Partida Rol por web

Pese a intentarlo con toda desesperación, Catherine no logra encaramarse a la resbaladiza pared. Tanto el légamo que recubre la roca como la crisis nerviosa bajo la que se encuentra le imposibilitan trepar lo suficiente como para conseguir sacar por completo el cuerpo del agua y alejarse del alcance de la bestia, la cual, bajo la superficie iluminada, se enrosca como una serpiente alrededor del tren inferior de la anticuaria.

Entre frenéticos chapoteos e intentonas por trepar, Catherine no tarda en experimentar en sus piernas unas lacerantes punzadas de dolor que, por segundos, inmovilizan sus movimientos de cintura para abajo. Aterrada por la dolorosa e incapacitante sensación que provoca el roce del horroroso ser, la mujer reactiva sus ansias por salir del lugar, sin poder reprimir una sensación cada vez más aciaga.

Unos metros más arriba, Eleanor y Juliette se agolpan en el borde de la poza sin perder de vista los intentos de su compañera por sobrevivir. Libres de la atención de sus captores, las mujeres se encaran a la anticuaria para verter sobre ella palabras de aliento, movimiento que posibilita que las cadenas que penden de sus brazos se alineen en el camino que Catherine debe seguir para salir de la poza.

Consciente de que la criatura legamosa parece temer a la luz, Eleanor decide arrojar al interior de la poza alguna de las fuentes lumínicas que alumbran el lugar para así disuadir al ser de su intención de atrapar a Catherine. Tras un breve vistazo a izquierda y derecha, la escritora localiza un pequeño candelabro que, aun estando encadenada, cree poder alcanzar. No obstante, uno de los encapuchados le corta el paso y, aunque parezca ensimismado en el cántico ritual, la mujer ve más que factible que, al intentar esquivarlo, su presencia lo alerte y la acabe apresando.

La escritora trata de reunir valor para hacerse con el candelabro, cuando, de repente, inmersas en el ensordecedor cántico de los cultistas, la pareja de investigadoras advierte una más que evidente subida de la humedad ambiente. Las piedras del suelo parecen mojadas y algunas de las antorchas que hasta el momento iluminaban la cámara quedan súbitamente apagadas. Poco a poco, una tenue neblina empieza a surgir de cada uno de los recovecos rocosos de la cámara y, debido posiblemente a la diferencia de temperatura, el vaho aflora de las bocas aullantes de la diabólica congregación.

Con un movimiento afirmativo de la cabeza, hago entender al comisario que está todo entendido.

Suerte, comisario. Que Dios nos ayude.

Sin más, me dirigí agazapado hacia la posición que había decidido. Suficientemente cerca como para llegar al líder, pero contando con las sombras del lugar para no ser visto. En cuanto el comisario disparara, saldría corriendo hacia su líder para empujar lo hacia el foso y que fuera a él a quien la criatura devorara en vez de a Catherine.

Era una verdadera locura, pero quizás por eso, nadie se lo esperaría y podría salir bien. Si conseguía su objetivo, sacaría a Catherine del pozo y liberaría a Juliette y Eleanor.

Estaba en posición y esperaba que en cualquier momento sonara el sonido de la detonación del arma del comisario.

La escritora pensaba con rapidez, tal vez demasiada al perder detalles de insignificantes cosas que podrían ayudar a Catherine a salir. Temía por su amiga, temía por ellas y por la bestia que allí moraba pero, ¿qué más podía hacer? Aunque hubieran descubierto que la luz ahuyentaba a esa cosa no es que tuvieran una poderosa fuente lumínica que detuviera su paso… eso o que llamara la atención de los allí congregados para ponerse en medio.

Ella ya había llamado la atención, lo hizo desde que mencionó el nombre real del Hierofante en voz alta y dudaba en poder pasar desapercibido como para acercarse a una de las antorchas. Se mordió el labio inferior decidiendo las prioridades y sin saber qué tipo de ayuda era mejor hasta que decidió intentar tirar de la cadena, queriendo ayudarla a subir.

Bien, sabía lo que tenía que hacer, coger ese candelabro y utilizarlo contra nuestros secuestradores. Porque veía que Catherine lo estaba pasando realmente mal, teníamos que ayudarla fuese como fuese.

Vamos Juliette, puedes hacerlo.

Dedico todas las fuerzas que me quedan en tal labor, si lo conseguía podríamos tener una oportunidad... Tenía que alcanzarlo, estaba tan cerca, tan cerca...

Tras santiguarse, los dos hombres salen de su escondite dispuestos a acercarse al grupo de encapuchados procurando no ser interceptados. Tanto las alargadas sombras proyectadas por las antorchas como la enajenación en la que se ven sumidos los miembros de la diabólica congregación parecen ofrecer a la pareja una inmejorable oportunidad para aproximarse a su objetivo sin llamar la atención.

Alfred avanza por el lado derecho de la cámara sin mayor dificultad. Se oculta tras un gruesa estalagmita para, segundos después, abandonarla y agazaparse a los pies de una gran roca situada unos pocos metros más adelante. De esta manera, de escondite en escondite y sin perder el ritmo, el hombre alcanza el fondo de la cavernosa sala de ceremonias y consigue ponerse a la altura del sacrílego altar donde el Hierofante sigue ensimismado en su demencial cántico. Únicamente unos pocos metros lo separan del despreciable sacerdote.

Desde esta posición, el crítico de arte también es capaz de ver a Eleanor y Juliette, que, pese a estar encadenadas, intentan por todos los medios sacar a Catherine de la poza en la que se encuentra retenida. No obstante, aunque se encuentre muy próximo a ellas, el investigador no logra encontrar un camino que, sin delatar su presencia, le conduzca hasta ellas.

Alfred mantiene su posición y aguarda a que Sutherland cumpla con su parte del plan. El corazón le martillea contra el pecho con gran intensidad y la profusa sudoración que se acumula en sus manos hace peligrar la estabilidad de la pistola entre ellas. La espera se hace eterna mientras presencia, sin poder hacer nada, como sus compañeras se desesperan ante el más que evidente trágico final de la anticuaria.

De repente, un estallido procedente desde el otro lado de la caverna lo alerta. Un par de gritos hacen que el cántico que mantenía sumidos en la enajenación a los sectarios se detenga y, como el fuego en un polvorín, la confusión se extiende entre los encapuchados.

Los nervios y el repentino descenso de la temperatura en la caverna hacen tambalear las delgadas piernas del crítico de arte cuando este se dispone a salir de su escondite y culminar su plan.

Pese a la tensión que viven las investigadoras, estas son capaces de notar en sus pieles el aumento de la humedad ambiente y el helor repentino que parece producir este efecto. Una neblina, que se mezcla con el vaho exhalado por los sectarios, empieza a cubrir la caverna y, sin guardar relación aparente con el espontáneo y húmedo invierno, en la esquina opuesta de la poza donde se encuentra Catherine surge un cada vez más abundante burbujeo.

Con la intención de hacerse con un arma capaz de ahuyentar al ser que hostiga a la anticuaria, Juliette se escabulle entre la multitud de sectarios ensimismados en dirección al candelabro. Sujeta con fuerza las cadenas que penden de sus muñecas para que estas, al entrar en movimiento, no hagan ruido al chocar entre sí o alerten a los encapuchados al rozar sus cuerpos y, poco a poco, empieza a caminar hacia su objetivo. Durante la arriesgada misión, en varias ocasiones ve con espanto como alguno de los enajenados parece percatarse de su presencia, pero por fortuna es tal el grado de introspección de los individuos que todo acaba transcurriendo tal y como planeaba. De esta manera, pasados unos minutos, es capaz de regresar junto a Eleanor sana y salva, con el candelabro entre las manos.

Eleanor, por su parte, mantiene las cadenas que la apresan lo más estables que puede para que estas faciliten el ascenso de Catherine por la empinada pared. Unos metros más abajo, la anticuaria trata de sobreponerse a los ataques aturdidores de la bestia, pero, tras lograr trepar una distancia considerable, las fuerzas vuelven a abandonarla y la mujer se precipita de nuevo contra el agua.

Tras una sonora colisión, Catherine queda sumergida por completo en la negrura. El ser se agita salvaje a su alrededor, mientras la mujer trata de sobreponerse sin éxito a la tremenda fuerza de su atacante que la arrastra hacia el fondo. Los gritos entrecortados de terror resuenan en las paredes de la poza ante la mirada horripilada de Eleanor y Juliette que, impotentes, asisten al final de su compañera.

De repente, un estallido parecido al disparo de una pistola suena en un lateral de la caverna. El grito de un par de sectarios hace que la congregación detenga su canto de inmediato y la confusión empieza a tomar el lugar.

Al oir el disparo del comisario, sabía que era mi turno para actuar. Como había previsto, los acólitos y el líder se distrajeron por el disparo y pude salir de mi escondite sin que se percataran de mi presencia.

Mi objetivo era el líder de la secta aquella y corrí como un poseso hacia él, preprando mi cuerpo con toda la fuerza que podía reunir para intentar tirar al tal Hierofante hacia la poza. De esa manera podría intetnar distraer al engendro de dentro y que soltara a Catherine para poder rescatarla.

Choqué con fuerza contra el cuerpo del Hierofante esperando que fuera suficiente como para hacerle trastabillar.

Eleanor sujetaba con esfuerzo las cadenas mientras miraba de reojo la subida de su compañera, rezando para darle fuerzas en el ascenso e incluso soltando en susurros palabras de aliento. Esperaba que la pared rocosa y la cadena fueran suficientes puntos de apoyo como para facilitarle la escalada, tirando incluso un poco si podía para ayudarla aunque, evidentemente, no serviría de mucho.

Se percató de que Juliette escogía otro camino distinto, sorprendiéndose de ver el sigilo de la cantante a medida que se acercaba al foco de luz. Aunque le hubiera gustado que estuviera a su lado ayudándola a sujetar las cadenas, no podía negar la suerte que había tenido en lograr sin llamar la atención el candelabro, intentando sonreírle con esperanza… una que apenas duró unos segundos.

¡¡Catherine!! – El horror la invadió cuando vio que las manos de la anticuaria se despegaban de la cadena para caer al vacío. Sin embargo no tuvo mucho tiempo de seguir gritando puesto que su voz se rompió con el disparo, agachándose por inercia y llevándose consigo a Juliette, queriendo evitar que ninguna recibiera un tiro por error.

Asustada y bloqueada, miró a todos lados queriendo saber qué estaba pasando o si el disparo era para ayudarlos o acelerar su muerte.

Respiro hondo al llegar junto a Eleanor, había sido difícil pero lo había conseguido, tenía el candelabro en mi poder, una llama hacia la esperanza.

Sin embargo, como si no pudiésemos tener ni un atisbo de alegría, Catherine cae a la negrura, y sin poder apartar la vista, veo como algo la arrastra hacia el fondo.

Tapo mi boca con una de mis manos y caigo de rodillas al suelo, la habíamos perdido sin poder remediarlo, Catherine...

Un disparo, o algo similar interrumpe el hilo de mis pensamientos, ¿qué sucedía ahora? ¿alguien acudía a rescatarnos?

Aunque en un principio pareció que la suerte le sonreía gracias a la acción de Eleanor poniendo las cadenas a su alcance para que pueda subir finalmente el agotamiento hace mella en sus fuerzas y Catherine cae sin remedio al agua sin ni siquiera tiempo para emitir un grito de angustia

A su alrededor todo es negrura en el agua helada y los tentáculos de aquella aberración que tira de ella hacia el fondo la apresan de tal manera que no logra ascender pero aún así la mujer bracea desesperada tratando de golpear con su tacón a aquella cosa al tiempo que intenta llegar a la superficie sabiendo que su muerte está llegando

Juliette todavía sujeta con fuerza el candelabro dispuesta a utilizarlo, cuando el disparo hace que, junto a Eleanor, quede desconcertada. Inconscientemente, ambas mujeres se cubren la cabeza con las manos y, poco a poco, sienten como la congregación de dementes empieza a proferir gritos de alarma y confusión. Un par de tiros más hacen que algunos de los sectarios acaben huyendo de la cámara, pero la mayoría logra permanecer en el lugar, cada vez más sumidos en la ira del que siente su hogar atacado por intrusos.

De repente, ante ellas, al otro lado de la extensión de agua, algo que se mueve con rapidez atrae su atención. Sin osar hacer movimientos demasiados bruscos por miedo a recibir el impacto de unas de esas balas, las mujeres levantan ligeramente la vista. Con sorpresa, contemplan como Alfred, surgido súbitamente de las sombras, se acaba de lanzar sobre el Hierofante con la clara intención de empujarlo a la poza. Las dos investigadoras no pueden reprimir el vuelco que les da el corazón al volver a ver a ver a su querido compañero, pero la alegría les dura poco, ya que el crítico de arte, de tamaño y peso bastante inferior al de su objetivo, únicamente logra que el sorprendido líder de los sectarios se tambaleé ligeramente.

— ¡Es demasiado tarde, inútil! Nuestros familiares ya están de camino — el Hierofante saca de entre sus ropaje una gran daga y lanza una cuchillada contra Alfred que, para suerte del investigador, no logra impactar sobre su magullado cuerpo —. ¡Preparaos para sufrir la ira de los moradores de las profundidades!

Las amenazantes palabras del enmascarado parecen intensificar el burbujeo que, desde hace rato, se produce en un extremo de la poza. A su vez, la gélida neblina acaba por ocupar toda la cámara y, debido al aumento de la humedad ambiente y a la consiguiente condensación, miles de pequeñas gotas de agua quedan depositadas en los cantos rodados que cubren el suelo, como si fueran las huevas de algún extraño anfibio. Esta imagen hace que Juliette recuerde el testimonio de la joven Pauline cuando, estando en su habitación, le habló sobre el momento en que presenció el cuerpo sin vida de su padre, el profesor MacKendrick.

"Había gotitas por todos lados. Cuando mamá encontró a papá, gritó muy fuerte. Yo me asusté y fui corriendo para ver qué ocurría. Entonces, al entrar en el despacho, lo sentí en la piel. Hacía frío y todo estaba húmedo, como cuando te das una ducha caliente durante demasiado tiempo y el espejo y las baldosas se empañan. Fue muy raro. Tanto el techo como las paredes estaban mojados."

Unos metros más abajo, una agotada y atemorizada Catherine lucha con las pocas fuerzas que le quedan para mantener la cabeza fuera del agua y volver a asirse a la pared. Los calambres que el roce de la criatura es capaz de ocasionar sobre el cuerpo entumecido de la anticuaria hacen que esta cada vez se sienta más desfallecida. La mujer siente el final cerca, pero, aun así, sigue oponiendo resistencia.

Contra todo pronóstico, después de verle apalizado y sabiendo que los hombres de Walter querían acabar con su vida ahí estaba, completamente vivo y entero, o al menos en apariencia, luchando para salvarlas a ellas o acabar con la pesadilla en la que se habían sumergido.

Con las manos esposadas, Catherine en el fondo de la poza y Juliette a su lado, la escritora no sabía qué hacer. Observó cómo varios de los sectarios abandonaban el lugar, tal vez una opción que el resto debía de tomar si querían si sobrevivir.

¡Detente, Walter! – Quería aprovechar que estaba distraído para intentar agarrar a Walter si llegaba, estirando las cadenas, sobre todo al ver que quería tirarle a la poza donde ellas estaban con la intención de ayudarle en su cometido.

Catherine sintió cómo sus uñas se partían al tratar de buscar asidero en aquella roca sin encontrarlo por ningún sitio y sentir en su piel el asqueroso roce de aquel ser hacía que la mujer cada vez se pusiera más histérica por lo que comenzó a gritar aterrada ante la perspectiva de su inminente y seguramente dolorosa muerte s manos de aquel ser monstruoso

-"¡SOCORRROOOOOOO,AYUDAAAAAAAA!"-

Al oír el disparo y fijarme en quien lo había realizado no puedo creerlo, parpadeo varias veces esperando que la imagen de Alfred desaparezca, sin embargo permanece. 

- ¡CUIDADO! - grito al ver que el que parece el líder le ataca, por suerte no parece salir herido. ¿Cómo había llegado hasta nosotras? Me parecía increíble que estuviese allí, pero contando con él quizás pudiésemos escapar. Pero teníamos que hacer algo rápido o Catherine moriría bajo nuestra mirada...

Miro a Eleanor, con el candelabro aún en la mano.

- Tenemos que hacer algo, vamos, pensemos, quizás... podamos abrirnos paso con el candelabro en la mano... ¡vamos! No puedo quedarme aquí sin hacer nada... - le susurro.

Me dispongo a intentar ir hacia Catherine con el candelabro por delante.

El Hierofante había resultado ser más duro de lo que esperaba. Además tampoco es que yo tuviera tanta fuerza como para poder desestabilizarlo. Fue entonces cuando fui consciente de la pistola que aún sostenía en mis manos y que todavía no había utilizado.

Fue como si algo tirara de mi dedo sobre el gatillo. *BANG* Se oyó un disparo, pero me pareció que sonaba lejano. No fui consciente de que había sido yo quien había disparado el arma contra aquel tipo que iba a matar a mis compañeras.

Me quedé atónito ante lo que había hecho y esperé ver si había conseguido deshacerme del tipo de la túnica para poder empezaar a preocuparme de salvar a mis amigas.

Un último grito de auxilio surge de la boca de Catherine antes de que esta, entre estertores, quede sepultada por la negruzca materia que configura el cuerpo del horripilante ser. Juliette y Eleanor no pueden reprimir las lágrimas al presenciar el final de su amiga y ambas se cubren la cara horrorizadas, envueltas en un ambiente que cada se vuelve más tumultuoso. Se repiten los disparos y su sonido atronador retumba en la cámara de roca. Las mujeres notan como algunos de los sectarios próximos a donde se encuentran agazapadas caen abatidos, unos de ellos Rowland MacFie, el que, por lo que pudo ver la francesa hace unos minutos, llevaba entre sus ropajes la llave de los grilletes que las retienen.

Dejándose llevar por la desesperación, Juliette se dispone a descender, candelabro en mano, por la poza para hacer lo posible por rescatar a Catherine. Un descenso vertical de más de seis metros por una pared legamosa se interpone entre ella y el débil burbujeo que ocupa ahora el lugar de la anticuaria.

Las ganas de evitar volver a ver a uno de sus amigos perecer hacen que Eleanor, por su parte, olvide por un momento que se encuentra esposada y trate de intervenir en la pelea contra el Hierofante. No obstante, la ubicación de la poza, que se interpone entre ellas y el altar, y las gruesas cadenas que las inmovilizan, niega la posibilidad de ayudar a Alfred en el altercado.

Mientras, la refriega junto al altar continua. El mal atino del Hierofante salva a Alfred de una puñalada, cosa que este, dejándose llevar por puro instinto de supervivencia, aprovecha para enfocar el cañón de la pistola contra su agresor y disparar.

Mi estómago se había encogido aún más, si acaso era posible, al presenciar el final de nuestra amiga. Había sofocado mis gritos tapándome la boca con una mano para no atraer la atención de los allí presentes, tenía que descender por la pared y tenía que hacerlo rápido, si conseguía llegar hasta las llaves que había visto, podríamos tener alguna esperanza, además ahora contábamos con Alfred, que por suerte, parecía estar bien.

- Eleanor - llamé a mi compañera - sé que es duro, pero debemos continuar, si me ayudas a descender será más fácil, vamos...

Sabía que lo estaba pasando tan mal o peor que yo, pero ya tendríamos tiempo de llorar a Catherine después, ahora, teníamos que salir de allí con vida.

Eran difícil acallar los gritos de Catherine sin saber si eran reales o fruto de su mente torturada, teniendo que contener las ganas de unirse a esa desolada situación. Quería simplemente detenerse, darse por vencida y acabar con la continuada tortura, pero parecía que Juliette no se daba por vencida, alzándose sobre el resto para sacar las últimas fuerzas con las que combatir.

Giró su rostro cubierto de lágrimas al escuchar su nombre, siguiéndola una inspiración que necesitaba más nunca.

¿Estás… estás segura? – Ya había creído perder a Alfred, ahora Catherine y parecía que Juliette iba a enfrentarse a ese futuro incierto. Miró a la fosa sabiendo que tampoco tenían más opciones así que asintió, no convencida, pero asintió, agarrando con sus manos temblorosas las cadenas para servir como punto de apoyo.- Por favor, agárrate fuerte.

La horrible sensación de asfixia unida a la terrible certeza de que aquella cosa empezaba a alimentarse,literalmente, de ella hizo que Catherine entrara en pánico y aún sabiendo que no podía salvarse la razón la  abandonada y tan sólo el instinto de supervivencia quedó en su cuerpo haciendo que braceara y pateara con fuerza y desesperación mientras las burbujas se arremolinaban ante ella impidiéndole ver nada.

Pensó en todas las advertencias que había tenido en forma de pesadillas desde que había llegado allí con la intención de ayudar a su amigo y se maldijo por haber ignorado dichas advertencias, sin embargo poco podía hacer ya,tan sólo encomendarse a Dios y rezar para que su muerte fuera rápida y aquel sufrimiento, aquel miedo pasara de una vez.Con una última patada trató de golpear a algo de lo que la aprestaba mientras se hundía más y más...