Un quejido mudo y llano fue cuanto el zombie profirió al recibir el flechazo. Nada distinto de los que emitían según se movían con aquellos pasos pendulantes y descoordinados que de haberlos visto en Kassen a altas horas de la noche uno habría pensado que se trataba de un borracho en muy malas condiciones.Sin embargo, estos seres podían ser muy peligrosos en las distancias cortas a pesar de sus lentos movimientos. Aléthia tuvo el mal tino de comprobarlo en sus ya por enconces magulladas carnes. El muerto viviente golpeó en el rostro de la muchacha con un revés con la mano vuelta que la pilló totalmente desprevenida debido a que era difícil predecir los golpes de aquellas extremidades atrofiadas. El fuerte golpe le valió a la pitonisa de acicate para fijar su mente en lo que estaba pasando y esquivar un segundo golpe de otro zombi que venía tras el primero.
A su espalda, a pocos metros de la pitonisa del Débil, Rhylen venía como dos más de aquellos hinchados seres deformes giraban la esquina y caminaban hacia el con torperza. El guerrero tuvo tiempo de preparar un buen recibimiento al primero de ellos pero, debido a la estrechez del lugar en el que combatía, el espadón acabó golpeando uno de los nichos, lo que provocó que el no-muerto avanzase más dela cuenta y quedase plantado frente a él.
 

Los zombies comenzaron a rodear a los aventureros, en especial a Alétheia que continuaba recibiendo heridas con cada peligro al que se enfrentaba.

Rhylen trató de impedir el paso de uno de ellos hacia la pitonisa, aunque sin demasiado éxito. El veterano guerrero era más diestro acabando con criaturas que impidiendo avances. Y así lo demostró tras su anterior fallo, consciente de la estrechez del pasillo en el que se encontraba, Rhylen agarró con fuerza el espadón y lo retrasó para tomar impulso y lanzar un golpe recto con la mayor potencia posible. El arma del guerrero atravesó el cuello del zombie, y aunque era algo que para cualquier criatura hubiese supuesto una muerte instantánea, tras extraer de nuevo el espadón el zombie continuó con su asedio como si nada, ajeno a la herida causada… - ¿¡¡Pero qué…!!?, profirió Rhylen anonadado… 

TURNO 2

La elfa vio como Alétheia nuevamente se metía en un problema. -¡SIGMUND!- gritaba esperando que el guerrero espabilara e hiciese uso de su espléndida arma, si no lo hacía la pitonisa tendría un problema. Por su parte la elfa cogió una flecha y la lanzó directo al pecho de uno de los zombies aunque, por infortunio, esos seres no tenían pulmones, si no estaría perforado uno de ellos. Sin embargo, sin esperarlo, el zombi al que ya había alcanzado con anterioridad, se desplomó a causa de los dos flechazos. 

Una nueva flecha buscó al zombi que venía tras el primero y, antes de que éste último hubiese tocado el suelo, la segunda flecha entró en el cuerpo del segundo. Directo a uno de los ojos que incluso hizo que se balancease sin saber muy bien lo que pasaba. Tenían que ponerse las manos a la obra cuanto antes o sus compañeros podían perder el combate...

Cuando la flecha de la exploradora elfa impactó en el pecho del zombi éste no resistió más. Su cuerpo se contrajo como si de verdad pudiese sentir dolor y cayó de bruces frente a Alétheia, quien aún se resentía del golpe recibido por el no-muerto. De pronto, y sin que nadie lo hubiese esperado, del zombi caído llegaron unos sonidos muy semejantes a las flatulencias que son soltadas por una de la nobles partes. De su cuerpo, emanando a través de los agujeros que las flechas habían dejado en su hinchado cuerpo, un gas amarillento comenzó a llenar el espacio que éste ocupaba. Salpicaduras procedentes de las úlceras y bubones que ocupaban gran parte del cuerpo del zombi llegaron hasta Alétheia empapándole los pantalones y parte de la armadura. Un olor nauseabundo para el que era difícil o casi imposible encontrar un adjetivo inundó la sala provocando que arcadas y amagos de vómito sacudiesen a los compañeros más cercanos al zombi caído.

No obstante aquella pestilencia no parecía afectar al resto de zombis, los cuales seguían con su impulso de acabar con los cuatro intrusos. La Pitonisa del débil fue la primera en recibir otro nuevo ataque del que tenía junto a ella que, subiéndose sobre el cuerpo de su compañero caído, lanzó otro manotazo hacia la indispuesta muchacha. Por suerte, la chiquilla, preparada pese a su estado de intoxicación, consiguió apartarse lo suficiente como para que la putrefacta mano del no-muerto no la rozase.

Rhylen, que aún debía vérselas con los dos que tenía en frente, consiguió esquivar el mordisco del que acababa de herir pegándose a la pared de su izquierda. Sin embargo, aquella improvisada maniobra valió al zombi que estaba en la esquina para alargar su brazo y rasgar el antebrazo del guerrero dejándo una fea herida en la que se mezclaba aquel amarillento líquido apestoso con su propia sangre.

Antes de que el zombi pudiera atacarla, Hostawen acabó con él gracias a sus flechas. La pestilencia de aquellos deformes seres era pareja a su vil naturaleza. Alétheia hinchó los carrillos para soportar las arcadas que le provocaban y se esforzó, más le valía, por defenderse pues otro esperpento se acercaba a ella. Esta vez, fue más ráida y certera. Clavó su daga ceremonial en la carne blanda y putrefacta del ser y empujó con todas sus fuerzas hacia arriba rascando piel y rompiendo huesos. El zombi cayó al suelo y ella pisoteó el cadáver metiendo la nariz en el codo que soportaba el escudo.

- ¡No te acerques Hosta...wuurp!- La Pitonisa se contrajo como si fuera a devolver pero mantuvo las formas y la preciada comida dentro de su dilatado estómago.

A pesar de que los golpes de los zombies eran lentos y previsibles, sí que gozaban de la virtud de la insistencia y Rhylen se vio sorprendido por el zarpazo de uno de ellos, que apareció por sorpresa mientras lidiaba con el que acaba de herir.

El dolor provocado en su brazo fue extraño. Ni que decir tiene que Rhylen estaba más que acostumbrado a recibir heridas en combate, sin embargo ese escozor… ardiente y agudo como el ácido, hicieron al guerrero desear acabar cuanto antes con el combate y poder poner la herida a remojo.

-¡¡¡ARRRGGG!!!!, se quejaba por el dolor. - MALDITAS CRIATURAS…. ¡¡¡ACABARÉ CON VOSOTROS PARA SIEMPREEEE!!!

Tras un paso lateral, en que aprovechó para alzar nuevamente su espadón, Rhylen se lanzó con rabia hacia su enemigo más cercano. Cargo con su hombro contra la criatura desplazándola lo suficiente para que su espadón pudiese abrir en canal su cuerpo putrefacto dejando el cadáver andante divido en dos trozos. Y ahí no acabó la sed de ira del guerrero, pues tan pronto los miembros del primer zombie se separaron, Rhylen incrustó la espada justo en el lugar donde debía residir el pútrido corazón de la segunda criatura. Sin embargo ésta contiuó con vida a pesar de que Rhylen continuaba empujando con su espada con fuerza, - ¡MUERE, JODER…. MUEREEEEEEEEEEE! 

Atufada por los gases que soltaban los cuerpos ya inertes de los zombis, Alé empezaba a ponerse morada de aguantar la respiración. Tenía que salir de allí a un lugar con aire fresco y puro, si es que eso en la cripta era posible. El Sr. Carsson, su héroe personificado, luchaba con fiereza. Fue ver cómo su arma se quedaba atascada en la carne muerta del no-muerto lo que espoleó a la oronda mujer.

- ¡MUEREEEEEEE!- Repitió las palabras de su anciano guía a la vez que emprendía la carrera, toda lo grande que era, empuñando sólamente una pequeña daga ceremonial. El choque fue brusco y la daga penetró con facilidad las hinchadas pústulas del zombi, abriéndose camino através de su carne y haciéndole caer en dos pedazos.

- Arf, arf.- La Pitonisa respiraba con dificultad, sin poder contenerse de inhalar el fétido aire.- Puto asco.- Fue oírse y ver la situación controlada que casi se rindió a una risa histérica y nerviosa.- Jijiji.- Miró picarona al viejo guerrero y a sus compañeros.- Ahora sí que pegaría un buen trago para quitarme este mal sabor de boca.

El último zombi yacía destripado entre Alétheia y Rhylen, moviéndose entre espasmos debido a la expulsión de los gases acumulados en el interior de sus cuerpos y que ahora encontraban la salida a través de los cortes de los compañeros habían dejado en sus putrefactas carnes.  El pasillo formado por las paredes repletas de nichos funerarios sobre el que había discurrido la mayoría del combate se encontraba inundada por una tenue niebla de aspecto amarillento que de no haber sido por la falta de luz que impedía observarlo con claridad habría recordado a un prado en el que las margaritas se hubiesen puesto de acuerdo para expulsar su polen todas al unísono. El ambiente era nauseabundo en tal término que cada palabra abandonaba las gargantas de los compañeros con gran dificultad.

Con el peligro inminente ya pasado los compañeros tuvieron tiempo para examinar con atención a aquellos seres. Estos zombis, por su comportamiento y características, quedaban muy lejos de la “normalidad”, entendiendo ésta como las explicaciones que sobre ellos Alétheia había leído en los libros del padre Prasst. Como detalle adicional saltaba a la vista que aquellos cadáveres no se correspondían en absoluto con el resto de no-muertos que habían visto en la cripta: aún conservaban piel, músculos y ropajes, lo que indicaba que no llevaban allí tanto tiempo como los esqueletos. Debido al agua y a la oscuridad fue difícil para Alétheia y Hostawen obtener una fecha aproximada para sus muertes pero ésta no debía ser muy distinta a la de los cadáveres que habían encontrado en la sala de las ranas y en la orilla del lago el día anterior.

Mientras las dos mujeres investigaban los cadáveres, Rhylen optó por examinar la sala con más detenimiento. Fruto de ello localizó en una esquina una mochila medio destrozada en la que aún se distinguían rastros de sangre. Los cortes que en ella se veían podían haber sido dejados perfectamente por las espadas y garras de los esqueletos que habían abatido con anterioridad. Ésta contenía: un mapa de la zona exterior de la cripta medianamente bosquejado sobre un trozo de lino, un puñado de monedas de oro, un vial de líquido curativo, varias raciones de viaje completamente devoradas por el moho y un extraño pedazo de papel. Tras examinarlo con detenimiento, pues estaba parcialmente destruido por el agua, pudieron distinguir que eran las instrucciones garabateadas para acudir a una cita en un lugar que llamaban “El Lamento del Explorador”, pero éste no mencionaba fecha, motivo o persona que pudiese dar más pista acerca del misterioso nombre.

Rhylen continuaba empujando su espadón hacia lo más profundo de aquella criatura ayudado por ambas manos cuando de pronto, un devastador golpe de la pitonisa, acabó al instante con el zombie. El brutal golpe pilló por sorpresa al guerrero, que no pudo evitar que su espadón abandonara sus dominios y acompañara la caída inerte del no-muerto. – Woww, bien…. bien hecho… bien, felicitó a Aléthea con un suave palmeo sobre su hombro. – Joder, que puto asco…, pronunció empujando con la mano el pañuelo atado a su cara a la vez que se aproximaba a recuperar su preciada arma.

El aciago hedor había crecido en aumento a la vez que los cuerpos de aquellas criaturas sucumbían. Rhylen quedó mirando todos aquellos cadáveres putrefactos, no entendía que tipo de magia podría ser tan oscura como para traer de vuelta a esos seres y en ese estado… - No malgastemos el sabor de un buen vino aquí, contestó a Alétheia. - Me temo que ni el alcohol más fuerte nos libraría de este maldito sabor de boca… Comprobad ese montón de mierda mientras hecho un vistazo por la sala., propuso aunque más que por el hecho de descubrir algo…por alejarse de ese maldito tufo a muerte.

Por más que se alejaba del lugar del combate, aquel horrible olor no desparecía. Al fondo de la sala una puerta se mantenía cerrada, y por mucho que fuese el riesgo de activar una trampa, Rhylen estaba dispuesto a abrirla con la esperanza de aliviar algo el aire de la sala. Fue entonces cuando en una de las esquinas de la habitación descubrió una mochila mugrienta, como no podía ser de otro modo. En su interior encontró un frasco curativo y otro puñado de monedas de oro, en esta ocasión pertenecientes al reino de Nirmathas… y también lo que parecía ser un deteriorado mapa en la que se detallaba una especia de cita en una taberna llamada “El Lamento del Explorador”. – Hummmm, de qué me suena ese nombre…, quedó pensativo tras examinarlo.

Dándole vueltas a la cabeza, el viejo guerrero fue a compartir con sus compañeros el hallazgo. – Mirad lo que he encontrado, dijo lanzando la mochila con las monedas y el vial hacia la pitonisa, claramente malherida una vez más…

Al desplegar el mapa, esperó a que el resto de sus compañeros lo examinasen, quizá ellos podrían aportar algo más de luz al asunto. – Esa taberna…, juraría que la he visitado…, dijo forzando su memoria, - Y por las monedas que hay en la mochila, es muy probable que se encuentre en el reino de Nirmathas…quizá Tamran, la capital… aunque sólo son suposiciones, concluyó encogiéndose de hombros.

Tras un pequeño respiro contemplando el mapa, llegaba el momento de continuar. – Allí al fondo hay otra puerta, dijo clavando su mirada en la joven exploradora proponiendo lo evidente, - Curemos nuestras heridas…, continuó en esta ocasión mostrando su brazo a la pitonisa. - …y sigamos. Nuestra presencia aquí es de más conocida por el miserable que está detrás de todo esto. Debemos continuar…, sentenció.