Partida Rol por web

Ni por asomo te dió tiempo de llevar a cabo tu plan. Segundos antes de llevar tu mano a la espada, agachaste la cabeza, simulando resignación, abriste la portezuela, pues aquello sería más rápido que golpear si mano con tu filosa. No andivuste errado, que al tullido se le escapó al punto un disparo que de no ser por la maniobra, en vez de haberte dado en el hombro, hubierate "volao" la sesera.

No sabías si tenía otra turquía en el carruaje, así que corriste hacia delante, pegado al carruaje y a los caballos, para así no darle ángulo con el que volver a disparar.

Te fue bien la jugada (que no tanto a tu hombro), pero ya decía tu madre que toda espina tiene dos puntas, que a lo lejos oiste al cochero azuzar a los caballos del carruaje. Te habías librado de que te volaran la cabeza... ¡Pero ahora corrías el peligro de que te atropellaran!

El plan alternativo a su primera idea no ha ido del todo mal, el hombro es un pormenor que se puede solventar con una mano hábil, en cambio, la cara... la cara no se puede arreglar porque un disparo como ese podría haberle dejado igual que a su hermano y sin nadie que llore por él ni clame venganza en su nombre.

Pero ahí no acaba el problema presente. Parece que el maldito tullido no está contento con un hombro, tiene que ser el cuerpo entero y da igual que la muerte sea por una bala que por los cascos de los caballos de su carruaje. Corre delante de ellos, obviando el dolor del hombro, y en el último momento toma una de las callejuelas oscuras y sombrías adjuntas a esa calle.

Se afana en salir de allí por el otro lado antes de darle tiempo al cochero a frenar a los caballos y al tullido a acercarse a la callejuela.

En el último momento esquivaste el carruaje arrojándote de un salto fuera del camino. Te levantaste al punto y saliste corriendo, pero al parecer los italianos habían ya perdido interés en tí, que prosiguieron sin más su camino. Con las ropas manchadas de barro y el miedo en el cuerpo, pensaste que en verdad te había espantado él más a ti de lo que tu pudieras haberle hecho, y que podía ser ese tullido un medio hombre, pero los hígados y el rencor los mantenía bien enteros. Más te valía cobrar del Rijoso lo pactado, antes de que el pagano, muy creído de que el espanto hubiera funcionado y el tullido hubiera alzado el vuelo, se encontrara con la verdad de la situación. ¡Y la fe tuya que no quisiera estar en su pellejo!.

Tu parte estaba cumplida, y has de decir que el Rijoso cumplió con la suya.

Tus preguntas no se habían agotado aún, pero no eran los barrios bajos sitio donde hacerlas. Había llegado el momento de ir a los barrios señoriales a seguir haciéndolas, pero quizá antes de ello deberías hacer algunas compras.

Tras cobrar lo debido antes que llegue a oídos del solicitante que el tullido ha escapado con el rabo entre las piernas cual perro asustado, pero sin ser realmente cierto, decide que quizá lo mejor para entrar en barrios más elegantes es engalanarse un poco y arreglarse. Y quizá un buen paso, primero, sería visitar al matasanos para la herida del hombro. 

Lo siguiente sería un buen baño para lucir el traje que tiene cogiendo polvo de sus años de juventud cuando estaba al servicio del Rey y a veces debía lucir sus mejores galas. Tiempo ha de eso y ahora volver a vestir como antaño no le agrada en demasía, pero el deber de una venganza llama una y otra vez a su puerta.

Caminando por las calles, mirando de vez en cuando hacia atrás, con la amenaza de un tullido que quiera vengarse por lo sucedido en la plaza y sin tener satisfecha sus ansias de matar al causante de tal deshonra hacia su persona y eso que lo ha hecho con la buena intención de advertirle.

Quizá fuera hora de ir a visitar al Conde de Peñaranda, el amo de tu difunto hermano, que sus pleitos se habían convertido en asunto tuyo al causarle la muerte a Álvaro.

Vivía el Conde de Peñaranda en un caserón señorial en la calle Mayor, cerca de la Plaza de San Salvador. Era una de esas mansiones de tiempos de nuestros abuelos, los que aún peleaban por sacar a los moros de la península, y a juzgar por las grietas, los rotos y los desconchados de la fachada te apostabas tu todo el oro del Potosí contra medio maravedí a que su dueño tenía más honra en el linaje que provisiones en la alacena, que de señorones de alcurnia cierta y hambres más ciertas todavía, esta patria nuestra está más que llena.

De pronto caiste en la cuenta de donde te encontrabas. Giraste la esquina de la fachada y supiste que si seguías la calle todo recto llegabas, en menos de diez minutos a no demasiado buen paso, a la plaza de Ramales. Donde encontraron el cadáver de tu hermano. En verdad tenías muchas preguntas que hacerle a su amo.

La puerta a la calle estaba bien cerrada, cosa harto extraña en estos barrios, donde se suele tener abierta para dar acceso al visitante a un zaguán, donde un criado le atiende. Te encogiste de hombros y te aplicaste con ganas al llamador, que creo que le das un golpe más y haces astillas el portón ahí mismo. Por fin te abrieron, y esa fue la primera de las sorpresas que la visita te deparaba...

Pues la que te abrió no fue otra que Margarita, la viuda de tu hermano. Te miró con la dureza que en ella era habitual, mientras te decía, a modo de saludo:

- ¿Vienes a decirme que el asesino de Álvaro ya está muerto? -

Le sonreiste a modo de respuesta, mientras cruzabas el umbral, de modo que tu cuñada tuvo que echarse hacia atrás para evitar que chocaras contra ella. Te miró azorada, y no necesitaste echarle una segunda ojeada para darte cuenta que estaba nerviosa y asustada. ¿Sería adecuado hacerle algunas preguntas? o quizá lo mejor fuera hablar directamente con el Conde de Peñaranda.

-Mi señora, he hecho algunas averiguaciones y se quien es el asesino de Álvaro, pero no puedo acercarme de esta guisa a él y antes de hacerlo debería hablar con tu señor.

Lo mejor será guardar las preguntas para quien se las merece y no para su cuñada que suficiente tiene con haber perdido a su marido como para que tenga que contestar preguntas a su persona, preguntas no muy agradables y que es posible que pongan en peligro su morada y su trabajo en la casa del Conde. Cuestionarse a los poderosos puede ser peligroso para cualquiera, incluso para él.

-Debo pedirte un esfuerzo más, Margarita. Me han disparado mientras hacía las averiguaciones y necesitaría echases un vistazo antes de hablar con tu señor. O al menos, llama a alguien que pueda atender la herida.

Debe mostrar la mejor cara ante el Conde para que sus palabras no caigan en saco roto y así llevar a cabo su venganza... en realidad, no le haría falta una razón para matar a quien ha matado a su hermano, y no habla del artífice del crimen, si no de la mente que ha tramado tal.

- Vaya, ya veo que te han plomeado. - Dijo con una mueca seria. Más no hizo comentario alguno sobre el asunto, aunque a buen seguro después se encargaría que algunas manos habilidosas te sanaran.

- ¿Ver al Conde? ¿Para qué? Está viejo y enfermo, y le queda poca vida. No le amargues la poca que le resta. -

-Muy a mi pesar, he averiguado que la muerte de Álvaro es fruto de enfrentamientos entre tu Señor y otro, que el muy cobarde mandó a un rufián a matar a uno de sus vasallos para mostrar su superioridad. Y voto a Dios que se lo haré pagar muy caro.

Ese señoritingo de poca monta, cobarde entre los cobardes, que ha llevado a la muerte a su hermano por pugnas personales con otro de su misma especie, pero con la excusa merecida de estar enfermo. Eso hace el que otro sea aun más infame y cobarde por atacar a los hombres desvalidos de un hombre enfermo y en los últimos días sobre la Tierra antes de ir a rendir cuentas al Altísimo.

Cabezota era tu cuñada, pues aquesta non fazia más que poner reparos a la idea de ver al conde, aunque para cabezotas tú, y en eso non había quien te ganara.

Así que, aún con cierta reticencia, te llevó Margarita a ver al conde de Peñaranda. Cruzasteis varias estancias que te confirmaron que poco medrarían los que al servicio del conde estaban, que las paredes se encontraban desnudas de tapices y, para compensar, adornadas con desconchados y humedades. Y los pocos muebles, se mantenían en pie de puro milagro, que tanto se había cebado en ellos la polilla que non dudabas tu que convirtieranse en polvo si te pedorreabas un poco fuerte. Si la despensa estaba tan vacía, a buen seguro que hasta los ratones de la casa guardarían ascético ayuno...

...Encontrábase el conde en una habitación en el centro de la casa, abarrotada con mil y un trastos: calaveras de animales, extraños bichos metidos en frascos llenos de líquido amarillento, animales disecados, piedras de formas extrañas...

En peores condiciones una casa no puede estar y se pregunta como aun ese noble puede mantener a los sirvientes del lugar y decide que solo puede hacerlo porque hay gente que necesita un techo bajo el que guarecerse y que el nombre de un noble les da cierta sensación se seguridad, pero visto lo que ha sucedido con su hermano, es más seguro vagar por las calles sin un techo que permanecer bajo ése.

Tras avanzar por los pasillos descuidados, llegan a donde, se supone, reposa el conde se queda sin habla al ver la pocilga de la que está rodeado. Viendo esas condiciones, peores que las de los callejones más oscuros y pestilentes, entiende que esté enfermo.

Hasta los mendigos buscan un lugar más limpio donde dormir.

Sin duda estabas en lo que algunos llamaban una cámara de maravillas, o de tesoros. Y non tenía tal nombre porque lo que allí amontonárase tuviera un gran valor (aunque en ocasiones así fuera) sino porque los que tales excentricidades acumulaban (coleccionaban, decían ellos) los tenían en alta estima y consideraban su más valioso tesoro.

¿Como sabías tu tal cosa? Alguna vez te había tocado ser pala, o ayudante de ladrón, y no todos los amigos de lo ajeno son simples descuideros aliviadores al agarro de bolsas ajenas. Que trabajaste un tiempo con un desvalijador de casas que bien entendía de tales negocios...

...Te agarró por la manga tu cuñada y te chistó al oído:

- Habedes insistido en verle et aqui lo tienes. Pero non te extrañen las sus respuestas, que está el omne más en el otro mundo que en aqueste, e a veces es presa de sus desvaríos... -

Y diciendo esto te condujo hasta un anciano de pelo y barbas blancos como plata, manos sarmentosas y mirada perdida. Su cuerpo quizá antaño había sido fuerte, pero ahora yacía desmanejado en el sillón, que te recordó como un bulto de ropas tirado de cualquier manera. Te acercaste más, et te fijaste en un hilillo de babas que caíale de la comisura de los labios manchando el su jubón. Margarita se lo secó con un lienzo, e trató de enderezar un poco el su cuerpo, para evitar que escurrierase del asiento et cayera al suelo. Luego fijó sus ojos en tí, con esa mirada de censura que tan bien sabía fazer.

Y ahí lo tiene. Un hombre que ha perdido la cabeza, quizá por la edad, como a muchos otros les ha pasado. Los años no han caído en saco roto para el Conde y eso hace que se pregunte quién querría hacer daño a un hombre que está en sus últimos días. Si antes ya pensaba que el otro tipejo era una rata de cloaca, ahora sus pensamientos se aferran aun más en su mente y se dice que alguien así debe pagar caro lo que ha hecho, por mano ajena o propia.

-Pensándolo mejor, creo que no es menester el hacer preguntas indebidas a tu Señor viendo su estado. La vejez le ha robado la razón y la cordura, por lo que veo. Seguro que no reconoce una mano amiga salvo cuando Dios quiere que recupere la cabeza por unos instantes.

Mira a Margarita, quizá ella pueda responder en lugar de su Señor. Al fin y al cabo es quien lo acompaña en esos últimos momentos, en los momentos en los que ya no es él y en los que, a veces, lo es.

-Quizá tú puedas responderme igual de bien que lo haría el Conde de poder hacerlo. 

-¡Ya te dije que el viejo desvaría!- te dijo Margarita mientras te empujaba más que conducía a la puerta de la calle

-. En vez de perder el tiempo con él, deberías haberle preguntado al marqués de Villascusa. A buen seguro que él te dará las respuestas que buscas. -

Y sin más decir tu cuñadita cerró el portón a tus espaldas con algo más de energía de la que debiera, y te dejó en la calle, menando la cabeza y rascándote el culo. Lo malo de hacer preguntas es que a veces las respuestas no son las que esperabas, o bien te hacen nacer en el alma más dudas aún.

Caviaste qué hacer a continuación:

Podías rondar las casas vecinas. Los amos no te recibirían, pero la servidumbre si que te escucharía si les sabías preguntar.
Y ya se sabe que a veces el ojo del criado muchas veces ve lo que le pasa por alto al amo…
…O podías dejarte de zarandajas e ir a cobrarle las costas al marqués de Villascusa, que ya iba siendo hora…

¿Es necesario ese trato? Cierto es que su marido era su hermano y que hay algo personal en todo ese asunto, pero bien ha sido ella la que ha decidido que sea él quien haga las pesquisas necesarias para saldar la muerte de Álvaro así pues no entiende que reaccione así.

Sopesa las posibilidades que tiene y quizá sea mejor solucionar todo el asunto de una vez y enfrentarse al marquesucho ese que gusta de matar a gente buena y sencilla. Pero antes debe encontrar un médico y arreglarse pues no puede presentarse de esa guisa en la casa de un marqués, por muy poco respeto que le guarde. Aunque más que la etiqueta, lo que busca es que los guardias no le den con la puerta en las narices al verlo aparecer como un mendigo o un matarife cualquiera.

Pone rumbo a su humilde morada y ya de paso buscará al médico de confianza que no es más que un matasanos con una reputación... cuestionable cuya verdadera profesión es la de carnicero. Y bien que la sangre no le molesta.

Del médico ni rastro, non andaba por su casa que hacía las veces de consulta. Quizá anduviera de viaje, o en una de esas reuniones con sus colegas en las que debatían las teorías de los grandes; Galeno, Aristóteles y a saber quienes más...

Decidiste volver al mísero cuartucho en el que duermes y a veces te escondes, te adecentaste lo mejor posible y como pudiste trataste de encontrar alivio a los muchos quebrantos sufridos por tu maltrecho cuerpo.

Aún te quedaban preguntas por fazer, et aún te quedaba alguien que las podía responder; ese tal César, el Marqués de Villascusa...

...Era la mansión del marqués de Villascusa palacete de no poca pretensiones, de factura muy parecida al palacio del duque de Uceda, aunque algo más pequeño. Apestaba a poder e a riqueza, et carecía de esos desconchados e rotos que tan a menudo vemos en las fachadas de las casas, incluso de las más nobles. ¡Con decirte que en las ventanas había non poco cristal, cosa que como bien sabes es rara, que es el vidrio material carísimo, e los más, aunque sean grandes de España, prefieren adornar sus ventanas con rejas de hierro y contraventanas de madera, o como mucho taparlas con una lámina de pergamino o papel, que tal cosa puedes ver en muchas de las ventanas del Alcázar Real.

Te retorcieste el mostacho, muy valentón, pusiste la mano en la espada e, a grandes zangadas, te dirigiste hacia el zaguán, que bien abierto estaba...

Los criados que la puerta del marqués guardaban te miraron con no poco respeto*, e se quedaron callados, a la espera de que les dijeras qué cosa te traía a la residencia de su amo, como es propio hacer entre los sirvientes discretos, que nunca iniciarian una conversación con sus superiores.

Puede que tu jaez les impresionara, pero la deshuesada te traicionó. Con tu escasa parla y tus torpes maneras pronto vieron que no era el señorón que a primera vista aparentabas con tus buenas ropas, y con los malos modos te interrumpieron, diciéndote que, fuera cual cuera el mal viento que te había traído hasta esa casa, sin duda era pedo y no viento, y como tal mejor sería que escampases para que el ambiente se aireara y se fuera el mal olor.

Lo cual, no hace falta decirlo, no era escasa grosería. Cavilaste entre hacerles caso e irte, que cuando las cartas vienen mal dadas, es mejor dejarlo estar antes de perder más que lo que está ya en la mesa o ponerte bravonel, que ya que te habían visto el hocio de lobo, bien que podías enseñarles los colmillos...

Esos mequetrefes pretenden que se marche sin darle opción a hablar con el tal Marqués de Villascuas y eso es algo que no puede consentir. Siempre puede hacer ver que, a pesar de sus formas, es alguien importante y que su comportamiento no es del todo adecuado*.

-Debo ver al Marqués de manera urgente. Un asunto a vida o muerte es lo que traigo entre manos y unos matarifes como vosotros no deberíais meteros. Así que llevadme ante él si no queréis que la ira de alguien poderoso, Dios nos libre de pronunciar su nombre, caiga sobre vosotros.

Espera que toda esa palabrería sea suficiente para convencer a esos hombres.