Domingo se movió rápidamente, mucho más rápido que el desconcertado Elías y que el furioso Agustín. Apartó al muchacho de un manotazo, dispuesto a mediar por la paz.
Si Agustín quiere pegarle a Elías tendrá primero que derribar a Domingo. O eso o calmarse.
El manotazo de Domingo no hace mas que hacer enojar mas a Agustín, pero no tiene nada encontrar de Domingo, y lo que hizo, lo hizo para mediar la paz.
Baja sus lentes lo suficiente para que miren sus ojos que se clavan en Elias, para darse vuelta y caminar paralelo al grupo
-Estar en lo de Braulio
Me dormí, perdón :(
La pelea terminó antes de empezar, lo cual no dejó de ser un alivio para Domingo, que no quería volver a llevar a nadie al hospital nuevamente.
Pero quedaba el tema de la carta. El Portugués, por lo visto, estaba allí a poco más de dos metros esperando por aquel maldito naipe con una pistola apuntando al Chapas.
¿Estar en lo de Braulio? ¿Qué quiere decir eso? ¿Que te vas a la Perdida? Por los dioses Montano revisa los post que escribes, que no son tan extensos.
Cita:
Exacto, no se que tan lejos quedara, pero Agustín caminara
La Maca no impidió que Agustín se fuera, así se le calmarían los humos.
-Dame la carta- le dijo al policía- se que no quieres mezclarte con ese tipo, y lo entiendo. Iré yo. Le daré la carta, cogeré a mi primo y me iré a mi casa. Tolito tenía razón, no debimos meternos en toda esta mierda.
-Y tu- le dijo al argentino con desprecio- puedes quedarte esa puta libreta y hacer con ella lo que quieras.
Elías, que, con turbación y creciente ira, había permanecido contemplando cómo Agustín se alejaba, se giró ahora hacia Macarena, negando con la cabeza.
-Me temo que no va a ser tan sencillo, mina. Mejor vamos los tres; es más que posible que Ricardo le haya hablado también del diario. Dejemos atados todos los cabos, ¿estás conforme, Domingo?
Asintió. Palpó su chaqueta asegurandose de que la carta estaba ahí y comenzó a caminar.
- Vamos. Acabemos con esto, rápido - ordenó mientras caminaba hacia donde estaba el tal Portugués.
El rostro era muy serio, casi enfadado.
- Si hay que hablar con este desgraciado que sea pronto. Veamos que tiene que contarnos - pensó el policia.
-¿Estás seguro de que quieres ir?- le dijo a Domingo- No se como se tomará el Portugués que vuelva con un poli...
¿Marcamos a Agustín o no?
No marquéis a Agustín, que se ha ido a la Perdida. Ya lo desmarco yo de los destinatarios de la escena.
Negó con la cabeza mientras andaba con paso firme.
- Estos ya me conocen. Saben no que voy a meterme en sus asuntos.
La voz del policía era marcial. El paso firme, sin dudar, como llevado por la ira o algúna otra fuerza extracorpórea.
La Maca y Domingo se dirigieron a la puerta del restaurante con paso decidido. Elías, que nunca había estado en él, los siguió un poco más atrás. Era el clásico restaurante mejicano decorado con sus dibujos de cactus y el eterno mejicano sentado. La reja estaba echada - eran las 11:30 - pero no cerrada. Había un trozo abierto y Domingo lo apartó para abrir el paso a los otros. El interior era el bar del restaurante. Habia una puerta con cortinilla que conducía hacia el comedor, pero los visitantes no llegaron hasta ella. Sentado en la barra se encontraba un tipo enorme que bebía una cerveza. Al ver a la Maca sonrió, pero luego su gesto se volvió turbio al comprobar que Domingo la acompañaba. El tipo se levantó de su taburete y se interpuso ante los visitantes con gesto serio.
- Pero a quién tenemos aquí...- dijo el Toro en un tono alegre pero sin sonreír - Espero que no te haya dado la vuelta la cabeza Domingo y de pronto te conviertas en un defensor de los débiles o un poli heróico... No pega contigo, manito. Así que no me chingues y no hagas tontadas, que no está el horno para bollos...
Mientras decía eso su mano derecha desapareció por su espalda, donde estaba el arma que todos habían visto antes de que se levantase.
Domingo miró fijamente al mejicano. Una mirada desafiante pero no hostil
- ¿Dónde está el chico? - dijo tajante.
Miró a su alrededor estudiando la situación por si la cosa se torcía. Y la mirada volvió a Tomás, el Toro.
- Ya me conoces, no voy a joderte. Así que, tengamos la fiesta en paz. Nos llevamos al chaval, os quedáis con la carta y asunto cerrado.
No movió ni un músculo. Hablaba al Toro sosteniendole la mirada. Sabía de que eran capaces estos desgraciados y no iba a perderle la vista ni un solo segundo.
- ¿Traéis la carta de verdad o venís de nuevo con la sota de bastos?- preguntó con un tono irónico hasta el momento desconocido Tomás el Toro.- Enseñádmela... No quisiera hacerle perder su tiempo al jefe.
- ¿Dónde está el chico? - volvió a preguntar.
- Os daré la carta cuando vea el chico. Y... tranquilo no es la sota de bastos - dijo devolviendo la ironía.
- Ya te he dicho que no me interesa la puta carta pero, entiendelo, sin el muchacho no hay carta.
- Al chico ya lo ha visto ésta.- dice señalando con la mano izquierda a la Maca, la derecha siempre a su espalda - Y no me toques los co*ones Domingo... En mi bar digo yo como se hacen las movidas. Tú enseñas la carta de marras y yo te llevo a junto al nene. El jefe coge la carta, tú al chaval y todos contentos nos ahorramos problemas que no queremos. Y mucho menos hoy... ¿Sabe Velez que estás aquí?
Tuvo que morderse la lengua unas cuantas veces para no contestarle pero, al fin, se contuvo.
Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó la carta. Se quedó mirandola un rato. No le importaba nada esa carta pero lo entristecía la que se llegaba a montar por culpa del fanatismo de algunos.
- Aquí tienes la carta - dijo enseñandosela a Tomás.
Rápidamente volvió a guardarla y miró de nuevo al capo. Le sostuvo la mirada un rato y al fin habló.
- Ya he cumplido. Hagamos el cambio rápido y acabemos con esto.
- Claro Domingo, la gente razonable siempre acaba entendiéndose. Esperad aquí no más...- dijo apartando finalmente la mano del arma y desapareciendo por la zona de atrás del local.
Antes de que pudieran echarle de menos se asomó de nuevo desde la misma puerta.
- Vamos, pasad. El jefe os recibirá de nuevo.
La puerta con cortinilla conducía hacia el comedor.
La Maca volvió a contemplar una escena que le era conocida, aunque para sus dos acompañantes se vislumbraba nueva: sentado en una silla, muy quieto, se encontraba el Chapas. Alguien le había dado una buena tunda y la costra de sangre seca todavía decoraba su labio. El ojo izquierdo estaba negro y se hinchaba para afear su normalmente agraciado rostro.
El portugués se sentaba en otra silla aparte, jugueteando con una moneda que deslizaba con bastante habilidad entre sus dedos. Era uno de esos tipos que parecen tener una edad indeterminada entre los cuarenta y cincuenta, un vividor venido a más al que sus malos hábitos aún no le habían pasado la factura. Vestía camisa blanca y traje de lino impecable, el pelo gris corto con un estilo moderno y una nariz aguileña que le daban un aspecto de ave rapaz. Sus ojos abiertos, muy abiertos, le daban un aire de buho. Esos ojos se posaban ahora en los recién llegados.
- Caramba niña, sí que te has dado prisa. Pero ¿a qué viene este cambio de acompañantes? ¿Los dos mozos de antes te parecieron jóvenes e inexpertos?- se rió de su propio chiste - Tú debes ser el policía de Velez ¿no? - dijo mirando a Domingo - Creo que tienes algo para mi. - su mirada se posó en el demacrado Elías, pero no dijo nada acerca de él. Volvió a fijarse en Domingo, ignorando a los otros dos - Dame la carta y el chico se va. Así de sencillo...
El Toro se situó al lado del Chapas. Ahora no tuvo el detalle de ocultar su arma, que tenía en la mano relajada pero dispuesta.