Partida Rol por web

- Me hastía tu negatividad...  Le dice a su cuñada. - Sal de esta habitación. El conde y yo deseamos tratar temas importantes sin interrupciones molestas...

Esperaba que hiciera caso, pues si no lo hacía, tendría que echarla a empujones. Era ella quien le había pedido ayuda para averiguar sobre el asesino de Álvaro, la misma que ahora ponía impedimentos en su investigación, no obstante, aquello había traspasado a lo personal y ahora no le detendría nadie.

No protestó poco la viuda, y trabajo me costó que se quedara fuera de la sala, que menos sudores me daban los herejes cuando los acuchillaba allá en Flandes. Pero por fin claudicó en quedarse tras la puerta, aunque bien seguro estoy que al punto se le quedó la oreja pegada a la madera...

Miré al viejo conde, barruntando qué preguntarle.

El viejo conde me miró con ojos llorosos, y estuvo en silencio tanto rato que me temí que se hubiera olvidado de mí, o aún peor, que se me hubiera muerto ahí delante. Ya empezaba a desesperar cuando de repente soltó, con tanta violencia que me salpicó la cara con sus babas:

-¡Enemigos! ¡Sólo hay uno! ¡Luis Gonzaga! ¡Ese bastardo traidor, que no me perdona que yaciera con la tusona de su hermana, y que aún pretende que me case con ella, cuando está más rota que las calzas de un pedigüeño! ¡Dos veces me he batido con él, las dos lo he herido, y ya le dije que a la tercera lo mataré!

-¿Luis Gonzaga? ¿Es ese el nombre de vuestro enemigo? Le pregunté extrañado.

-¡Ese es mi mayor enemigo, como que hay Dios! Respondió el viejo con vehemencia.

-¿Y dónde está la casa de vuestro enemigo?

-¡Oh! Pues no lo sé. El viejo se quedó pensativo un rato. Luego se le iluminó el rostro y continuó. ¡En Nápoles! ¡Tenía casa en Nápoles! Seguro que sigue allí.

-¡Ya te dije que el viejo desvaría! Me dijo Margarita mientras me empujaba más que conducía a la puerta de la calle. En vez de perder el tiempo con él, deberías haberle preguntado al marqués de Villascusa. A buen seguro que él te dará las respuestas que buscas.

Y sin más decir mi cuñadita cerró el portón a mis espaldas con algo más de energía de la que debiera, y me dejó en la calle, menando la cabeza y rascándome el culo. Lo malo de hacer preguntas es que a veces las respuestas no son las que esperabas, o bien te hacen nacer en el alma más dudas aún. Cavilé qué hacer a continuación...

Ese hombre era una persona que siempre solía poner algo de luz en la noche. Un hombre que por su oficio se había bien rodeado y tenía importantes contactos. Tener a alguien así con deudas a favor de uno era siempre una buena noticia. 

Sin más, Rodrigo se marchó en busca del licenciado. Al fin y al cabo la visita al conde no había conseguido más que invadir de dudas a quien ya de por si las tenía y necesitaba que alguien al fin, pusiera un poco de orden el en caos que rodeaba ahora por su cabeza. 

Encontré al tal licenciado en animada tertulia en una taberna frecuentada por soldados viejos, poetas y gentes de no muy buen vivir. Regentaba la bayuca una mujer de belleza algo ajada, que se decía que había sido puta, pero que ya no ejercía, pues andaba enamoriscada de un soldado de oficio, que en ocasiones alquilaba su espada, y al que era más sano para el cuerpo no buscarle las cosquillas, que si no bien que las haría él, con la punta de su filosa. Y como era cosa que se tenía por bien cierta, era la taberna del Turco (que así se llamaba), remanso de paz entre la turba multa del barrio de la Carda.

- Oiga... - Llamó la atención del licenciado, pero éste no pareció escucharle. - Licenciado, yo... - Ese hombre parecía estar a otra cosa. - Oiga, ¿se acuerda de mí? Soy Rodrigo, Rodrigo de Guzmán. - O se hacía el sordo o lo era realmente. - ¡Oiga! - Dio un golpe sobre la mesa y en esta ocasión si logró llamar la atención de aquel hombre. - Rodrigo de Guzmán. ¿Me recuerda?

Ya se sabe, que tanto los cirujanos como a los legüeyos gustan de sangrar a todo aquel que se les acerca. Si quería que aflojara la deshuesada, tendría yo que aflojar primero los cordones de mi bolsa invitando a una ronda a él y a sus amigos...

Aflojar la bolsa no era algo que le gustase, más cuando no abundaban los reales. No obstante no quedaba otra si quería llamar la atención del licenciado. Algo que necesitaba si quería seguir desgranando aquella historia. 

- ¡Mesonero, una ronda para todos! - Exclamó. - ¡Yo invito! 

Así como pudo, entre vítores y sarandajas, se sentó como pudo junto al licenciado, haciéndose sitio empujando a unos y a otros. 

Me dijo con muchos aires el licenciado:

-Es el marqués de Villascusa muy amigo de pleitos, y la verdad es que los gana todos, y muchas veces porque los que contra él litigan abandonan, ya sea porque sufren doloroso accidente o porque lo sufren sus más alegados. Y los que insinúan que tras esas muertes está la mano del marqués harían mejor en callar, que si larga es su mano, no menos agudos son sus oídos, y el que habla demasiado de quien tan alto y tan bien afianzado está, puede ser que lo callen para siempre. ¡Y malhaya sea su costumbre, que si todos hicieran lo mismo ya no habría otra justicia que la que uno se pudiera procurar con su oro o su acero, y los pobres licenciados que honradamente nos ganamos la vida sangrando hasta el último maravedí a los pleiteantes tendríamos que mudar de oficio!

Se rieron todos los tertulianos de la chanza del licenciado, y este, tras darle un nuevo tiento a su jarro, prosiguió:

-Con todo, dudo mucho que el marqués se preocupe en demasía de ese pleito del que me habláis, el que le ha puesto el Conde de Peñaranda. Que anda el pobre viejo conde en la chochez, es cosa sabida, y todos en el oficio nos hacemos cruces de que interpusiera pleito en el que, por una vez, nada va a tener el marqués que hacer para ganar, pues hasta un bobo se daría cuenta de que el viejo conde no tiene ninguna razón. Además, el marqués le tiene echado el ojo a un bocado mucho más jugoso, y dudoso es que le preste atención a una mosca cuando puede cazar un jabalí: que ahora anda en pleitos por la heredad de Corveas de Sotomonte, que es señorío muy rico, y buenos reales de renta le llevará a la bolsa. Pleitea contra el conde de Moscoso, un jovenzuelo que no sabe donde se ha metido... Si tenéis que buscar maquinaciones del marqués, y no dudo que las haya, buscad por ahí, y no por el asunto del viejo conde y sus desvaríos...

Salí de la taberna rascándome la cabeza sin entender nada... Aunque algo había, en el fondo de mis sesos, que pugnaba por salir. Sea como fuere, hora era ya de verme las caras con ese tal don César Madrazo, marqués de ganar pleitos con la amenaza, el soborno y el asesinato. Que fuera o no mi hombre, es algo que ya se vería...

Era la mansión del marqués de Villascusa palacete de no pocas pretensiones, de factura muy parecida al palacio del duque de Uceda, aunque algo más pequeño. Apestaba a poder y a riqueza, y carecía de esos desconchados y rotos que tan a menudo vemos en las fachadas de las casas, incluso de las más nobles. ¡Con deciros que en las ventanas había no poco cristal, cosa que como bien sabéis es rara, que es el vidrio material carísimo, y los más, aunque sean grandes de España, prefieren adornar sus ventanas con rejas de hierro y contraventanas de madera, o como mucho taparlas con una lámina de pergamino o papel, que tal cosa puede voacé ver en muchas de las ventanas del Alcázar Real. Me retorcí el mostacho, muy valentón, puse la mano en la espada y, a grandes zancadas, me dirigí hacia el zaguán, que bien abierto estaba...

Decidido avanzó hacia el interior de aquella propiedad, pues si quería verse las caras con el marqués, dudaba que hubiera otra forma que no fuera con la decisión de un toro bravo embistiendo con los cuernos por delante. No dudaba no obstante, que pronto le darían el alto, pues vestido con un coleto de cuero, con ropa ajada y con una pistola y una espada pendiendo del cinturón, lo que se dice pasar desapercibido, no iba a pasar.

- Estoy convencido de que tiene algo que ver. No encuentro todavía el nexo de todo, pero seguro que lo hay. - Se dijo internamente ante la que para él era una evidencia, aunque para la mayoría no pasaría por más que una mera corazonada sin fundamento.

Mi mala cara de matachín poco sufrido no hizo mella entre los gandalines, que andaban sobrados de cuajo y escasos de escrúpulos, que al verme aparecer con mis pintas germanescas se cuadraron ante la puerta, diciéndome, antes que pudiera siquiera abrir la boca para tomar aire y empezar a hablar, que me fuera, que el señor marqués tenía por costumbre repartir las limosnas en la puerta de la iglesia, cada domingo, no en la de su casa. Y como pronto asomaron en sus manos dagas y garrotes, me di cuenta de que, en lugar de oros, pensaban darme de bastos...

Otro desafuero más que añadir a la cuenta, que ya empezaba a ser bastante más larga que mi paciencia. Entrecerré los ojos y me planteé darle una lección a estos tunantes, para que se enteraran de con quien se jugaban los cuartos, aunque quizá no fuera la mejor opción que no eran pocos y parecían bravos. Podía también usar la deshuesada en lugar de la filosa, y el ingenio en lugar de la fuerza bruta, que es de discretos usar argucias cuando se está en inferioridad numérica. O simplemente podía irme con la cabeza gacha como un perro apaleado, que no sería la primera ni la última vez que me tragaba mi orgullo.

- No me gusta como me miráis... - Dijo Rodrigo muy serio. - Creo que necesitáis que alguien os de una lección de modales. - Esgrimió una sonrisa de superioridad. 

Acto seguido se puso en pie rápidamente y posó una mano sobre la empuñadura de su filosa y alzó la capa mostrando la pistola que portaba oculta bajo la misma. 

...

Se acabaron las tonterías. Rodrigo armó su puño y lanzó un directo al mentón del lechuguino más cercano. Tampoco iba a liarse a espada y pistola por una afrenta tan leve.

Muy gallitos andaban esos gandalines, que sin duda al criarse entre las sedas del lindico de su amo no tenían las espaldas acostumbradas a la vara. Bueno, no es que el marqués fuera muy amigo mío, pero le iba a hacer el favor de enseñarle educación a sus criados.

Yo tengo dos manos, pero lamentablemente la gandalinada en pleno sumaba muchos más, y todos ellos estaban a la faena de repartir leña. Así que me midieron bien las costillas a palos, antes de que pudiera salir huyendo de gente tan bravía. Pero ya se sabe, la Fortuna es mudable, y si a veces bien es cierto que te enseña el culo, otras se gira y te sonríe con su linda cara. Que fue entonces cuando, en mi particular cruzada contra el marqués, me encontré yo con un aliado inesperado...