Partida Rol por web

Dragones, Dioses y Dígitos

Capítulo 1. Hojas Rojas.

Cargando editor
11/09/2018, 16:01
Narrador

Galand procedió a forjar aquella espada bastarda en cuanto el Inquisidor y su pupilo se fueron para dejarle trabajar. La forja de aquel arma no era particularmente más difícil que la de cualquier otra de sus espadas largas, por lo que podía realizar el proceso con los ojos vendados.

La petición de aligerar el peso hacía la espada menos apta para el combate tradicional, pero una vez más, podía enarbolarse con precisión, aunque menos entereza, siempre y cuando se blandiese haciendo uso de poderes sobrenaturales. Entre ellos, los que el propio Galand empleaba al liberar Ophicus. Por ello, la forja no resultaba más tosca o sencilla, sino poco práctica.

Cuando el artesano comenzó a enfriar el metal y trabajar en el filo, se dio cuenta de que, como tantas otras espadas, no le costaría esfuerzo alguno darle una calidad excepcional, muy similar a la de la antigua Katana que Takeshi mostró al llegar a su tienda. Aunque aquello podía llamar la atención, podía achacarse a una mezcla de suerte y pericia acumulada con el paso de las décadas. También podía limitarse a crear un arma bella, elegante y llamativa como hizo para los nobles y burgueses locales en diversas ocasionales. O podía... autolimitarse, y crear una obra mundana no más reseñable que la de cualquier otra forja en Gaia.

Poco más de una hora después, el Inquisidor llamó a la puerta del establecimiento, aunque cabía destacar que era el niño quien cargaba una bolsa con monedas, mientras que aquel hombre entrado en años intentó permanecer en un segundo plano,  por detrás del chico, dejando que fuese Ace quien lidiaba con aquella situación.

- Tiradas (1)
Cargando editor
17/09/2018, 16:22
Galand Ul Del Verdantis

El trabajo en la forja era duro, pero le resultaba increíblemente gratificante al elfo. Con la pericia obtenida tras décadas de experiencia, Galand trabajó el corriente acero hasta convertirlo en una bella y elegante espada plateada.

Su filo, largo y recto estaba perfectamente equilibrado para la tarea que tenía en mente el Sylvain. Un manejo poco ortodoxo, mediante un modo de combate que empuñaba las armas sin usar las manos. En cierto modo era similar a su Señor de las Espadas Infinitas, pero dudaba que se tratase de eso. Tampoco había percibido el Don en el niño, por lo que la magia de aire resultaba una posibilidad poco probable.

¿De qué se trataría, pues?

La espada resultante no tenía una calidad de combate excepcional. De hecho, en manos de un hombre cualquiera sería una espada con la que resultaría difícil luchar. Era liviana, poco práctica. Su equilibrio era extraño, poco común. Pero por su aspecto bien podría decirse que era única.

Su empuñadura era reluciente, de un metal tan pulido que resultaba reflectante. En su ancho filo había un intrincado grabado, que se asemejaba al ala de un ángel. El elfo creyó que aquellos Inquisidores bien podrían apreciar aquel detalle, y que se irían contentos sin preguntarse por qué había podido forjar aquel filo en una hora.

Una vez se encontró frente a sus clientes, Galand sostenía la espada envuelta en un paño. Cuando el niño se le acercó con una bolsa de monedas, el elfo se enterneció.

Aquello debía de hacerle ilusión, casi podía ver en los ojos del pequeño a su propio yo del pasado, recibiendo por primera vez una espada. Eso le hizo reforzar la idea de que había niños en ambos bandos, todo el mundo comenzaba desde un estado de inocencia que después era manipulado por los adultos.

Los humanos no eran tan malos después de todo. Pero hacía falta educarlos.

Aceptando la bolsa de monedas con una sonrisa, el elfo le tendió al pequeño la espada envuelta. Procuró soltarla cuando se aseguró de que el pequeño podía cargar con su peso.

- Cuidado, está recién afilada – advirtió dulcemente mientras retiraba parte del paño, revelando la bella espada -. Ahora debes ponerle un nombre que le haga justicia.

Tras finalizar la venta, Galand se retiró a su humilde habitación de la herrería. Cerró la puerta tras de sí, y se dejó caer contra ella. Respiró profundamente, como si hubiese estado aguantando la respiración durante largo rato.

Poco a poco se deslizó hasta quedar sentado en el suelo.

Frente a él, sobre su cama, estaba su bolsa de viaje, ya hecha. La miró con algo de desánimo, pensando en la dura aventura que tenía por delante. Sylvia, Néreleas, Ilviel… Todo se le comenzaba a hacer cuesta arriba.

Pero debía seguir hacia delante. Por la memoria de su hijo. Por Kaiel.

El siguiente paso era reunirse con la princesa, al fin.

Se llevó consigo todos sus objetos mágicos y grimorios, además de parte del dinero. Necesitaría todos los recursos que pudiese reunir.

Salió de la herrería por la puerta de atrás, adoptando la apariencia de Alain el Bardo. No llevaba consigo laúd, pero sí que parecía un simple viajero de clase media. Esta vez no portaba arma alguna. Parecía un hombre corriente y desarmado. Así le sería más fácil pasar desapercibido.

Cargando editor
17/09/2018, 22:27
Ace Velvet

El joven aprendiz aferró la espada con ambas manos y tensó los brazos, mirándola fijamente tras retirar el paño que la cubría. Galand sintió cómo resultaba demasiado pesada para el joven, al menos al principio, pero en seguida sintió cómo la presión desaparecía y el pequeño era capaz de cargar con el peso.

Con una sonrisa de oreja a oreja, el muchacho miró la espada con un brillo en aquellos ojos azules y comenzó a agradecer al herrero con visible entusiasmo. "Elohim se va a poner muy celoso" dijo mirando a Maestro con una sonrisa traviesa, señalando el ala del ángel antes de avanzar hacia el medio de la estancia, donde disponía de espacio para maniobrar. Con sorprendente pericia, hizo un par de movimientos de entrenamiento, y asintió a su mentor en señal de aprobación.

El Inquisidor, tras agradecer a Galand su excelso trabajo, se acercó al joven y murmuró algo en su oreja. Entonces comenzó a alejarse hacia la puerta, mientras el muchacho, con un semblante algo descompuesto con algo de tristeza súbita, miró a Galand y pronunció el nombre de su espada.

— Ernest. Mi padre.

Tras ello, volvió a sonreír y comenzó a abandonar la tienda, no sin antes agradecerle nuevamente su trabajo al herrero.

Galand, disfrazado de bardo, salió el encuentro de su amiga. Rumbo a una de las aventuras más difíciles que viviría nunca. Al menos en lo que pesaba en su corazón. Pero antes, mientras se preparaba mentalmente y descansaba, sentado en el suelo de su forja, recordó.

Ernest.

Cargando editor
17/09/2018, 23:26
Ernest Velvet

Hace 20 años. Año 969. Otoño.

Ernest Velvet no era un humano normal.

Galand lo había perdido todo. El noble arte de la forja, aprendido de sus ahora difuntos padres, era todo lo que le permitía al Sylvain fundirse entre los hombres más allá de un mero disfraz. Era lo que le daba de comer, y lo que le permitía seguir adelante. Durante años, nunca se había parado más de un mes en el mismo sitio. No hasta que encontró a Los Perdidos. Salvo en aquella ocasión.

Ernest Velvet no explicó quien era. Pero quedaba claro que era un hombre sobre el que merecía la pena escribir canciones. Ernest era alto y duro como un árbol, con músculos proporcionados y cultivados durante toda una vida. Era un hombre regio y estoico, con una capacidad de esfuerzo y sacrificio sin límite, pero también con un corazón enorme, tolerante y deseoso de ayudar a los más débiles. Era un luchador sin parangón, capaz de combatir a batallones enteros por si solo. Y su fuerza ofensiva terminó siendo la de diez hombres.

Sin embargo, Ernest carecía de algo que necesitaba. Armas. Filos de calidad inconcebible. Aquel hombre poseía dos filos de semejante poder, pero necesitaba muchos más. Ocho más. Cargaba consigo una Espada Bastarda, un Legislador sin igual. Pero también a Noctem, la Matarelles, una Spatha tan vieja que su empuñadura había acumulado marcas de suciedad imposibles de limpiar, aunque seguía afilada como el primer día.

Aquel hombre había buscado a Galand, siguiéndole la pista durante meses. De rumor en rumor. De pueblo en pueblo. Pero cuando llegó hasta él, su Legislador no buscaba sangre, sino compañía. Ernest no se presentó como un Inquisidor, sino como un rebelde. Se presentó como un hombre que necesitaba armamento, y un compañero de entrenamiento.

¡CONCÉNTRATE!— bramó el hombre, con un corte sangrando en el bíceps derecho, mientras miraba a Galand con intensidad y rabia.

Su Legislador y Noctem vibraban en el aire, frente a él, rodeados por un aura plateada de Ki que a duras penas conseguía mantenerlos. El propio Velvet sudaba profusamente, temblando mientras intentaba mantenerse en pie, envuelto en su propio Ki, casi ya sin reservas. Frente a él, Galand no se encontraba mucho mejor, aunque sus cortes en la gabardina armada no reflejaban herida alguna en su piel. Ya se había curado.

Galand lanzó su propia arma recién creada, Tierra Prometida, contra Ernest. El arma vibró en el aire y se abalanzó contra el humano de forma Tosca, que a duras penas consiguió parar el ataque. Sus maniobras de combate eran simples y primitivas, propias de un aprendiz, pero no estaban peleando con sus cuerpos, sino con sus almas.

Cargando editor
17/09/2018, 23:54
Sophie Vasser (Mercenaria)

Año 989.

Galand había abandonado su forja, meditabundo, y había llegado hasta el Paseo de las Rosas, una de las avenidas más emblemáticas de la ciudad. Conduciendo en la lejanía al segundo estadio de Edén más grande de Gaia, tras el de Abel, aquel paraje era precioso en verano. Ahora todas las baldosas estaban cubiertas de hojas secas, aunque seguía siendo bello. Lámparas de corte oriental con piedras de luz y aceite alumbraban el camino día y noche, pues su halo incandescente no entendía de horarios. Las gentes caminaban, intentando alejarse de aquella mercenaria con cicatrices en el rostro y aspecto de haber sobrevivido por las malas.

¿Listo?— preguntó Sophie, rompiendo su semblante de sabueso para componer una sonrisa cándida—. Vamos, ya he apalabrado un par de caballos a un precio decente— comentó, revelando su plan de transporte privado—. Aunque creo que eso no será un problema para ti, ¿verdad?— preguntó con una sonrisa, dando un codazo al hombre—. Creo que has conocido a mi amiga, Anna. Eso, o hay otro herrero haciéndote la competencia. Uno que se ha ido a comer con ella.

La princesa parecía visiblemente ilusionada por el hecho de que Galand y Anna se hubiesen conocido. Quizá porque ambos eran importantes para ella, o porque lo entendía como una señal de que sabía elegir bien sus amistades.

¿Es eso lo que quieres si conseguimos disuadir al príncipe?— preguntó Sylvia, mirando de reojo al herrero mientras avanzaba a su par—. ¿Trabajar para el ejército del Imperio?

No parecía molesta ni ofendida, pero sí sorprendida. Quizás se había hecho una idea romántica y aventurera de Galand, a raíz de sus anécdotas, y no le veía como un hombre que disfrutaba de una vida tranquila en su forja. Considerando lo que habían vivido y compartido juntos hasta el momento, no sería de extrañar. Pero quizá lo que le sorprendía era que fuese a trabajar para el mayor imperio de los humanos, o simplemente, que fuese a retirarse con ellos.

Y bueno, dime... ¿qué piensas de Anna?— preguntó con curiosidad, antes de que Galand pudiese responder a su previa pregunta—. Excepcional, ¿verdad?— se apresuró a añadir—. Muy avanzada para lo que Nerelas y yo éramos a su edad.

La mujer asintió, meditabunda por un momento, a sabiendas de que "Anna" no era una niña cualquiera. Ni siquiera una joven de excepcional talento. A sabiendas de que algo más que ignoraba debía de haber.

Cargando editor
22/09/2018, 12:55
Galand Ul Del Verdantis

Recordar a Ernest causó en el elfo una sensación harto conocida, nostalgia. Aunque llena de tragedia, su vida también había tenido buenos momentos. De vez en cuando, el elfo se encontraba a sí mismo añorando los tiempos mejores.

Quizá era un rasgo que compartían la mayoría de los Sylvain. Sus largas vidas en aquel difícil mundo, acompañadas por la gran pérdida que todos habían sufrido con la caída de Sylvania. Se preguntaba si los demás elfos también se sentirían como él. Elfos como el príncipe, o como la princesa.

Cuando “despertó” de sus reflexiones ya era casi la hora de marcharse. Agarró su equipaje rápidamente y, tras modificar su aspecto, salió de la forja.

*****

Galand anduvo por el Paseo de las Rosas, pisando hojas secas mientras buscaba con la mirada a su compañera de viaje.

No fue difícil de encontrar, pues la gente parecía no querer acercarse demasiado a la mercenaria. Galand esbozó una leve sonrisa de diversión por la elección de disfraz de la princesa. Él solía adoptar formas poco llamativas, hombres que, en apariencia, no serían un gran reto en combate. De esta forma pretendía pasar desapercibido, que nadie se fijase demasiado en él. Quizá la princesa trataba de mantener alejada a la gente con aquella imagen amenazadora.

Sin duda, formarían una pareja variopinta.

- Listo, sí - respondió el elfo mientras asentía.

Cuando la princesa le dio un codazo, preguntando por Anna, Galand se hizo el sorprendido.

- Así que ella era tu amiga - dijo pausadamente, como si encajase las piezas de un rompecabezas -. Vaya, eso explica muchas cosas.

Galand sonrió, sin dar muchos más detalles. Pero parecía que Sylvia estaba ya enterada de todo.

- Pues… creo que sí. Sería una vida tranquila, al menos para mí - explicó mientras se encogía de hombros -. Y el Imperio es poderoso, eso es innegable. Podría dejar de preocuparme de muchas cosas…

Mientras seguían andando, Galand comenzó a concentrarse en el crujir de las hojas bajo sus pies. Llevaba su bolsa de viaje cargada al hombro, y las manos en los bolsillos. Su mirada estaba fija en el suelo. Seguía bastante meditabundo, quizá por las palabras de la princesa.

- Y Anna… Es peculiar - dijo mientras alzaba la cabeza para mirar a la mercenaria -. Cuesta creer que sea una humana tan joven. He visto algo en ella, Sophie… - confesó, usando el nombre de incógnito de su compañera -. Algo majestuoso. No es solo su habilidad con la espada. Su manera de hablar, su porte. Y sus contactos… Me atrevería a decir que forma parte de una de las familias nobles más poderosas del Imperio.

Galand advirtió que la princesa también se mostraba meditabunda al respecto. Quizá ella sabía poco más que él respecto a Anna.

- En parte también acepté la invitación por ella - admitió de pronto, esbozando una leve sonrisa -. Me gustaría descubrir más de ella. Creo que puede formar parte de una magnífica historia - dijo, alzando la cabeza hacia el cielo.

Cargando editor
23/09/2018, 22:48
Sophie Vasser (Mercenaria)

Sylvia asintió de forma pensativa cuando el elfo habló del Imperio, sin decir lo que pensaba. Quizá tenía sus diferencias con el imperio. O los humanos, aunque parecía simpatizar bien con ellos. O quizá con las asociaciones grandes. O el ejército. Por mucho intelecto que tuviese Galand, la empatía no era su fuerte.

— Una vida tranquila— repitió la princesa, sonriendo—. Entendible. Son muchas aventuras a las espaldas, supongo— añadió encogiéndose de hombros—. Lo entiendo. Aunque desearía que siguieses creando historias, Galand— miró de reojo al elfo, ladeando levemente el rostro—. Cuento con que Anna se encargue de ello. Es una muchacha fantástica. Creo que es una niña prodigio, de una familia noble como dices, haciendo una mezcla de espionaje y diplomática según convenga. Mi mejor amiga, diría, aunque no la conozca hace mucho— suspiró—. Ojalá no se convierta en una historia más. Pero lo dudo. Esa niña tiene más madera de líder que ninguno de nosotros.

Una afirmación muy osada, considerando que ella era la princesa de toda una raza, y su hermano el "rey" aunque nadie se refiriese a él con dicho nombre. Por otro lado, no parecía querer que la joven formase parte de su pasado. Sino de su presente. 

La princesa, nuevamente, había oído de las aventuras de Galand en sus viajes. Y les había prestado particular afición, por su puro corazón de aventurera. Pero claramente hacía oídos sordos a los periodos de calma en la vida del hombre, que tanto disfrutaba, y a su pasión por la forja. Considerando la cercanía casi íntima que había demostrado antes de llegar a la ciudad, uno pensaría que veía a Galand como lo quería ver. Como alguien más afín a ella de lo que en realidad era.

Pero bueno— retomó palabra tras unos instantes de silencio, dándose una voz impetuosa—, antes de que sientes la cabeza con tu mujer y tengas...— se cortó, como si fuese a decir una broma de lugar. Sin darle mayor importancia, siguió—. ¿Cómo empezamos a buscar a los nuestros?— preguntó, aunque dijo "nuestros" con un tono alienado—. Asumo que es el punto de partida para encontrar a mi hermano.

Suspiró.

Cargando editor
30/09/2018, 22:38
Galand Ul Del Verdantis

Mientras la mercenaria y el bardo andaban por el gran paseo, Galand se sentía tranquilo, relajado. Hablar con la princesa le daba una sensación de familiaridad que no había sentido desde hacía mucho. Sylvia comprendía su sufrimiento, era alguien en quien podía confiar.

En aquel momento de su vida, el elfo prefería la tranquilidad de la rutina. Ya había vivido muchas aventuras, y había perdido mucho por ello. Pero la sugerencia de la princesa, lejos de molestarle, le hizo mirar a lo alto, pensativo.

- Vivir más historias… - dijo mientras se llevaba una mano a la correa de la que colgaba su bolsa de viaje -. En realidad, no estaría mal - admitió -. Añadir unas cuantas historias más a mi repertorio. Historias felices.  

El rumbo que tomó luego la conversación cambió por completo el semblante de Galand. La dulce ilusión que había vivido con Sylvia se resquebrajó cuando recordó la misión que los unía, y los rostros a los que se tendría que enfrentar por completarla.

- Puede que sea una tarea fácil, o una increíblemente difícil - dijo con cierto desánimo -. Todavía tengo el pendiente que me unía a mi mujer - dijo haciendo énfasis en “pendiente”, suponiendo que Sylvia entendería de lo que le hablaba -. Ella estaba con ellos.

Galand se llevó la mano al bolsillo del pecho, donde guardaba el precioso Eru Peregrí de oro blanco, perla y zafiro. Era una joya de calidad excelente, que se podría vender por mucho dinero en cualquier establecimiento humano. Pero era mucho más que eso.

Aquel pendiente élfico era la pareja del que tenía Ilviel. Ambos se habían entregado aquellos pendientes en señal de amor eterno durante su boda. Cuando todavía estaba entre Los Perdidos, Galand siempre lo había llevado puesto. Pero tras su partida… se lo quitó.

Quizá no quería transmitir a Ilviel su tristeza, o quizá necesitaba un tiempo a solas para procesar lo ocurrido. Sea como fuere, su decisión fue egoísta, y hasta aquel momento había temido ponerse de nuevo el pendiente.

Temía que Ilviel ya no lo llevase puesto, que su lazo se hubiese roto para siempre con la muerte de aquello que más los unía.

Pero la misión que pesaba ahora sobre sus hombros era más grande que sus temores. Debía ponerse el Eru Peregrí y tratar de comunicarse con Ilviel. Si ella seguía con los Perdidos, quizá podría saber dónde se encontraba el Príncipe.

- Es posible que ella ya no lo lleve nunca - sugirió con tristeza -. No me fui de la mejor manera - confesó mientras agachaba la cabeza -. He vivido muchas historias, Sophie, pero esta es una de las elecciones de las que más me arrepiento. Quizá, si hubiese compartido mi dolor con ella, si no hubiese estado tan lleno de ira… todo habría sido distinto.

Galand se encogió finalmente de hombros, y miró a la mercenaria con un rostro más sereno que segundos antes.

- Salgamos primero de la ciudad, aquí hay muchos ojos. Una vez estemos fuera, me pondré el pendiente y trataré de comunicarme con ella. Es un comienzo.

Una vez se lo pusiese, tan solo tenía que pensar con intensidad en Ilviel y transmitir su mensaje. Si ambos llevaban los pendientes puestos y el vínculo entre ellos todavía era fuerte… el mensaje llegaría a su destino, sin importar la distancia.

¿Y qué diablos le diría? ¿Quizá debería comenzar con una disculpa?

“Hola, Ilviel.” Sería un buen comienzo, absteniéndose de usar los motes cariñosos propios de su antigua relación. “Lamento mi desaparición, con toda mi alma. Si todavía existe la posibilidad de que puedas perdonarme, por favor, respóndeme”.

Cargando editor
04/10/2018, 23:28
Ilviel Ul Del Alinia

Hace 21 años. Año 968. Invierno.

Ilviel descansaba apoyada contra un tocón serrado. La hierba ya no estaba cubierta de hojas rojas, sino nieve, con pequeños copos cayendo a su alrededor. Una ligera brisa corría por el bosque, pero por lo demás no se escuchaba un alma. Apoyaba sus antebrazos sobre sus rodillas, con las botas incrustándose cada vez más bajo capas de nieve. Su cabello poco a poco se tornaba blanco, conforme los copos se pegaban a los mechones rojizos.

Sus reservas de Zeón eran muy bajas, pero no lo bastante para que su cuerpo se resintiera. En cambio, su corazón estaba abierto con una herida que nunca terminaría de cerrar. Lágrimas secas poblaban sus mejillas, hasta su mentón, esperando a Galand.

Su hijo había fallecido hacía días, y los Inquisidores esa misma tarde. En aquel momento comenzaba a caer la noche, con el sol escondiéndose mientras la luna asomaba. A la mañana siguiente, Galand desaparecería durante décadas, pero no sin pasar aquella última noche junto a su esposa.

Ambos llevaban puestos sus pendientes, e Ilviel miraba al horizonte la mirada perdida, hasta que dejó de hacerlo y miró a Galand, esbozándole una pequeña sonrisa tímida, similar a cuando se conocieron, aunque lacónica. Se movió ligeramente a la izquierda, haciendo espacio a su lado.

Cuando Galand se sentó, la hechicera simplemente tomó su mano con la suya, entrelazando los dedos. Suspiró, soltando una ligera brisa blanca con su aliento, y simplemente esperó. Pasado unos minutos, apoyó su cabeza en el hombro del elfo y tiró ligeramente de su mano, indicando que la abrazase por un hombro.

Pasó el tiempo, y cuando la luna comenzó a ser la única reina en el cielo, la Sylvain giró su rostro hacia el hombre y le besó, con unos labios sorprendentemente cálidos y tiernos. Fue un beso modesto y cortés, pero no despegó sus labios, y meneándose ligeramente, dejando que su vestido espolsara una ligera capa de nieve. Girándose hacia Galand, la mujer metió sus manos dentro de la gabardina armada del espadachín, acariciándole la espalda con una mano y el costado con la otra.

Cargando editor
10/10/2018, 22:56
Galand Ul Del Verdantis

Andando sobre la nieve, Galand se sentía como una especie de fantasma. Vagaba silenciosamente, acompañado tan solo por el crujir de sus botas ensangrentadas contra los copos.

En aquel momento, su alma era un hervidero de emociones. Todas embotelladas a presión, danzaban vigorosamente, y golpeaban con fuerza las paredes de su frágil corazón. Ira y tristeza, en numerosas combinaciones y proporciones, peleaban por escapar.

Un grito elevado al cielo, un mar de lágrimas, un puñetazo contra un tronco, o unos inquisidores empalados por diez aceros.

Todas aquellas reacciones habían provenido del mismo lugar, y aun así Galand no se sentía ni un poco consolado, ni un poco aliviado. Nada.

Pero el cansancio comenzaba a ganar terreno en su cuerpo. Todas sus reservas estaban cerca del mínimo. Su fuerza, su magia, su alma…

Sentía que podría dejarse caer sobre la nieve, cerrar los ojos y no abrirlos jamás. Sería un final triste, pero al menos todo terminaría.

Sumido en aquellos pensamientos, la presencia de Ilviel en la lejanía le hizo sacudir la cabeza violentamente. Allí estaba su esposa, sufriendo tanto o más que él. Por primera vez en días, Galand sintió algo parecido a la paz. Saber que había alguien con él, que lo comprendía y con quien podía compartirlo todo.

Ella sonrió, y él le devolvió la sonrisa. Fue una sonrisa sincera, pero triste y apagada.

El elfo se sentó junto a su esposa, y dejó gustosamente que los dedos de ambos se entrelazaran. Aquel sencillo gesto le hizo sentirse reconfortado.

En lugar de hablar, pensó en su mensaje. Ambos se habían acostumbrado a comunicarse de aquella manera, gracias a los pendientes.

“Hola, amor.”

Tras aquel escueto saludo, Galand pasó el brazo por encima de los hombros de Ilviel, estrechándola contra sí. En silencio, elfo cerró los ojos y se permitió relajarse. Hacía frío, pero aquello no lo distrajo de su meditación. Una a una, comenzó a enumerar las cosas que había perdido y las que le quedaban. Sylvania, su vida, su padre, su madre, Kaiel… Le quedaba Ilviel, los Perdidos, el príncipe… Pero se sentía vacío.

Cuando Ilviel lo besó, Galand abrió los ojos lentamente. Ahora se encontraban bajo el amparo de la luna, y la escena había tomado un cariz más etéreo. La luz plateada hacía relucir a la elfa. Era preciosa…

Dejándose llevar por la situación, Galand hizo descender su mano hasta la cintura de Ilviel. Tiró de ella suavemente, estrechándola contra él mientras se fundían en un largo beso. Mientras se recolocaba para encararla de frente, Galand llevó su otra mano al rostro de Ilviel, entrelazando sus dedos entre sus cabellos rojos. La acarició con dulzura primero, y luego con pasión.

Toda la tensión que el elfo había acumulado aquellos días se liberó repentinamente.

Cargando editor
14/10/2018, 09:29
Ilviel Ul Del Alinia

Galand y la princesa abandonaron la gran capital de Phaion, Markusias, y se dirigieron al oeste, por donde habían venido. Estaba claro que, por la visita de aquel Inquisidor a la forja, que probablemente fuese el comandante que Sylvia había avistado en el bosque días antes, habían eludido a la Inquisición. Al menos por el momento.

Y lo más probable era que, considerando la geografía de Gaia, Los Perdidos estuviesen en aquella dirección. Era una simple cuestión de terreno. ¿Era acaso más probable que estuviesen en Moth? No era precisamente un lugar idílico para los Sylvain.

Pasados unos minutos en el camino, con los caballos a un trote sostenible, Galand pudo ponerse el pendiente y enviar aquellas palabras a su mujer.

“Hola, Ilviel.”

Silencio.

Los caballos seguían trotando, y al lado de Galand, la princesa, disfrazada de mercenaria con cicatrices en el rostro, seguía disfrutando del viaje mientras esperaba, atenta pero discreta. Claramente esperaba pacientemente a ver los resultados de Galand, aunque no quería entrometerse dado lo peliagudo de la situación.

“Lamento mi desaparición, con toda mi alma. Si todavía existe la posibilidad de que puedas perdonarme, por favor, respóndeme”.

Silencio.

Quizá fueron solo unos segundos. Quizá minutos. Pero a Galand le pareció una eternidad, con sus latidos lentos y pesados ante el acelerado trote de su montura. Sin embargo, llegado un momento, la voz de Ilviel llegó a través del pendiente.

¿Ga... Galand?— preguntó con hilo de voz y hecha en un manojo de nervios—. ¿Eres tú? ¿De verdad?

El espadachín sabía que no podía oír los latidos de la Sylvain a través del pendiente, pero casi confundía los suyos con los de ella. A pesar de la distancia, de no verla físicamente, y de su entrenamiento contra el dolor y el estrés, era difícil para el hombre mantener la cabeza fría ante una situación así.

- Tiradas (1)
Cargando editor
15/10/2018, 23:20
Galand Ul Del Verdantis

Mientras avanzaban por la carretera, subidos a los caballos, Galand pensaba en bien poco más que en Ilviel. Se sentía culpable por la manera en que se marchó, y cobarde por no regresar durante aquellos años.

¿Sería ella capaz de perdonarlo? ¿Llevaría siquiera puesto el Eru Pelegrí?

Tras lo que pareció una eternidad al elfo, una voz respondió a su llamada. Galand dio un muy visible respingo sobre su caballo, lo suficientemente llamativo como para que la princesa pudiese ver que algo acababa de suceder.

Por un momento, que bien podría haber sido otra eternidad, Galand se quedó completamente en blanco. Miró a Sylvia, con cara de estupefacción, y parpadeó varias veces antes de carraspear, como si necesitase despejar su garganta para hablar con la mente.

- Soy yo - respondió con toda la serenidad que pudo reunir -. Ha pasado mucho tiempo…

Galand respiró hondo, con la frente perlada de sudor. Se sentía acalorado, nervioso. Su corazón se aceleraba cada vez más y más.

- Me gustaría… verte. Hablar. E-encontrarnos…

Cargando editor
23/10/2018, 00:37
Ilviel Ul Del Alinia

De nuevo, silencio.

Un silencio largo. Demasiado largo.

Probablemente, en tiempo real, no fue tanto. Pero con la tensión en el pecho, en el corazón, se hizo interminable.

De acuerdo— murmuró al fin, con un hilo de voz.

Ilviel estaba tensa. Tensa, emocionada, asustada, enfadada y seguramente, al borde de una crisis de ansiedad. Y ella nunca había sido una mujer de carácter nervioso, o neurótico, sino más bien todo lo contrario, sosegada y paciente, pero su marido la hablaba por primera vez en décadas, tras desaparecer sin más.

Pero no esperes demasiado— añadió tras un silencio, con una mezcla de compasión, enfado, tristeza y esperanza.

Y de nuevo, un silencio.

En el árbol de la última noche. ¿En cuántas lunas?— preguntó agresiva, dubitativa, deseosa, despechada y llena de fuego—. ¿Asumo que podrás llegar sin problemas?— dando pie a Galand para marcar un horizonte temporal razonable, realista, y relativamente seguro—. Necesito quitarme el pendiente.

Silencio. Un silencio tenso por lo que acababa de decir.

Simplemente necesito pensar sin interferencias— se explicó, tensa e incómoda, pero intentando quitarle una importancia que sí tenía. Y mucha.

Cargando editor
25/10/2018, 22:54
Galand Ul Del Verdantis

Cuando Ilviel aceptó, Galand se oyó a sí mismo tomando aire con ansia. Había estado aguantando la respiración durante los largos segundos que la elfa había tardado en responder.

Galand asintió con la cabeza, aunque Ilviel no pudiese verle.

- Está bien - respondió apresuradamente -. El árbol de la última noche. Ahí estaré, en unos días*.

Antes de que pudiese decir algo más, Ilviel se despidió, cortándose la comunicación cuando la elfa se quitó el pendiente.

Instintivamente, Galand se llevó la mano a la oreja. Tocó suavemente el pendiente con los dedos, estaba frío al tacto. Se disponía a quitárselo, pero… decidió no hacerlo al final. Si Ilviel se lo volvía a poner, si en algún momento quería hablar… Él debería estar ahí para escucharla, como había hecho ella durante todo aquel tiempo.

En aquel momento, el elfo volvió al mundo real. A lomos de su caballo, junto a Sophie, la princesa encubierta.

Alain miró a Sophie con una mezcla de vergüenza y tristeza.

- He podido hablar con ella - confesó, con su verdadera voz ahogada por la tensión del momento -. Nos encontraremos con ella, hablaremos y… espero que pueda decirme dónde está el príncipe.

Mientras hablaba, los ojos de Galand dejaron de mirar a su acompañante para perderse en el vacío. Su mente se llenó de posibilidades, de Ilviel y él reconciliándose, de ella rechazándole definitivamente…

Galand quería encontrar al Príncipe por Sylvia, pero... ¿Qué haría cuando se encontrase con Ilviel? ¿Cómo reaccionaría? ¿Cambiaría la determinación en su corazón? ¿Cambiaría su misión?

Con una mano se masajeó las sienes, abrumado todavía por la reciente conversación.

- Lo siento, Sophie… Ha sido duro.

 

*Aquí le digo la distancia que juzgue Galand. Ahora mismo no tengo en mente dónde era el lugar, pero vamos, que Galand va de cabeza.

Cargando editor
29/10/2018, 22:46
Sylvia Ul del Sylvanus

Gracias, Alexei— respondió la princesa, seria pero con una sonrisa.

Aún así, llamarlo Alexei era una broma, del mismo que él la había llamado "Sophie".

Cabalgaron en silencio durante un rato. Era difícil no observar cómo la princesa tenía una pequeña sonrisa pacífica tatuada en los labios. Seguramente estaba contenta de estar haciendo "progreso" en la dirección" correcta de una vez por todas, gracias a Galand.

Horas más tarde, mientras los caballos descansaban y Sophie mordisqueaba una hogaza de pan sentada en el suelo, sin mucho entusiasmo pero feliz (como Sylvain, no estaba particularmente hambrienta). La mujer descansaba con ambas piernas en círculos, dejando que sus zapatos se tocasen. Miró al elfo que la acompañaba y se aventuró a romper el silencio. Un silencio que en otras situaciones pudiera haber sido incómodo, pero considerando que la princesa no tenía problema en sacar tema de conversación, más bien había parecido un silencio ritual en deferencia a Galand, para que pusiese sus pensamientos en orden.

Bueno, ¿y qué puedes decirme de tu pareja?— preguntó indiscreta, pero sin demasiados miramientos—. Y los Perdidos. Ya sabes... qué relación tenéis y...— su semblante se suavizó un poco, volviéndose más serio al mencionar a los perdidos— cómo están.

Cargando editor
03/11/2018, 11:06
Galand Ul Del Verdantis

Durante el primer descanso de su largo camino, Galand se encontraba poniendo en orden su equipaje. Sentado a un lado del campamento improvisado, sobre una manta, revisaba el contenido de su bolsa de viaje.

Aquella metódica revisión era una de las costumbres que el elfo había interiorizado durante sus largos años de soledad. Le ayudaba a despejar la mente.

Sylvia interrumpió - sin saberlo - su ritual, con una pregunta natural, aunque incómoda para Galand. Al menos al principio.

- Ilviel… - dijo Galand en un susurro que se extendió por el césped, por los árboles y por los arbustos, hasta ser arrastrado por el viento.

Había pronunciado aquel nombre con un rostro sombrío, con una mirada nostálgica. Pero cuando los ojos del elfo se cruzaron con los de la princesa, su expresión se suavizó. Incluso esbozó una torpe sonrisa.

- Ella fue mi vida entera, durante largos años - dijo, con el pecho hinchado de afecto y ternura -. Nos conocimos de niños, en el taller de mis padres. En Sylvania - contó mientras alzaba la vista al cielo, recordando las bóvedas doradas y los jardines flotantes de su hogar -. Pero tras su caída nos separamos. Pensé que no nos veríamos jamás, hasta que encontré a Los Perdidos - bajó la mirada de nuevo, soltando una carcajada -. Bueno, ellos me encontraron a mí.

> Ilviel estaba con ellos. Había cambiado desde que era una niña, pero, ¿quién no lo hace? - preguntó mientras se encogía de hombros y sonreía levemente -. Ilviel era… luz. Fuego, un faro de esperanza. A pesar de todo lo que nos pasó… ella seguía viviendo con fuerza e intensidad. Todo el mundo quería estar junto a ella, incluido yo.

Galand dejó de sostener finalmente su bolsa. Había entrado de lleno en la narración. Sus ojos verdes ahora se perdían en el gran espacio de sus recuerdos.

- Ella estaba con los Perdidos porque no tenía ningún otro lugar al que ir, no tenía hogar. Igual que yo. Los Perdidos eran una manera de estar con nuestra gente, juntos contra la adversidad de este enorme mundo que nos odia. También estaba el Príncipe…

En aquel momento, Galand apoyó las manos hacia atrás y se recostó suavemente, alzando la mirada al cielo.

- Él nos prometió un hogar, y nosotros lo seguimos ciegamente. Bajo su mando aprendí espada y magia. Luché por los nuestros, salvé numerosas vidas. Forjé filos para la causa, y también maté. Nadie sabía lo que pasaba exactamente por su cabeza, pero todos confiábamos en su criterio, en su visión. Recuperar nuestro hogar perdido, sobrevivir en este mundo que nos odia.

> Llegado cierto punto serví bajo las órdenes directas del Príncipe. Cumplía con los encargos que él me encomendaba. A veces se trataba de recuperar objetos. Asegurar emplazamientos. O asesinar a enemigos de la causa. Inquisidores que se acercaban demasiado a nuestro hogar, humanos deseosos de descubrir y explotar nuestras riquezas, seres de otro mundo que ansiaban nuestra magia y conocimiento…

Galand ya había entrado en un tren de pensamiento que lo alejaba completamente del lugar donde estaba. El elfo vagaba ahora entre sus recuerdos, exponiendo a su compañera de viaje aquello que veía y sentía en su mente.

- Cuando nació Kaiel, el Príncipe nos permitió a Ilviel y a mí distanciarnos un poco de nuestras tareas. Dedicarnos a nuestra nueva familia. Nosotros éramos, en el fondo, gente sencilla. No ansiábamos venganza por los perjuicios a nuestra raza, sino vivir tranquilos.

> Al marcharme tras su muerte… Quiero creer que el Príncipe lo entendió. Que entendió mi angustia, la sombra que me asfixiaba y devoraba mis entrañas. Que comprendió el dolor que sentía, y me dejó marchar sin guardarme rencor. Pero no sé cómo me van a recibir los Perdidos, Princesa.

Galand volvió en sí finalmente, dirigiendo sus ojos verdes hacia los de su compañera.

- No sé si me consideran un traidor, o si comprenderán mi ausencia. En el pasado entrené con ellos, luché con ellos, y sufrí pérdidas con ellos. Pero ha pasado mucho tiempo ya… Quizá no sea más que un viejo conocido, un rostro familiar.

> La última vez que estuve con ellos, parecían estar preparando algo. Un plan del Príncipe. Aunque desconozco los detalles.

Cargando editor
08/11/2018, 17:58
Sylvia Ul del Sylvanus

Sylvia escuchó, paciente y en silencio. De normal la Sylvain era risueña, pero en aquel momento mostraba una sonrisa más pacífica, serena y tierna de lo normal. Cargada de añoranza, incluso. Pese a algún pequeño "Aw" a modo de gemido afable, la mujer permaneció en silencio mirando al espadachín con sus grandes ojos.

Tuviste suerte de que te encontrasen— afirmó cuando el hombre terminó de hablar—. Y de encontrar a alguien como Ilviel, considerando los pocos que quedamos.

Ciertamente, que el "amor de tu vida", o de unas décadas, estuviese entre los pocos cientos de elfos que habían sobrevivido, era una fortuna. Por otro lado, ¿tenía algo que ver el carácter de Galand? Un hombre sin habilidades sociales, pero con gran un corazón y mayores deseos de vivir momentos que le hiciesen sentir realmente vivo.

Nérelas siempre ha sido un líder nato, pero solitario— continuó cambiando de tercio—. Asumo que en cierto modo eras su lugarteniente, al menos en batalla— aclaró, reparando en el hecho de que entre los Sylvain, Galand no tenía rival en combate, salvando al príncipe, pero habría mucha gente más "persuasiva" o incluso "astuta" que él. Sylvia ignoraba, sin embargo, a mano derecha del príncipe, una convocadora1 con poderes parejos a los de Galand, aunque indirectos—. Además, ambos compartís esa dualidad entre luces y sombras en vuestro corazón.

Sylvia no era estúpida. No sabía de las cosas más oscuras que Galand había hecho, pero a juzgar por si actitud, que peleaba entre mantenerse animado y caer en la melancolía, y las palabras que acababa de decir sobre ejecutar en nombre del príncipe, no era difícil atar cabos. Y entre las especialidades de Sylvia, al fin y al cabo, estaba la gente.

Considerando que mi hermano os "permitió" distanciaros de vuestras "tareas" para cuidar a vuestra familia...— bajó el rostro, dejando caer su cabello en una cascada—, temo que sus sombras gobiernen más que su luz— con suerte, no hasta el punto de no escuchar, perdonar y seguir el camino de su propia hermana—. Pero Galand...— la joven se incorporó, acercándose a Galand hasta tomar sus manos entre las suyas. Con un gesto, indicó al hombre que la mirase a los ojos—. Tú no has hecho nada malo. Con tu esposa, sí, pero no el resto de Los Perdidos. No tienen motivos para odiarte— ensanchó una sonrisa, aunque cargada de dolor por su propia situación—. Quizá les cueste conectar contigo otra vez, pero dos décadas no es mucho tiempo en nuestra vida. No cuando se trata de amistad, fraternidad y compañerismo.

El matiz de Sylvia era importante, obviando cualquier referencia al amor y al romance. Algo de lo que parecía evitar hablar.

Veremos qué estaba tramando mi hermano y qué ha conseguido durante este tiempo. Mientras tanto...

* * * *

Casi dos meses más tarde, Galand y Sylvia llegaron a los lindes de Alberia. Los árboles estaban exhaustos y vacíos de su esplendor, que reposaba en el suelo, mientras el frío azotaba sus troncos y algunos copos de nieve caían sobre el páramo de hojarasca roja que inundaba el suelo. El invierno se acercaba peligrosamente, aunque Galand no era un hombre que tuviese que preocuparse demasiado por cómo el frío podía afectar a su salud. Había vivido, hecho y sido expuesto demasiado a los elementos como para que algo así pudiese tumbarlo. Por suerte, aún faltaban semanas para que el invierno azotase el continente.

Los caballos estaban cansados del viaje, pero también Galand y Sylvia. No físicamente, sino emocionalmente. Habían hablado mucho entre ellos, pero ambos habían compartido días de silencio en los que uno no estaba particularmente hablador, sumido en sus propios pensamientos. Galand estaba preocupado con su esposa, con la que no había hablado demasiado desde entonces. La mujer simplemente se había limitado a reafirmar que estaría allí. Sylvia, por su parte, mantenía la compostura con estoicidad, pero cada día que pasaba era más visible que, muy en el fondo, le preocupaba su hermano, y temía lo que pudiera encontrarse.

Aún así, ambos compartieron silencios e inseguridades, pero también innumerables risas y un bien merecido descanso. Sin Inquisidores, problemas o aventuras que comprometiesen su posición o su aventura. Lejos quedaban los destinos de Akio o Anna, que claramente seguían girando sus ruedas, desarrollando sus planes para consolidar la postura comercial de Phaion y el poderío militar de Abel.

¿Debería esperar por aquí?— preguntó Sylvia, bajo un manto humano, mientras sus caballos avanzaban al paso por el camino de hojas—. ¿O prefieres que esté contigo?


1* Convocadora Nivel 10. Junto con Galand, Sylvia y Nérelas, los Slyvain vivos conocidos más poderosos.

Cargando editor
13/11/2018, 19:21
Galand Ul Del Verdantis

Una vez llegaron a Alberia, Galand comenzó a sentirse más como en casa. Durante largos años había vivido en lo más alto de las montañas, o en una gran ciudad como Markusias. Pero los bosques de Alberia siempre serían el lugar donde creció.

A pesar de todo, seguía estando preocupado por su encuentro con Ilviel. No había podido volver a tener una conversación real con ella, más que para confirmar el lugar del encuentro.

La presencia de Sylvia resultaba reconfortante, y Galand la agradecía. El viaje, al final, había sido ameno, y carente de peligros. Sin Inquisidores que les pisaran los talones, ni enemigos a la vista, lograron llegar sanos y salvos. Tampoco era que hubiese mucha gente en el mundo capaz de hacer frente a la Princesa y a sí mismo, o eso opinaba Galand. Pero había sido agradable no tener que desenvainar la espada.

Llegado el momento, Sylvia preguntó si debía venir o esperar.

Galand lo había meditado profundamente durante aquellos días. En qué condiciones quería encontrarse con Ilviel, las cosas de las que quería hablar con ella, lo que le contaría cuando tuviese que preguntarle si sabía dónde se encontraban los Perdidos.

Tras sopesarlo, había decidido que, aunque no tenía nada que ocultarle a Ilviel, prefería encontrarse con ella a solas.

- Creo que será mejor que esperes mientras yo hablo con ella - pidió Galand sin despegar la mirada del suelo.

Cuando su caballo se adelantó finalmente, alzó la mirada para entablar contacto visual con la Princesa.

- Sylvia - dijo, llamando a la princesa por su propio nombre.

El nombre salió de su boca con dulzura y confianza. Durante aquel tiempo, Galand sentía que había conectado realmente con la princesa. Hacía mucho que no podía confiar en alguien de aquella manera.

- Gracias por encontrarme - agradeció escuetamente antes de perderse entre los árboles.

Mientras avanzaba hacia su encuentro con Ilviel, Galand dejó que portaba se desvaneciese. La imagen de Alain el bardo se convirtió en un montón de luciérnagas blancas que revolotearon a su alrededor, consumiéndose en el aire y revelando el verdadero aspecto que se escondía debajo.

Galand, el Artesano de Espadas.

Cargando editor
15/11/2018, 21:24
Ilviel Ul Del Alinia

Conforme Galand avanzó por el bosque lo fueron sacudiendo las emociones, reprimidas en lo más profundo de su espíritu. Ahogadas hasta el momento con distancia y formas de evadirse, ya fuese forjando espadas, viviendo aventuras o pasando el tiempo en solitud. Sylvia había dejado marchar al espadachín con un simple "el placer es mío" y una sonrisa radiante. El caballo atravesaba pacíficamente la arboleda. Y Galand recordaba a la fuerza lo ocurrido en aquel bosque hacía ya dos décadas. La muerte de los Inquisidores que le arrebataron a su hijo, y una despedida triste pero íntima con su mujer.

Finalmente, Galand se adentró en el claro. En él, apoyado sobre el tocón de lo que hacía dos décadas, se encontró a Ilviel. Estaba igual que cuando se marchó. Era una joven adulta, hecha y derecha, con un par de cientos de años a las espaldas. Como siempre, la mujer encarnaba un aire de paciencia y sabiduría, en su mayoría arcana, pero descansaba apoyada en el tocón como si quisiese parecerse al árbol roto que ahí debía hacer.

La paciencia y serenidad de la mujer eran innegables, pero también un aire de melancolía y cierta inquietud, a juzgar por la posición en que descansaba, encogida sobre si misma. Al ver a Galand, sin embargo, la Slyvain se levantó del suelo, apoyándose sobre el tocón con ambas manos, y hecho a correr hacia el espadachín.

¡Galand!— gritó, haciéndose eco entre el coro de árboles, mientras su vestido rojo ondulaba.

La mujer estaba muy emocionada al verlo, como no podía ser de otro modo. Cuando se acercó lo suficiente, el elfo pudo reparar en un par de lágrimas secas sobre las pecas de sus mejillas, pero también dos, una en cada ojo, que acababan de brotar hacía sólo unos segundos, al verlo. Sin margen de maniobra, la hechicera se abalanzó sobre los hombros del artesano, abrazándolo sobre los hombros con todas sus fuerzas. Se había puesto en cuclillas para ello, pero a los pocos segundos relajó las piernas y se separó un instante, sólo para abrazarlo por el pecho, cortándole ligeramente la respiración. Pegó su mejilla junto a la de Galand, haciendo que este notase el pendiente de su boda junto a su nariz y la lágrima en su propio mejilla.

Y sin más, la mujer rompió a llorar. De forma larga y desconsolada, como lo hizo cuando supo de la muerte de su hijo y la falta de consuelo que le brindó asesinar a los Inquisidores. Era, quitando esas dos opciones, el llanto más profundo e hiriente que Galand había visto en Ilviel.

Cargando editor
22/11/2018, 19:27
Galand Ul Del Verdantis

Al ver a Ilviel, Galand se quedó sin respiración. Allí, de pie en medio del claro, no pudo sino aguardar congelado a que la elfa saltase sobre él. Solo en ese momento reaccionó, envolviéndola en sus brazos, estrechándola contra él.

Apenas tenía palabras para describir lo que sentía.

- Ilviel… - susurró con voz quebrada, tan solo cuando se fundieron en un abrazo.

El llanto de Ilviel se contagió a Galand, cuyos ojos se anegaron rápidamente. Al llorar ambos, Galand buscó consuelo en la presencia de su esposa. La abrazó con fuerza y, como si volviese a ser un niño, no puco más que balbucear unas pocas palabras.

- Lo siento, lo siento, lo siento…

Con cada disculpa, el abrazo de Galand se iba aflojando. Recorrió con sus manos la espalda de Ilviel, hasta agarrarla por los hombros.

- Lo siento - dijo finalmente, en un tono más firme, aunque no por ello menos triste.

Galand tomó aire con fuerza, tratando de evitar seguir con su llanto. Sus labios se curvaron en una discreta sonrisa, en el mismo instante en que las miradas de ambos se cruzaron.

¿Y qué decía ahora? ¿Qué podía decir? ¿Qué tenía sentido? ¿Qué era apropiado?

- Te he echado de menos.

Aquello era cierto.

- Aunque necesitaba tiempo para estar a solas con mis pensamientos.

Aquello también era cierto.

No sabía si Ilviel podría perdonarle. Quizá, el aceptar encontrarse con él fuese un paso hacia el perdón.

- ¿Qué ha sido de ti? - preguntó, interesándose por Ilviel, todavía sosteniéndola por los hombros.

Galand no había tratado de besar a la elfa, pues temía una reacción negativa por su parte.