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El tesoro del Dragón

Prólogo: El visitante

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16/11/2019, 15:46
Director

Destinado al Muro

Prólogo: El visitante

Corría el año 284 desde la Conquista de Aegon, el largo y sangriento capítulo de la Rebelión de Robert se acercaba a su conclusión. La sangre del Príncipe Rhaegar se había vertido en el Tridente, llegando hasta el mar y cubriendo el fondo del río con los rubíes de su armadura. La sangre de los hijos del Príncipe y de su esposa, en cambio, manchaban las baldosas del suelo de la Fortaleza Roja asesinados brutalmente por los hombres de los Lannister. El Rey Loco estaba muerto, degollado por un miembro de su propia Guardia Real, el hijo de Lord Tywyn Lannister, Ser Jaime. Entre tanto, la reina Rhaella, en un estado de avanzado embarazo, esperaba con angustia en Rocadragón junto a su hijo Vyseris el inminente asalto de Stannis Baratheon. Entre tanto, Robert, avanzaba imparable junto con sus fuerzas hacía el sur al tiempo que sumaba más adeptos a su causa de entre aquellos señores de los Siete Reinos que ahora hincaban la rodilla en el suelo y le juraban fidelidad pese a que hasta hacía no mucho le llamaban el Usurpador.

No muy lejos de allí, donde el río Pardo, afluente del río Lagrima, atraviesa unas colinas conocidas como las Smoke Hills por la densa niebla que se suele condensar allí, se alzaba la orgullosa fortaleza de Roca Salmón. Lord Robert de la casa Walsh gobernaba aquellas tierras hasta su reciente muerte durante la guerra. La muerte de Lord Robert Walsh no fue heróica ni valiente, como sí lo fue la de dos de sus hijos en la Batalla de Puerto Gaviota al comienzo de la Rebelión, sino que Robert Walsh fue victima de un terrible accidente junto a la gran mayoría de los habitantes de Smoke Hills. Uno de los diques que se habían construido para anegar las tierras colindantes con el agua del río Pardo, para así cortar el avance de las tropas de los Targaryen hacía el Tridente, se había roto por culpa de un fallo de construcción y el agua arrasó con todo lo que encontró a su paso. Cuando Lord Tully concedió estas tierras a los Riverrow por su valentía y arrojo durante la Batalla del Tridente, el agua todavía inundaba las calles del poblado y sus habitantes se esforzaban en retirar el barro de sus casas y encontrar a sus muertos para enterrarlos. El cadáver de Lord Robert Walsh jamás fue recuperado, aunque hubo testigos que lo vieron siendo arrastrado por las aguas río abajo. Sus hijos restantes, y por consiguiente herederos, fueron hallados sin vida junto a decenas de personas, abrazados a un par de campesinos con los que intentaron llegar fuera del alcance del agua sin éxito. Al final, poderosos y humildes encontraron la muerte por igual ante el implacable avance de la riada. Los Riverrow heredaban unas tierras sin señor, sin esperanza y con mucho dolor encima.

Por si aquel accidente fuera poca tragedia que soportar, las nuevas tierras de los Riverrow sufrían también de los males que aquejaban al resto de los Siete Reinos tras la cruenta guerra civil que acababa de librarse. Un conflicto de proporciones nunca vistas desde la Rebelión de Fuegoscuro donde ningún lugar del reino había quedado intacto, aunque evidentemente algunas tierras sufrieron más que otras. La guerra no llegó a Smoke Hilles, pero sí la tragedia. No sólo la rotura del dique mermó la vida de los hombres y mujeres de sus tierras, de aquellos jóvenes que fueron a la guerra pocos regresaron, y quienes lo hacían quedaban marcados de una u otra manera por los horrores vividos. No en vano, las Tierras de los Ríos fueron testigo de algunos de los enfrentamientos más encarnizados de la guerra. Afortunadamente, el conflicto llegaba ahora a su fin y daba sus últimos coletazos: con Aerys el Loco muerto y la mayoría de los partidarios de los Targaryen que continuaban con vida hincando la rodilla o huyendo de Poniente. Reclamando el Trono para sí, Robert Baratheon gobernaba desde Desembarco del Rey.

En Roca Salmón, tan sólo habían sobrevivido al accidente unos pocos sirvientes, entre los que se encontraba el maestre Bernarr, un hombre de unos cincuenta y tantos años por aquel entonces, y cuyo destino parecía ligado al de la fortaleza: había servido a los Walsh y ahora le tocaba servir a los nuevos inquilinos, pues el destino de un maestre estaba ligado al lugar y no a la familia que lo ocupaba. Prácticamente contemporáneo del maestre Bernarr era el nuevo señor de la fortaleza, Lord Crow Riverrow, quien había llegado a Roca Salmón con su esposa y su joven hijo Ferender, quien en la batalla se había destacado como un magnífico guerrero a pesar de su juventud y de quien se decía que había ganado para su padre el reconocimiento que les valía ser dueños de aquellas tierras. También les acompañaba Cyrol Riverrow, el hermano del nuevo señor. Aquel era un personaje peculiar, pues siempre había sido lo que se dice un vividor que apenas paraba por el antiguo hogar de los Riverrow y que viajaba de aquí para allá gustando de beber hasta perder el conocimiento y estar en compañía de damas de dudosa reputación. Cyrol era la oveja descarriada de los Riverrow, un engreído y presuntuoso noble que había pasado sus años de juventud mostrando su rebeldía en cualquier asunto, incluso cuando su familia estaba luchando en la Rebelión él se mostraba abiertamente a favor de los dragones. A pesar de haberse adentrado con creces en la adultez, el hermano pequeño de Lord Crow no mostró visos de madurar en ningún momento. Cuando la guerra estalló, Cyrol se marchó sin que nadie supiera a dónde y regresó un par de años después con un bebé, un bastardo que había tenido con la hija de un mercader lyseno. Pese a todo, aquel crío parecía haberle hecho madurar por fin, pues empezaba a ser otro: más centrado y alejado de todo tipo de perversión. Cyrol demostró ser un padre protector y atento, aunque todavía gozaba de aquel desparpajo que le acompañó toda su juventud y aquella afilada lengua que le hacía meterse en todo tipo de problemas. Cuando los Riverrow tomaron posesión de Roca Salmón, el hijo de Cyrol -al que había decidido llamar Eddie- ya llevaba un año junto a ellos, y lo habían visto pasar de ser un bebé llorón a un niño que daba sus primeros pasos. En el caos y la muerte de la Rebelión, un niño pequeño como aquel era sin duda un alivio bienvenido que llenaba de risas y alegrías los salones solitarios de Roca Salmón.

Todo había marchado bien desde que la familia se instalara en su nuevo hogar. Las labores de saneamiento y reconstrucción marchaban poco a poco y su nuevo pueblo les miraba con buenos ojos y con esperanza. Los primeros meses transcurrieron con normalidad, avanzando en las labores y con la familia más unida que nunca tras su reciente éxito. Hasta Cyrol parecía comportarse como se esperaba de él e incluso habían pensado en buscarle esposa. Pero entonces llegó una semana extraña para el hermano pequeño de Lord Crow, parecía que volvía por los mismos fueros y muchas noches dejaba a su pequeño a cargo de las sirvientas y se iba a emborrachar a una taberna de la aldea. Y cuando no se escapaba de la fortaleza trasnochaba igualmente merodeando por el patio de la fortaleza hasta la madrugada. Una noche, Ferender decidió hablar con él y fue a su encuentro, lo halló medio borracho caminando en círculos por el patio y decidió llevarle al salón principal para que se calentara con el fuego de la chimenea, pues la noche era especialmente fría. Cyrol, no cejaba en su empeño y bebía profusamente de un odre de fuerte cerveza negra al tiempo que obsequiaba a su sobrino con historias de sus aventuras en las Ciudades Libres.

En la hora del ruiseñor, justo antes del amanecer, llegó a la fortaleza un jinete con su elegante capa desgarrada y manchada de barro. El relincho de su caballo alertó a los demás de su presencia en el patio, y pudieron escuchar a través de las paredes el grito de uno de los soldados que estaban de guardia. Cuando salieron al patio pudieron ver que el caballo había sido llevado hasta la extenuación, el jinete llevaba el rostro cubierto por una capucha aunque Cyrol pareció reconocerle de inmediato. Más bien parecía que le estaba esperando.

-No os preocupéis, es un amigo mío. -Le dijo al guardia, y después invitó al extraño a entrar al salón principal.

-Por los dioses, -dijo el extraño al entrar. -¿Estáis borracho? - El hombre se retiró la capucha para revelar un rostro de hermosos rasgos y un cabello muy corto de color plateado, como si por sus venas corriera sangre valyria. Era más o menos de la edad de Cyrol, en la flor de la vida, pero mucho más alto y mostrando una buena forma física. No obstante, sus ojos grises revelaban su cansancio y una profunda e inexplicable tristeza. No supieron muy bien que era, pero Ferender pudo notar en él cierto halo de dignidad sosegada. -Soy Jothos, -se presentó con voz calmada - por desgracia, mi apellido familiar es irrelevante en este momento.

-Siempre ha sido relevante. -Replicó Cyrol amistosamente manteniendo una sonrisa ebria. -Te dio una posición, y te mantuvo con vida.

-Sí, así es. -Admitió Jothos. -Y ahora tengo que deshacerme de él. Pero desprenderme del apellido no significa desprenderme de la familia. -Sus ojos grises se clavaron en Cyrol de tal forma que le hicieron congelar la sonrisa de su rostro como si temiera las siguientes palabras que Jothos iba a pronunciar. -Cyrol, he venido a por mi hijo.

La sonrisa de Cyrol se desvaneció de su cara. Bajó la vista al suelo y lanzó un suspiro.

-¿Podrás mantenerlo a salvo? - Preguntó quedamente.

-Tenemos un sitio donde quedarnos, en las tierras cercanas a la costa. Entenderás que es mejor que no te diga de qué lugar se trata. -Contestó Jothos.

Cyrol asintió.

-Iré a buscar al niño.

Cyrol les dijo que esperaran allí y salió del salón en dirección a sus aposentos. Ferender estaba atónito, no había entendido apenas nada y seguía conmocionado por la revelación de que Eddie no era en verdad hijo de Cyrol. Jothos no parecía el tipo de persona que se prodigara en charlas intrascendentes pero sí que le dijo que Cyrol era un hombre digno de confianza.

-Esto le traerá sufrimiento. -Le aseguró. -Sufrimiento por lo que podáis pensar. El acero debe batirse hasta quedar fuerte y puro. No se puede tener fuerza sin el batido. Recordadlo siempre.

Al cabo de unos minutos, Cyrol regresó con un pequeño hato y con Eddie, que estaba adormilado y a punto de empezar a lloriquear del disgusto. Jothos le sonrió al muchachito y sacó un trozo de jengibre caramelizado, lo que calmó considerablemente al niño. Cyrol entregó el paquete a Jothos, que contenía pan, carne seca y vino.

-He mandado que ensillen un caballo. Será mejor que os vayáis antes de que mi hermano se despierte. -Dijo Cyrol con los ojos vidriosos. Jothos asintió y le dio a Cyrol una palmada en el hombro, para luego marcharse con el pequeño.

Cyrol se negó a dar explicaciones a Ferender en ese momento pero, en cuanto la ausencia del niño fue advertida al día siguiente, las preguntas no tardaron en llegar. Cyrol rehusó contestarlas y llegó incluso a ponerse agresivo. La situación llegó a tal punto que Lord Crow tuvo que intervenir. Se hizo una reunión familiar en el salón principal para que Cyrol diera explicaciones, y Ferender contó todo lo que había sucedido la noche anterior. El maestre reconoció en el nombre del visitante y en su descripción, su verdadera identidad. Y es que éste no era otro que Jothos Velaryon, quien había servido para Aerys el Loco como Consejero de la Moneda o, como mejor se le conocía, como el Tesorero Rojo. Los Velaryon eran una familia afín a los Targaryen desde los tiempos de Aegon el Conquistador, de hecho, su propia madre era mitad Targaryen y mitad Velaryon. Era una familia antigua y orgullosa, descendientes de las familias valyrias que escaparon de la maldición que asoló la antigua Valyria.

Lord Crow ordenó que un par de jinetes salieran en persecución del forastero, entregarle a Robert Baratheon al Tesorero Rojo era una oportunidad de oro para establecer firmemente la lealtad de la casa de reciente creación y ganarse el favor del nuevo Rey. Pero Cyrol se interpuso entre los jinetes y la puerta de salida, derribó a uno del caballo e hirió de muerte a otro. Ferender salió entonces a detener a su tío y, a pesar de ser el gran guerrero que era, no logró que Cyrol retrocediera un centímetro y finalmente fue derribado. Hicieron falta cinco hombres para contener a Cyrol, y un muy enfadado Lord Crow ordenó que se le encerrara en las mazmorras. Pese al inútil esfuerzo de Cyrol por detener a su hermano, otros jinetes fueron en la búsqueda de Jothos Velaryon, aunque ésta no tuvo éxito. Velaryon les llevaba unas cuantas horas de ventaja que logró hacer valer para que su rastro terminara perdiéndose. Lord Crow, incapaz pese a todo de castigar con la muerte a su hermano, decidió enviarle al muro para que vistiera el negro. Y de esta manera salió de sus vidas.