Partida Rol por web

Me giré a mirarle ni bien estuvimos en nuestra alcoba, yo tiritaba pero no era sólo de frío, lo miré a los ojos y acercándome a él lo suficiente, lo interrogué.

-¿Es ella, no? La mujer que dejó aquel recuerdo del que no os deshacéis...

Si él creía que no me había dado cuenta cómo la miraba estaba muy equivocado, podría ser yo de otro mundo, de otras costumbres pero una cosa era cierta, no era tonta. Me aparté de él, pasándome los brazos el uno por el otro, el hogar estaba encendido pero aún así sentía frío. 

-Responde con la verdad, por una vez hablemos con la verdad...

Me dejé caer en la cama, no podía amarlo así sabiendo o presintiendo que aún amaba a otra ¿y yo? ¿Lo que yo sentía a quién le importaba? Una lágrima resbaló por mi mejilla, tibia y fría al mismo tiempo. Tendría que vivir con ello porque yo ya era su esposa y no podía serlo de nadie más y mucho menos tan lejos de mi gente.

En el fondo sabía que esto iba a ocurrir, negarlo no tenía sentido, además no me gustaba vivir en una mentira, aunque las cosas distaban mucho de estar claras – Si, es ella

Suspiré, mi rostro estaba serio, pero si ella podía reprochar ¿Por qué yo no? – Tú también te traías un juego de miradas con el moro ese ¿Quien es? – no acostumbraba a usar la palabra “moro” pero no me sentía muy inspirado como para hablar con delicadeza.

 Me volví a él totalmente molesta mientras me sacaba la ropa poco a poco, quería dormir, descansar. 

-¿Moro? Ese moro como lo habéis llamado se llama Said... Pero no os preocupéis, él es un esclavo y nunca podrá dirigirme la palabra, aunque viendo lo que estoy viendo, quizás preferiría que lo hiciera...

Me alejé de él hacia la puerta.

-Said nunca ha tocado uno solo de mis cabellos y mucho menos me habría atrevido a salir como lo habéis hecho vos con ella... Pero tengo que callarme, ¿no? ¿Es eso? Así no ofenderás más a mi gente...

Sus ojos, el brillo de ellos y sus palabras me indicaban que quizás mis ideas no eran equivocadas. Volví a acercarme a él y con suavidad en la voz me dirigí directamente a sus ojos mientras hablaba.

-¿Aún la amas?

Eso era todo lo que necesitaba saber.

Sus palabras me dolieron y no sabía como afrontar la situación, me casé con Zafira para olvidar a Helena y no lo había conseguido, había fracasado, mi lengua de nuevo había sido demasiado afilada y eso no estaba bien.

- No me repitas si te voy a hacer callar, ya te dije que en privado puedes decirme lo que quieras – le dije visiblemente dolido

No tenía inconveniente en responder a su pregunta pero si preguntaba algo tan delicado, lo mismo de antes ¿Porqué yo no? - ¿Y vos amáis a ese tal Said? – había estado dando un rodeo diciendo que no se habían tocado pero no había dicho que no sintiese nada por él

 Negué suavemente con la cabeza.

-Vuestra gente se jacta de ser mejores que nosotros y la educación y el amor por sus mujeres es lo último que ponen en primer lugar. Debiaís responderme primero pero no importa... No, mi corazón no le pertenece a Said, le perteneció pero eso ha quedado atrás y no ha sido ni culpa de él, ni vuestra sino de mi padre que lo ha hecho casarse con mi hermana... Pero no es una historia que quiera contar... Ahora que lo sabéis vuelvo a preguntaros: ¿Amas a esa mujer?

Era todo lo que quería saber. Todo.

Brrrr tenía que luchar por no enervarme – Lo decís como si no hubiese pasado tres años en tu tierra – le dije comenzando a estar molesto, estábamos mezclando cosas que no tenían que ver – no somos ni mejores ni peores, somos hombres y mujeres, a mi no me acuses de esas cosas

Vaya… no le amaba, o ahora mismo decía que no, se merecía una respuesta sincera, aunque temía las consecuencias – Aún la amo, si – le dije con voz baja… ella no entendería mi situación, no era algo a propósito contra ella – Dios sabe que he intentado con todas mis fuerzas no hacerlo – Maldita mi suerte, todo era muy complicado, parecía imposible saber lo que era la dicha, estaba destinado a sufrir

 Me senté en la orilla del lecho.

-Lo siento, sé que has pasado años entre mi gente... Y también sé que seguimos siendo diferentes aunque digas que no...

Bajé la mirada, no había nada que hacer. Él había sido honesto y ahora yo tenía que ser honesta conmigo misma. Sabía que el hogar de mi alcoba no estaba encendido pero no me importaba.

-Entiendo... El amor no es algo que debería pesar, por alá... Buenas noches, esposo.

Me levanté lentamente y cogí mi ropa para cruzar el pasillo e ir hasta mi alcoba. Cumpliría con él como esposa, como mujer pero no como amante porque evidentemente ese lugar no era mío, sin embargo, tenía que cumplir con mi palabra y la de mi padre.

-Si necesitáis algo de mí, sabéis donde encontrarme... Buenas noches, sidi.

Por suerte pareció mostrarse comprensiva con lo de las costumbres y demás, ella sabe que a solas con ella he sido siempre muy respetuoso con sus costumbres y si en público no, ha sido por su propio bien - Diferentes en costumbres pero no mejores o peores

- Buenas noches… - apenas pude susurrar, ya estaba dicho, me sorprendieron sus correctas palabras, pero sabía que había mucho más, sin desearlo le había hecho mucho daño y eso quizás no me lo perdonara nunca.

- Lo mismo digo, esposa… - se fue y me quedé solo, pero en el fondo sabía que era lo mejor que me podía pasar, necesitaba la soledad, sin quitarme la ropa me acosté en la cama y lloré, pocas veces había llorado, la última ante el cadáver de un amigo en tierras moriscas, en esta ocasión por todo un poco, principalmente por Zafira, pero también por mi desgracia

 El silencio se apoderó de la alcoba, Guillaume podía sentir el calor del hogar más fuerte que de costumbre porque Zafira lo pedía así pues el frío para ella era peor que para él. Entonces recordó que en la alcoba de ella no había encendido el fuego pues ella no dormía allí y que sin duda no habría pedido a ningún sirviente que lo encendiera pues era demasiado cabeza dura. Pero también era probable que no le abriera.

En cuanto me tranquilicé un poco llamé al servicio para decirles que llamaran a la alcoba de Zafira para que encendiesen el fuego, pero que no insistieran si no les quería abrir.

Con esto ya me metí en la cama, mi cabeza daba vueltas y vueltas, en un cajón sabía que estaba la peineta de Helena, pero no me atrevía a cogerlo, intenté poner mi mente en blanco, pero no lo conseguí, hasta casi el alba no conseguí dormirme.

 La mañana llegó y con ella un manto livianamente blanco, no había nevado pero todo estaba casi congelado. Seguramente aquella noche llegaría la helada que todo el mundo estaba temiendo y esperando casi de la misma manera, finalmente era costumbre que el pueblo se tiñera de blanco para esas fechas. El silencio en el castillo era abrumador, cosa normal si se pensaba que los empleados eran muy callados cuando los amos estaban durmiendo.

Me levanté, hacía mucho frío, me puse ropa cómoda y fui a preguntar al sirviente si la señora le había permitido encender el fuego.

Más que nada por saber que grado de preocupación adoptar, si no le había dejado llamaría a su puerta para saber si estaba bien, si no, bajaría a desayunar.

 -No, mi lord, la señora no permitió que nadie entrara en su alcoba...

El sirviente bajó la mirada, aquella noche hacía más frío que nunca y la mañana no era distinta.

-¿Desea algo más, mi lord? El desayuno está listo.

- Oh… - me quedé sorprendido.

- Pues… aún no, un momento… - Subí las escaleras de nuevo hasta llegar a la habitación de mi esposa, allí llamé con los nudillos y llamé para que supiese que era yo – Zafira… ¿Puedes abrir? – estaba preocupado

 Lo escuché pero me dolía tanto la cabeza que no podía responder con fuerza, además, no había dormido nada.

-Pasa...

Fue todo lo que dije.

Cerré la puerta con suavidad tras de mi y tragué saliva, sus ojeras eran evidentes, seguro que tenía más que yo en esta triste mañana.

- Pero mujer… ¿Por qué no dejasteis pasar al servicio? – le dije triste y con voz baja, me acerqué al hogar y comencé a encender el fuego yo personalmente – ahora os subiré yo el desayuno, debéis comer – si no quería ver al servicio yo la atendería.

 Me incorporé en la cama llevándome los dedos a la sien.

-No, no es... No es necesario, mi lord. Estaba muy cansada para hablar con nadie pero ya está bien.

Me cubrí con las mantas, no quería salir de la cama y mucho menos iba a desayunar. Me volví a recostar y cerré los ojos.

-Gracias...

Una vez el fuego encendido me acerqué a ella y le puse la mano en la frente quería comprobar que no tenía fiebre.

- No debéis agradecerme nada… - y en cierta forma así lo sentía

- Ahora vuelvo – Bajé las escaleras a toda prisa y fui a la cocina hice que prepararan el desayuno para dos y yo me encargué de subirlo personalmente a su habitación – Debéis comer esposa, no quiero que enferméis – la habitación poco a poco dejaba de estar tan fría.

 Lo miré fijamente a los ojos, no se merecía aquello. Tenía fiebre pero se me pasaría, no había de qué preocuparse. Sujeté su mano cuando me invitaba a comer.

-Guillaume, tenéis que devolverme a mi padre... Es lo mejor para ambos.

Dejé los platos en la mesita y me senté de forma pesada en la cama, me quedé un poco frío, pero ¿Qué otra cosa hacer? Me pasé la mano por la cara.

- Como deseéis, aunque el matrimonio no está en mis manos poder deshacerlo, sólo el papa puede… - suspiré - yo no os podré ninguna pega, si es lo que deseáis… sobretodo si así conseguís ser feliz… si así conseguís la felicidad que parece negada para mí… cumpliré vuestro deseo

Mi mirada triste se dirigió de nuevo a sus ojos – pero comed y recuperaros antes, es un viaje demasiado largo y pesado para hacerlo en mal estado de salud