Partida Rol por web

El ansia

La muerte negra

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28/09/2010, 03:50
Director

Invierno de 1348. La peste transportada por las pulgas de rata ha golpeado Ávila con feroz virulencia. 20000 vidas perdidas en tres meses de una población de 45000. Todos los esfuerzos de los médicos han sido en vano, sin embargo con la llegada del frío y la nieve, parece haberse llegado a una tregua con la muerte. Sea un castigo divino o culpa de judíos que envenenan los pozos, el frío ha disminuido el número de muertes pero ha sido a un duro coste, el hambre. Con las cosechas perdidas, animales muertos y las despensas y graneros casi vacíos, un ansia voraz se ha apoderado de la población.

 Aquí y allá se ve a hombres amontonando cuerpos sin vida sobre carros para ser transportados trabajosamente sobre la nieve a las afueras para ser quemados.  Mientras los desposeídos, los hambrientos los observan con mirada sombría a los encargados de tan ingrata tarea ignorando que secretamente, con cada cuerpo que arrojan a la pira, rezan por que el olor de la carne no les abra el apetito.

El efecto del hambre devorador está escrito en cada rostro. En las miradas de la gente pálida y flaca refugiada al abrigo de los portales mirando con envidia a los cuerpos sanos de las personas más pudientes mientras se preguntan si vale la pena arriesgarse al robo o si podrían ser su próxima comida.

Los más desesperados ya excavan entre la nieve buscando los cuerpos de los que han muerto por el frío deseando llevarse un pedazo de carne a la boca.

Carlota y Claudia se mantienen lejos de la gente. Sus conocimientos sobre plantas y la ocasional ayuda de su benefactor el marqués de Velada, satisfecho con la labor de Matías, han mantenido su despensa surtida. Saludables y de mejillas sonrosadas saben que si se acercan a los hambrientos corren peligro de ser asaltadas, robadas o algo peor. Por eso solo salen cuando atardece, a las horas en que el frío empieza a hacerse más intenso y la mala gente busca refugio. Nunca se alejan demasiado de los límites del hospital del convento de las clarisas donde se alojan con su padre. Nunca hasta este día. El viejo manzano del camposanto fue demasiado tentador. Nadie va nunca por allí, solo los encargados de recoger y quemar los cadáveres, que utilizan el patio de una leprosería cercana, pero nunca están allí a esas horas. Todavía el temor a la plaga supera al hambre. Mientras Carlota golpea con su bastón las ramas Claudia recoge las manzanas que caen entre las lápidas.  Un momento de descuido es suficiente. Las risas de su hermana cesan y cuando Carlota se quiere dar cuenta un harapiento embozado arrastra lejos de ella a su hermana tratando de meterla en un saco. Carlota trata de correr tras ellos pero su cojera la hace caer y le impide alcanzarlos, mientras trata de levantarse, el desconocido arrastra forcejeando a su hermana al interior de un panteón cerrando una pesada puerta tachonada de bronce tras él. Ella impotente empuja la puerta tratando de abrirla, finalmente se da por vencida y corre desesperadamente de vuelta al convento en busca de su padre. Embarrada y aterrada entra en la estancia donde se encuentra su padre charlando con Agustín, el enterrador.

Aquí comienza nuestra historia...