Día 29 de Haring, 9:27 Dragón
Última noche del año
Torre del Círculo de Ferelden – Comedor principal
Nyxara permanecía sentada, casi inmóvil, con las manos juntas sobre su regazo y la espalda ligeramente encorvada, como si intentara reducir su presencia en una sala que le resultaba abrumadora. El comedor rebosaba de vida, pero para ella no era más que un escenario saturado de voces, pasos, metales entrechocando, y el aire espeso de la tensión latente que ni el pan recién horneado lograba disipar. Todo le parecía ajeno. Exagerado. Irreal.
Su rostro, usualmente suave en expresión, se endurecía en la melancolía muda de quien no encaja. Bajaba la mirada cada vez que los ojos de un templario pasaban por su mesa, evitando cualquier contacto visual como si temiera que, con solo mirarla, pudieran leer sus pensamientos. Cada palabra de los discursos le había pesado. Las de Greagoir, como cadenas viejas que resonaban en los huesos. Las de Irving… incluso esas le resultaron lejanas, como un consuelo dirigido a otra gente, no a ella.
No dijo nada cuando Althea alzó su voz en un susurro sardónico. No respondió, ni siquiera con un gesto, cuando las esferas de luz comenzaron a girar en el aire. Tan solo alzó los ojos un instante, fascinada, casi hipnotizada por su belleza... pero pronto su mirada descendió de nuevo. Aquello, aunque hermoso, era peligroso. No por la magia en sí, sino por lo que traía consigo. Lo supo incluso antes de que el peso del silencio se abatiera sobre la sala.
El castigo fue tan predecible como brutal. La voz de Greagoir se alzó como un tajo en la quietud, rompiendo cualquier posibilidad de tregua. Nyxara contuvo el aliento al oírlo, sin atreverse a mirar a Althea mientras se la llevaban. En su interior, una punzada de algo que no se atrevía a nombrar: compasión, tal vez. O miedo. Tal vez ambas.
Solo cuando escuchó la voz baja y temblorosa de Eirik a su lado, giró la cabeza levemente. Su mirada, amplia y castaña, se encontró con la suya por un segundo apenas, suficiente para mostrarle una tristeza tan honda como contenida. Asintió con lentitud a su murmullo, aunque no pudo responderle con palabras. En su pecho, las emociones le crecían como raíces sin dirección: una mezcla de incomodidad, incomprensión... y esa angustia sorda que le oprimía el pecho siempre que se encontraba entre demasiada gente, siendo vista. Demasiado visible.
Cuando el pan de Eirik cayó al lado del plato y él no lo recogió, Nyxara estiró una mano temblorosa para devolverlo con cuidado a un lado, sin hablar, como si pudiera corregir el gesto en su lugar. Era una forma de consuelo. Pequeña. Silenciosa. Apenas un roce del mundo que compartían.
La algarabía que intentaba instalarse de nuevo en la sala tras la tensión - fingida, forzada - le resultaba insoportable. Las risas contenidas, los saludos murmurados, los ecos de armaduras al moverse... todo contribuía a intensificar su malestar. El aire se volvía más denso, como si se cerrara sobre ella. No quería estar allí. No quería formar parte de aquello.
Miró alrededor con disimulo, sin mover la cabeza, solo los ojos. El rincón más cercano, una pequeña hornacina a media sombra cerca de la salida hacia los pasillos, le pareció un refugio posible. Esperó. Contuvo la respiración. Fingió beber un sorbo de agua que no tomó. Y en el momento en que las miradas de los templarios se centraron en otra parte, se puso en pie con sigilo, sin arrastrar la silla, y se deslizó entre las sombras, ligera y muda, como si se disolviera.
Se detuvo en la penumbra del rincón elegido. Desde allí, todo seguía visible, pero ella no o eso quería creer. Y eso era lo que más necesitaba.
Allí, con la espalda contra la piedra fría, abrazó sus propios brazos y dejó que la tristeza la habitara sin testigos. No lloró. Nyxara rara vez lloraba en voz alta. Pero en sus ojos perlados había una humedad callada, y en su cuerpo encogido, la silueta de alguien que solo deseaba ser invisible.
Que pasara la noche.
Que nadie más la viera.
Que no la recordaran.
Feliz Haring - pensó con amargura, mientras el eco de las risas seguía, distante, como si viniera de un mundo que no era el suyo.
Día 29 de Haring, 9:27 Dragón
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Sus ojos pasaron de Althea a Greagoir y luego a Irving, sin pronunciar palabra ni posicionarse. No tenía el rango suficiente para exponer lo que pensaba, por ello no lo hizo. No hizo falta que Gareth se pusiese firme ante la orden de Greagoir. Ya estaba en posición.
-Si, Caballero Comandante- Respondió con claridad, llevando un puño al pecho recubierto de acero. La mirada que le dedicó a Althea era imposible de discernir, pues lo que pudiese haber en ella estaba oculto, por la impasibilidad clave de un soldado que cumple órdenes. Duró un instante, antes de rodear la mesa para ponerse tras la aprendiz y esperar, con las manos cruzadas a la espalda, a que esta se levantase.
A ella no volvió a mirarla, pero sus ojos grises recorrieron al resto de los aprendices que estaban a su lado, como si estuviese desafiando a que alguno alzase la voz para protestar.
-¿Os parece injusto?- Rostros confundidos, resignados, algunos llenos de contradicción o de contención- ¿Es la comprensión de que ha hecho algo indebido lo que os frena? ¿O es el miedo?- Gareth intentó responder a su propia pregunta mientras esperaba a que la joven semielfa iniciase el camino para seguirla.
Dónde radicaba la fuerza de aquellos magos era una incógnita aún para él. Podía estar en aquel respeto a la autoridad, en aquella disminución de su orgullo para acatar normas que les parecían quizás injustas, pero también aquello podía ser debilidad, un carácter que bien podría quebrarse ante estímulos más... peligrosos. Por otro lado quizás les hubiese juzgado mal y todos estaban de acuerdo en la decisión de Greagoir, en cuyo caso mostraban disciplina y respeto, y aquello podía ayudarles en las pruebas que tenían por delante.
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Loghain Ceorlic no sonrió ni al juego de luces de Althea ni mucho menos al comentario de Edric. Con los brazos cruzados y el rostro medio vuelto hacia la sala, mostraba algo de desdén al teatrillo que se estaba formando en el comedor de la torre.
—Me temo, Edric, que eres de ese tipo de gente que tiene desear lo contrario a lo que quiere.— Susurró hacia el templario con diversión.
Viendo como el Caballero Comandante Greagoir había respondido al estallido mágico de Althea y aunque estuviera reticente a mostrarlo, esa broma del destino le había hecho su gracia. Soltó una pequeña plegaria al Hacedor por tener tan buen sentido del humor. En ese instante le rugió un poco el estómago.
—¿Soy al único al que no le avisaron de que tenía que cenar antes de esto?
Volvió a dirigirse a Edric, era curioso como siempre eran las guardias donde podía hablar con él. Imaginaba que le molestaba, pero a Loghain le hacía cierta gracia pincharle un poco en esos momentos de seriedad.
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No le dio tiempo a responder al templario antes de que el caballero comandante la expulsase del comedor. Miró a Greagoir, repasando las líneas de expresión que marcaban sus rostro, desafiándolo por un breve instante. No se levantó al momento, ni siquiera se movió.
— Con mucho gusto — dijo finalmente, levantando la cabeza con esa habitual altivez suya.
Sus gestos eran teatrales, forzados, como si toda aquella mascarada no fuera más que un juego. Se levantó, tomándose su tiempo para colocarse bien los pliegues de la túnica. El gesto de Eirik redujo la sobervia de su rostro por un instante. Lo miró, y esbozó una breve sonrisa.
— Guardadme un poco — susurró, tanto para él como para Nyxara. — Tiene muy buena pinta.
No se veía afectada por la situación, y trató de transmitir eso a sus dos amigos. Después se dio media vuelta y salió del comedor, sintiendo todas las miradas posadas sobre ella.
Althea sale de escena
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Torre del Círculo de Ferelden - Pasillos.
Los pasos resonaban sobre la piedra con una cadencia lenta, medida. No había palabras, solo el eco de la armadura de Gareth y el roce leve de los pies de Althea, que caminaba unos pasos por delante. El pasillo estaba vacío. El comedor quedaba atrás, y con él las miradas, los juicios, los rostros que fingían no mirar.
Gareth no dijo nada. Althea tampoco.
Cuando por fin llegaron frente a la puerta de los aposentos de aprendices, la semielfa se detuvo.
No abrió ni entró, pero sí se giró. Sus ojos se alzaron hasta encontrarse con los del templario.
— Cualquier excusa es buena para cortejar. Incluído un insulso Haring como este. — le respondió, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos. — Creo que ha sido memorable ¿tú no?
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Había sido culpa suya tener que escoltar a la semielfa a sus habitaciones. Se había hecho a la idea de apartarse de ella lo máximo posible sin entorpecer su deber, pero otra vez se había acercado a llamarle la atención. No podía evitarlo, aquella aprendiz tenía un don para sacarlo de sus casillas. Quería castigarla para que aprendiese, para que entrases en razón, pero a la vez se sentía incapaz. No le gustaba.
Gareth camino en silencio mirando al frente, sin desviar un ápice la mirada hacia ella, resistiéndose.
Al menos fue así hasta que se dio la vuelta, a solo un palmo de él. Sus ojos no pudieron evitar apreciar sus facciones, pero su mirada mantuvo la fachada. Una frialdad templaria.
-¿Crees que has conseguido algo?- No había enfado en su voz, era más bien... Impotencia contenida- Desafías constantemente como si eso gritases tu libertad. Eso no te conducirá a nada- Hizo una mueca apartando la mirada un segundo, como si se siente frustrado por no saber explicarse.
Todos los magos acababan sometiéndose a las pruebas. Pero si los templarios veían que no podían ser controlados... - Mi investigación va demasiado despacio, si es que llega a algo. La convertirán en tranquila. Se perdería para siempre- ¿Sería lo mejor? ¿Y si verdaderamente podía ser un peligro?
-Tienes que obedecer- Todo su pensamiento se resumió torpemente en aquella frase mientras sus ojos se clavaban demasiado intensamente en ella y su pulso se aceleraba más del que debía. Cualquiera de sus compañeros y cualquiera de los apéndices se habría extrañado de su arrebato, de aquellas frases que denotaban un atisbo de preocupación- Déjate de cortejos... y de juegos- Terminó en voz más baja, casi un susurro, pero sin apartarse de ella.
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— He conseguido enfadar a tu comandante — respondió sardónica, evidenciando lo evidente — Y remover conciencias. Espero.
La tensión en el comedor era tan densa que se podía haber cortado con un cuchillo. Había mandado un mensaje, uno claro ¿Lo véis? ¿Así es como queréis vivir el resto de vuestras vidas? Ella sola no podía hacer nada, nada más de lo que ya estaba haciendo. Molestar. Que Gareth la instara a lo contrario, solo avivó más su rechazo a aquel orden.
— ¿O qué? — lo retó, dando un paso hacia delante y recortando peligrosamente la distancia entre los dos — ¿Sabes lo que pasa con los obedientes? Que desaparecen sin hacer ruido. Y eso es solo conveniente para unos pocos — lo miró profundamente a los ojos, como tratando de leer lo que ocultaban más allá de aquella capa gélida. Después apartó la mirada, de alguna forma incapaz de decir lo que iba a decir exponiendo su alma — Si voy a caer, será haciendo ruido. La muerte se me antoja más dulce que esta burda mentira.
No había arrogancia en sus palabras. Esta vez no. Solo una amarga aceptación. No saldría de la torre, pero no aceptaría que la consumiera. Al menos no en vida.
—El orgullo dio lugar a la caída. Supongo que estoy cayendo bien.
Sin volver a mirarlo, agarró el picaporte de la puerta que estaba junto a ellos, sin girarlo aún, dudando sobre si quería o no escuchar lo que Gareth tuviera que decir al respecto.
El orgullo dio lugar a la caída (Libro de la Verdad, 1:6) Cantar de la Luz.
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Escuché el discurso de los viejos, otra vez ya que normalmente era el mismo todos los años, con palabras más, palabras menos pero el mismo en escencia. "Portarse bien y obedecer" básicamente todo se reducía a eso, entre lo que también se dejaba entrever "Seguir aprendiendo, pero solo lo que nosotros queremos".
Mi postura era diferente a la todos los demás alumnos, tenía levantada una pierna apoyada en el banco y el brazo sobre la rodilla, apoyándo la espalda contra una de las columnas, desde allí podía ver a casi todos, pero claramente mi mirada fue a Nyx al notar como frotaba el puño de su túnica y a Althea cuándo lanzó esa chispa luminosa a mi plato.
Levanté la vista y le sonreí, abriendo una hogaza de pan y sacándole la miga para luego rellenarlo con estofado, sacando un pañuelo dónde lo envolví y luego guardándolo dentro de la manga de mi túnica. ¿La razón? Ya sabía lo que se venía.
No dije nada cuándo pronunciaron el castigo de Althea y tampoco la miré hasta que estuvo a punto de salir de la sala, momento en el que también vi que Nyx salía, con esos ojos tristes que se le ponían siempre que pasaba algo parecido.
Comí unos bocados del estofado y agarré otro pan, mientras me servía algo de vino, aproveché ese tiempo para que se calmaran un poco más las cosas, luego de eso agradecería e iría a buscar a Nyxara.
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-¿Conciencias? Te has quedado sola. Nadie ha alzado la voz para defenderte. Y es mejor así... ¿Acaso quieres un burdo intento de rebelión?
Desde luego, él no. Una insurrección por parte de los magos le haría posicionarse. Y sabía en qué bando iba a estar. Incluso aunque ella estuviese en el contrario. ¿No?
Escuchó lo que decía sin dar crédito. ¿Cómo podía estar tan ciega? ¿Acaso quería ser una especie de mártir por una causa perdida?
Gareth tenía muchas respuestas a aquella pregunta. No pronuncio ninguna. La cercanía de Althea le quitó el aliento, sintió el calor de su aliento sobre la piel y no pudo hacer más que fruncir el ceño ante aquella sensación tan agradable. Su máscara cayó por un momento, dejando de lado aquella dura expresión para mostrar sorpresa e incluso algo más, algo que trataba de esconder desesperadamente.
Recobró la compostura cuando ella aparto la mirada.
El templario notó como la rabia le inundaba todo el cuerpo cuando la semielfa habló de su muerte. La cogió del brazo e hizo que se girase, para estar frente a él de nuevo. Fue un tirón seco, sin fuerza, no le hacía falta, pero aun así hizo que ella se voltease.
-La muerte no es lo que te espera ¿Es que no lo ves? "Y en su caída trajeron consigo la oscuridad"- Repitió entre dientes el verso del cantar que él también conocía- Si sigues creyendo que eres la más lista del Círculo, acabarás hablando con un demonio que te ofrezca esa falsa libertad. Esa será la oscuridad... Y ellos lo evitarán-Parecía que le dolía pronunciarlo- No morirás... Te perderás. Te convertirán en tranquila.
Sin quererlo se había ido acercando más a ella, sin soltarla del brazo, como si inconscientemente se resistiese contra la idea de soltarla. La frustración de no ser entendido, mezclada con la embriaguez que la presencia de la maga despertaba en él le impedía pensar con claridad.
Rompía su disciplina. Su concentración.
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Aquel tirón la sorprendió. Althea se giró arrastrada por la inercia del movimiento y volvió a quedar frente a frente con el templario. Había rabia en sus reclamos, frustración. Ella lo miró en silencio, escuchando cada nota discordante de su discurso. La cercanía entre ellos — que aún la sujetase del brazo— hizo que su corazón se acelerara más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
— No voy a cambiar un collar por otro, Gareth — era la primera vez que lo llamaba por su nombre, pero quería darle peso a sus palabras, que la tomase enserio — No dejaré que me sometan al rito de la tranquilidad, ni le venderé mi voluntad a ningún demonio por falsas promesas. Si no puedo ser lo que quiero ser por mis propios medios, no seré nada.
Las palabras se quedaron suspendidas entre los dos.
— Si no puedo salir de aquí, dejaré que la magia de la muerte me consuma. Jamás obedeceré al círculo, ni sus doctrinas. — calló, perdiéndose en el gris de sus ojos. Podía sentir su aliento muy cerca del rostro, la firmeza de sus dedos sobre el brazo.
¿Por qué no la soltaba? ¿Y por qué le agradaba su cercanía?
En ese segundo, en esa tensión que la atravesaba como un filo entre la duda y el desconcierto, Althea se inclinó hacia delante y lo besó. Fue rápido. Preciso. Casi como un golpe. Si le hubieran preguntado, no sabría decir por qué lo hizo, solo que quería hacerlo. Y que le había sabido a poco. Se quedó inmóvil, mirando la reacción del templario.
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-Crees que la libertad es no obedecer a nadie, pero sigues siendo esclava, de tu rabia, de tu maldito fuego...
El aire se volvió denso. Demasiado cerca. Y entonces llegó, como una sorpresa que en el fondo es esperada, pero no por ello uno está preparado. Gareth quiso detenerla, acabar con todo aquello, apartarla de él. Pero sus manos no fueron a su hombro ni se quedaron en su brazo, fueron a su cuello, notando su pulso. Caliente. Vivo. Peligroso. La empujó suavemente contra la puerta aún cerrada, no violento pero si firme. Un gesto de contención, como todo en él. Aquel distanciamiento fue suficiente para que cesase el beso.
El templario se quedó sin aliento un segundo, perdido en una bruma que nublaba su juicio. Había algo que había olvidado, algo que aquel beso le había hecho olvidar. Su deber se veía empañado por la visión de aquellos ojos verdes, de aquellos labios, que sus ojos recorrían con desconcierto y deseo. Debía contenerse, pero no pudo esta vez.
Gareth la beso de nuevo, no fue un beso dulce, ni cuidadoso. Fue como el acero cediendo ante la presión. Tenía necesidad de ella, de callarla... Sin palabras.
Aquel beso duró más que el anterior, fue más vehemente, más profundo. Y Gareth perdió parte de sí mismo en él.
Solo el recuerdo del incumplimiento de su deber consiguio apartarlo cuando su pulso se aceleraba cada vez más y su cuerpo se acercaba cada vez más al de ella, buscando su calor.
Dió un paso hacia atrás, como si de repente la maga fuese un hierro al rojo vivo que le abrasaba la piel.
Su desconcierto y contradicción se plasmaban ahora claramente en su rostro. Su voz reflejaba las mismas dudas.
-No...- quiero parar- debimos hacer eso- Miró a los lados, recordando donde estaba y temiendo que alguien los hubiese visto- Esto... No ha ocurrido- Pero así ha sido, he incumplido mi deber- No debe volver a ocurrir.
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La manera en que Gareth la arrinconó contra la pared, hizo que su pulso se acerelara aún más. Durante un segundo, uno que pareció eterno, Althea no supo que ocurriría a continuación. Sus manos la sujetaban del cuello, sin ahogar, imponiendo una voluntad férrea, y sus ojos la atravesaban como un filo.
Entonces vino el beso, la demanda, la exigencia, y ella bebió de su deseo, haciéndolo propio, y se dejó llevar por aquella chispa que, por un breve instante, la había devuelto a la vida. Un ardor en su interior sacudió su cuerpo, reclamando, y guió sus manos a la cabeza del templario. Lo agarró del pelo, tirando hacia sí, intentando que ambos se funcieran como metal líquido.
Pero no lo eran. Él dio un paso atrás, alejándose de ella y Althea sintió un pinchazo en el pecho. Aquello le había dolido. Aunque fue lo que dijo y no lo que hizo lo que asestó el golpe final. No le respondió, no le salieron las palabras. Apartó la mirada, abriendo la puerta con apremio y entró, despidiéndose con un sonoro portazo.
Una lágrima se deslizó silenciosa por su mejilla, y se dejó caer deslizando la espalda por las tablas de madera que ahora los separaban. ¿Qué esperabas?