Partida Rol por web

Decido seguirle, libero mis manos de cosas para poder asirme, cosa que el no puede con el candelabro... Y le hostigo.

Bien Gordinflón, veamos de que pasta estas hecho. Le tiro una teja, aunque no quiero darle, solo es para asustarle.

Por un momento , Toribio dejó de "pasárselo bien" , y se puso a mirar a donde marcaba la jóven Julieta. Al ver al horondo de Avellaneda corriendo por una cornisa. Comenzó a reirse a carcajadas mientras le dijo a Julieta - Corre, que no se escape, Gabino tiene que estar muy cerca. Yo me encargo de estos imbéciles.

En este momento vuelve a lanzar un puñetazo al rufián que acaba de ser golpeado... a ver si lo tumba de una vez

El tipo seguía antando sobre el tejado, al igual que tu ahora. Te agachaste como pudiste, ahora con la manos desembarazadas, pero aquel lanzamiento de teja no era sino para hacerle ver el destino que le esperaría a él (rota o caída al suelo sin parapeto alguno). El caso es que le faltaban pocos metros para alcanzar la cornisa del palacete de al lado... Tu ibas tras él. Allá abajo, en el mercado, las gentes estaban ciertamente ajenas a lo que ocurría más arriba.

¡DOOOOONNNGGGGG!

¡DOOOOONNNGGGGG!
¡DOOOOONNNGGGGG!¡DOOOOONNNGGGGG!

Las campanas de la iglesia comenzaron a sonar justo delante de vosotros. El templo de Dios estaba junto al edificio del convento delante de aquella casona semiderruida que estábais pateando (y observaba el suyo campanario las gentes del mercado, y ahora a vosotros).

¡DOOOOONNNGGGGG!¡DOOOOONNNGGGGG!
¡DOOOOONNNGGGGG!

Pareció don Francisco asustarse por el inesperado ruido. Sus botas oscuras bajo el capín que llevaba tras de sí parecieron resbalar, pero se contuvieron con cierto tiono. Y tal que así, que hasta doce campanadas dieron delante de vosotros dos, y tú también te sobresaltaste, estando en aquellas alturas...

Julieta intentó escapar de allí aconsejada por tus palabras; sin embargo, otros de los tipejos la asió bien del brazo. Las gentes de vuestro alrededor seguían mirando. Entonces, casi sin haber pronunciado la frase para con ella, le espetaste un soberano gancho que su mandíbula crujió (o lo que debía ser su mandíbula). El tipo entonces cayó hacia atrás, acabando encima del anterior, y ambos allí tumbados, inconscientes que no parecían sino dos puercos recién matados para hacer jamones y tripas rellenas.

¡¡¡Altooo!!! ¡¡Que no escapen!! -gritó uno de los alguaciles de la gran Villa irrumpiendo en la plaza del mercado-.

Cuatro alguaciles ataviados con sus características mangas verdes, hacíanse notar entre la multitud, pues ésta se apartaba al ver sus distintivos, su porte y al oir su trotar. Eran cinco e iban directamente hacia los protagonistas de la magnífica función de puñetazos y patadas, osea, vosotros. Dos de los tipos que estaban allí echaron a correr, dejando en el suelo a sus maltrechos compañeros. Otro se escapó saltando una tapia baja. Allá arriba seguía don Franciscos y ahora... ¡¡GABINO!! Vuestro compañero estaba subido al tejado, yendo detrás del orondo perseguido, ambos equilibrándose sobre las alturas.

Vive Dios que las campanadas nos sobresaltaron a ambos. Quizás Dios, quiso darnos un aviso al viejo y a mi, más creo yo que jugaba con ventaja, dado que mi Físico estaba en plenitud (+3), y ni que decir tiene que en la Rendición de Breda, estando yo como mochilero, junto a mi camarada Iñigo de Balboa, tuvimos que asaltar mas de una muralla y tejado como soldados del Tercio (+1), que no era tarea facil, eso de introducirse entre las lineas enemigas. Y allí era un poco mas arriesgado que aqui, pues los arcabuces resonaban y silvaban los proyectiles cerca de nuestras testas. De alguna forma las primeras campanadas, me sobresaltaron al parecerme los disparos de aquellas jornadas...

El ruido de las campanas era alto, pues estabamos cerca del campanario... asi que volvi a sacar la pistola y esperé a que resonara la siguiente, para intentar alcanzar a la sabandija. Un disparo limpio en una pierna, para obligarle a detenerse y si perdia pie que pudiera amarrarse al tejado. Ya le ayudaría a levantarse.

Toribio mira preocupado a Julieta, y le dice en voz baja: -Corre, ayuda a Gabino a coger al hideputa de Avellaneda. Nos vemos onde dormimos.

Dicho esto, Toribio se da la vuelta y empieza a correr por la plaza, esquivando gente por doquier e intentando perderse por las calles y callejuelas... pero sobre todo, intentando perder a los alguaciles que le quieren dar caza... no son mala gente, seguro y están haciendo su trabajo, pero no puede dejar que le cojan. Así que... corre

Julieta te miró extrañado. ¿Cómo iba a ayudar a apresar a don Francisco, estando éste y Gabino sobre el tejado? Tocaban campanas, y el campanario estaba junto a los dos del tejado, y en estas que aprovechaste para huir. Julieta hizo lo mismo, perdiéndose entre las calles, y asintiendo en eso de quedar en la posada Taberna del Rey Fernando.

Vos lo habeis querido, Rezad, si sabeis hacerlo. Yo soltaría ese candelabro pues os faltaran manos!!!

Gabino saca y amartilla la pistola, apunta y le dispara a la sabandija que huye cual perro perseguido por un diablo. Con la mecha prendida, apunta un instante. No le tiembla el pùlso... Espera a que resuene la campana y PUM!!!

Tras el disparo, acelera el paso, para llegar al viejo. Le haya dado o no...

Tengo otra pistola preparada... Podeis rendiros o morir.

de Avellaneda no aguantó el impacto de la bala que recibió. Ésta impacto en su muslo diestro, aquel con el que guardaba su leve cojera, y ahora encima que andábais en un tejado postrados... fue un gran desatino: que don Francisco perdió el equilibrio en el instantes después del disparo, cayendo hacia un lateral de la vivienda. Una de las "aguas" o inclinaciones del tejado corría hacia el mercado, donde antes habíais estado, pero el tipejo cayó por la otra agua, la cual, según podías intuir, daba directamente a un callejón. Don Francisco, en un grito ahogado, resbaló hacia este último sitio, y su cuerpo fue entonces presa de la inamovible gravedad. Aquellas lorzas de su cuerpo vagaron por las tejas, tocaron un canalón de cobre y cayeron al vacío ante tu mirada, acompañando esta coreografía con un último hálito.

Instantes después escuchaste un golpe en el callejón, allí abajo (del cual tu vista no alcanzaba a ver el suelo), y el estruendo del candelabrao que llevaba junto a él. Luego silencio.

Eso sí, el grito del de Avellaneda, después del toque de campana, hizo alertar a los visitantes del mercado. Gentes que deambulaban por allí y tenderos miraron hacia arriba para ver qué pasaba, observando a un tipo en medio de un tejado junto a la iglesia. Eras tú. Y no sólo estaban tales curiosos: los mangas verdes ya corrían saliendo de entre los tenderetes para cazarte. ¡¡Los alguaciles de la ciudad!!

Tu único afán era perderse por las callejuelas de la villa, en dirección a la Taberna del Rey Fernando. Eso sí. Antes de alejarte demasiado (en realidad ésto ocurrió antes de alejarte de la iglesia y mercado allí presentes), cruzaste por un estrecho callejón a toda prisa y...

¡¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHH!!! -un enorme grito desde el cielo se precipitó detrás de tí en medio de la calleja. Tú te detuviste un instante, mirando hacia atrás de manera casi instintiva: un tipo había caído desde un tejado cercano y había impactado contra el suelo, rompiéndose la crisma, como suele decirse, y muriendo allí mismo, al instante. Si hubieras tardado unos sengundos más en cruzar por ese sitio, te hubiera golpeado a tí, y tal vez habrías acabado como él. El enorme charco de sangre que había ahora alrededor del maltrecho cuerpo hacía que su rostro fuera irreconocible. Eso sí, a su lado había caído una bolsa de tela y ahora, también envuelta en sangre, dejaba ver su interior: era un candelabro dorado. Entonces lo reconociste. Era don Francisco de Avellaneda, el cual yacía muerto y, como caído del cielo (nunca mejor dicho), tenías a tu alcance el metálico y precioso candelabro que hasta ese momento llevaba el susodicho.

No me creyó, y un Calamonte no da su palabra en balde. Poco debía conocer a mi viejo.

Posiblemente salir por el otro costado, hacia el propio callejón me dejaría fuera de la vista de los alguaciles, y podría poner tierra de por medio. Al pobre Diablo de Avellaneda, espero que el Altisimo lo tenga en su gloria y le perdone sus pecados, poco puedo hacer por el. Prefirio dejarse seducir por la avaricia y la codicia, que velar por su propia vida. 

Empiezo a correr hacia el otro lado de la casa, supongo que hacia una zona donde pueda descolgarme por algun canalon, o si hay cuerdas con ropa tendida... Guardo el pistolete, y corro.

Toribio saltó a un lado al escuchar el grito. Al observar la escena tan sumamente dantesca, el tunante no pudo más que mirar la bolsa. ¿realmente tenía tanta potra que el destino le había tirado en medio de la calle al fulano de Avellaneda? aun así, el jaque, dando cuenta de su habilidad para pensar, cogió el saco de tela, ahora envuelto en sangre, con el candelabro, se quedó mirando el cuerpo un segundo, miró arriba, donde se supone que había caído, y siguió adelante, como alma que lleva el diablo para huir de ese lugar

Gabino decide ir a mirar al callejón, duda que el viejo esté vivo, asi que mirara desde arriba, tras OTEAR decidira si baja o si sigue hasta el otro tejado y desaparece de la escena. 

Si bien es cierto que ese candelabro debe ser importante por algún motivo, no vale la vida de uno mismo. 

Tras caminar por el tejado con cuidado, te acercarste al borde del mismo por el lado del callejón, que es por donde don Francisco había caído. Tras asomarte allí viste el terrible espectáculo: el cuerpo del tipo yacía en el suelo sobre un charco de su propia sangre; eso sí, alguien había allí junto a cuerpo: ¡era Toribio! Estaba recogiendo el saco de con el candelabro y se disponía a llevárselo.