Partida Rol por web

El monje seguía dando arcadas, pero entre vómito y vómito su mente alelada intentaba dar con alguna solución.

- Mojad..arghhh - tuvo que intentar tomar aire entre horrorosos estertores - el pluma...arghhhh - seguía vomitando - agua encima... - se tapó la cara, completamente mareado.

Gwyn sacó un virote y se puso a cargarlo en su ballesta, entre tanto permanecía atento a lo que ocurría. La escena no distaba mucho de lo ocurrido frente al elemental de fuego, el líder Tareth empuñaba su espada de rayos contra el enemigo, dispuesto a realzar otra hazaña memorable, y claro, para que eso fuese recordado por generaciones tenía que mantener con vida al bardo, y eso hizo. La cazadora en lugar de disparar sus flechas se dedicaba nuevamente a sus mascotas, esta vez en lugar del monje se preocupaba por Coon. Los guardias, para variar, resultaban igual de inútiles que antes, difícilmente esos protectores podrían haber salvado a los diplomáticos sin ellos. Zeveruth, como de costumbre, daba un espectáculo indigno de un kirath, si antes quedó inconsciente sin más que haber dado golpes al aire, ahora ni siquiera llegó a eso, simplemente se arrodilló y dejó en el piso hasta las tripas. Realmente no tienes dignidad, pensó al ver el triste espectáculo. A Gwyn le pareció que estaba por morir ahí mismo, ahogado en su propio vómito, y su último deseo parecía ser agua. Lamentablemente para él, la druida los había dejado y ya no había pelícanos en la zona como satisfacer sus deseos.

Algo, sin embargo, era diferente. La bella Túnica Blanca se transformó en una horrible criatura, el pequeño kirath no estaba seguro cuál era la verdadera forma de Elspeth, si la bonita elfa o el monstruo del pantano. Qué le pasa a estas mujeres? se preguntaba recordando a Lithiniel que se transformaba en momia y a Drielae que se tranformaba en fantasma. Le dio curiosidad en qué podía llegar a transformarse Alhana, pero ya habría tiempo para averiguarlo. Entonces, en silencio, simplemente disparó la ballesta contra la criatura que amenazaba a su amigo tuerto.

Tareth no pudo soportarlo más. Aquel olor era simplemente nauseabundo. Tuvo que apartarse del combate, pues las arcadas que le sobrevivieron fueron terribles. Acabó por echar por la boca la última comida totalmente triturada y recubierta de jugos gástricos. Lo cierto era que en ese momento tenía mucho peor aspecto que antes de ser ingerida.

Sus compañeros de armas no estaban en mejores condiciones. Casi todos habían sido afectados por aquel nauseabundo olor. De esa manera, difícilmente saldrían con vida de aquella. Por suerte, expulsar a los malos espíritus de su cuerpo, le vino bien para frenar aquellas molestas arcadas y parecía que podría regresar al combate en breve.

Es tras dar un sorbo de agua a su cantimplora, cuando el tuerto, una vez recuperada la compostura, decide acabar con el buitre que tenía más cerca, el que había recibido más heridas. Un espadazo impacta contra su cuello y la sangre putrefacta salpica por doquier, a la vez que se escucha un sonoro "clac", en la zona del cuello. Tarerh esperaba que aquel buen golpe fuers suficiente para acabar con aquel engendro del mal.

La amenaza había pasado. Tareth resopló aliviado. De nuevo habían estado cerca de tener que lamentar víctimas, pero por suerte, no había sido así y habían logrado vencer a sus enemigos. Esos enemigos que aquel bosque enfermo estaba creando, pues lo que otrora fueran buitres carroñeros, la pesadilla había convertido en demonios hambrientos y en cazadores infalibles. Por suerte la puntería de Ashe había sido buena y sus espadazos certeros.

- ¿Estáis todos bien? - Preguntó Tareth. - No, claro que no... - Dijo al ver el estado Ghïlmeril y Lormaen. - Seguro que la magia curativa puede hacer algo por vosotros, si, seguro que si...

Tareth se mantuvo atento a los alrededores. Lo creía improbable, pero aquel ataque podía ser tan solo una avanzadilla. ¿Y si había más de aquellos seres ni muertos, ni vivos? Sólo esperaba verlos venir antes de que fuera demasiado tarde. De lo contrario, podían salir no tan bien parados como lo habían hecho en aquella ocasión.

Una vez pasado todo y recomponiendose lo mejor que puede, el monje comprueba aliviado que toda amenaza ha sido disipada, y que ha sido gracias a la genuina exploradora.

Al abrazarla aquel escolta, una pequeña punzada en el corazón, hasta ahora desconocida para él, le sorprende, pero las palabras sinceras de Lormaen alivian su inesperado dolor.

Sonriente y orgulloso, se dispone a poner por las nubes a Ashe.

- Creo que queda claro quién nos ha salvado, pero no solo hoy, sino siempre que tiene oportunidad - clama el monje - no encontrareis a nadie más genuinamente entregado a los demás y a su causa, espero que no os olvideis de sus hazañas llegado el momento de redactar el informe de cómo se salvó Silvanesti - advirtió con voz profunda pero tranquila.

No le preguntó si estaba bien, estaba claro que aparte de ser mejor en combate, también tenía más aguante que todos los demás. 

Se acercó a Gwyn, sin embargo, y dándole la mano, le preguntó.

- Amigo, ¿estás bien?

- Empieza a funcionar, si... - Dijo Tareth satisfecho.  - Si lo parece... 

El tuerto no necesitaba que le agasajaran, ni que alabaran sus proezas. Cada uno era bueno en algo y él lo era con su espadón y su magia. Lo que realmente le había puesto de buen humor era la actitud que había adoptado Zeverúth. Había vuelto a ser de poca utilidad en el combate, en ésta ocasión ni tan solo había servido como blanco, pero ya llegaría su momento. Que se preocupara por Gwyn, aunque fuera de manera fingida, era buena señal, unía al grupo. Eso era lo que necesitaban.

- Si estamos todos bien, descansaremos y seguiremos. ¿Si? - Preguntó al aire. - No es bueno quedarse quietos, no... nada bueno.

Luindai, 15 Sirrimont del 353 A.C.

Con los cuidados de Navlius y una adecuada hidratación, no tardáis mucho en recobraros completamente del encuentro con los buitres asesinos y dejar atrás su mal recuerdo. Utilizando sus plumas, ramitas que encuentra, huesecillos de animales muertos y pedernal, Ashe aprovecha los ratos de descanso para reabastecer su carcaj vacío y fabricar unas cuantas flechas más para Zeverúth y Tareth, que no han tenido la previsión de traer proyectiles consigo; flechas que guardan en rudimentarias aljabas de piel elaboradas por la mañosa semihumana.

Tras varios días de camino, llegáis finalmente hasta el pequeño asentamiento élfico de Quinaresti. Los edificios aquí parecen haber sido hechos de cuarzo rosa extraído de la tierra y moldeado por magia en hogares acogedores. Sin embargo, el encanto del pueblo es fugaz ya que no tardáis en notar rastros de sangre que salen de muchos de los edificios. Huellas de manos sangrientas y marcas de garras cubren el exterior de las casas. El interior también está cubierto de salpicaduras de rojo y, sin embargo, no se puede encontrar un solo cuerpo en el pueblo.

Un sinuoso sendero a través de los dispersos edificios abandonados os lleva hasta la orilla del río. Un muelle hundido se adentra en sus gélidas y mortales aguas. Una barcaza rota y desgastada todavía permanece amarrada al muelle. Más allá, en la lejanía, podéis ver las altas torres de la capital élfica: Silvanost. La que un día fuera la ciudad más bella de Ansalon, quizá de todo Krynn.

Las sangrientas, burbujeantes y oleaginosas aguas del río se ralentizan en este lugar. Las hojas muertas que flotan sobre su superficie giran perezosamente. Su quietud refleja el dosel que sobresale del cielo gris hielo y las ramas retorcidas de los árboles. Voces extrañas parecen llorar de dolor amortiguado por todas partes. Formas oscuras se mueven debajo de la superficie como reflejos de un siniestro espejo que imitan vuestros movimientos. Al fijaros con mayor detenimiento, os reconocéis en las figuras sumergidas a vosotros mismos, ahogados.

La alta elfa estaba colmada de nervios, pero el ver a aquel energúmeno confesando sus peores sospechas la animó a seguir y obtener todo lo que había venido a buscar, por lo que dijo con su tono inmisericorde:

-¿Entonces nos mandasteis con la intención de que hiciéramos fracasar dicha misión? ¿no sé os pasó ni un segundo por la cabeza que podríamos haberla cumplido? -decía sin poder dar crédito y aferrando bien la aguja par que el tipo supiera que el interrogatorio no había terminado- me queda bastante claro que deseabais nuestra muerte y la de los diplomáticos, ¿esto es cosa del comandante y tú únicamente o hay más oficiales implicados? -preguntó finalmente haciendo mella con su aguja la cual estaba a punto de traspasar el prime epitelio de sus genitales.

—¡Ahhhh, eres una perturbada! —puedes sentir como su temor y desconcierto iniciales van dando paso a una ira creciente con cada nuevo pinchazo—. Lo único que se me pasó por la cabeza cuando os recluté fue que haríais lo que se os dijera. Era una tarea muy sencilla, solo teníais que aseguraros de que no muriera nadie pero Thlörendil estaba en lo cierto con vosotros, sois unos patanes indisciplinados y unos completos inútiles. Debí haber dejado que os pudriérais en prisión y buscado a alguien competente para proteger a los embajadores.

»Reconocozco que hasta esta noche vuestra suerte me era totalmente indiferente. Pero puedes jurar que lo que estás haciendo no quedará sin castigo. Si huyes ahora tal vez consigas salir de la ciudad antes de que mis guardias te encuentren y te arrastren de los pelos hasta el patíbulo.

Gwyn no se concentró mucho en el combate después del primer disparo, aún con uno de los buitres picoteando su armadura, su prioridad, así como la de todos los que osaron enfrentarse a esas criaturas, fue lanzar todo el contenido de sus vísceras. Ashe parecía ser inmune al mal olor, el pequeño elfo no sabía si era por su ascendencia humana que arruinaba sus percepciones, o porque el monje olía mal y ya se había acostumbrado. Fue gracias a ella que cuando terminaron de vomitar, el combate había terminado. Los demás comienzan a elogiarla, se lo merecía, aunque las frases sonaban a poco considerando de quienes provenían, ni con el arco, ni con la espada, ni con nada eres competente, Lormaen pensó el kirath cuando habló el escolta, pero nada superó las alabanzas de Zeveruth, mejor hablar del herísmo de tu mujer que de tu bochornosa labor. El monje se acercó luego y le extendió la mano - Si amigo, me siento de maravillas, mucho más liviano incluso - dijo bromeando, sonriendo de oreja a oreja y mostrando sus dientes manchados de restos coloridos y mal olientes de comida que acababan de aflorar.

Tuvo la intención de acercarse a la cazadora y felicitarla con un abrazo, pero se detuvo un par de pasos antes de hacerlo cuando notó su mirada amenazando. El rechoncho kirath había dejado unas cuantas raciones esparcidas por el piso, y una espesa y viscosa sustancia amarillenta sobre su armadura de camuflaje. Gwyn estaba satisfecho con la mejora, las manchas ayudarían a pasar más desapercibido todavía en el bosque, así que al igual que con el agua podrida del pantano, tampoco limpió sus ropas en esta ocasión. El olor que desprendían era intenso, putrefacto y desagradable, pero pese a todo eso parecía ser un florado perfume en comparación con el repugnante hedor de los buitres.

Los días siguientes no fueron tan entretenidos, aunque el bosque se las ingeniaba para que no se aburriesen nunca. Sintió nostalgia al ver las edificaciones en cristal rosa, Quinaresti era más afortunada que Tirintaal, aún con sus paredes sangrantes y la podredumbre en el ambiente podía considerarse dichosa, pues sus edificios permanecían en pie y los cuerpos de sus habitantes se habían consumido, no como la gloriosa Fortaleza que terminó derrumbada y hundida en el mar, con todos sus habitantes convertidos en no muertos. Eso no lo convertía en un lugar seguro ni reconfortante, así que todos siguieron andando en dirección a los altos edificios de Silvanost. Un río se interpuso en el camino, más tenebroso que el anterior aunque menos caudaloso, el agua se había estancado frente a ellos y era tan espesa que flotaban hojas y ramas que de otro modo se hubiesen hundido. Parecía más bien un estanque  de espesa sangre que hervía, cocinando en su interior sombrías criaturas.

Entonces se acercó a la barca rota, y al bajar la mirada vio su rostro. Eso era normal, siempre veía su cara reflejarse en el agua, sólo que esta vez no era un reflejo, sino que vio su propio cuerpo ahogado hundirse en el agua. Sus pantalones se mancharon de dentro hacia afuera en ese mismo instante, su piel palideció y su rechoncho cuerpo se quedó petrificado en el lugar.

Cuando llegaron a Quinaresti fueron testigos de la más pura desolación. Tareth no esperaba encontrar habitantes en aquel asentamiento, pero tampoco esperaba encontrar toda aquella sangre. Imaginar lo que allí había sucedido le daba escalofríos. Era como si algo hubiera atacado aquel bello enclave y se hubiera llevado a todos sus habitantes, aunque por la sangre que había esparcida en las paredes y en el suelo, lo más probable era que ese alguien fuera algún enorme monstruo, un dragón o varios de ellos, y que se hubiera comido a todos los habitantes del lugar.

Tareth tomó aire y trató de serenar su espíritu. Lo que habían encontrado era terrible, pero estaba seguro de que no sería ni la punta del iceberg de lo que allí podían hallar. Fuera como fuera, tenían que explorar aquel lugar. Con un poco de suerte encontraran a algún superviviente, algún cuaderno con anotaciones sobre lo sucedido o cualquier otra cosa que les pudiera ayudar a aportar algo de luz a aquella tragedia.

No dijo nada hasta que llegaron al río. Aquello más bien parecía un charco de agua estancada y putrefacta. Putrefacta como todo lo que les rodeaba, pues parecía una constante en todo lo que la pesadilla tocaba. Aquella maldición afectaba a la vida de todo el bosque y se iba extendiendo de forma mortal a gran velocidad. Si no lograban llegar a la fuente de ese mal, pronto no quedaría nada por lo que valiera la pena luchar.

Entonces lo vio. Se vio a si mismo reflejado en el agua. A diferencia de en otras ocasiones, no se trataba de una imagen exacta de él mismo, sino que parecía que el propio río trataba de asustarle, pues la imagen reflejaba un Tareth ahogándose en aquellas aguas. El corazón se le aceleró, pues el sobresalto fue mayúsculo. Rápidamente se alejó del agua dando varios pasos hacia atrás.

- ¡No miréis al agua! - Les advirtió a sus compañeros. - ¡He visto a muchos de los nuestros morir ahogados por mucho menos! ¡Es brujería! ¡Apartáos!

Cuando se tiene una mente como la mía, que es a la vez una bendición y una maldición, resulta imposible olvidar sucesos tan desagradables como el que protagonizaron esos monstruosos buitres. Confiaba en que mi magia me protegería de sus ataques pero jamás pude imaginar que sus picos no serían su arma más temible.

Me estremezco cada vez que recuerdo la escena en la que la mayoría de nosotros estábamos postrados en tierra tratando de calmar nuestros estómagos revueltos. Por desgracia, no hay manera de conseguir que inmundo kirath sobrealimentado que nos acompaña acceda a asearse y eso hace que las arcadas vuelvan a mi garganta cada vez que le tengo cerca.

Cuando escucho a Tareth pedirnos que nos apartemos de las aguas, tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no empujar a Gwyn hacia ellas con la esperanza de poner fin a la tortura a la que nos está sometiendo desde hace ya días. De hecho, creo que estoy empezando a enfermar y si no es por su culpa, desde luego su falta de higiene no ayuda en absoluto. De hecho, si no le empujo, es más por la repugnancia que me produce tocarle que por verdadera fuerza de voluntad por mi parte.

—Este lugar me produce escalofríos, ¿a vosotros no? —pregunto, abrazándome a mí misma— Es curioso que hayamos llegado aquí precisamente hoy. Esta noche es la Noche Sin Lunas, un curioso fenómeno astrológico que se produce una vez cada dos años. La única noche en que las tres lunas, la blanca Solinari, la roja Lunitari y la invisible Nuitari se encuentran alineadas en fase de luna nueva. Es casi como si los dioses de la magia quisieran cerrar sus ojos a nuestra llegada a Silvanost, o como si pretendieran ocultarnos para que no seamos descubiertos. Es para mí un inequívoco presagio, aunque si es uno pusitivo o negativo no tengo modo de saberlo.

Aunque no soy una gran entendida en la materia, me acerco a examinar el bote y comprobar si está en condiciones de navegar. Nuestro destino está tan cerca y Quinaresti presenta un panorama tan desolador que no me gustaría tener que hacer noche en este lugar.

Lithiniel se empezó a dar cuenta de que aquel elfo degenerado no iba a decir nada más, o al menos no algo que pudiera interesarle, por lo que era el momento de llevar la "charla" a otro nivel. Así pues, intentando no soltar su aguja y que de esta forma el oficial no se inmutara, intentó convocar la magia del veneno que ayudaría a tener a aquel energúmeno mucho más débil y de esta forma seguir imponiéndose a su rival...

Manteniendo la aguja en su lugar con tu mano izquierda, comienzas a recitar las palabras de tu ponzoñoso sortilegio mientras tu diestra ejecuta con precisión los movimientos entrenados para ello.

—¡¿Qué estás haciendo ahora, bruja?! —pregunta entre indignado y asustado tu cautivo.

El capitán Alirion Laravander da un respingo y salta de la cama lanzándote una patada y aterrizando en el suelo sobre sus posaderas de una forma muy poco elegante. Consigues pincharle con tu aguja pero no donde pretendías y puedes ver un hilo de sangre resbalando por la cara interior de su muslo izquierdo.

Tendido como estaba en la cama, su ataque no resultó tan preciso como hubiera sido en condiciones normales, pero tampoco eran las ideales para ti. Afortunadamente, habías previsto cualquier eventualidad y tu conjuro protector le confería a tu piel una dureza extra que te permitió ignorar el golpe y ejecutar tu conjuro sin impedimentos.

—¡Estás loca! —grita desesperado el oficial militar mientras te abalanzas sobre él con tus uñas rezumando un veneno verdoso—. ¡Auxilio, a mí la guardia!

Trata de gatear de espaldas por el suelo hacia la puerta, como los cangrejos, pero tú estás dotada de una agilidad sobrenatural y no te cuesta alcanzarle y asestarle un zarpazo. Confías en que el veneno le haga efecto rápidamente y comience a debilitarlo pero él continúa arrastrándose y gritando.

—¡Ayuda, intentan matarme!

La druida se permitió una media sonrisa al ver la desesperación de aquel elfo, no obstante, no iba a dejarle pedir refuerzos, por lo que acto seguido sacó su estoque de los pies de la cama, y apuntando con la punta del mismo al oficial le decía a la vez que iba cogiendo sus ropajes:

-Ahora vas a volver a gritar y vas a decir que está todo en orden, o de lo contrario el veneno que está corriendo por tus venas te matará, esa debilidad que sientes volverá a hacer mella en ti dentro de un minuto, y ahora mismo la única con capacidades para concederte el antídoto en dicho tiempo soy yo -aclaró dejándole claro a aquel tipo que no le quedaba mucho tiempo- además vas a escribir en un papel todo lo que me has contado, firmado por ti y con todas tus credenciales, si accedes, te sanaré el veneno, de lo contrario puedes despedirte de este mundo... -concluyó esperando que Airion colaborase.

Eres rápida a la hora de recuperar tu estoque de debajo del colchón, pero él es aún más rápido desenvainando la espada que tiene tirada en el suelo y recuperando la verticalidad.

—¡La única que va a gritar y a morir aquí eres tú, bruja! —exclama furioso el oficial, lanzándose en pos de ti espada en mano— Las sacerdotisas de Quenesti Pah me salvarán de tus ponzoñosas artes, pero a ti no podrán salvarte ni los dioses.

Sin embargo sus amenazas parecen vacías pues tú, con tu agilidad mágicamente aumentada, consigues esquivar su acometida por milímetros.

- No deberíamos pernoctar aquí. - Dijo entonces Tareth. - No... desde luego que no. - Se quedó petrificado por unos segundos mientras miraba hacia el infinito con cara de preocupación. - Este lugar está maldito, si... - Se echó la mano a la empuñadura de su espada. Quería estar preparado por si sucedía algo que requiriera el acero. - No me fío de ese bote, no. - Pensó entonces en Lithiniel. - Si ella estuviera aquí... - No acabó la frase. - Podemos dar un rodeo. Igual hay un paso. ¿Si?