Partida Rol por web

El hechizo de la casa Corbitt

Preludio

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01/09/2014, 22:47
Narrador

La redacción del Boston Globe parecía un cementerio. Ningún teléfono sonaba, nadie corría de un lado para otro, y el sonido de las teclas de las máquinas de escribir golpeando sin piedad el papel no inundaba las oficinas como solía pasar. Arleen llevaba ya unos meses trabajando para el Globe, escribiendo su sección semanal Misterios sin resolver, donde daba rienda suelta a su creatividad narrando los sucesos aparentemente inexplicables o simplemente misteriosos que acontecían en la ciudad.

John McCarthy, el redactor jefe y uno de los principales accionistas del diario, estaba tirándose de los pelos. "¿Es que en esta maldita ciudad no ocurre nada interesante?", no dejaba de gritar. Desde luego, así lo parecía. Hacía semanas que el Globe no publicaba ninguna exclusiva o al menos una noticia de interés, más allá de la inauguración de alguna presa o alguna trama política de segunda fila. Ni siquiera los gángsters parecían esforzarse en hacer bien su trabajo y proporcionar alguna bomba informativa.

El teléfono sonó en el despacho de Arleen mientras esta encendía un cigarrillo y la primera bocanada del denso humo inundaba la estancia. Estaba ocupada con su libro, pues realmente tampoco había ocurrido nada interesante relacionado con su especialidad dentro del periódico desde hacía tiempo. Había rellenado su columna con viejas historias (de las que, por suerte, conocía bastantes) y había dedicado su tiempo a escribir su obra, ya que no tenía nada interesante sobre lo que indagar. McCarthy la reclamaba en su despacho.

Nada más entrar, el humo de su cigarrillo se entremezcló con el olor fuerte del proveniente del puro del redactor jefe, que se encontraba en mangas de camisa. Montones de papeles se amontonaban sobre la desordenada mesa y la luz apenas se filtraba por la persiana bajada. El hombre parecía cansado, y las arrugas de su cara, así como unas prominentes ojeras, lo hacían patente.

Sin decir nada, el señor McCarthy entrebuscó entre los papeles de la mesa y arrojó sobre ellos, frente a Arleen, un número del Globe. La fecha citaba la semana anterior, y uno de las secciones estaba rodeada en rojo, destacada frente a las demás.

 

-LLevo toda la mañana revisando números viejos en busca de noticias o casos sin resolver, en busca de una noticia. Hace una semana que publicamos esto. No sé cómo se nos pasó... Parece que no está ni corregido, tiene hasta faltas de ortografía -dijo, serio, mientras daba una profunda calada a su habano y exhalaba el humo. Sin dar tiempo para que Arleen contestara, continuó.

-Quiero sacar el máximo jugo a esto, Arleen, y tú eres la única que puede hacerlo. Suena como un artículo que sólo tú podrías escribir. ¿Extraños sucesos en una propiedad? Lo necesitamos. Necesitamos una noticia, lo que sea, necesitamos vender. La gente habla, nada gusta más a la plebe que los rumores y las habladurías, y sea lo que sea que está pasando allí, el público estará interesado en el resultado.

Hizo una pausa mientras continuaba fumando. El humo formaba extrañas figuras al atravesar los haces de luz que entraban por la ventana.

-Es tu oportunidad de cerrar ese libro. El broche de oro, y lo sabes. No te queda mucha carrera.

Dando la última calada, McCarthy apagó el habano en el atiborrado cenicero mientras se ponía en pie.

-Tienes un taxi esperando abajo. El anunciante, Abraham Phillips, te está esperando.

Notas de juego

Puedes postear un pequeño post de introducción antes de pasar a la reunión con Phillips.

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01/09/2014, 23:33
Narrador

La mañana transcurría tranquila. Las clases habían terminado debido al inicio del periodo de exámenes, y se respiraba tranquilidad en los pasillos de la Universidad, sin alumnos de un lado para otro. Nicholas seguía acudiendo a su despacho como cada día, aprovechando el volátil silencio para trabajar con calma y leer antiguos libros.

Sólo el ruido del teléfono, que pareció irrumpir en el silencio como un auténtico trueno, sacó al profesor Feynmann de su ensimismamiento. Estaba releyendo, ansioso, el informe que Antoine le enviara unas semanas atrás. Lo cerró con calma y, tras guardarlo en un cajón del escritorio, descolgó el teléfono.

-¿Nicholas?

Una voz extrañamente familiar habló al otro lado de la línea, pero el profesor no fue capaz de recordar de quién se trataba. Tras una respuesta afirmativa y la pregunta de rigor por la identidad de su interlocutor, el profesor se recostó en la silla, extrañado. No solía recibir llamadas de desconocidos.

-Nicholas, soy Abraham. Abraham Phillips, ¿recuerdas? ¡Dios, hace tantos años!

A la memoria del profesor vinieron al instante los recuerdos largo tiempo enterrados entre el papeleo y los informes, como si fuesen, irónicamente, los restos de ese pasado remoto que con tanta pasión desenterraba con su trabajo. Ambos habían compartido clase en la Universidad, durante el primer año al menos, forjando una más que sólida amistad. Phillips abandonó los estudios y cambió el rumbo de su vida comenzando una modesta carrera en el mundo empresarial que, con el paso de los años, hizo que ambos perdieran el contacto. El profesor había escuchado hablar de él en alguna que otra ocasión, cada vez que fundaba o quebraba una de sus empresas (pues, aunque prolífico, parecía que el inquieto Abraham no duraba mucho en los negocios que tuvo: carnicerías, empresas de mudanza, empresas de préstamo...), sobre todo en los artículos del Boston Globe. Sin embargo, era la primera noticia que tenía de él en mucho tiempo.

Tras una charla que, aunque pareció corta, duró casi media hora, el auténtico motivo de la llamada del empresario salió a flote.

-¿Viste mi anuncio en el Globe? Pensé que sería el anzuelo perfecto para atraerte.

Feynman, con la mano que tenía libre, revolvió el cajón inferior del escritorio donde iba almacenando los viejos papeles de los que se deshacía cada dos semanas. Sacó de entre ellos un número del Globe de la semana anterior.

Tras el silencio por parte del profesor, Phillips se explicó.

-Llevas razón, quizá  debí ser algo más específico si quería dar contigo, ¿verdad? -una pequeña carcajada dio por terminada la frase, mientras pasaba a dar más detalles -. Sé que ayudarás a un viejo amigo si sigues siendo el mismo Nick que conocí, cuyo espíritu aventurero y deseoso de desentrañar los secretos que la inmemorial historia esconde le llevaron a ser uno de los alumnos más brillantes de su promoción. No puedo contarte más ahora, pero ven a verme en cuanto puedas, después de comer. Te espero.

Sin dar tiempo para una respuesta ni afirmativa ni negativa, la línea se había cortado.

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02/09/2014, 16:35
Narrador

El fresco del alba hizo tiritar a Louis mientras se daba la vuelta sobre la improvisada cama de cartón en la que había pasado la noche, bajo el puente de un pequeño canal que a estas alturas del año estaba seco. Se estaban levantando ráfagas de aire.

El mendigo se incorporó suspirando, pues estaba algo cansado. No había conseguido dormir del todo bien sobre el duro suelo, y le dolía un poco el cuello. Apartó un poco de basura de la que había a su alrededor y se sentó con la espalda apoyada sobre la pared abriendo un bote de alubias que le serviría de desayuno. El bote estaba a medias, pues también le había servido de cena, y dada su situación, no le quedaba otro remedio que racionalizar la comida.

Cuando hubo terminado el pobre desayuno, rebuscó entre la basura de su alrededor algo que pudiera serle de utilidad. La gente, a veces, arroja cosas impensables al canal, pidiendo deseos o por cualquier otro motivo. Sin embargo, lo que encontró fue un desgastado número del Boston Globe, el periódico local, cuyas hojas estaban húmedas y la tinta corrida. Intentado separarlas, Louis se dió cuenta de que una de las secciones estaba seca y decidió, por curiosidad, echar un vistazo.

 

Le costó un poco leerlo, pero creía estar bastante seguro de lo que ponía. Una nueva oportunidad de trabajar. Sí, se malvivía, pero llevaba ya un tiempo haciendo pequeños trabajillos por dinero y estaba acostumbrado. ¿Era posible que Dios hubiese sido piadoso con él y le concediera una oportunidad? ¿O era sólo casualidad haber encontrado ese anuncio? Miró la fecha del periódico y se correspondía con la semana anterior, pero aún así, quizá estuviese a tiempo de hacer el trabajo.

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02/09/2014, 16:47
Narrador

-¿Señor Rutherford?

El teléfono había sonado hacía sólo unos instantes en el despacho del señor William Rutherford, y éste desconocía la identidad de su interlocutor. Se encontraba tomando una copa de uno de los mejores licores de la región antes de comer, mientras sus sirvientes en el salón comedor terminaban de poner los cubiertos y la mantelería en la mesa y Gladys, la cocinera, terminaba de preparar el delicioso estofado que almorzaría aquel día. El olor del guiso inundaba toda la casa, llegando hasta el despacho de William.

-Mi nombre es Abraham Phillips, y llamo para ofrecerle trabajo. Quizá viese mi anuncio en el Boston Globe del pasado jueves...

William, casualmente, conservaba aún el periódico bajo la pila de papeles y viejos libros que se amontonaban sobre su escritorio. No dudó, tras dar un último trago a su copa y soltarla sobre el escritorio de roble, en abrir el periódico con la mano que acababa de quedarle libre, y tampoco le fue difícil dar con el anuncio.

-Estoy desesperado, señor Rutherford. No he recibido aún respuesta alguna, así que he movido mis hilos para conseguir su teléfono -Phillips, creyó recordar William, era un empresario local, aunque apenas había oído su nombre de pasada, o quizá había leído algo sobre sus negocios en el Globe. En cualquier caso, continuó a la escucha -. Necesito la ayuda de un afamado profesional como es usted. Verá... Han sucedido extraños sucesos en una de mis propiedades, y creo que nadie puede ser mejor que usted para arrojar algo de luz sobre el suceso Estoy seguro de que el asunto será de su interés cuando le de algunos detalles más. Venga a verme enseguida.

Sin dar tiempo para más, Phillips colgó el teléfono, no dejando tiempo al parapsicólogo para dar una respuesta.

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02/09/2014, 17:15
Arleen Veltron

   Arleen miraba hacia la ventana, perdida en su mente mientras rebuscada todos los detalles de las últimas investigaciones que había hecho para el periódico, como para darle más sabor subjetivo a las historias para su libro. El sonido de la selvática ciudad, entre el traqueteo de los apresurados pasos de la gente y los incesantes bocineos, sólo interrumpían la fluidez de sus recuerdos y le era inevitable hacer un chasquido con la boca, molesta. El ambiente de la redacción era casi igual que el de la calle y no podía dejar de mirar el movimiento casi artístico de los que trabajaban allí, como lo era el constante golpe de la máquina de escribir del calvo encargado de los chimentos de los famosos o el exahustivo revoleo de papeles del corpulento John que escribe sobre los internacionales. Pero nada de eso sucedía ahora, pues el cine mudo maravillaba sin cesar y la exhibición de las películas era el centro de atención, tanto de trabajadores del periódico como de la gente en general; casi se peleaban por ir a cubrir los nuevos estrenos y el aire de irritabilidad cada vez que sus compañeros generaban cada vez que regresaban de un estreno era más que vomitivo. La importancia del periódico no parecía ser la de antes.

   Entre el olor a café, cigarrillo y papeles viejos, Arleen en un momento se sintió nostálgica. La energía puesta en esos diligentes periodistas de los cuales algunos verdaderamente perseguían la noticia hacia donde estuviera esperando por un espirituoso de los medios comunicativos, le recordaba a sus años de juventud en los cuales ella viajaba constantemente para confirmar sucesos, desmentir dichos y descubrir tapaderas. Si bien ahora mismo los periodistas se encontraban haciendo sus rondas de recabación de información diarias, las salidas en sí y el hábito de la motivación para tolerar los viajes era algo que definitivamente no extrañaría. A Arleen le agradaba más buscar algo que socavara su profundo sentido de la verdad y esos pedidos ya no llegaban a la oficina, salvo misterios por resolver que no tenían ninguna relevancia mayor y que sólo resultaban ser descuidos de estos solicitantes; las casas embrujadas eran mayormente trucos publicitarios y las historias de fantasmas en medio del cementerio no eran más que meros chistes y la columnista estaba bastante harta de cubrir banalidades.

   Definitivamente era hora de prender un cigarrillo y sentir el placentero sabor de la nicotina recorrer sus pulmones. La danza era una vista placentera, pero el teléfono suena de repente y el cigarrillo casi se escapa de los dedos de Arleen quien, con acostumbrada acrobacia, logra retenerlo en sus labios rubí. Del otro lado de la línea sonaba la resonante voz del redactor en jefe, quien solicitaba se acercase lo antes posible a su oficina; ella acudió a paso tranquilo, pues imaginaba que el jefe tenía otra historia sin importancia para que persiga y añada a su vasto historial.

   Una vez en la oficina, la columnista vislumbraba lo que sería su futuro si hubiese aceptado ser la redactora en jefe, puesto que le ofrecieron tres años atrás. El cansado y ajetreado rostro del jefe no hacía más que exhibir el incesante trabajo de revisar detalladamente cada pedido que llega a la oficina, seleccionar lo que se va a cubrir y lidiar con todos los accionistas que se encargan de mantener económicamente viable al periódico. Ella no se molestó en dar un saludo propicio porque él ya conocía que no estaba con vueltas ni saludos cordiales falsos y el jefe lo comprendía asi que no perdió tiempo y le suelta sobre el escritorio una publicación de la semana anterior. La columnista refinó el ojo para ver la publicación y le pareció extraño que una publicación sin corregir haya pasado como si nada y haya salido a la luz; usualmente todo este tipo de pedidos y demás cuestiones solían pasar por su escritorio y por el del redactor en jefe antes de su publicación pero eso era siempre después que alguien haya ido a investigar el asunto y haya regresado con la suficiente información como para saber siquiera si la noticia valía la pena. Era cierto lo que el jefe decía sobre necesitar este tipo de noticias ya que la cantidad de cosas para publicar iba decreciendo un poco y no venía para nada mal algunas publicaciones sensacionalistas como para mantener el periódico en la calle, pero Arleen seguía preguntándose si esto no habrá sido trabajo de algún amigo del susodicho solicitante, tratando de esquivar los canales formales correspondientes para la investigación de este particular pedido. Sin embargo, sus pensamientos se cortan estrepitosamente cuando una frase "No te queda mucha carrera" atraviesa sus oídos. Inevitablemente su rostro se torna serio y su mirada podía hacer que hasta el más temible temblase de miedo -Veo que no soy la única cuya extensión de carrera se acorta, jefe- dice ácidamente mientras toma la publicación y se acerca hacia la puerta; seguidamente, se voltea y agrega mientras tira su cigarrillo al suelo y lo aplasta como si de un insecto se tratase, quizás mandando un mensaje oculto a su superior -Me encargaré que sea mi "broche de oro, jefe"- y se retira de la oficina dejando la puerta abierta, algo que molestaba a su jefe. Con rapidez, toma su maletín, su sombrero y su abrigo y se dirige hacia el ascensor, pensando en este desliz de publicación -Si no ha sido el jefe ni yo, quizás este debajo de este desliz haya alguna historia interesante...

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02/09/2014, 19:56
Prof Nicholas Feynmann

El profesor Feynmann colgó el teléfono, sorprendido por la breve conversación telefónica que tantos recuerdos había de despertarle. Hacía años, muchos, desde la última vez que se vieran, y aún más desde que compartiesen las peripecias del primer año de una universidad que había cambiado en gran medida desde entonces. Por aquel entonces, el profesor no era profesor, sino un joven intrépido, al que la idea aventurera de viajar por el mundo exhaltaba hasta límites insospechados. Experiencias posteriores habían borrado de su mente la imagen idílica nacida de las novelas de aventuras, para suplirla por la realidad incómoda de los viajes en sudor, las mosquiteras, y el traqueteo incesante de los atrasados medios de transporte que podían hallarse en lugares como la India, Egipto o Marruecos. A buen seguro, Abraham aún recordaba al entusiasta proyecto de arqueólogo que andaba por forjar, pero desconocía por completo al acomodado profesor universitario al que excitaba más hallar evidencias científicas de civilizaciones perdidas desde la tranquilidad de un despacho que recorrer rutas fluviales cargadas con el hedor de los pantanos mientras luchaba por no asfixiarse de calor, y rezaba por no contraer la malaria. Pero, pese al desengaño acumulado durante años de exilio voluntario, el profesor Feynmann sabía que acudiría a la reunión. Por algún motivo, y pese a que la racionalidad siempre había primado en su mente científica, sentía una extraña corazonada, como si el reciente descubrimiento realizado en los documentos de Antoine y la llamada de su viejo compañero de correrías estuviesen de algún modo relacionados. Cuidadosamente, comenzó a recoger los documentos que había extendido sobre la mesa, incluído el manuscrito que había comenzado a redactar con objeto de enviarlo a la mayor brevedad posible a la Sociedad Académica Norteamericana de las Ciencias para la publicación de sus resultados. Ocultó las carpetas en un doble fondo del escritorio, y puso papeles menos relevantes encima, cerrando a continuación con llave el cajón. Después, cogió su gabardina, se la echó por encima, y comprobó que el revólver estaba en el bolsillo, aún cargado. Se dispuso entonces a marchar al almuerzo, donde sus colegas de profesión le esperaban, no sin antes cerrar con llave el despacho. Acudiría a la cita, sí, pero lo haría más tarde, cuando su marcha no fuese reparada por nadie. No quería levantar sospechas.

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03/09/2014, 01:31
William Rutherford

William se quedó unos segundos inmovil, meditando, sobre la extraña llamada. No era habitual que alguien desconocido le llamase directamente a su despacho, ya que esas consultas las hacían más a menudo gente de su círculo de amistades y clientes. Además el tal Phillips parecía estar realmente abrumado por alguna suceso.

Podía ser un caso interesante o una pérdida de tiempo, como sucedía en ocasiones, pero en su profesión no podía dejarse escapar ninguna oportunidad. No se presentaban a menudo ocasiones relevantes y las que pasaban había que aprovecharse.

Se puso a rebuscar alguna referencia sobre el sujeto o su compañía entre los periódicos que tenía a mano, pero pronto le llamaron para comer y abandonó las pesquisas para sentarse a la mesa. Durante la comida apenas probó bocado, abstraido pensando en qué podía ser lo que ocurría y tras tomar el café se vistió para salir a la calle y avisó al chofer para que le llevara a ver al tal Abraham Phillips.

- Tiradas (1)

Notas de juego

tirada de buscar libros un poco chorra para ver si suena la flauta y encuentro algo sobre el tipo.

ups... se me coló otro post de por medio

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03/09/2014, 14:09
Louis S. bowery

Terminé mis alubias y comencé a disfrutar del sol, pero sin perder tiempo. Usé un poco de agua del arroyo para peinarme y ayudado de mi neceser me puse en condiciones como siempre hacía antes de un trabajo: me afeité y caminé rumbo a la dirección del periódico. En mi cabeza los nervios me quitaban un poco el hambre, ya que necesitaba con todas ansias este trabajo, pero al mismo tiempo me motivaba a conseguirlo.

"Phillips, ¡Aquí va tu investigador estrella! " - Dije al aire mientras caminaba contento.

Notas de juego

Guardo en el bolsillo interno de mi saco el recorte periodístico, tomo mis cosas y me dirijo a la dirección.

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03/09/2014, 16:54
Narrador

El tráfico era leve a esa hora y Arleen no tardó mucho en llegar a la dirección que indicaba el anuncio: el número 37 de Central Street. Se bajó del taxi, y para su sorpresa, McCarthy ya se había encargado de abonarlo. No eran normales en él ese tipo de sutilezas... Tras un asentimiento a modo de sonrisa, el taxista arracó su vehículo y se puso en marcha.

Se trataba de un pequeño edificio que anteriormente había sido una carnicería y que debía tener al menos cincuenta o sesenta años. De una sola planta, situado junto a una tienda de ultramarinos y una barbería, no había ningún letrero que indicara si aquello se trataba de un negocio o una casa particular, excepto quizá el pequeño cartel que adornaba la puerta: "A. Phillips".

Sin dudarlo un segundo y con la determinación que la caracterizaba, Arleen atravesó la puerta y se encontró en una habitación poco iluminada, aunque más amplia de lo que esperaba. Unas cuantas sillas frente a una pequeña mesa de té donde había par de periódicos y un escritorio tras el que se sentaba una secretaria eran todo cuando adornaba la estancia. La mujer, de unos cuarenta y tantos, preguntó amable en qué podría ayudarla.

Tras la explicación de Arleen diciendo que venía por el asunto del anuncio, la mujer asintió y la hizo pasar a la otra habitación, un pequeño despacho algo más iluminado. Tras un escritorio de madera noble, rodeado por un par de estanterías repletas de viejos archivos y lo que parecían ser libros de cuentas, se encontraba sentado en su silla el empresario, quien no tardó en levantarse y saludar a la escritora.

-Abraham Phillips. Es un placer conocerla, ¿puedo ayudarla en algo, señora?

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05/09/2014, 15:58
Arleen Veltron

     El jefe parecía demasiado preocupado por tener una historia cualquiera a la cual pudiera sacarle el jugo, sin importarle demasiado la veracidad de los hechos como para intentar asignarme un ayudante que llevase las tareas comunes de lecturas e investigación en bibliotecas. Saco un cigarrillo y procedo a encenderlo casi en cámara lenta para demostrar que no tenía ningún tipo de apuro en llevar este caso o en terminarlo y no me molestaría en lo más mínimo las personas involucradas en llevarla cabo; ya no estaba en mis años o mis ánimos para indagar en profundidad o arriesgar todo lo que pudiera con tal de sacar a la luz la verdad, pero si ahora lo que aparentaba ser algo simple resultaba ser un caso completamente distinto, claramente mi actitud cambiaría. De momento, me mantendré con un perfil bajo -Vengo por el aviso del Globe sobre la casucha esa- señalo a la nada con mi cigarrillo; no quería destapar mi profesión con tanta rapidez a no ser que sea necesario -No soy agraciada en las relaciones sociales pero sí en las investigaciones que me interesan, señor Philips- y relojeo meticulosamente la habitación, buscando anomalidades que pudiesen parecerme extrañas aunque se nota es una simple oficina mediocre.

Notas de juego

   Cambio de persona narrativa para cambiar el punto de vista.

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05/09/2014, 23:10
Narrador

Feynmann aparcó su coche (que en raras ocasiones conducía, pero esta lo merecía, pues Central Street no estaba precisamente cerca) en la solitaria, a aquellas horas, calle. Rápidamente localizó su objetivo: el número 37.

Se trataba de un pequeño edificio que anteriormente había sido una carnicería y que debía tener al menos cincuenta o sesenta años. De una sola planta, situado junto a una tienda de ultramarinos y una barbería, no había ningún letrero que indicara si aquello se trataba de un negocio o una casa particular, excepto quizá el pequeño cartel que adornaba la puerta: "A. Phillips".

Tranquilo, el profesor atravesó la puerta y se encontró en una habitación poco iluminada, aunque más amplia de lo que esperaba. Unas cuantas sillas frente a una pequeña mesa de té donde había par de periódicos y un escritorio tras el que se sentaba una secretaria eran todo cuando adornaba la estancia. La mujer, de unos cuarenta y tantos, no dudó en dirigirse a él.

-Buenas tardes. El señor Phillips está reunido en este momento, pero le atenderá enseguida. ¿Podría decirme su nombre?

El profesor se presentó como Nicholas Feynmann, viejo amigo de Phillips.

-Sí, sí, el señor Phillips esperaba con ansia su visita. Le avisaré de que está aquí.

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05/09/2014, 23:16
Narrador

La secretaria abrió la puerta del despacho de Phillips, anunciando la llegada del nuevo invitado.

-Señor Phillips, siento interrumpirle, pero ha llegado el hombre que esperaba... El señor Feynmann.

-¡Ah, gracias, Marceline! ¡Pase, pase, Nick! -el empresario llamó a su viejo amigo a través de la puerta abierta, quien no tardó en entrar. En la habitación se encontraba otra mujer reunida con Phillips, quien fumaba un cigarrillo e inundaba de humo el pequeño despacho.

-Cuanto tiempo, viejo amigo... -Phillips estrechó la mano de su antiguo colega con una sonrisa de oreja a oreja- Oh, disculpen mis modales. ¿Señora...? Vaya, creo que no me ha dicho su nombre. Bueno, este es Nicholas Feynman, profesor de arqueología y viejo amigo mío.

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05/09/2014, 23:22
Narrador

Los pasos de Louis, acostumbrado a caminar mucho y ligero, no tardaron en llevarle a la dirección que ponía en el anuncio del periódico: el número 37 de Central Street.

Se trataba de un pequeño edificio que anteriormente había sido una carnicería y que debía tener al menos cincuenta o sesenta años. De una sola planta, situado junto a una tienda de ultramarinos y una barbería, no había ningún letrero que indicara si aquello se trataba de un negocio o una casa particular, excepto quizá el pequeño cartel que adornaba la puerta: "A. Phillips".

Louis no tardó en entrar al edificio, decidido a hacerse con aquel trabajo que le diera de comer una vez más. Se encontró en una habitación poco iluminada, aunque más amplia de lo que esperaba. Unas cuantas sillas frente a una pequeña mesa de té donde había par de periódicos y un escritorio que parecía pertenecer a una secretaria eran todo cuando adornaba la estancia. Había una puerta al fondo, que daba a lo que parecía ser el despacho de Phillips.

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05/09/2014, 23:26
Narrador

La puerta del eficio se abrió una vez más, y un hombre con pinta de pordiosero entró. Marceline, la secretaria, se apresuró en acercarse a él para decirle que debía esperar, que el señor Phillips estaba reunido. Louis se presentó y confesó haber acudido en busca del trabajo del periódico.

-¡Déjale pasar, Marceline! -el empresario sonreía mientras invitaba a pasar al mendigo a su despacho, donde se encontraba con otras dos personas.

Louis no dudó en entrar y estrechar la mano a los presentes: Arleen Veltron y Richard Feynmann.

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05/09/2014, 23:30
Narrador

El tráfico era leve a esa hora y William no tardó mucho en llegar a la dirección que indicaba el anuncio: el número 37 de Central Street. Se bajó del coche, tras un asentimiento a modo de despedida, su chófer arracó su vehículo y se puso en marcha.

Se trataba de un pequeño edificio que anteriormente había sido una carnicería y que debía tener al menos cincuenta o sesenta años. De una sola planta, situado junto a una tienda de ultramarinos y una barbería, no había ningún letrero que indicara si aquello se trataba de un negocio o una casa particular, excepto quizá el pequeño cartel que adornaba la puerta: "A. Phillips".

Sin dudarlo un segundo, el señor Rutherford atravesó la puerta y se encontró en una habitación poco iluminada, aunque más amplia de lo que esperaba. Unas cuantas sillas frente a una pequeña mesa de té donde había par de periódicos y un escritorio que debía pertenecer a una secretaria eran todo cuando adornaba la estancia.

Al fondo, la puerta del despacho de Phillips estaba abierta. El despacho estaba atestado de gente: el señor Phillips, fácilmente reconocible, y su secretaria, que también destacaba por su forma de vestir. En la estancia se encontraban también otras tres personas: un hombre mayor, una mujer que entraba en los cuarenta y un curioso personaje con pinta de mendigo.

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05/09/2014, 23:32
Narrador

Por cuarta vez se abrió la puerta cuando el que se presentó como William Rutherford, parapsicólogo, entró en el despacho de Phillips.

-Pase, por favor, pase... Le esperaba.

La secretaria de Phillips volvió a su puesto cerrando la puerta tras de sí, y después de las presentaciones de rigor, se produjo un breve silencio, algo incómodo. Curioso grupo de personas se había reunido en aquel despacho...

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05/09/2014, 23:57
Abraham Phillips

-Curioso, ¿no creen? -el hombre encendía un cigarrillo mientras hablaba. Parecía complacido de tener a todos en su despacho-. Hace una semana que publiqué ese anuncio. Ni una llamada hasta ahora, y precisamente hoy aparecen dos candidatos... ¡Que además, son los candidatos perfectos!

Tras ofrecer asiento a todos, no dudó en tomar asiento él mismo tras su escritorio de roble.

-Será mejor que explique, ¿no es cierto? -Phillips golpeó el cigarrillo un par de veces con el dedo índice de la mano con que lo sujetaba, haciendo que la ceniza cayese sobre el cenicero de cristal que adornaba la mesa.

-Tengo un problema, señores y señora, y creo que ustedes son el grupo perfecto para solucionarlo. Poseo una vivienda en las afueras, la vieja casa Corbitt, la cual pretendo alquilar para sacar beneficio. Supongo que no hace falta que les cuente el precio que alcanzan las viviendas de las afueras con los edificios de nueva construcción que está trayendo la ampliación de la ciudad a través de los barrios periféricos... Y quizá también sepan que mis empresas no van demasiado bien... -tosió, interrumpiéndose-. Disculpen, disculpen. No quiero aburrirles con estos detalles. En cualquier caso, a pesar de ofrecer el alquiler a un precio de risa, nadie parece querer habitar ese dichoso lugar. Los anteriores propietarios se vieron involucrados en... una tragedia -el tono de su voz pareció bajar-. Los Macario se mudaron a la casa hace dos años, en 1918, y sólo un año después, el cabeza de familia sufrió un terrible accidente que le hizo enloquecer de forma violenta y ser internado. Hace aproximadamente un mes, su señora también perdió la cabeza. Al igual que su marido, no paraba de balbucear sobre una aparición de ojos rojos y sucesos inexplicables que ocurrían en la casa... Además, ninguno de los dos parecía atreverse a entrar en una de las habitaciones de la planta superior. Por supuesto, yo ya había escuchado rumores de que la casa estaba embrujada antes de adquirirla, pero créanme, el precio que me ofrecieron para comprarla no era como para resistirse o pararse a escuchar cuentos de viejas.

Otra calada al cigarrillo dio lugar a un nuevo silencio, más tenso esta vez aún debido a la gravedad de los hechos que narraba el empresario. Mientras apagaba el cigarrillo, soltó una última bocanada de humo mientras retomaba la palabra.

-A estas alturas se preguntarán por qué les he llamado -dijo, refiriéndose al profesor y al parapsicólogo- o por qué publiqué aquel anuncio -esta vez su mirada se dirigía a la escritora y al vagabundo-. Pues es muy sencillo. Quiero que vayan a esa casa y demuestren que los rumores que circulan sobre ella no son más que habladurías sin fundamento. ¿Y qué mejor que un grupo diverso, que no haga si no representar a toda la sociedad? Un acreditado y reconocido profesor universitario de prestigio, un afamado parapsicólogo cuya opinión también será más que respetada, una mujer y un hombre llano, del pueblo. ¿Acaso podrían gozar de más credibilidad? De ese modo, los vecinos se callarán de una maldita vez y desecharán las, permítanme que lo llame así, supersticiones que pesan sobre mi casa, y yo podré volver a alquilarla.

Observó entonces los rostros de los presentes, pues no estaba seguro de si aquella historia era la que muchos esperaban escuchar.

-Por supuesto, les abonaré unos generosos honorarios...

En ese momento, se dirigió a Feynmann.

-A ti te lo pido como un favor personal, Nick, viejo amigo, aunque por supuesto también estoy dispuesto a pagarte como a los demás si es lo que quieres. No quiero ofenderte ofreciéndote dinero.

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06/09/2014, 01:14
Prof Nicholas Feynmann

El profesor Feynmann sonrió ante la oferta de Abraham, imaginando en qué consistirían los "generosos honorarios" que les ofrecería. No estaba en su intención ofender a nadie en la sala alardeando de salario, pues Nicholas era un hombre decoroso, de esos que siempre consideran encontrarse entre caballeros. Además, para él el dinero era un compañero no buscado, el resultado inevitable de una larga y prestigiosa académica que vino a depararle lo que muchos deseaban, al tiempo que le negaba aquello que siempre había soñado. Y es que, pese al prestigioso puesto del que gozaba, a su largo recorrido en el mundo de la arqueología, e incluso a la admiración de sus colegas, Nicholas Feynmann aún esperaba la gran publicación de su vida, aquella que le encumbrara como uno de los grades arqueólogos de todos los tiempos.

Pero tales cuestiones estaban fuera de lugar en aquella estrambótica reunión. En ella vio el profesor, sin embargo, la excusa perfecta para eludir a sus colegas el tiempo necesario para seguir adelante con la publicación de los excitantes resultados que habían caído en sus manos hacía muy poco. Pensó, de forma errada, que aquella investigación resultaría fútil, pero que ganaría para él el ansiado alejamiento de sus colegas en el que pensaba en ese momento. Además de todo esto, la idea de ayudar a un viejo amigo le confortaba, como si con esto supliera el vacío emocional que su larga carrera investigadora había dejado en su vida.

Asintió, pues, el profesor a las palabras de Abraham.

- Ya sabes, amigo mío, que no podría negarte este favor. - y añadió - Además, no me vendrán mal unos días de retiro en las afueras. Si me permites hacer una llamada, para asegurarme de que mis clases quedan cubiertas... * - el tuteo era algo común, debido a los largos años de amistad compartidos con Abraham.

Dicho lo cual, añadió, con una sonrisa tranquila.

- Por supuesto, no te cobraré nada por la realización de esta tarea. ¡Bendito negocio, cobrar por irme de vacaciones! - rió, siempre con la elegancia propia de un caballero.

Notas de juego

* - No hace falta ni rolearlo, en cualquier hueco Nicholas llama a la facultad para asegurarse de que alguno de sus becarios le cubre las clases.

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06/09/2014, 02:54
Arleen Veltron

     Los demás participantes de la investigación llegaron. Todo indicaba que sería el grupo más pintoresco con el que haya tenido la oportunidad de compartir en mi vida profesional: un profesor, un parapsicólogo y un hombre que parecía provenir del sector más cruel de la ciudad eran suficientes como para lograr variadas conclusiones a algo que no sabía de qué se trataría.

   Una vez que todos estuvimos juntos, el señor Philips empezó a contarnos sobre la misteriosa misión a la que nos encomendaría. Una casa embrujada, pensaba una y otra vez casi sin darle demasiada importancia aunque no quería dejar de lado estos "insignificantes" detalles como lo eran estas cuestiones sobre su situación económica empresarial, asi que sin demora dejo que mis labios soporten en peso del cigarrillo mientras buscaba mis elementos para anotar. Luego que Philips y su amigo el profesor intercambian amistosas palabras, susurro como para que escuchen pero no distingan demasiado a la vez que anotaba -Las empresas no van demasiado bien. Construcciones de la ciudad en zonas periféricas. Casa embrujada. Posible...- miro a los presentes como si recién me diese cuenta que había estado hablando un poco en voz alta y vuelvo a seguir escribiendo, esta vez en completo silencio. Seguidamente, acomodo mis anotaciones y sólo mantengo en mis manos un pequeño anotador y mi fiel pluma, indiscutible compañera de aventuras.

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07/09/2014, 18:22
William Rutherford

William escuchó en silencio la presentación del caso que les ofrecía el Sr. Phillips sin perder detalle. La verdad se sentía un poco incómodo teniendo que trabajar con desconocidos pero el caso parecía interesante, especialmente si conseguían no resolverlo. Es decir, demostrar justo lo contrario de lo que el contratante quería. Si era cierto que la casa no tenía ninguna maldición sería otro ejemplo más de los casos de supuestas apariciones o encantamientos que afloraban por doquier. Pero si realmente sí que había algo más, podría ser una oportunidad única de profundizar en las ciencias ocultas.

Por supuesto no caería en la tentación de divulgar rumores o falsedades para dar más bombo a sus investigaciones. Al final y al cabo se trataba de una investigación experimental y debía ser tratada con el rigor científico que merecía pero en el fondo deseaba que sí que hubiera algo que alejara a los inquilinos de allí. En cualquier casos su mente práctica buscaba los hilos que le condujeran a la verdad del caso.

- Parece un caso interesante, y por supuesto haré todo lo que esté en mi mano para ayudarle, pero me gustaría que nos empezara dando algo más de información, como por ejemplo qué sabe del accidente que sufrió el señor Macario y también cualquier reporte médico o policial sobre el caso.

Dijo con su voz neutra y tranquila.