Partida Rol por web

Es Todoroki Honsu, vive en un castillo en lo alto de esa colina-dice señalando al horizonte, pero no se ve nada en la oscuridad, salvo el pie de la colina. Lo veríais si hubiera luz, pero no ahora. El caso es que nuestro señor feudal no hace nada por ayudarnos.- el guardia no puede contener la frustración que siente. Los bandidos campan a sus anchas por sus tierras, pero como no le atacan a el directamente, no le interesa. Solo le interesa cobrar los impuestos. Por eso nos cansamos y decidimos protegernos por nuestra cuenta.

Cada vez tengo más claro que hay algunos señores que no deberían de tener a nadie a su mando debido a su enorme incompetencia y este era el claro ejemplo que lo demostraba.

Como puede un señor desatender a su pueblo de esta manera. Hay que ser un completo inepto para comportarse así. Si puedo ayudar lo haré aunque eso me haga perder una pequeña porción del tiempo del que dispongo para cumplir el cometido encargado por mi daimio.

- Está bien. - digo al guarda. Por la mañana pediré audiencia con vuestro señor e intentaré hacerle ver que la situación no puede seguir así.

Os agradecemos vuestro interés, señor.- dijo el guardia con una sonrisa cansada. Pero será mejor que no lo hagáis. En el mejor de los casos se limitará a reiros en vuestra cara. En todo caso, nosotros sufriremos las consecuencias. Preferimos seguir como hasta ahora, apañandonoslas como podemos.

Puede ser que tenga razón. A lo mejor no debería meterme pues no es asunto mío pero semejante muestra de incompetencia no debería quedar impune y haré todo lo que esté en mi mano para que esto cambie. - pienso

- Está bien. Como querais. ¿Sabes si hay alguien disponible para poder entregar un mensaje mío a Shinjo Yokatsu-sama lo antes posible? - digo sin desmontar ni moverme del sitio. Necesito enviarle un mensaje urgentemente.

Si no puedo ir a hablar con Todoroki Honsu intentaré que este rinda cuentas personalmente de su incompetencia ante nuestro Khan, Shinjo Yokatsu-sama.

Me temo que no, señor.-responde el anciano, alicaído. Ya no sale ninguna carreta de mercancías, y los comerciantes son la única forma que tenemos de enviar cartas, confiando en que las entregaran a su paso por las ciudades. Así que me temo que tendréis que encontrar a alguien dispuesto a ayudaros en otro lugar.

- Vaya, la situación en esta aldea es bastante peor de lo que parecía a simple vista. Definitivamente daré cuenta a mi Yokatsu-sama en cuanto tenga oportunidad. - pienso tras las palabras del anciano.

- Esta bien. - digo finalmente. La Posada del tigre y la Grulla, me dijo, ¿verdad? - añado girando el caballo. ¿Por donde ha dicho que se iba?

Tenéis que seguir la calle principal hasta llegar a donde se corta con otra calle transversal. Entonces giráis a la izquierda y la encontraréis. Podéis imaginar cómo es el cartel. No tiene pérdida. Tras despedirte con un gesto de la mano, el guardia volvió a su puesto.

Avanzar por la ciudad te da una idea de lo difícil de la situación. La poca gente que encuentras tiene el rostro macilento, y gesto asustado. Cubren sus flacos cuerpos con harapos, y en cuanto te ven salen corriendo a refugiarse en sus casa, o se pierden en los callejones. Los edificios muestran signos de deterioro, y muchos parecen abandonados.

Tras un rato, encuentras la bifurcación que te indicó el guardia, y giras a la izquierda. Allí ves un edificio grande, que aunque muestra signos de deterioro al igual que el resto, parece en mejor estado que los demás. Un farol cuelga junto a la puerta, mecido por la leve brisa, y a su lado aparece un cartel que, aunque desgastado, muestra el dibujo de un tigre rugiendo a una grulla.

- Esta gente no sé cuanto más podrá aguantar. - pienso al ver el estado de desnutrición en el que se encuentra gran parte de ellos. Además las casas están destrozadas y abandonadas en su mayoría.

- Definitivamente el Señor de la Ciudad no debería permitir que esta pobre gente estuviera pasando por las calamidades que están atravesando.

Finalmente llego a la Posada. Por lo menos parece que está en mejor estado que el resto de edificios. Cosa que por otro lado tampoco es demasiado difícil.

Llego al establo y dejo a mi caballo atado y dentro de una de las Caballerizas. Una vez tiene comida y bebida fresca me dirijo a la puerta de la posada y la abro sin mayor miramiento para a continuación ingresar en su interior.

La puerta desveló un interior acogedor, con una luz tenue que bañaba la estancia del recibidor, proveniento de un pequeño hogar que calentaba tu cuerpo frente a la fría brisa. Un hombre mayor, de pelo ralo y mirada entristecida, se acercó a ti y te dijo con actitud servil: bienvenido a la posada del Tigre y la Grulla, señor. Desea una habitación para pasar la noche?

Al entrar en la Posada el que a primera vista parecía ser el posadero me dio la bienvenida a la Posada.

- No, no quiero una habitación sino comida, bebida y que alguien vigile a mi montura mientras ceno. - le respondo. Te aseguro que si le pasa algo mientras ceno acabaré contigo y toda tu familia antes de que podáis abandonar la aldea por el contrario si haces lo que te he dicho sabré recompensarte.

El anciano cambió su rostro alegre por una mirada asustada. Emm, como quiera señor. Mandaré a alguien a prepararle la cena y me ocuparé personalmente de cuidar su caballo. Pase, por favor-dijo nerviosamente. Después, salió del recibidor y entró por una puerta lateral.

- Bien, si mi amenaza ha valido para asegurarme de que mi caballo permanece vivo habrá valido la pena. - pienso al ver como le cambia la cara al anciano.

Después entro en la posada y pido algo de cenar. También pido algo para llevarle después a mi caballo.

Tras acabar la cena y pagar me retiro al establo a dar de cenar a mi montura mientras la acaricio el pelaje.

Cuando ha acabado me tumbo a su lado y cierro los ojos para descansar. No obstante mi sueño no es demasiado placentero pues estoy demasiado alerta a cualquier ruido que provenga tanto de dentro como de fuera del establo. Lo último que necesito es que mi caballo desaparezca sin dejar rastro.

Te sumes en un sueño intranquilo, más pendiente de vigilar y estar atento a cualquier ruido que de descansar. Los sueños se entremezclan con la realidad en un estado de duermevela. Oyes y ves cosas, pero no estás seguro de si son en sueños en en la realidad.

Un sonido ligeramente mas fuerte que sus equivalentes oníricos te hace despertarte, pues no hay ninguna duda de que ese sonido es real. Te incorporas con un sobresalto, y oyes multitud de sonidos que retumban como una explosión. Crees oir el crepitar del fuego a lo lejos, pero no estás seguro. De lo que sí estás seguro es de un grupo de hombres que hablan entre ellos, sin ninguna molestia en pasar desapercibidos. Los hombres debaten la mejor manera de matarte y robarte el caballo, e incluso se están repartiendo tus ropas.

- Al parecer alguien quiere librarse de mí. - pienso. Bien, que vengan. Veremos como acaba todo.

Instintivamente desenvaino la Katana y me escondo en las sombras cerca de la puerta de forma que pueda atacar a todo aquel que entre antes de que pueda siquiera verme.

- Venid a morir. Perros traidores.

Los hombres, que como puedes observar visten con ropas harapientas, de un sucio color marrón, y van sucios, mal peinados y sin afeitar, entran en el establo tranquilamente. Quizá todavía esperen encontrarte dormido, o tal vez su superioridad numérica les de confianza y se crean aventajados, pues vistos a la escasa luz identificas que son tres los atacantes. Todos van muy confiados, y están armados con espadas curvas, más pequelas que una katana corriente.

Una vez dentro del establo, se dirigen hacia el caballo sin dejar de hablar.

Al pasar ante mi sin que me vean me acerco por detrás y sin emitir sonido alguno asesto un tremendo Golpe con la Katana al primero de los Atacantes.

El golpe es brutal. La katana entra por el hombro derecho y traza una diagonal, saliendo limpiamente por la cadera derecha. Un chorro de sangre salpica en todas direcciones, empapándote. El agresor, que no se había percatado de tu presencia hasta el momento del golpe, es partido literalmente en dos, como una caña de bambú.

Sus compañeros, tras tu ataque, dan un salto asustados para alejarse de ti, girando y observándote a la débil luz que se filtra de la puerta, la cual parece volverse más intensa cada vez. Los bandidos se ponen en guardia, mirandote con una mezcla de miedo y odio, y se llevan una mano a las espadas.

¡Estás muerta, perra!

El primer golpe atraviesa de lado a lado al hombre partiéndolo por la mitad provocando que los otros dos asaltantes se aparten un poco de mi.

- Eso tendréis que demostrarlo. - digo. Hablar es gratis. Demostrádmelo. - rujo antes de lanzarme a por el que ha hablado.