Partida Rol por web

Alex casi había quedado muda por aquella sensación que atenazaba su cuerpo. Le dolía la cabeza como si una aguja atravesase sus sienes.

-Ahi... ahí hay algo-dijo señalando el monticulo y a medida que se iban acercando más parecía que le dolía la cabeza-. Ufff, no se si esta ahí... o no... pero hay algo mal. Hagamos lo que hagamos tenemos que hacerlo ya. Si no sirve santificar esta tierra entonces llevemosnos los huesos a una iglesia-dijo esperando a ver, con la esperanza puesta en ello, si Victor podía santificar el lugar y así terminar con aquel peligro.

El sacerdote oyó las propuestas de sus compañeros y reflexionó 

--Quizás baste con bendecir el lugar en el que está enterrado..-- pensó durante unos segundos.

—¿Alguien tiene una botella o recipiente?..— preguntó a sus compañeros —..necesitaré recoger un poco de agua antes de entrar ahí—

Víctor tuvo la idea de utilizar agua de lluvia para bendecirla, y así tener lo mínimo necesario para realizar un ritual de exequias ante la tumba donde residía el cuerpo del espíritu atormentado.

Tomaron algo de agua de la lluvia en un cuenco que encontraron por el jardín. Estaban tan calados de agua ellos mismos que no hubieran tenido problema en llenarlo tres veces escurriendo sus ropas, pero finalmente fue el agua de la lluvia quien terminó de hacerlo. Victor se preparó bendiciendo el agua para consagrar la tierra en la que se encontrase enterrado el cadáver y realizar las honras fúnebres correspondientes. No bastaba con bendecir el lugar completamente, tenían que encontrar el cadáver, desenterrarlo y volver a enterrarlo en terreno consagrado para que el retornado pudiera descansar tranquilo. Era un misterio el motivo por el cual los Vaesen respondían muchas veces a ceremonias cristianas, pues no era el primero del que habían leído que era necesaria de algún igual religioso para ser apaciguado. Para los religiosos que estaban metidos en asuntos como los que les habían traído a ellos hasta aquel lugar era la prueba irrefutable de la existencia y el poder de Dios, sin embargo, algunos autores agnósticos como Erik Stormhold, aseguraban que las convicciones de las personas influían en los vaesen. Si las personas creían que un símbolo cristiano tendría un efecto intimidatorio o letal en el vaesen, para el vaesen sería tan cierto como que el sol sale por levante. 

El sótano estaba tranquilo, silencioso, sin evidencia alguna de que algo estuviera pasando allí. Y sin embargo, todos sentían la tensión que se incrementaba conforme se iban acercando al montículo bajo el que se encontraba. La puerta de la despensa, formada por varios tablones carcomidos de madera, se abrió con un chirrido y les dio paso a un lugar oscuro y húmedo, tuvieron que bajar unas escaleras estrechas y de cortos peldaños resbaladizos. Había algunos tarros de conservas en estantes viejos que acumulaban una gran cantidad de polvo y telarañas. Un baúl viejo con ropa apolillada se encontraba pegado a la pared, y algunas herramientas se acumulaban en otra balda de la estantería cogiendo oxido. Al fondo de la despensa pudieron ver otra puerta tras la que había un nuevo conjunto de escalones que descendían hasta una enorme cueva, muchísimo más grande que la despensa. La primera sección de la cueva estaba cubierta por estanterías llenas de comida corroída por los gusanos, escarabajos y ratas. Hacia mucho viento en el lugar, lo cual le sorprendió. El viento arrastraba una voz angustiada de la que pudieron entender algunos fragmentos de lo que decía entre susurros y lamentos. 

—...Albert, amor mío... tengo derecho a negarme... ¡Lo eras todo para mí!... Dejaste que Pyri me matara y ahora yo... ¡Katja!... Hilma... He visto cosas que ninguno de vosotros podría... Yo me llamaba... bailaba en París y... 

Lotta ni siquiera sentía a esas alturas la lluvia sobre ella; estaba tan empapada como el día que se había caído vestida al lago. Pero allí no estaba en el lago sino en una posada que un vaesen había tomado como su hogar.

Siguiendo a Alex, cuya intuición o sexto sentido la había llevado hasta el sótano, entraron en el lugar y comenzaron a descender escaleras. Lotta las bajaba con cuidado ya que sus botas estaban mojadas y cubiertas de barro y tenía miedo resbalar y romperse una pierna. Pero lo que de verdad la sorprendió fue llegar aún más abajo, a una caverna donde un viento venido de alguna parte la hizo tiritar de frío; en ese momento sí que fue consciente de sus ropas mojadas.

—¿Habéis oído eso? —preguntó cuando ese mismo viento que enfriaba su cuerpo trajo retazos de palabras cargadas de angustia y dolor. Hablaban de muerte, de pérdida, de aflicción—. Era una voz femenina... distinta a la del desván... Venga, vayamos a investigar y demos con ella.

Lotta se puso en movimiento intentando distinguir la procedencia de aquella voz.

—Sí— respondió Víctor de forma seca.
Las palabras que susurraba el viento que salió de aquel lugar helaron la sangre del sacerdote.

--¿Katjia?..-- pensó el clérigo --..¿no se suponía que el muerto era un tal Oscar? ..no entiendo nada-- Víctor temía que se les hubiese escapado alguna pista. Necesitaba que aquella voz y aquellas palabras fuesen más claras, y aunque la primera impresión de aquella malsana cueva no era buena en absoluto, se vio animado por Lotta a entrar e investigar más.

—Estoy de acuerdo, continuemos..— respondió a la escritora siguiendo sus pasos.

Eamon no las tenía todas consigo, no se fiaba en absoluto de ese lugar, el perro notaba el peligro lo mismo que él y seguía gruñendo. El grupo, aún temeroso, parecía decidido a entrar. Eamon, desconfiado por todo lo que había pasado en ese lugar, se mantuvo unos metros por detrás del grupo sin soltar la daga debajo de la capa. Miraba detrás y a los lados constantemente esperando que el peligro apareciera por el lugar más inesperado. 

-señor Simonsson! ¿No sería buena idea bendecirnos a nosotros antes de entrar?No deberíamos entrar ahí sin algún tipo de protección. -gritó Eamon aunque no estaba seguro si alguien le había oído.  

Alex continuó avanzando con los demás. Aquella voz femenina era muy distinta a lo que habían sentido antes, estaba segura de que cada vez estaban más cerca de lo que buscaban.

-No creo que tengamos tiempo para bendiciones ahora-dijo el detective- será mejor que sigamos. Parece estar cerca...

No estaba segura de ello, pero Lotta tenía razón. Debían investigar antes de que aquello fuese a más. Tanteó con los dedos la pistola que guardaba en el bolsillo de su chaqueta. No, no la usaría. No quería que se volviera a repetir aquella situación y no la usaría a menos que no quedase otra alternativa cosa que parecía improbable ya que parecían buscar un fantasma.

Siguiendo la voz que arrastraba el viento avanzaron a lo profundo de la cueva hasta que se toparon con la figura de un atractivo hombre en pie en medio de la cueva, pocos metros por delante de ellos. Era un joven vestido con ropa cara y los ojos relucientes de amor. Tenía un pelo hermoso y un rostro agraciado, un hombre apuesto y bien parecido. Volvió la cabeza a un lado, mirando con absoluta ternura a alguien invisible que había frente a él, aunque ninguno de los investigadores vio a nadie más allí.

Entonces, una fea herida se abrió en su cuello, como si se lo acabaran de cortar con un cuchillo. Una herida surgida de la nada, fría y ligera como el corte de una afilada hoja. Aunque el corte se mantuvo unos segundos limpio, no tardó demasiado en empezar a chorrear sangre y el hombre cayó al suelo malherido intentando gritar, aunque su garganta solo producía gorgoteos. Pero lo más horrible y sorprendente de todo fue que en cuestión de segundos su cuerpo se volvió putrefacto, deteriorándose cien años en cuestión de unos segundos. El pelo fue perdiendo su brío y quedó lacio como el de un cadáver, la piel empalideció y se cuarteó adquiriendo un color malsano, su rostro quedó tan fino y marcado como el de un muerto y pudieron ver con toda nitidez como las larvas de gusano brotaban de su carne podrida y caían al suelo. Sus ojos sin párpados se clavaron en ellos con dureza y y odio. Alzó un nudoso dedo y señaló al padre Simmonson. 

—Albert. ¿Por qué? ¿Cómo has sido capaz de traicionarme? Hilda —dijo mirando a Lotta con un odio primario—, ¿cómo has podido? ¿Tú también, Katja? —dijo por último señalando a Alex—. Zorra desalmada. Ahora sufriréis mi ira. Me vengaré de vosotros como hice con Pyri. 

Aquello no era real se dijo Alex. Bueno, era real pero no real real. Tan solo era un espiritu, uno que debía haber sufrido mucho en vida y ahora parecía buscar venganza por despecho. Alguien lo había traicionado, pero no ellos y no dejaría que le hiciera daño ni a ella ni a sus compañeros.

-Cálmate-dijo imperativa- no soy Katja y no pretendo hacerte daño. Queremos ayudarte, dinos como podemos ayudarte-dijo mientras trataba de observar si sus restos estaban en alguna parte.

Víctor sabía que el vaesen iba a ponerle las cosas muy difíciles, y que haría todo lo posible para que perdiesen su cordura, así que aquella macabra escena, aunque le dejó casi sin respiración, no era más que otro intento del espíritu por evitar que cumplieran su misión. El sacerdote lo supo. Apretó la biblia entre sus manos e intentó continuar con la conversación que había empezado Alex

—Oscar,..— dijo en un primer momento —..te llamas así ¿no? escúchala,  no somos quienes tú crees que somos. Míranos. Mi nombre es Víctor Simonsson..— continuó hablando al cuerpo putrefacto que tenían enfrente —..conocemos tu historia, y creo que mis compañeros y yo podemos ayudarte con esa rabia que te aflige. Soy un sacerdote. Déjanos trabajar y podrás descansar en paz— sentenció, intentando algo para lo que nunca le habían preparado. Convencer a un cadáver.

Cuando dieron con el origen de la voz, Lotta se quedó completamente impactada. No solo se trataba de que el espectro los confundiera con otras personas sino, sobre todo, porque ante sus ojos se vio todo un proceso de muerte y descomposición que la dejó temblando y sin poder hablar, además del odio que pudo ver en su mirada a pesar de saber que la estaba confundiendo con otra.

Sabía que tenían que ayudar al fantasma, aplacar de alguna forma la sed de venganza que parecía dominarlo incluso más allá de la muerte; pero la escritora no sabía qué decir aparte de repetir lo mismo que sus compañeros.

—No somos quiénes tú crees pero podemos ayudarte si nos cuentas quién te hizo esto...

Entró detrás del grupo y se mantenía un par de metros por detrás. Vio por delante del grupo como una figura fantasmal empezó a sangrar y se derrumbó, no pudo ver bien pero parecía como si se hubiera desintegrado. Oyó también unas voces pero no logró entender bien qué decían. Estaba claro que aquella era la guarida del Vaesen. Eamon notaba la tensión y el perro no paraba de gruñir detrás de él. En cualquier momento podía pasar algo. 

Esta vez, la voz llegó tan nítida que lo cogió desprevenido. Kiran retrocedió un par de pasos y preparó la pistola, visiblemente alarmado. Luchaba para dominar la ira y el miedo. Debía proteger a Alex y a los demás, no podía dejarse dominar por el horror. Debía ser una roca.

Una roca. Tienes que ser una roca.

«En momentos como este, es una buena idea rezar, el Señor te dará fuerzas», sonó una voz en su cabeza. Kiran enrojeció de ira y escupió al suelo. No te daré esa satisfacción, monstruo.

Sin poder evitarlo, gruñó por lo bajo. De rabia, de impotencia, de horror.

A excepción de Kiran, quien no puso muy buena cara al ver como el rostro del apuesto joven se transformaba en ese amasijo deforme de carne en descomposición y gusanos, el resto mantuvieron el tipo con bastante aplomo. El vaesen negó con la cadavérica cabeza mientras los tres aludidos trataban de justificarse y hacerle entrar en razón. Ellos no eran aquellos de quienes el tal Oscar había sufrido su traición, pero estaba convencido de que sí, y por ello el odio en su mirada no menguó ni un ápice. 

—No me volveréis a engañar —alzó las manos, una fuerte brisa y un presentimiento de que algo malo había sucedido les sacudió—. Vuestros crímenes se alzan contra vosotros. 

El vaesen no quería escuchar y se mostraba amenazante. El sacerdote sintió por un momento que algo no iba bien.

—¡Oscar!.. tranquilízate, te repito que no somos quien tu crees, ¡míranos! no somos Katia, ni Albert, ni Hilda,..— continuó hablando Víctor, intentando convencerlo de que no se llevase arrastrar por el ansia de venganza —..no hagas nada de lo que después te puedas arrepentir,.. desconozco que es lo que ellos querían que hicieras, y si te negaste a ello sería por alguna buena razón,.. se portaron mal contigo, pero la venganza no es el camino. Oscar, podemos ayudarte a descansar, pero necesito que te calmes..— dijo estas últimas palabras apretando la biblia en su mano como si intentase absorber o captar algo de la buena sabiduría que el libro contenía.

El sacerdote se estaba quedando sin argumentos y, tras ese discurso, miró a sus compañeros con una cara que mostraba una mezcla de impotencia y temor.

—¡No! ¡Sois vosotros! Vosotros sois los que me engañasteis. ¡Maldito seas, Albert Wredenhielm! ¡Mentiroso! ¡No me engañarás de nuevo! —Bramó el retornado, aunque Victor pudo ver que sus palabras le habían hecho dudar. 

Se escuchó un golpe fuerte que venía de escaleras arriba. Alguien había dado un portazo, o había derribado algo, quizá incluso hubiera arrancado la puerta de cuajo a juzgar por el sonido. Unos instantes después, el detective Olaus Klint aparecía en la cueva junto a otros de los durmientes de la posada: la cocinera Agnes, el padre Klarhed y Jonathan Gnejs. Sus movimientos eran espasmódicos, daba la impresión de que bailaran siguiendo un ritmo inaudible, como figuras del teatro de sombras. La expresión de sus rostros era muy extraña, como si estuvieran todavía dormidos y sumergidos en una rara pesadilla. Dado que Eamon era quien estaba más alejado del grupo, manteniéndose en una segura distancia —o eso creía él—, fue el primero en ser atacado por los durmientes que llegaban a su espalda. 

El campesino Jonathan Gnejs fue hacia él y le golpeó con un trozo de madera de la puerta arrancada mientras el resto de durmientes se dirigían a por el resto del grupo. 

Cuando Eamon oyó el portazo detrás de sí vio a un grupo de gente que parecían estar en una especie de trance. Había estado todo el tiempo pendiente, tratando de ponerse en un lugar seguro pero un pequeño despiste y ya tenía el peligro encima de nuevo. Un tipo con un trozo de madera grande se lanzó sobre él pero pudo parar el golpe gracias a años de experiencia en combate. No era la primera vez que se encontraba en una situación así. 

- Malditos demonios! Sabía que no podía fiarme.

Eamon por suerte estaba preparado, había acertado al no soltar su daga. Pudo parar el golpe del campesino zombi ya que su ataque no fue demasiado rápido. A era el turno de atacar, había que aprovechar el momento así que sacó su daga sin pensarlo dos veces y se lanzó sin dudar al pecho del campesino.

- si yo muero, vosotros vendréis conmigo, os aseguro que no me iré solo malditos engendros!

Las palabras amenazantes que lanzaba el vaesen terminaron por cumplirse. Víctor comprendió que no había nada que hacer con el iracundo espíritu de Oscar.

--Así que va a ser por las malas,..-- pensó el sacerdote cuando se dio cuenta los nuevos allegados a la cueva. Instintivamente se movió alejándose de ellos.

—Este no es el camino Oscar y te vas a arrepentir de ello..— le espetó Víctor al cadáver putrefacto. En ese instante con una mano sacó la biblia mostrándosela al vaesen, y con la otra empezó a lanzarle agua bendita gritándole

—¡Abandona este lugar, engendro de satanás! ¡Yo te expulso! ¡En el nombre de Dios nuestro señor! ¡Sal de este mundo!...—

—¡Cierra el pico, engendro del demonio! — bramó Kiran fuera de sí.

El rostro se le arreboló.Su respiración era cada vez más agitada. La fachada de roca viviente que se había molestado en construir comenzaba a derrumbarse ante el miedo real de que dañasen a su salvadora.

Frustrado y colérico, Kiran disparó al suelo, en dirección al espectro.

—¡VUELVE AL INFIERNO DEL QUE SURGISTE!