La sala era grande y oscura a pesar de los grandes ventanales situados tras el trono. Leves ráfagas de viento hondeaban los harapientos estandartes que colgaban con escudos olvidados en el tiempo y movían las tupidas telarañas que cubrían la mayor parte de la estancia.
Cuando Hermes abrió las grandes puertas, la sala retumbó con el chirrido de las viejas bisagras maltratadas por el paso de los años. Entró en la estancia, a oscuras, vestido con una hermosa cota de malla de colores blancos y dorados, como todos los caballeros de piedad. Un ojo bien adiestrado podría distinguir en su pecho el emblema de los renacidos, concedido únicamente a aquellos que habían muerto en nombre de su dios y habían sido traídos de vuelta.
Nettnix observaba al mensajero, colgada de forma burlesca sobre el gran trono, parodiando una de las representaciones más conocidas de Sigma. Hacía tiempo que le estaba esperando. Algunas de sus hijas miraban curiosas desde las altas paredes de fría piedra, pues las visitas eran escasas y generalmente cuando las había significaba una gran cena.
Nettnix hizo una mueca. A fin de cuentas, Sigma era retorcido y sus comunicados siempre traían alguna desgracia, pero el hecho de que enviara al propio Hermes le causó curiosidad.
Se descolgó lentamente sobre el trono que una vez perteneció al reino de los hombres, apoyando suavemente sus ocho patas sobre el gran respaldo de piedra y se acercó a Hermes, con sutileza.
Hermes se mordió la lengua. Sabía de sobra que no debía caer en sus provocaciones, a fin y al cabo, estaba hablando con un señor de la oscuridad. Se hizo un pequeño corte en el pulgar y se dibujó una runa en la frente y brazos. Las marcas brillaron tenuemente durante unos segundos antes de desvanecerse y la voz de Sigma se reprodujo directamente en la cabeza de Nettnix.
Hermes levantó la cabeza, orgulloso- Se que todo tiene un porqué en su gran plan, así que sí, estoy satisfecho. - dijo con vehemencia.
Gula lo miró con tristeza. “es una lástima, a estas alturas habías empezado a agradarme “pensó para sí.
Hermes cerro los ojos y lo último que escuchó fue un silbido y un golpe metálico contra el suelo.
Nettnix se quedó observándolo brevemente. Nunca llegaría a entender la fe de los humanos.
-comed vosotras sin mí, yo tengo invitados. - dijo mientras cruzaba el umbral de la gran puerta y, acto seguido, miles de arañas se precipitaron como locas hacia el cadáver aun caliente del mensajero.
Al otro lado del mundo, Gravden miraba preocupado un mapa que mostraba un montón de fronteras que fluctuaban sin descanso.” Como un maldito niño puede estar dando tantos problemas”- pensó irritado.
El primogénito, el séptimo señor de la oscuridad. Un infante de poco mas que un año con el poder de devastar civilizaciones enteras de un plumazo y cuya corte de nodrizas habían reclamado terrenos de Gravden y del señorío del fuego en un vano intento de calmar sus berrinches.
Gravden miró a Casca, cuyo rostro estaba totalmente cubierto en tinieblas.
De pronto, las fronteras del mapa se pararon en seco y dejaron de fluctuar. “Bien”, pensó Guerra. Solo quedaban dos frentes abierto: Contra el primogénito y contra Sigma. El cese de las hostilidades contra el imperio del fuego era la opción mas factible, pues el infante no atendía a razones y Sigma era simplemente repulsivo en todo su ser.