Partida Rol por web

Te alejaste todo lo que pudiste de la zona con cuidado de que la gema no saliera disparada de nuevo y le atinase en toda la cabeza a Lynn. Aquello sería un poco anticlimático.

Te sentaste bajo un árbol y frotaste el granate con un dedo. El susodicho se calentó ligeramente durante unos segundos antes de volverse a enfriar. Era una sensación muy extraña... pero salvo eso no pasó nada más.

Gabrielle dejó escapar el aire en suspiro.

—Sé que puedes oírme, así que escúchame. Me gustaría mucho hablar contigo. A-a decir verdad... lo que me gustaría es escucharte. Quiero saber lo que te ocurrió en el templo de Mythal.

Durante los primeros instantes siguió sin ocurrir nada. Y tuviste la desagradable sensación de que estabas perdiendo el tiempo si no ibas a lograr hacerla salir... pero justo cuando comenzabas a frustrarte por el callejón sin salida que suponía eso, la gema empezó a humear.

Un humo purpúreo empezó a emanar del granate, derramándose como si fuese niebla pero concentrándose en un mismo punto a un metro y poco más de ti para materializar una figura familiar antes de disiparse. Allure apareció directamente sentada en el suelo pero estaba ceñuda, tenía los brazos cruzados y te miraba fijamente. Por una vez la expresión entre risueña y pícara había desaparecido por completo de su cara.

También sentiste que una especie de aura incómoda se instalaba en el ambiente. No era sobrecogedora ni te invadía, de hecho era sutil... pero se notaba. Como esa sensación de intranquilidad en el aire que podría sentir alguien tras ver desenvainar una espada.

—¿Por qué?—dijo entonces con un tono algo seco. Aunque al menos no te sonó amenazante.

No, decirle que había sido iniciativa de Asthan no era buena idea. Pero de todas no mentía si decía:

—Me preocupo por todos los que viajan conmigo —respondió—. Tú no eres una excepción. Te conozco poco, y te comprendo aún menos. Pero me gustaría solucionarlo.

Ensayó una sonrisa.

Allure inclinó ligeramente la cabeza hacia adelante, como si te quisiera ver mejor. Y pese a que era bastante incómodo que te observara tan fijamente porque casi parecía que estuviera mirando más tu alma que a ti... sentiste como si el aura de intranquilidad en el aire se aligerase.

—¿Y qué beneficio te aporta eso a ti?—respondió.

En principio pensaste que estaba siendo sarcástica, pero el tono que había usado te hizo dudar de ello: No había sarcasmo, ni desdén. Era curiosidad. Curiosidad por saberlo desconcertantemente literal.

—Algunos humanos os preocupais de cosas muy raras...

Alexei esbozó una sonrisa.

—¿Con todo lo que ha pasado quieres que siga pensando igual?—preguntó retóricamente— Ya, lo fácil sería odiarte profundamente y de forma irracional, ¿verdad? Pero a veces, rompiendo con lo establecido, los que llevamos grandes y pesadas armaduras metálicas intentamos utilizar la cabeza para algo más que para peinarnos.

Tras su broma (o al menos intento de broma) el joven guerrero se sentó junto a Ayla.

—En todo esto hay muchas cosas que no entiendo, pero diría que al menos las cosas importantes las tengo claras. El responsable de la muerte de mis padres—al nombrar a sus padres Alexei apretó su mandíbula— fue la persona que te ató a ese demonio. La persona que intentó engañarme para que te capturase. Y es él quién tendrá que responder por lo ocurrido. Tú eres una víctima de sus tejemanejes como lo fueron ellos.

—A mi no me parece menos extraña tu forma de pensar —señaló Gabrielle con una sonrisa—. Pero pregunta por pregunta. Y tú no has respondido aún a la mía.

—Eso es como decir que me toca a mí responder—Allure hizo algo bastante parecido a un puchero. Aunque enseguida pareció caer en la cuenta de alguna cosa, o igual algo de lo que dijsite llamó su atención, más que nada porque descruzó los brazos en una señal inequívoca de ello—. Oh, espera, ¿Es un trato? ¿Si yo te respondo a algo tú me responderás a algo? Porque suena bastante mejor que con Dreren, lo suyo era todo: dime, dime, dime, dame, dame, dame a cambio de nada.

Puso cara de asco.

—No, no es un trato. No voy a prometerte nada peligroso.

Hablaba la maga del círculo, por supuesto.

—Pero si esta es una conversación entre amigos —dejó flotando la palabra un instante—, satisfaré tu curiosidad.

—Respuesta a cambio de respuesta, satisfacer curiosidad a cambio de satisfacer curiosidad... ¡es lo mismo!—resopló la entidad de la gema—. Uhg, ¿por qué sois tan puntillosos todos los magos?

Hundió los hombros dramáticamente en un gesto que sinceramente jamás le habrías esperado ver hacer a un demonio. Luego volvió a erguir la espalda para volver a cruzar los brazos.

—Entre amigos... sí, bueno, como sea—justo cuando te daba la impresión de que se iba a negar, pareció pensárselo mejor—. Mmm... ¿dijiste que quieres escucharme? Bueno, eso tampoco lo decía Dreren.

Los descruzó.

—Bien, vale. Aunque tal vez deberías preguntarle a tu amigo "el espíritu"—hizo el signo de comillas con los dedos—. Pero como me estás preguntando a mí, te diré que fué él quien me atacó. ¡Yo no hice nada!

—Los magos somos así de puntillosos porque el demonio está en los detalles —dijo Gabrielle con una sonrisa sabihonda—. Pero Dreren era sencillamente un cretino.

Agitó la mano en el aire, admitiendo que se estaba yendo por las ramas.

—Admito que estoy confusa acerca de tu respuesta. ¿Qué es eso que mi espíritu te atacó, y por qué lo has entrecomillado?

—Bueno, eres tú la que lo llama espíritu—Allure se puso a la defensiva—. Y claro que me atacó, ¡me hizo daño! ¿No lo viste?

Se volvió a cruzar de brazos con fastidio.

—Me tocaba a mí preguntar.

—No es lo que "quiero", es lo que tiende a hacer la gente—respondió Ayla a tu primera pregunta.

Se encogió ligeramente en un involuntario ademán defensivo cuando te sentaste pero al menos no salió corriendo ni te prendió fuego. Aunque enseguida supiste que probablemente se debiera a que algo de lo que habías dicho le había llamdo la atención, o al menos por cómo se te quedó mirando con los ojos entornados.

—Que yo sepa nadie me ha atado a un demonio—dijo—. ¿Pero qué es eso de que intentaron engañarte para que me capturases?

Gabrielle enarcó una ceja. ¿Estaba Allure implicando que Astucia era un demonio?

—Está bien. Responderé a tu pregunta, pero creo que mi respuesta te generará más dudas aún —dijo, y se encogió de hombros—. No todos los humanos nos movemos exclusivamente por el beneficio propio. A veces ayudamos a un desconocido por altruismo, o a un conocido por amor. Ayudar sin esperar nada a cambio le proporciona paz al espíritu, y otras la alegría de los demás se convierte también en tu alegría. Deberías probarlo alguna vez.

Le dedicó una sonrisa.

—No sé a qué te refieres con que "soy yo la que lo llama espíritu". Parece que sabes mucho de él, ¿podrías contármelo todo?

No sabías si calificarlo de bueno, malo, raro, peligroso, desconcertante o a saber el Hacedor qué pero en vez de parecer aburrida o asqueada como la gran mayoría de demonios supuestamente debían hacer ante un concepto así, Allure te miraba como si realmente estuviera tratando de analizar lo que decías.

—La alegría de los demás también se puede contverir en tu desgracia—dijo sin embargo tras unos instantes de silencio, mirando en dirección a Lynn que seguía con sus runas junto al fuego—. Especialmente si los demás sí se mueven por beneficio propio.

Cuando fuó tu turno de preguntar, torció ligeramente el gesto.

—No sé mucho de él. Sólo que me encerró en la gema y ya está—dijo llevándose las manos a las sienes como si se estuviera esforzando por evocar una imagen—. C-Creo. Ha cambiado algo en su aspecto, no puedo... ¡No me gusta hablar de eso!

Sacudió la cabeza y pudiste ver incluso que movía la cola como un gato molesto que añadió con cautela:

—Aunque sí tengo una pregunta sobre lo que pasó en el templo. Y tiene que ver con algo que te interesa.

Gabrielle también analizó, por su parte, la respuesta de Allure. Pero no llegó a ninguna conclusión todavía.

—Pues tú dirás.

Como respuesta Allure te mostró las dos palmas. No pudiste evitar fijarte en el tonto detalle de que tenía las uñas considerablemente afiladas pero optaste por cogerle las manos.

Lo siguiente no sabrías si catalogarlo como aterrador o un simple susto. Más que nada porque cualquiera pensaría que la sensación de dejar de ser consciente de los alrededores viniendo de un demonio no podía presagiar nada bueno. Y de hecho te hizo sentir un incómodo sudor frío por unos instantes.

Pero entonces te diste cuenta de que ya no estabas en Brecilia.
 

El rugido de la muchedumbre de nuevo inundó tus oídos. Estabas otra vez en aquella enorme ciudad solo que ahora la situación era distinta... ahora tú estabas en medio de una plaza inmensa y abarrotada de personas. De nuevo los rostros te resultaban irreconocibles, diluidos como si no tuviesen identidad, y te fijaste entonces que te encontrabas en lo alto de un cadalso. Podías ver tus propios pies sobre un montón de ramas secas pero no podías moverte. Una sensación de peligro te martilleaba como telón de fondo en la mente, aquello no era bueno. ¿Quién no estaria aterrado en una situación así? Sin emabrgo no tenías miedo. No era miedo por ti lo que sentias, la sensación arrolladora que en ese instante te invadió no era temor por lo que te pudiera pasar a ti.

Era tristeza.

La tristeza que nacía de la preocupación por alguien más, preocupación por personas queridas para ti cuyos rostros no lograbas reproducir en tu cabeza. Era tan intenso el sentimiento por ellos que casi te dolía el corazón. Rogabas para tus adentros fervientemente que no les pasara nada, ¿qué iba a ser de aquellas personas si no? ¿Y qué iba a ser de él?

En algún rincón de tu mente consciente trataste de analizar aquella última frase. Había un rostro que parecía resaltar delante de todos los demás pero se diluía... Y había algo más. Una pena dolorosa pero compasiva por otra persona. Ese pensamiento te hizo levantar la vista para mirar al frente. Había alguien a varios metros de ti, de pie en el mismo cadalso pero dándote la espalda, evitando mirarte.

La cabeza te dió vueltas cuando el griterío se acalló, volviste bruscamente al presente.

De nuevo estabas e algún lugar de Brecilia. De nuevo tenías la respiración a cien y de nuevo aquellos arroladores sentimientos ajenos se habían vuelto a quedar contigo. Tenías unas ganas tremendas de llorar, y por si eso ya no fuera lo suficientemente raro, de abrazar y consolar a todas y cada una de las personas que eran importantes para ti. Que te aspasen si aquello tenía sentido.

Parpadeaste tratando de mantener la compostura y viste que Allure seguía frente a ti con una expresión indescifrable. Te había soltado, y entonces te hizo su pregunta:

—¿Por qué duele?

Dijo aquello sin mas y en principio te quedaste bastante confusa. Al verlo, la entidad de la gema se llevó las manos al pecho como quien busca la ubicación un bolsillo delantero.

—Me duela aquí, pero no tengo ninguna herida—gruñó molesta—. ¿Por qué? ¡No me gusta!

Gabrielle abrió los ojos. O más bien abrió una dimensión de si misma que le permitió volver al aquí y al ahora. Se enjugó de lágrimas sus ojos físicos, y sorbió sonoramente por la nariz.

No pudo contestar a Allure. Se tapó la cara con ambas manos y sollozó entrecortadamente. Era Andraste. Ahora estaba segura. Había sentido lo que había sentido Andraste en la pira. ¿A cuántas personas en todo Thedas se le había dado la oportunidad de sentir lo que había sentido la profetisa? Se sentía indigna.

No podía pensar en nada útil para Asthan o para Allure. No podía razonar. Tan sólo podía sentir, sentir y sentir. ¡Qué diferente era aquel amor infinito, compasivo, a la rabia desatada que había sentido en la visión de Asthan. Era como si Allure encarnara a la esposa del Hacedor y Asthan a Sarthan.

Estrechó las manos de Allure entre las suyas.

—No creo que pueda ofrecerte una respuesta satisfactoria a lo que buscas —admitió la maga—. Los sentimientos duelen cuando son reales, y a veces nos llevan a las lágrimas para corregir un desequilibrio, una disonancia cognitiva entre lo que esperamos y lo que realmente nos encontramos.

Volvió a sorber por la nariz.

—Si sirve de algo, siento mucho el peso con el que has de cargar.

A Allure debió sorprenderle mucho el gesto que hiciste de estrecharle las manos porque abrió mucho los ojos con alarma pero al verte llorar dudó de que quisieras hacerle algo malo.

—Es como ... ¿una herida invisible o algo así?—titubeó finalmente, tratando de extrapolar tu explicación a algo que le resultase más familiar y menos desconcertante—. Si haces una herida que no se ve a alguien, es trampa. ¿Ahora como la quito?

Al final necesitó retirar las manos aunque al menos no lo hizo de forma brusca. Eso sí, te resultó gracioso en cierto modo que se las mirase por delante y por detrás.

—Eso fuó lo que vi cuando tu amiguito me tocó en el templo, ¿ves? Ahora a ti también te duele—protesto—. ¡Pero yo no he sido! No quiero que me venga a echar la culpa de que te he atacado haciéndote heridas invisibles.