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El Hada y el Dragón

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10/03/2025, 11:48
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20/03/2025, 14:45
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Kyliana avanzaba por las calles devastadas de Kalaman con el semblante endurecido, aferrada al emblema sagrado de Chemosh con la misma firmeza con la que sostenía sus convicciones. Su mera presencia mantenía a raya a los no-muertos que deambulan entre las ruinas de la ciudad, pero dentro de ella, el conflicto persistía. Aquel lugar, que alguna vez fue la joya oriental del Imperio Solámnico, no era ahora más que un osario profanado, una grotesca imagen de lo que alguna vez representó. 

Cuando Leodinia Markenin emergió de las sombras, la tensión se volvió insoportable. Kyliana sintió la aversión de la espectro como un filo gélido en la piel. No se arrepentía de lo que hicieron en su tumba. Fue necesario, como tantas otras cosas que había tenido que hacer por recorrer la Senda. No obstnte, la furia de Leodinia era un recordatorio de hasta dónde han llegado. De cómo sus decisiones habían moldeado su destino en formas irreversibles. 

¿Y si ahora es ella la favorita del Señor de la Muerte y yo he sido relegada a un segundo o tercer plano? - Llegó a preguntarse entonces.

Por suerte, no hubo más que un cruce de palabras entre ellas. Uno breve y de desprecio mútuo.


Los pasos les guiaron por calles fantasmales hasta el distrito que alguna vez fue hogar de la nobleza de Kalaman. La mansión Le Besco se alzaba entre las ruinas con una dignidad marchita. Su silueta ennegrecida por el fuego se recortaba contra el cielo nublado y las altas torres que estaban agrietadas como si la misma estructura estuviera a punto de colapsar. Las ventanas ya no conservaban sus vidrieras de colores y el portón de hierro, antaño resguardado por guardias, colgaba torcido de sus bisagras oxidadas.

Kyliana atravesó el umbral con la certeza de que el pasado no la recibirá con brazos cálidos, ni amables. El interior era un mausoleo de cenizas y polvo. Los tapices deshilachados colgaban como sudarios sobre paredes carcomidas por la humedad y los bustos y familiares estaban fractuados y las estatuas decapitadas.

En la penumbra de las grandes salas y los lúgrubes y silenciosos pasillos, algunas sombras se agitaban. Kyliana avanzaba con cautela, sujetando el sello familiar con dedos, buscando a algún superviviente, pero aunque esas sombras fueron en su día las personas a las que buscaba, no iba a encontrar en ellas, rastro alguno de la familia a la que debía una explicación desde hacía quizás, demasiado tiempo.

Los Le Besco aún habitaban su hogar, pero ya no como nobles. Eran cadáveres en descomposición, envueltos en jirones de sus antiguas ropas de gala. Muchos de ellos, habían muerto por la peste y otros, brutalmente asesinados por sus propios familiares en una sangría de sed y hambre de carne humana. Algunos, los pocos que no habían sido devorados casi en su totalidad, todavía estaban sentados en torno a la gran mesa del comedor, como si aún fingieran una cena que terminó hace demasiado tiempo. Éstos no se movían. En cambio otros se arrastran por los pasillos, con movimientos torpes y vacíos sin más propósito que la persistencia cruel de su existencia maldita.

Y en el centro del gran salón, en lo que una vez fue el gran sillón de su padre, yacía quien sin duda fue Gerrard Le Besco. O lo que queda de él. Su piel era grisácea y apergaminada, sus ojos eran pozos vacíos de fuego azul. La boca se abría y un sonido gutural brotaba de su garganta. No saludó, sino que emitió un murmullo incoherente de hambre y condena.

Kyliana no sintió miedo. Solo una amarga comprensión.

- No queda nadie a quien entregar el sello. Nadie que pueda reclamar la herencia de la Casa Le Besco. - Dijo con evidente determinación. - Nadie salvo... yo.

Y en ese instante lo entendió con claridad devastadora. No por la sangre, no por el linaje, sino porque la marca del poder reposaba en su mano. Ella era la última Le Besco. La heredera legítima. Aquel lugar y todo lo que había en su interior le pertenecía. Si algún día la paz volvía a reinar y Kalaman resurgía de sus cenizas, regresaría a su hogar y lo reclamaría para sí.

Por primera vez se probó el sello de los Le Besco, que tiempo atrás le entregara el alférez de los caballeros de Neraka Guiler Abrena. Le quedaba bien, como anillo al dedo... Sonrió.

¿Seguirá vivo? - Se preguntó sin demasiado interés por Abrena a la vez que se encogía de hombros. - ¿Quién sabe?