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El Puntón de las Brujas

CAPITULO FINAL - De brujas, gigantes, y valerosos hombres

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05/11/2013, 21:28

El joven zagal acurrucado en su humilde camastro, agarraba con fuerza la pesada manta que le brindaba calor, tan nervioso como ansioso por escuchar el final de aquella historia. - Pero abuelo... ¿por qué Marieta hacía eso? ¿Era una bruja de verdad?. - El anciano se recostó en su, aunque vieja, cómoda silla. El crujido del espaldar hacía coro con las brasas de la lumbre que acompañaban al viejo y al joven. - Bueno, quizás sea mejor que te cuente la historia desde el principio... -

Para acabar con las costumbres y supersticiones paganas, la Iglesia Católica construyó tres ermitas situadas estratégicamente en el lugar donde las brujas se reunían. La primera de ellas, la ermita de San Juan y San Pablo, se construyó en el lugar conocido como El Puntón de las Brujas, lugar donde se reunían estas mujeres para realizar sus rituales, según la tradición popular. La segunda de ellas, dedicada a la Virgen de las Peñas, sita en la Peña Billa, vigila todo el valle desde Tella hasta Aínsa. La última de las ermitas, la de la Virgen de las Fajanillas, es la más cercana al pueblo y se encuentra enfrente de la ermita de la Virgen de las Peñas. Las tres ermitas, construidas para formar un triángulo, mantienen al pueblo en la fe cristiana y, además, encierran la magia de Tella de forma que no pueda ser liberada. Así Tella, lugar mágico de los Pirineos, quedó convertido en una simple aldea en lo alto de la montaña, las brujas fueron expulsadas y las criaturas mágicas olvidaron el lugar. Tella pasó a tener más contacto con el resto de aldeas y pueblos que había en el valle, y algunos hombres se mudaron a la aldea para trabajar en el pastoreo, pues los verdes campos de Tella, con la hierba siempre verde, eran perfectos para el ganado.

Uno de estos pastores, de nombre Pablo Bestregui, contrajo nupcias con Marieta, una joven a la que conoció en la feria de Aínsa, la ciudad más grande de la región y, por extensión, la más importante de la comarca de Sobrarbe. Pronto tuvieron su primer hijo, un varón de nombre como el padre al que siguieron las niñas de nombre Iguazel, la mayor, y un año más tarde Malena y Jara, gemelas. Tres muchachitas de melena negra como su madre. Pablo y su hijo pasaban la mayor parte del tiempo cuidando el ganado y Marieta, como no podía ser de otra manera, cuidaba a las niñas y se encargaba de las labores del hogar. Lo que ignoraba Pablo, y el resto de buenas gentes de Tella, era que Marieta era en realidad una de las descendientes de las brujas que fueron expulsadas de Tella años antes y que, en secreto, enseñaba a sus hijas los secretos de la magia para que, llegado el momento, pudieran recuperar lo que les pertenecía por derecho.

Pero Tella, además de nuevas brujas, tenía otros problemas pues Silván, un enorme hombre salvaje del que se dice que descendía de los gigantes que habitaron esas tierras, había vuelto a la comarca y atacaba a los pastores robándoles el ganado para después comérselo.

Y aquí es donde empieza nuestra historia y el plan de Marieta para liberar la magia de Tella y castigar a todos por el ultraje que sufrieron las brujas...

- Pero.. al final ganaron los buenos... ¿verdad?. - Interrumpió el joven - ¿Quieres que te lo cuente o no? - Los ojos del muchacho iban a salirse de sus órbitas.

...Ni en sus mejores sueños pensaba Marieta que las cosas podían ponerse tan de cara para su plan de venganza. Habiendo educado a sus hijas en las oscuras artes mágicas aprendidas de su madre y su abuela, Marieta sólo necesitaba el poder suficiente para destruir la ermita de San Juan y San Pablo. Destruyendo cualquiera de las tres ermitas liberaría la magia encerrada por la red geomántica que forman los tres edificios, pero para que su venganza sea como ella deseaba, y tuviera esa pizca de justicia poética que a todos nos gusta, la ermita destruida debía ser la que se yergue en el Puntón de las Brujas ya que era aquí donde se reunían sus antepasados para celebrar sus aquelarres y bailar desnudas bajo la luz de la luna llena. Liberar el Puntón y castigar al pueblo de Tella eran los objetivos de Marieta.

Pero, como decíamos, Marieta y sus hijas no eran lo suficientemente fuertes como para destruir ellas solas la ermita, y al estar la magia encerrada sus hechizos no tiene el mismo efecto y deben esforzarse más para conseguir el mismo beneficio. Sin embargo, la aparición de Silván hizo que Marieta volviera a sonreír y a ver con buenos ojos la consecución de su venganza.

Durante la noche, aprovechando que su marido y su hijo dormían, y escudada por sus hijas, Marieta realizó visitas a la cueva donde dormía Silván, seduciendo al gigante con sus artes libidinosas y dándole vino encantado con un hechizo de dominación. Una vez que Silván quedó hechizado por las artes mágicas de Marieta, esta le obligaba a cometer actos horribles para poder llevar a cabo su plan. El primero de ellos, necesario para lo que vendría después, es matar a su marido Pablo y dejar malherido a su hijo.

Los nudillos del zagal palidecieron al apretar con tanta fuerza, aquella manta de haber podído, hubiera gritado. - Mejor será que sigamos con la historia mañana. - Dijo el abuelo al ver la cara de susto de su nieto. - NO, no... sigue... -

Dicho y hecho, Silván manchó sus manos con la sangre de Pablo y huyó a lo profundo de las montañas tal y como le ha ordenado su amada Marieta. El pueblo, conmocionado por tal acto, no tarda en correr la voz para que los hombres fuertes de la comarca se unan a la caza del gigante.

Con lo que no contaba Marieta, era que a tal cacería se uniera un hombre de Dios, un curtido en mil batallas caballero de Santiago que por casualidad se hallaba en peregrinaje, quien acompañado por un bravo soldado vascón y el jóven pastorcillo que le seguía a todas partes, iniciaron camino a Tella. Decididos en desvelar aquel misterio eran sus pasos, y a su compaña quiso la maligna mano del destino que se uniera un viejo moro, maligno por dentro, y tartamudo por fuera. Como si Dios hubiese querido que sus mentiras salieran de su boca a trompicones...

El siguiente paso de Marieta era hacer que el padre Asén desconsagrara la iglesia del pueblo para así poder invocar el arma con la que conseguiría su venganza. Y como parte final, utilizaría a Silván para destruir la ermita del Puntón de las Brujas ya que sólo la fuerza del gigante podía derribar la ermita y liberar la magia para que la invocación a Agaliaretph puediera realizarse. Por ello envió a su hija Jara a Ainsa, pues necesitaban la sangre de un mago para invocar a las sombras. Poco tardó en conseguirlo, y el cuerpo del mago fue encontrado al día siguiente flotando sin vida en el rio.

De vuelta a casa, Jara cruzó su camino con el santiaguista y sus acompañantes. La muchacha aunque joven, era espabilada, y supo que sería mejor tener al enemigo lo más cerca que le fuera posible. Usando su labia y aspecto inocente se aseguró la compañia de aquel hombre de Dios. Fue entonces cuando se dió cuenta de que el corazón del moro era oscuro, y que por tanto, podía ser de utilidad.

La primera noche la pasaron donde Broto, y ahi fue donde el fogoso vascón...

- ¿Qué significa fogoso?. - Preguntaba el zagal entusiasmado. - Hmm, ya lo entenderas cuando seas mayor. Hmmm ¿por donde ibamos? Ah si... - Astuto cual zorro, el abuelo se saltó aquella libidinosa parte de la historia.

Aquella noche en la posada de Broto, el santiaguista y sus acompañantes se granjearon la enemistad de un grupo de cazadores liderado por un tal Arnal. Tal fue la discusión de aquellos, que al día siguiente, asaltaron al caballero en mitad del camino. La certera flecha del cazador atravesó el pecho de la joven Jara. La mano de Dios había guiado aquel ataque, pero esto no lo supieron hasta más adelante. Pero como si de una balanza se tratara, el bien fue contrarestado por la traicionera mano del moro, que del zurrón de la joven recuperó la sangre del mago. Esa fue la primera vez que el sarraceno cuyo nombre se perdió en el tiempo, cruzó la delgada línea, que una vez era traspasada, ya no se puede retornar.

Una vez en Tella, nuestros hombres presentaron sus respetos a la familia de la recien difunta Jara. Y sin saberlo, la bruja cruzó por primera vez la mirada con quien pronto sellaría su destino. También fue en ese momento cuando el moro, ávido de conocimientos, pues aquel era el objetivo real de su viaje, firmó su oscuro pacto con aquellas mujeres demoníacas.

Ansén, haciendo gala de su bondad y generosidad, acogió a los viajeros, quienes una vez habían repuestos sus fuerzas marcharon con algunos hombres de la aldea en busca del rastro del gigante.

- ¿De verdad había un gigante? - El muchachito estaba apunto de dar botes en su camastro. - Tranquilo, todo a su debido tiempo. -

Después de cruzarse con Pablo, el hijo de Marieta en unos prados que hay subiendo el valle, y donde acostumbraba a pastorear su ganado, se adentraron siguiendo las indicaciones de éste en un oscuro bosque. El gigante al parecer andaba por allí, y en efecto así era. Encontraron su guarida, una larga cueva, que hoy se conoce como la cueva de los osos, pues ellos se adueñaron del lugar tiempo después. En su interior no hallaron al gigante, pues este andaba en uno de sus lujuriosos encuentros con Marieta.

Quiso el destino que Gartzen, el soldado vasco, quien primero se internó en la cueva, sufriera un contratiempo. Don Miguel, que así se llamaba nuestro caballero de santiago...

- ¿Que nombre más chulo verdad?. - Aquel muchacho recordaba en cierta medida a Zacarías. - Ssshhhh. -

...se adentró para prestar ayuda a su fiel acompañante. Suerte que aquello ocurriera así, pues de entre la frondosa oscuridad apareció Silván, quien con su puño partió en dos, como si de una ramita se tratara, a un fornido hombre que vigilaba la entrada. El moro, agazapado en la oscuridad observaba tal escena sin inmutarse... El gigante, después de olisquear la entrada del la cueva, se marchó con la misma rapidez que había aparecido.

Sin haber conseguido su objetivo, el grupo de valientes volvió a Tella con las manos vacías, pero al menos tenían la certeza de que el gigante existía. Aquello no eran cuentos de vieja. Tal era así que, al enterarse que en sus tierras andaba un noble caballero de santiago en extraña misión, el mismisimo Gonzalo I, conde de Sobrarbe y Ribagorza había enviado una patrulla bien armada, liderada por el alguacil Mendoza para brindar apoyo al caballero. Mendoza irrumpió una fatídica noche de temporal en la ermita de Ansén, interrumpiendo el descanso bien ganado de los allí presentes.

Esa misma noche Silván, influenciado por las ordenes de Marieta, aparecio en Tella, desrribando a golpe de su enorme clava la ermita del puntón. El caballero y sus hombres, Mendoza y los suyos, y varios parroquianos de Tella se lanzaron contra la enorme mole de carne y hueso. La batalla fue encarnizada, los hombres caían partidos en dos de un sólo golpe. El moro, astuto cual zorro, o más bien culebra, que silenciosa se arrastra entre las hojas secas, hizo uso de sus oscuras artes. Los soldados ardieron, complicando aún más, el ya de por si caótico enfrentamiento. Momentos antes, en la ermita de Ansén, se había asegurado de impregnar con malignos líquidos las armaduras de estos con la excusa de ayudarles al pertrecharse. De esa guisa era aquel moro...

En el fragor del combate, el caballero, ajeno totalmente a la realidad encomendó al judas cuidar del joven Zacarías. No podía ponerse mejor la cosa para el moro, pues el pacto que había hecho con la bruja no era otro que asegurarle al zagal. Marieta lo usaría como ofrenda a Agaliarepth. Y así fue, el moro hizo beber una extraña poción que durmió profundamente al muchacho, y momentos después se encontraba atado y amordazado en el frío y oscuro sótano secreto de la bruja.

Entretanto, Silván se quitaba apenas con ganas a los soldaditos que intentaban derribarlo. Como moscas espantadas por el rabo de una vaca caían los hombres en aquel combate. Finalmente Silván, después de haber cumplido su cometido se marchó de Tella. Aquello no podía quedar así, y don Miguel y varios de sus hombres siguieron con cautela al gigante, dandole muerte en su propia cueva. De tal hazaña fue principal participe Gartze, y su hacha, que de generación en generación fue pasando en su familia, fue el arma que separó cuerpo y cabeza de la criatura.

Aunque la muerte del gigante fue una dura perdida para Marieta, éste había cumplido sus objetivos, destruir la ermita y distraer al caballero el tiempo suficiente para desconsagrar la ermita de Ansén. En esta parte jugó de nuevo el moro un papel fundamental, pues ofreció al párroco el embriagador vino de las brujas, convirtiendo su voluntad en algo tan maleable como el sucio barro. Marieta y sus hijas se encaminaron a la ermita en aquella inolvidable noche procurando no ser vistas. Marieta y Ansén copularon ardientemente vigilados por sus hijas, que se habían encargado de cerrar la iglesia a cal y canto. Esa noche el corazón de Ansén dejó de latir...

- Abuelo... ¿cómo se llamaba el moro? - Preguntó sumamente intrigado. - Nadie lo sabe muchacho, aunque se le conoce como el Judas de Tella. - Respondió apesadumbrado el anciano.

Al día siguiente volvió al pueblo la compaña. Alegres, orgullosos, portando la cabeza del gigante como trofeo. Poco les duró aquel sentimiento, pues les esperaba la imagen de un Ansén destrozado sobre el altar de su propia ermita. A esto se le sumó que el vascón volvía enfermo, con una tos que no presagiaba nada bueno... Tiempo tardó, y no poco tuvo que indagar el caballero hasta dar con aquellas brujas.

Finalmente, los nudillos de don Miguel chocaron contra la gruesa madera de la puerta de las brujas.

- Andaba de caza por aqui con aquesta ballesta y quería un caldero de agua pa refrescar la cara. - Dijo él noble.

- ¿De caza en el pueblo decides? - La muchacha pareció extrañada, pero abrió la puerta dando pasa al caballero al interior de la humilde casucha.

Ésta era muy simple, de tamaño reducido. Al menos la altura del techo era suficiente para entrar de pie. El mobiliario era muy escaso en el interior, algunas ollas de barro, pocos peroles de bronce, escudillas de madera. En el suelo una alfombra de piel de vaca adornaba y daba algo de "calor" a la estancia. Sobre esta habían dos burras sobre las cuales un tablón hacía de mesa. Algunas estanterías y ganchos servían para colocar utensilios y las ropas. Al fondo podía verse una estancia, que aunque no era independiente, estaba separada por varias cortinas. Allí estaban los camastros de la familia. Un agujero en el techo hacía de chimenea, y varias piedras adornaban el hogar donde se enciendía el fuego para cocinar.

Malena cogió el perol de bronce y se acercó a un barril lleno de agua. Después de llenarlo, lo dejó suavemente sobre la mesa.

- Refrescaos pues noble caballero, habeislo ganado enfrentando al gigante. - Dijo amablemente señalando el perol.

El santiaguista se dispuso a refrescarse, pero guardó cautela, y bien hizo, pues aquella joven no albergaba buenas intenciones para con el caballero. Con la siniestra se quitó el bacinete dejándolo en aquel grueso tablón de madera, junto al perol, sin soltar en ningún momento la ballesta que portaba en la diestra. Refrescó su rostro, mojando también su cuello. Mientras las frías gotas de agua resbalaban por su nuca adentrándose en la lóriga hacia la espalda vio el reflejo de Malena en el bronce del perol. La joven silenciosa y mortal como una serpiente se lanzó cuchillo en mano, intentando dar un certero golpe que cortara el cuello del santiaguista.

Don Miguel en rápido movimiento atinó a soltar la ballesta sobre la mesa y a desenvainar su espada, portadora de la palabra de Dios, parando con ella el golpe de la que ahora parecía rebelarse como bruja.

Los ojos de Malena ahora no parecían los de una joven, demostraban odio y una total determinación. Su golpe fue tan fuerte que sorprendió al caballero, haciendo que la espada de éste escapara de sus manos cayendo por detrás del tablón que hacía de mesa. ¿Como una joven podía demostrar tal fuerza? Era como si el demonio guiara su mano...

En ese momento la puerta de la pequeña casa crujió, como si se fundiera la madera con la piedra. La luz que se colaba en la estancia parecía intentar abandonarla y los sonidos eran absorbidos como si de una burbuja se tratara. Magia maligna había allí, podía sentirse. Al parecer don Miguel había encontrado por fin el origen del mal que alli se cernía. Pero ahora su principal preocupación era deshacerse de aquella maldita y joven bruja.

El combate fue tremendo. La sangre que brotaba del rostro del santiaguista manchaba la alfombra de piel de vaca, ahora arremolinada contra un rincón a causa de aquellos pies que bailaban sobre ella una danza mortal, que se inclinaba a favor del caballero.

Cuando se supo derrotada, la joven bruja se postro ante el caballero, de rodillas, con fría expresión y sonrisa en su rostro. Se sabía ya derrotada, pero no importaba. - Dadme muerte caballero. - Exclamó con una inquietante voz que mezclaba resignación y triunfo. - Non importa, ya está hecho. Manchad vuestras manos con aquesta mi sangre. - La joven extendió sus brazos, abriéndolos formando una cruz. Aún mantenía agarrado el cuchillo... con el que finalmente ella misma se dió muerte.

- ¿Ya no preguntas nada? - El muchacho estaba mudo, apretado la manta contra su pecho.

Don Miguel encontró una trampilla que daba acceso a un sótano. Un oscuro y lúgubre sótano que escondía el mayor horror que el caballero hubiera visto jamás... y en aquel sótano... estaba escondido el traidor moro...

Cada paso que daba el caballero al descender por la escalerilla, hacía que el escalofrío continuo que recorría su espalda aumentara. El olor allí presente era una mezcla extraña; animales, sangre seca, suciedad, muerte.. Todo aquello se mezclaba con el olor del aceite que momentos antes quemaba la llama del candil. El sótano era bastante amplio, huesos y pieles de animales, plumas de cuervo, dientes de lobo adornaban el lugar. Aquel era el refugio secreto de aquellas brujas demoníacas. Quedó claro cuando vio la mesita del rincón en la que se encontraban la redoma, el alambique y varios instrumentos de medida.

Allí estaba ella, la bruja. Observando al caballero con un enorme cuchillo en sus manos que goteaba sangre. A su lado, el cuerpo desnudo de su hija mayor, Iguazel, yacía sobre una mesa con una enorme herida en el pecho. Al parecer su propia madre le había dado muerte en lo que parecía ser un oscuro ritual. Al lado de ésta, maniatado y amordazado se encontraba el pequeño Zacarías, falto de ánimo y fuerzas, aunque parecía seguir con vida.

En el fondo de la estancia, en una esquina, se encontraba el moro, acurrucado, aparentando estar asustado en una esquina, con su cabeza metida entre sus piernas mirando al frío suelo. Intentaba hacer creer al caballero que había sido secuestrado al igual que el zagal, y que se encontraba tan malogrado que no podía moverse o hablar.

Presa de un momentaneo miedo bajo la mirada de aquella siniestra presencia, el santiaguista lanzó un cuchillo contra ésta. Erró en su intento, cosa de esperar, pues él era más diestro en el manejo de la espada y el escudo y no en el arte de lanzar cuchilladas como si de un rastrero bandido se tratara.

El cuchillo pasó a media vara de distancia de la cabeza de la bruja, la cual ni se inmutó. Con su mano derecha, la misma que portaba el cuchillo, toco su pecho, allí debía ocultar un amuleto de poder. Con la izquierda señalaba al santiaguista al tiempo que murmuraba extrañas palabras ininteligibles para los allí presentes.

Pronto don Miguel supo que era aquello, la bruja estaba lanzando una maldición sobre él. Un doloroso hormigueo comenzó a subir por su brazo, desde la punta de sus dedos hasta casi el hombro. Momentos después aquel brazo parecía muerto, sin vida, no respondía a las peticiones del caballero...

Madre e hija, culebra y escorpión. Ambas luchaban igual, de la única manera que sabían, de cerca, mirando a la muerte cara a cara, directamente a los ojos. Así se lanzó Marieta contra el santiaguista, igual que momentos antes había hecho su hija Iguazel, que ahora yacía arriba, sin vida en el suelo, rodeada por un carmesí charco de espesa sangre.

El caballero ya sabía lo que se le venía encima, sin éxito intentó a base de empujones quitarse a aquella bruja mal nacida de encima, pero ésta, sumida en una total locura que podía verse en la expresión de sus vacíos ojos, no era como una indefensa campesina que podía ser apartada con un simple codazo.

La bruja abrazó al caballero, ignorando la posibilidad de que la espada de éste pudiera atravesarla fácilmente de lado a lado, ella confiaba en la protección del maligno. Clavó su cuchillo en el abdomen del santiaguista, encontrando el anillado metal de su lóriga. De mente tan rápida como su mano, buscó mejor objetivo, y la segunda puñalada se insertó bajo el bacinete de este, produciéndole un importante corte en el cuello. La sangre brotaba tiñendo de rojo la armadura del caballero...

- ¿Va a morir don Miguel abuelo? No puede ser ¿verdad? ¿verdad? - El abuelo sonreía.

La bruja frenéticamente intentaba apuñalar al caballero aprovechando la inmovilidad del brazo de éste. Sin embargo, la coraza hacía difícil la tarea. Solo una de las cuchilladas logró atravesar apenas la armadura clavándose en el pecho de don Miguel.

El caballero comenzaba a flaquear, se notaba en su rostro el cansancio y las heridas ya comenzaban a pasar factura. Su brazo comenzaba a recuperar la movilidad, Dios así lo quiso, quizás esta fuera su única oportunidad. La bruja retrocedió, controlando aquel impulso que la dominaba, error por su parte. El caballero no desperdició aquel momento, y de certero mandoble dado con la zurda, cruzó el pecho de la bruja abriendo un horrendo corte. Cualquier mujer de aquella complexión hubiera quedado destrozada por tal impacto, pero ella no, ella era hija del maligno.

Se retiro desafiante mirando con sus ojos llenos de odio y locura al santiaguista... Con su mano izquierda acariciaba la cabeza del pequeño Zacarías, tumbado indefenso en aquella mesa, mientras en su otra mano sostenía su cuchillo ritual en actitud amenazante. - ¿Querrá vuestro Dios que salvades al mocoso noble caballero? - Preguntó maliciosamente, intentando turbar el temple del santo guerrero.

El caballero fue rápido. De un veloz tajo cercenó la cabeza de la bruja, que rodando cruzó la oscura y mal oliente estancia acabando a los pies del moro. Aunque rápido, no lo fue suficiente, pues la bruja, quien ya se sabía derrotada, gastó su último aliento en quitar miserablemente la vida al zagal. Todavía podía verse la maliciosa expresión de triunfo en su decapitada cabeza.

Don Miguel soltó su espada y soltó las ataduras y la mordaza que oprimían a Zacarías. Se arrodilló junto a su cuerpo, preguntando a Dios por qué se lo había llevado de aquella manera... El moro seguía en la esquina, acurrucado, tembloroso, podía olerse el miedo supurando por cada poro de su piel...

- Y bueno, aquí acaba nuestra historia. - Dijo el anciano incorporandose sobre su asiento. - ¡¿Qué?! No puede ser, no puede acabar ahí. ¿Qué pasa con el moro? ¿Don Miguel lo mató? - El zagal no daba crédito.

- Algunos cuentan que... - Prosiguió el abuelo.

El caballero cruzó duras palabras con aquel traidor, en quien había depositado su confianza y la vida del joven pastorcillo. El moro, quien veía su muerte próxima, en un intento suicida por escapar del filo de aquella espada, incendió sótano usando sus hechicerías. Aquello fue en vano, pues el golpe que descargó el santiaguista partió el pecho del traidor como si de una manzana podrida se tratase. El caballero, mal herido, escapó de allí rápidamente. No pudo recuperar el cuerpo del zagal para darle santa sepultura, cosa que siempre apesadumbró su conciencia.

- Otros cuentan que... - El abuelo sonreía, como si esta versión de la historia le gustara más.

Aquel moro era inmune al fuego, y por tanto, no podría haber muerto en aquel sótano. Aunque las heridas causadas por la espada del caballero eran otro cantar. Y los hay que van más allá, y dicen que el caballero, a causa de sus numerosas heridas, cayó desmayado justo en el momento en que su espada iba a partir en dos al traidor, y que el moro escapó de allí y nunca más se supo de él. Aunque antes de su huida, dio avisó a los parroquianos que en aquel sótano en llamas se encontraba el caballero sin conciencia. Salvando por tanto su vida, en un ridículo intento por redimirse.

De cualquier manera, lo que si es cierto, es que la columna de humo azulado producido por aquella maldita casa al arder, podía verse con claridad desde Ainsa y la mayor parte de la comarca de Sobrarbe. Y así fue como el bien truinfó en aquel pueblito remoto del pirineo oscense...

- Y, ¿qué hicieron después don Miguel y Gartzen? - Mil preguntas rondaban la cabeza del muchacho.

Gartzen se casó con una hermosa muchacha, hija de Broto el posadero. La ceremonia la ofició el propio don Miguel. El vascón pasó el resto de sus días trabajando en la posada y cuidando a su mujer.

Del moro poco se supo, sólo que murió en aquel sótano. Su nombre se perdió en el tiempo, aunque popularmente se le conoce como el Judas de Tella.

Don Miguel marchó a Santiago, no sin antes mandar a reconstruir las ermitas, que una década después volvían a encerrar el poder que el puntón albergaba.

Hoy se puede encontrar en Tella una estatua que representa la imagen de don Miguel. Se le conoce como don Miguel de Sandoval y Santacruz, el azote de brujas. Asimismo en la entrada de la cueva de los osos se construyó una escultura que representa una gran hacha. En su base puede leerse: Este es el filo que portaba Gartzen, el matagigantes. Con él dio muerte a Silván, el terror de Tella.

- Y, ¿cual era el apellido de Marieta? - El anciano frunció el ceño.

- Se acabaron las preguntas, es hora de dormir. - Respondió el viejo Pablo Bastregui. Tataranieto del joven pablo, pastor de Tella e hijo de Marieta.

 

 

Notas de juego