se había bebido más de media botella.

Inha e Ilya seguían sentados en un estrecho escaño de madera, encajonados junto a varios pastores. Pero ni incomodidad del asiento, ni la futura noche velando a la difunta les impedía seguir disfrutando de su compañía.

Mykola había encontrado la horma de su zapato un pastor que se había propuesto igualarlo bebiendo, y la petición de Fiódor fue escuchada por los niños.

Pospuesto que hay más historias. Contestó el niño con cierto toque de superioridad. Nadie se ha olvidado de lo que le ocurrió al pobre Mikita.

Espera, yo se lo contaré. Exclamó chica.

No, no, lo contaré yo. Intervino el niño que se llamaba Spirid. Tú ya has contado una historia.

¡Bien, bien, Spirid es el encargado de contarlo! Aprobó la niña

Probablemente no habéis conocido a nuestro querido Mikita. Comenzó diciendo Spirid.¡Qué hombre era Mikita! Era el encargado de cuidar los perros de caza. En eso era un maestro; conocía a sus perros mejor que a su mismo padre. El que después ocupó su puesto, no vale absolutamente nada comparado con él. Sí, es verdad que algo sabe, pero no le llega a Mikita ni a la suela de sus zapatos.

Empieza bien, Spirid. Interrumpió la chica. A nadie le interesa la vida de Mikita solo lo que le ocurrió.

Mikita. Continuó Spirid. Descubría a las liebres en menos tiempo que el necesario para encender una pipa. Lanzaba al caballo y gritando “¡eh, "Valiente!” o “¡aquí, "Veloz"!, las alcanzaba siempre en un instante.

A nadie le interesa la vida de Mikita solo lo que le ocurrió. Volvió a interrumpirlo la chica.

Pero en un día comenzó a mirar a la señorita de una manera especial. No se sabe si él fue quien de forma natural se enamoró de ella, o si fue ella la que lo embrujó valiéndose de diabólicas artes. Lo cierto es que de un día para otro, Mikita sólo vivía para ella, sólo pensaba en ella, y estaba tan loco que daba pena. Siempre que la señorita le miraba, parecía un verdadero pelele. Las riendas de los caballos se le caían de la mano, se equivocaba de nombre al llamar a los perros, y ya ni podía montar bien a caballo. Un día que estaba en la cuadra limando los cascos de los caballos, la señorita se le acercó y le dijo:

“Mikita, permíteme poner mi piececito sobre tu cabeza." El niño puso voz de falsete para imitar a la señorita.

"No sólo un pie, señorita. Le respondió feliz y aún arrodillado. Si se sube sobre mis hombros seré el hombres más feliz del mundo.”

Entonces ella se le subió a los hombros, y apenas él pudo ver sus pies, pequeñitos, bien torneados y blancos, ya estaba embrujado.

Con cada mano agarró las piernas desnudas de la joven, se levantó y de inmediato se sintió transformado en caballo. Sin poder hacer nada por evitarlo, salió corriendo al campo y tardó bastante tiempo en regresar. Nadie sabe dónde estuvieron ni qué hicieron, y ni el mismo Mikita pudo explicarlo. Lo único que se sabe es que volvió cansadísimo y con los ánimos por los suelos. Desde entonces comenzó a adelgazar y quedó como una espátula. Un día entraron en el establo buscándolo, y no lo encontraron. En lugar del desgraciado Mikita, encontraron un montón de cenizas y un cubo de agua. Así desapareció el pobre... ¡Y qué hombre que era!

Ya ves, señores seminaristas, qué cosas pasan en nuestro pueblo. No está bien que contemos estas cosas de nuestros amos, pero tampoco estaría bien que calláramos la verdad. Comento la niña con inusitada madurez.

Fiódor consiguió que a los pequeños se les soltara la lengua. Si esas historias llegaron a sus oídos, ha tenido que ser a través de escucharlas a sus mayores... Por lo que seguramente las gentes de la aldea, e incluso el mismo centurión... sabían qué estaba pasando con su hija. Lo cual me hace pensar que sabían donde nos metían al pedirnos que pasáramos las noches con ella. ¿ Quizá pensaron que lograríamos redimir su alma endemoniada? ¿ O éramos una especie de sacrificio?

Me acerqué donde había una botella más o menos intacta y la escondí entre mis ropas. Nadie pareció darse cuenta. Después me acerqué a donde estaba Fiódor con los niños.

- ¿ De quien habéis escuchado esas historias, pequeños?- me uní a la conversación.

La joven de cabellos dorados no quería escuchar más las perturbadoras historias que acontecieron en ese pueblo, ya suficiente habían tenido con los días anteriores y al parecer ellos disfrutaban de cada relato como si fuera algo bonito. Así que por ello, solo intentó terminar de comer y esperar a que les den un poco de aire ya que habían estado toda la noche en vela, sin descanso y ahora estar amontonados allí no lo veía bien. 

—¿Tendremos lugar para descansar?

Ansiaba una cama, un catre, aunque ya se imaginaba que sería un banco. 

Ilya recibió el beso de Inha con agrado y respondió brevemente a sus palabras:

—Señorita Inha, usted merece mucho más que un simple sýrniki.

Observó a sus compañeros interactuando con aquellos niños deslenguados. La información que aportaban era del mayor interés, pues demostraba que en la aldea estaban al tanto de la situación y eso implicaba que quizás estarían dispuestos a ayudarlos para acabar con la bruja. Al escuchar la historia de Mikita, Ilya dio un respingo y le dijo a Inha y los compañeros que estaban cerca:

—¡Eso es lo que me pasó a mí anoche! La vieja se me subió encima y me usó de rocín. ¿Me terminaré convirtiendo en un montón de ceniza y un cubo de agua? —Ilya tragó saliva algo angustiado.

Después, Ilya se dirigió a los niños y a los lugareños:

—Son historias que quizá a otros sonarían como pamplinas o fábulas de niños; pero, desde luego, para nosotros tienen mucho sentido. Como seminaristas, sabemos que los ángeles, tanto los del cielo como los del infierno, se mueven entre nosotros; los ángeles de Dios nos ayudan en nuestro caminar por este valle de lágrimas, mientras que los ángeles caídos tratan de arrastrarnos en su desgracia. Ni las almas más puras están exentas de los peligros que estas representan… Y la hija del centurión quizá fuera una excelsa criatura, pero parece ser que el demonio conjuró contra su paz eterna. ¿Acaso el centurión desconoce las historias que cuentan estos niños? —preguntó a la gente de alrededor.

Bebiendo entre los cosacos, un hombre se le acercó y apoyo su brazo en el hombro de Mykola, vestía de manera sencilla y sus manos eran grandes como libros...me llamó Koslak y hoy jovencito, no vas a beber solo- le dijo aquel tipo.

Por los murmuros de los cosacos Mykola descubrió que Koslak era un pastor que pasaba largo tiempo en las montañas, con las ovejas, y que cuando volvía era para beber y comer sin dejar nada.
Koslak se sentó a su lado moviendo a uno de los cosacos y empezó a pedir más bebida, pronto muchos les rodearon, animándoles a beber.

Para otra persona, el beber a la hora del desayuno era un mal comienzo del día, pero para el músico, acostumbrando a beber siempre que podía y a no distinguir entre el día y la noche, le pareció adecuado tomar más vodka con aquel desconocido.

Lo que empezó como un par de ``vasos cortos´´ casi de cortesía, se volvió una competición, Koslak bebía y enseguida le rellenaba el vaso a Mykola, ante los vítores de la gente.
El músico no defraudaba, pero era la mitad de grande que aquel gigante proveniente de las montañas y ya empezaba a sentir el efecto del vodka.

Sonreía y brindaba con el pastor, de momento aguantaba; sus compañeros hablaban con los niños sobre historias de brujas y escuchó que las novias de Satanás solían montar a los hombres como caballos. Tal y como, lo hizo la bruja en su casa.

Jomá...amigo, ¿tú también fuistes partes del hechizo de esa zorra?- pensó Mykola mientras empezaba a enfadarse por toda aquella farsa.

Mykola empezó a reirse solo, le saltaron mocos de la nariz, se levantó y gritó ante todos: si alguien no cree en las brujas, que venga esta noche a la Iglesia. Allá hay una en el ataúd, fingiendo estar muerta...sisi, hasta el más valiente de los de aquí, no duraría ni diez minutos allá adentro....-dijo aquellas palabras y miró a los presentes moviendo los hombros incrédulo.

Vamos Koslak, ponme más vodka. Mañana estaré muerto, esa bruja me matará esta noche, al menos me iré con una sonrisa en la boca...-ordenó dando un golpe en la mesa con el puño.

Estaba intentando sacar información a los chicos cuando de repente escuché a Mykola hablar de la bruja y miré horrorizado a mis compañeros. Teníamos que hacer algo o todos los planes que pudiéramos estar gestando se irían al garete al poner a las gentes sobre aviso.

- JAJAJAJA. Vamos Mykola, creo que ya has bebido suficiente y las historias de estos chavales, que son unos grandes cuentacuentos, están empezando a hacerse reales en tu cabeza, jajajaja- le digo agarrándolo del hombro y tirando de él hacia donde estamos los demás- Si bebes más, esta noche no darás una a derecha con los rezos.

El pequeño se encogió de hombros ante la pregunta de Yure ¿Done habían escuchado las historias? La chica también se encogió de hombros. Todo el mundo lo sabe, es igual que el cuervo. ¿Quién te dijo que un cuervo se llamaba cuervo y vencejo? Todo el mundo lo sabe, pero nadie sabe quién se lo ha dicho.

Sabias palabras seminaristas. Contesto la cocinera al discurso de Ilya. Por supuesto que el centurión no sabe que su querida palomita era…. Bueno, era lo que era. Pero estos dos niños no deberían de contar esas historias. Debería de arrancarles la legua y arrojársela a los cerdos, así no volverían a ofender a dios con sus horribles chanzas. La cocinera acompaño sus palabras de dos poderosos mandobles con el cucharon de madera. Los niños se llevaron las manos a la cabeza y empezaron a sollozar. ¡Ahora ir a sacar al ganado y lavar la ropa en el río, que eso es lo que tenéis que hacer, no contar cuentos!

Todo el mundo vio normal una competición de beber a la hora del desayuno, y más aún cuando alguien se atrevía a retar a Koslak. La cocina se animo mientras las botellas de vodka se iban vaciando. Hasta que Mykola pregunto si alguien quería acompañarlo a la iglesia por la noche, entonces un silencio recorrido toda la cocina, incluso en mismísimo Koslak agacho la cabeza y miro al suelo. Alguno de los presentes abandono la cocina de modo apresurado murmurando alguna mala escusa entre dientes. Lo que nuca se había visto en la aldea, ahora todo el mundo tenia prisa por empezar a trabajar.

Las palabras de Yure rebajaron un poco la tensión, lo suficiente como para que Tsibulia se levantara de la silla. Señorita, seminaristas, os acompañare hasta un sito donde dormir. Esas fueron las únicas palabras que pronunció Tsibulia mientras les conducía al pajar de su casa. Al anochecer os vendré a buscar para la cena y luego os llevare a la iglesia. Dijo con lacónicas palabras mientras cerraba la puerta de un portazo y colocaba una tranca para que no se pudiera abrir.