Partida Rol por web

-Menos mal que tenemos dinero pa' viajar en barco, Francisco -dijo Faustino, y a punto estuvo de santiguarse hasta que recordó dónde se encontraba, y se detuvo con la mano en la frente-. Aunque yo dinerico podía conseguir mu fácil, pero menos mal que hay dinero pa' no tener que mangar. Y es bueno eso de que podamos quedarnos a dormir aquí esta noche. Antes de unirme al Ministerio, raro era el día que no dormía en la calle o en el campo y podía darme con un canto en los dientes si alguna vez me dejaban dormir en una mancebía.

Tras aquella anécdota que a nadie le importaba, el pícaro escuchó las palabras de Marcel y parpadeó, alucinado de que el hombretón de complexión recia hubiera pensado en buscar posibles puntos débiles en la vivienda.

-Marcel, ¡yo te acompaño, compañero! -exclamó, acercándose al maqui-. Que a mí lo de estudiar mu bien nunca se me ha dao, pero para comprobar si hay alguna forma de entrar en la casa, creo que un poco sí que valgo.

-Entonces ya tenemos un plan para asegurarnos la ida a las españas. Al menos estamos provistos para poder tomar el barco, menos mal que así no habrán de llamarnos ladrones si nos pillan. No obstante en caso de dormir aquí y aunque no haya gente fuera creo que es mejor hacer guardias - apenas terminé de hablar cuando Marcel y Faustino querían mirar la casa para encontrar posibles aberturas - Aunque supongo que no dormiremos aún...

Entonces deambule un poco por el lugar llegando hasta el atacante aún inconsciente - Puede que, si me dejais un rato a solas con este igual puedo sacarle algo de información. ¿Vos que decis Francisco? Prometo ser sutil. - dije con una pequeña risa un poco malevola, pues un poco de acción nunca venía más y aunque esperaba que Marcel confirmara más gente fuera, me quedé aguantando las ganas que tenía de gresca

-No seré yo quien te impida dar rienda suelta a tu cólera- dijo en voz baja notando que su compañero se estaba conteniendo desde hacía un buen rato. Suponía que los hombres de acción eran así, cuando veían desenvainar un hierro su sangre se encendía.

-Pero te pediría que no lo hicieras. Y menos dentro de la casa. El Islam no aprueba la tortura- explicó -Quizá puedas convencer a Abderramán, aunque lo dudo- continuó.

-Yo por mi parte me iré a descansar. La casa está lo suficientemente bien vigilada y, si bien es cierto que no son guerreros como tú al menos podrán alertarnos en caso de que un intruso intente algo de nuevo- en su rostro se observaba el cansancio acumulado tanto en el viaje como en la jornada.

Marcel y Faustino dieron una vuelta por la casa y sus alrededores cercanos. 

Su habilidad en guerrilla le iba a permitir, sobradamente, a Marcel lo que tantas noches habia hecho en los montes de la frontera hispano-francesa. Localizar puntos debiles y defender su posición. Lo que quizá no tuvo en cuenta es que enmedio de ese paramo, el uso de árboles y piedras al que estaba acostumbrado cuando tenia que hacer escondrijos y puntos de vigía, no le facilitaria para nada su labor. 

Encima tenia que añadir su cansacio. En otras expediciones apenas notaria fatiga, pero este viaje habia sido tan abrumador, nuevas sensaciones, nuevos olores, nuevos escenarios, que, ciertamente, se encontraba agotado. 

Así que aplicó algunas de las normas basicas de seguridad (y también ayudo a Faustino si fuera menester) y volvió para el interior de la casa.

Vió que Francisco ya se habia retirado. Así que pactó con el resto de compañeros despiertos unos turnos de vigilancia de la habitación de Abderramán. 

La noche transcurrió muy tranquila y sin incidentes, quizás por la tranqilidad en las aguas o quizás por la ferrea vigilancia de Marcel que aguantaba con una fiera en su posición.

Al día siguiente llegaron al puerto de Ceuta, no era más que una plancha de madera cortada para que los barcos pudieran acceder a un espacio firme cercano a la costa, llamarlo puerto era relativo, aunque al menos las mercancias por sistemas clásicos llegaban.

Abderramán debe ir a al-Ándalus para salvar la vida y porque allí tiene apoyos para luchar contra el Califa abasida de Bagdad. La forma de llegar es por mar, dado que no hay más forma de cruzar a la Península, pero claro, no sirve cualquier barco. Hay que elegir uno adecuado, con un capitán en quien se pueda confiar, y la tripulación debe ir a la par por supuesto.
Los abasíes ya habían estado a punto de cambiar la Historia asesinando a Abderramán no sería raro que algo más sucediera en el transcurso hasta la Península.

Una tirada exitosa de Inteligencia (Cerebrales + Cualquier habilidad que sirva para detectar estas cosas, como siempre la percepción es comodín) a dificultad 10 les evitará meterse en un barco de piratas o en uno que les acabe vendiendo como esclavos.

La cantidad de naves en el embarcadero hizo más fácil para Francisco distinguir cual podría ser el adecuado.

Atracado a la derecha de la plancha de madera había un hermoso navío de velas color ocre en cuya cubierta todos se afanaban cantando alegres canciones. Abderramán y su séquito se dirigía hacia él cuando un pinchazo en la espalda del herrero, cubierta de cicatrices por los latigazos recibidos en su época de esclavo le hizo reaccionar.

Escuchando más detenidamente por encima del bullicio y de los cánticos de los marineros se podían escuchar los gemidos lastimeros de los esclavos en la bodega.

Se acercó rápidamente al Omeya y le habló al oído.

-[Árabe] Mi señor. No deberíamos embarcar en ésta nave. Son negreros y podríamos correr el mismo destino que la carga que transporta. Es mejor que contrates los servicios de aquel capitán- dijo señalando con el dedo en la dirección opuesta.

Era un barco mucho más humilde, pero sin duda suficiente para cruzar el estrecho.

Marcel, a pesar del cansancio, no consiguió dormir en toda la noche. Quizá por este motivo, no despertó al encargado de hacer el siguiente turno, ni el siguiente, ni a ninguno hasta que vió salir el sol. 

A escondidas, y sabiendose solo, lió un par de cigarrillos que consumió durante la noche, quizá para intentar calmar su temor. 

Pero su temor llegó. Por la mañana se dirigieron al puerto y lo inevitable se estaba haciendo realidad. Marcel tendria que subir a un navio y cruzar el estrecho. 

Él, acostumbrado a largas caminatas por la alta montaña, metido en un cuenco y lanzado a la mar. Era el peor escenario que podia imaginar. Para él, ubiera sido preferible dar toda la vuelta y llegar por francia...

Para el colmo, Francisco señaló un navio pequeño y, a los ojos de Marcel, poco seguro. Iva a proponer usar el grande, dónde los marineros cantában. Marcel se ubiera dejado convencer a ciegas por el capitán de un barco dónde los marineros cantan. Pero las palabras de Francisco, no ofrecian opción al grupo. 

Marcel estudió detenidamente el humilde barco. Ni botes de emergencia, ni un triste salvavidas. Quizá no fué buena idea omitir que no sabia nadar a los encargados del ministerio del tiempo cuando en su momento le preguntaron por sus aptitudes. 

-Habla castellano el encargado de la nave?

Por lo menos podria entender y adelantarse si en algun momento las cosas se ponian complicadas en alta mar.

Esa noche, Faustino cayó agotado apenas se tumbó para dormir. Sin embargo, su sueño estuvo lejos de ser plácido. Quizá se debiera a que se encontraba en la vivienda de un musulmán o a las numerosas malas vivencias que había tenido el pícaro durante los últimos años.

-No, amo, no... Amo, por favor... -murmuraba Faustino, entre sueños.

A la mañana siguiente, acompañaron a Abderramán hasta el puerto de Ceuta. La única vía que tenían de llegar a Al-Ándalus era por el mar, y Faustino decidió que la mejor opción era dejar que fuera Francisco quien eligiera el barco. No solo era el único que sabía hablar árabe, sino que además al pícaro le parecía que era el único que tenía estudios y al que sería más complicado de engañar. Con la suerte que él tenía, eran capaces de subirse a un barco de esclavistas.

Por algún motivo que escapaba al entendimiento de Faustino, Francisco había escogido un pequeño barco. Supuso que sería para que Abderramán pasase más desapercibido. Nadie esperaría que el joven Omeya se embarcara en un navío humilde pudiendo ir en uno de mayor tamaño.

-Espero que ese barco no se hunda -comentó el pequeñajo, preocupado-. Que yo nadar sé más bien poquillo...

Efectivamente Francisco tuvo buen ojo a la hora de elegir barco, un comerciante de especias bastante simpático (para Francisco que era quien le entendía porque solo habla árabe). El viaje transcurre plácidamente, con el viento a favor y un mar en calma.

Sin embargo, en cuestión de un par de horas ya muy cerca de llegar a costa, los marineros se han dado cuenta que un navío viene siguiéndoles desde hace tiempo y se acerca a gran velocidad. Cuando se hace evidente que les está persiguiendo los jugadores verán que los tripulantes de ese barco van armados hasta los dientes y no traen buenas intenciones. Se trata de un ataque pirata y la pelea es inevitable, poco tardan en lazarse a la cubierta del barco de las especias, portando espada en mano y parecen llevar una armadura ligera.

Cuatro enemigos pirata del estrecho.

Marcel se pasa todo el viaje agarrado, discretamente, al mástil de la nave. Su mirada fija en el horizonte esperando la aparición de la costa le impide ser el primero de percatarse de la aparición del barco pirata, pero cuando ve a todo el mundo ponerse nervioso y señalar hacia atrás, no tarda en comprender la gravedad de la situación.

En sus peores temores no había contemplado la posibilidad de tener una batalla en un entorno acuático. En sus peores temores no había contemplado la posibilidad de tener que enfrentarse a un equipo de piratas sin su mauser. En sus peores temores no había contemplado la posibilidad de luchar cuerpo a cuerpo con los compañeros con los que contaba.

Así que si. Era posiblemente el peor momento para que se cumplieran sus peores temores.

Pero, lejos de bloquearse, Marcel desenvainó su cimitarra y blandió el arma mientras se mostraba a los atacantes con toda su forma y tamaño.

Tenía que jugar todas las cartas a su alcance, y la intimidación era una de ellas.

Francisco no era un hombre de acción, por lo que su reacción al ver acercarse a los piratas no fue la de Marcel. Aún así estaba lo bastante bien entrenado cómo para defender su vida.

Desenfundó el cuchillo que había llevado en su misión y se colocó junto a sus compañeros intentando evitar que les rodeasen.

El tiempo que esperaron hasta que les abordaron se le hizo eterno acostumbrado a bogar junto al resto de galeotes con la única compañía de los gritos del nostromo. Allí abajo todo ocurría más rápido que en cubierta.

Cuando Faustino ve a aquellos piratas saltar a la cubierta del barco, no lo duda ni dos segundos y echa a correr en dirección a Abderramán, tomándolo del brazo. Él no es un hombre de acción como Marcel ni cree que pueda ser tan valiente como Francisco, por lo que hace lo único que cree poder hacer en sus circunstancias.

Proteger a Abderramán.

-¡Usted escóndase y quédese quieto, que no le va a pasar ná! -le dice al príncipe Omeya, con el terror reflejado en la mirada, sin apenas ser consciente de que el árabe no iba a entenderle si le hablaba en castellano.

Asustado, Faustino decidió buscar algún tipo de arma o escudo improvisado entre el instrumental del navío, como un remo o la tapadera de un barril.

-¡Ay, Faustino, que esto va ser peor que la batalla de Lepanto! -exclamó el pícaro, sintiendo de nuevo deseos de santiguarse.

Tras el sueño en el que preferí dejar a aquel tipo a parte y la mañana siguiente dirigiendonos al puerto, al fin estabamos en el barco. La misión estaba siendo demasiado pacifica para mi gusto pero tenía en cuenta de que no todo iba a ser batallas y se acabó. Era un hecho. Por suerte Francisco se encargaba de la mayor parte y la otra se encargaría el barco y Abderraman para cuando llegaramos a la peninsula. Pero como siempre suele ocurrir, las cosas se tuercen.

Al ver el motivo de tanto movimiento sonreí - Al fin algo de acción - Saqué mi espada de su funda - Me temo Francisco que deberiais quedaros en retaguardia con Faustino. A pesar de ser ellos cuatro, más vale que no os arriesgueis. Dejadnos esto a Marcel y a mi. - No parecía achantarse y que tuviera un arma mejor que un cuchillo, sin duda daba más confianza - ¡A que esperais piratas! Os vais a enterar de quien soy yo.

1º Francisco (19)

2º Pirata 1 (15)

3º Marcel (14^)

4º Pirata 3 (14)

5º Fernando (13)

6º Faustino (10)

7º Pirata 4 (8)

8º Pirata 2 (6)

Viendo que el combate era inminente, Francisco se lanzó contra el primero de los piratasa que estuvo al alcance de su daga.

Estaba bien entrenado, pero la verdad es que esperaba mucho más de él mismo. Sin duda había lanzado un golpe potente, aunque algo torpe y poco estiloso.

Tras una esplédida parada con la espada del pirata 1, éste se preparó para lanzar su ataque.

Este fue a golpear a Fernando con su arma, curioso que fuera directamente por el hombre más grande del grupo.

Marcel vió que los piratas no se habian intimidado lo más mínimo con su puesta en escena y sabia lo que eso queria decir. La batalla iba a ser cruenta. Así que se dirigió hacia el pirata 3 al que le atacó con un golpe de cimitarra transversal, apuntando hacia el cuello del pirata. 

No habia luchado nunca con una cimitarra, pero no diferia mucho del golpe que Marcel daba para talar los árboles de los pirineos. Y en el momento de asestar su golpe, Marcel, sabia que habia hacertado en su ataque...