Partida Rol por web

—Sí —respondió a Tyrr, cuando preguntó sobre la posesión—. Intentaban llevarnos a algún sitio, pero ni idea de dónde. 

Mientras la magia empezaba a correr por cuenta de sus compañeros, Jack miró a Ogma y se encogió de hombros.

—Yo podría hablar con el Concilio Libre si queréis. Preguntarles si saben algo, si algún otro mago ha sufrido un ataque similar.

Suspiró y empezó a jugar con su moneda, pasándola despacio por los nudillos de sus dedos. Podía imaginar cómo la suerte iba cambiando de cara según el objeto lo hacía. Cara-cruz-cara-cruz-cara... Y entonces empezó a murmurar una letanía en la Alta Lengua, invocando con sus palabras el conocimiento de los oráculos ancestrales. 

«¿Cómo encontraré al ser que ha tratado de dominarnos? ¿Cuál debe ser el siguiente paso para llegar a nuestro objetivo?».

Lanzó la moneda al aire y la atrapó entre el dorso de una mano y la palma de la otra, sin destaparla aún, manteniéndose en ese momento de incertidumbre en el que no era cara, ni cruz. No era nada, lo era todo. La suerte estaba echada. Entonces sus ojos se pusieron en blanco y echó la cabeza hacia atrás, inhalando con fuerza.

«Delfos, Dodona, Lebadea. Serendipia. Cassandra».

La ayuda de Tyrr parece darte el segundo aire que necesitas. Por un momento cierras los ojos y te concentras profundamente, y lentamente las ondas en el agua fueron revelando una pintura más fácil de percibir. Los rastros del mundo espiritual, los rastros de Espíritus que habían pasado por allí y habían estado junto a vosotros. Allí estaba el de Tyrr, que terminaba en el suelo, más allá el de la otra Niamh contra la pared. El del falso Ogma, el del otro Jack. Todos.

Si algo sabías, es que los Espíritus necesitan esforzarse más para estar en el Mundo Caído que los Fantasmas, los primeros necesitan Esencia para poder mantenerse aquí, los últimos podían siempre estar invisibles, observadores imperturbables.

Pero lo más importante es que podías ver los rastros, como pisadas invisibles, que les habían traído a través del estado de Crepúsculo hasta vuestro Sanctum. Las ténues vibraciones que indicaban su camino y se dirigían hacia el norte de Quincy. Pero pronto la copa comienza a vibrar y el agua se oscurece. Había sido una estupidez liberar Paradoja, invitar al Abismo tantas veces era arriesgarse a que los hechizos empezaran a reaccionar por su cuenta, y éste, que debía ser un efecto duradero, comenzó a disiparse rápidamente, salvo que reaccionaras ahora mismo.

Intentas percibir los rastros de una presencia, mientras a tu alrededor puedes percibir con claridad los hechizos de Jack y Morrigan tomando forma, sus Nimbus bailando al ritmo de sus imagos, moldeando lentamente la realidad. Vuestro sanctum tiene tantas y tan diferentes huellas, que te toma un momento aislar las que te interesan y llegar a una conclusión: no hay aquí ni cerca un indicio de una sola presencia. Cada Espíritu ha dejado un rastro independiente y aunque puedes sentir como esos rastros son similares, como las resonancias tienen diferencias pero una naturaleza muy similar, al acercarse a vosotros ya eran muchos, en lugar de volverse muchos al llegar a vosotros.

Lo siguiente que notas es que, ignorando la magia de tus compañeros, que puedes identificar, no hay rastros de más hechizos sobre vosotros: hay salpicaduras de efectos sobrenaturales, pero dichos efectos tienen un origen espiritual, son rezagos de habilidades que poseen los Espíritus y que, según recuerdas haber escuchado de Niamh o Morrigan en algún momento, se llamaban Númenes. Lo que os había pasado, lo que os había afectado, había venido por parte de estos Espíritus, no había nada más que te hiciera pensar en la intervención de otro Mago en vuestro Sanctum.

El Destino era caprichoso, como los regentes de Arcadia. Pero por un momento pudiste concentrarte en tu pregunta, como un eco, mientras a tu alrededor sólo te podías concentrar en responderla. La oscuridad invade tu visión y sólo puedes percibir el giro de la moneda, ralentizándose hasta que llega al pico más alto y empezando a caer y a girar lenta, muy lentamente, hasta que ya no cae y sólo gira.

Entonces recibes la primera visión. Estás en el coche, y puedes sentir la voz de Morrigan. No puedes discernir lo que dice, pero sí el tono: son instrucciones, direcciones, indicaciones indistintas. Percibes el olor a plomo y el sonido del salpicar de gotas de agua. Toda la situación te es muy familiar.

Pronto esta primera visión desaparece, y una segunda se materializa frente a ti. Una casa, indistinta, de dos pisos, pero cuyos detalles no puedes percibir y una puerta cerrada, firme. Sientes que está allí, en Quincy, aunque no sabes el por qué. Y repentinamente, te ves cargando contra la puerta, abriéndola con furia, desbloqueando aquel obstáculo en el camino hacia tu destino.

Cuando la habitación regresa a ti, tomas aire. La moneda cae en tu mano nuevamente, sientes su peso, su frío, y como tu aliento lanza por un instante un extraño vaho que se disipa. Los recuerdos de aquellas premoniciones son claros y latentes, y parecen indicarte cómo llegar a tu objetivo.

Morrigan, Tyrrhenus y Jack se concentran, mientras sus Nimbus nuevamente empiezan a crecer, el ambiente se tensa un poco ante la carga de magia, mientras cada uno busca una respuesta a la multitud de preguntas que os plantéais. Sin embargo, es Morrigan quien parece estar luchando un poco, a medida que su hechizo parece chisporrotear y debilitarse. En el ambiente, la corrupción del Abismo se siente y las grietas en la Mentira comienzan a hacerse notorias. No sólo vuestros hechizos se ven en riesgo, sino que vuestro Sanctum se puede ver comprometido si no sóis cuidadosos... cosas peores se esconden en la oscuridad eterna y maldita que repta a través de los agujeros que dejan los Magos sin cuidado.

Que Jack preguntara al Concilio Libre no le pareció una idea mala en absoluto. Él por su parte podía preguntar a los Guardianes del Velo. A Ben no le entraba en la cabeza que nadie quisiera vengarse de ellos de una manera tan... fuerte. Con tanto ímpetu. Con tanta ira. 

Porque un ataque como el que acababan de sufrir tenía que estar dirigido desde el odio. ¿A quién podían haber causado tanto daño como para que se lo quisiera devolver de aquella manera? No tenía sentido. Entonces, quizá otros magos supieran la respuesta. Quizá había habido otros ataques.

- Yo también preguntaré a ver si alguien sabe algo... - Comentó con aire distraído, aunque en realidad su mente estaba dándole vueltas a muchas cosas.

Pero enseguida volvió al presente cuando vio a tres de sus amigos realizar magia para tratar de obtener más respuestas. Y por un momento temió que el tejido de la realidad se desgarrara. Estaban haciendo demasiada magia, y forzándose demasiado a sí mismos. Necesitaban bajar el pistón, pero sus vidas peligraban.

Esperó y observó, a la espera de ver si sus amigos habían obtenido algunas respuestas más que ayudaran a acotar la búsqueda de información.

Algo no iba bien, y Morrigan estaba empezando a ponerse nerviosa, pero reaccionó con decisión. Sujetó la copa con fuerza, y se concentró apretando los labios, deteniendo su agitación.

Estaba convencida de que no quería que el Sanctum saliera ardiendo: Niamh no se lo perdonaría.

Con la copa ya estabilizada, se concentró en el agua, en la que empezó a apreciar imágenes del rastro que habían dejado sus molestos visitantes.

—Por aquí vinieron — explicó — Por Quincy, al norte. Y antes, por...

Se puso de pie, levantando la copa con cuidado, y miró a sus compañeros.

—Tenemos que salir de la casa para poder seguir el rastro. Niamh, ¿me llevas?

Ella era la más familiarizada con los espíritus de toda la cábala: y, además, Jack y Ogma iban a acudir a otros magos en busca de más información. Quedaba por ver si Tyr acompañaría a las dos chicas, pero Morrigan estaba más pendiente de no tirar la copa que utilizaba en su hechizo que de cómo organizarían el viaje.

Niamh se levantó débilmente y asintió a Morrigan.

—Muy bien. Jack y Ogma contactarán con los chicos del Concilio y con los Guardianes, mientras Morrigan y yo seguimos el rastro —jamás se había declarado un líder de entre todos ellos, pero de vez en cuando alguien tenía que dar la cara, y a ella no le desencantaba del todo el papel de matriarca. Esa noche, sin embargo, hasta caminar empezaba a hacérsele muy cuesta arriba—. Tyrr, ¿nos acompañas? Nos vendría bien que nos acompañara un paladín; yo ya estoy cansada de hacer de saco de boxeo esta noche…  —y mientras lo decía, recogió las llaves del coche de Cece de su sitio. 

Los ojos de Jack volvieron a la normalidad, el mago exhaló despacio y se guardó la moneda en el bolsillo sin haber visto el resultado del lanzamiento. Se había quedado algo pensativo con lo que había visto, pero reaccionó al darse cuenta de que las chicas estaban organizando la partida de caza. Tras escuchar a Niamh, intervino. 

—No —dijo, con esa seguridad con la que hablaba a veces sin que quedase claro de dónde le venía—. Yo tengo que estar en ese coche. Lo he visto —se explicó mejor—. De hecho, creo que deberíamos ir todos juntos, porque es el primer paso para encontrar el objetivo. Olor a plomo. Sonido de agua salpicando. 

Sacó el teléfono móvil y le dio algunas vueltas en la mano. 

—Escribiré a la gente del Concilio Libre en el coche de camino.

Miró a Morrigan y agregó algo más a lo que había dicho ella. 

—Una casa, aquí en Quincy. Dos pisos. Una puerta cerrada y firme. Eso es lo que buscamos.

—Entonces, Ogma, cariño, tú también te vienes con nosotros —contestó—. No creo que ninguno deba quedarse solo, dadas las circunstancias. 

Tras acabar con mis dos recetas exhalé lentamente y mantuve un instante los ojos cerrados. Aún con ellos así guardé el crucifijo en mi camisa y saqué del bolsillo un pequeño espejo, como de los que podría llevar alguien en el bolso para maquillarse. Observé a través de él un instante mientras los otros hablaban, interviniendo brevemente ante la pregunta de Niamh.

—Yo voy —dije, antes de centrarme en seguir observando.

La observó un instante. Ella parecía más débil de lo que querría reconocer. Seguramente por eso no le había respondido al preguntarle cómo estaba.

—Venga, vamos —asentí—. Creo que también podré seguirles el rastro... Y cuando los encontremos, más vale que estemos todos.

Empecé a caminar hacia la puerta. Por mi parte, sólo tenía que coger el móvil y las llaves y estaba listo.

—Démonos prisa. Cuanto más tardemos más se enfriará el rastro.

Pronto os acomodáis en el coche, con Morrigan y Tyrr indicando la dirección, mientras tomáis camino en medio de la noche de Quincy. El aire es tibio, pero la tensión es palpable, y es difícil sentirse del todo cómodos estando 5 en el mismo coche y escuchar las diversas instrucciones que la Moros y el Obrimos intentaban traducir de sus propios hechizos, buscando los rastros de estos Espíritus por el mundo caído.

Un olor a agua y plomo y metal inunda el coche, producto de las herramientas de vuestros compañeros, mientras el efecto de sus auras de magos tan cercana es equivalente a tener una luz cálida muy cerca. Al principio puede ser agradable, pero luego puede empezar a generar cierto cansancio, y aquello era cierto cuando se obraban este tipo de hechizos.

A veces alguna indicación obligó a Niamh a doblar y cambiar de dirección, pero la ventaja de que fuese tarde en la noche era que no había muchos más vehículos y que la ciudad, normalmente tranquila, parecía descansar ajena a lo que había sucedido y a vuestro propósito de encontrar el origen de la anomalía que había robado la tranquilidad que hace varios minutos compartíais con otros residentes de Quincy.

Al ir hacia el coche me dirigí directamente al asiento del copiloto. Pasaba de ir apretado detrás. Era inevitable mirar a todos lados al moverme, preparándome para que en el momento menos pensado algo pudiera asaltarnos.

Ya en el vehículo me ajusté el cinturón y saqué de nuevo el espejo. para ir comprobando el rastro que los espíritus habían dejado.

—Estoy listo —enuncié, y traté de buscar a la Moros por el retrovisor—. ¿Estás?

Ogma estaba incómodo en el interior del vehículo. Él de por sí ya era algo corpulento, pero metidas cinco personas en un coche... no le ayudaba. Sentado en la parte de atrás, con Morrigan y Jack, y con el vehículo dando bandazos para procurar seguir las indicaciones tanto de Tyrr como de Morrigan, Ben pensó que no lo contaba. O al menos su cena. 

La sensación era peor que cuando había montado por única vez en su vida en una montaña rusa. Y se había prometido a sí mismo no repetirlo nunca jamás. Miró a Jack... El Acanthus y el Mastigos eran los únicos que no parecían estar realizando magia, o conduciendo, en esos momentos. Los únicos que no estaban haciendo nada realmente activo o útil... En otras circunstancias Ben se sentiría frustrado e inútil. Pero sabía que no era el momento. Conservaría sus energías para cuando llegaran al destino. Al final todos colaboraban para conseguir el mismo resultado. Ya le llegaría su momento. 

Por si acaso giraba la cabeza y miraba de tanto en tanto por la ventana trasera para asegurarse de que nadie les estaba siguiendo. O de que si dejaban algún destrozo por el camino no sería muy grave. No quería tener a la policía a la mañana siguiente llamando a la puerta de su Sanctum para ponerles multas de velocidad o encerrarles en el calabozo un par de días por vandalismo.

Lira era la que conducía el todoterreno de Cecelia, guiando el vehículo hacia donde le indicaban sus compañeros y aprovechando las pausas que estos y los semáforos le daban para masajearse el brazo derecho. Quería dar con una pista cuanto antes, pero no interrumpiendo a Morrigan y a Tyrr, así que aguardó a que llegara uno de los momentos más tranquilos para mirar a a Jack y a Ogma por el retrovisor y preguntarles: 

—¿Os han contestado, los de vuestras órdenes?

Apretada en la parte trasera, Morrigan gruñó. No le gustaba tener a sus compañeros tan pegados.
Pero respondió a Tyr, sin decir nada al respecto:
—Sí, estoy.
Concentrada en la copa, siguió dándole indicaciones a Niamh, procurando que no se le cayera el contenido.

Se acomodó en el asiento trasero, asegurándose de colocarse en el lado de la ventanilla. Mientras Morrigan y Tyrr guiaban a Niamh y Ogma iba en silencio, él se dedicó a enviar algunos mensajes a la gente del Concilio Libre con los que más trato tenía. No contó mucho, en realidad, solo mencionó que habían sufrido un ataque y preguntó si a alguien más le había pasado o sabían algo al respecto. 

Y luego, esperó a que llegase alguna respuesta, alternando su mirada entre la pantalla del teléfono y el exterior. El aroma le indicaba que estaban sobre el camino correcto, así que sus ojos buscaban una casa que solo había visto en el interior de sus párpados.

—De momento no —respondió a Niamh—. Esperemos un poco a ver qué dicen.

Tras algunos minutos te responde uno de tus contactos en el Concilio Libre radicado en Boston responde. Siendo tan tarde, no había muchas esperanzas, pero al parecer algunos magos prefieren obrar durante la noche que durante el día.

"Jack, nadie ha reportado nada similar... pero es que además tú y tu cábala son los únicos magos qué sabemos están en Quincy. ¿Quizás alguna anomalia haya afectado a estos espíritus" responde brevemente. Preguntar sobre las cábalas en Boston probablemente tome más tiempo y esfuerzo.

Os toma casi 40 minutos llegar a un sitio del que el rastro parece originarse. Se trata de una casa de dos pisos en un barrio cercano a la playa al norte de Quincy. Las luces están apagadas y el lugar tiene las señales de estar habitado, aunque no de que sus residentes estén activos. En la calle frente a la casa hay un sedán negro aparcado.

El lugar se trata de una estructura blanca con marcos azules, tan bien mantenida y cuidada como otras casas en la cercanía. Tiene un tejado a dos aguas y en el espacio triangular cerca al techo hay una ventana que revela la existencia de un ático. Jack, sin poder ser más específico, siente que el sitio le es familiar, aunque no puede explicar por qué.

Cuando os acercáis, todos podéis percibir el brillo sobrenatural alrededor de la casa, y la presencia de magia. Sin embargo, no se trata de magia concentrada o estructurada, como la que esperaríais encontrar en el refugio de un mago poderoso, sino que la magia se siente caótica, como si pequeñas fugas estuviesen escapando a través de la misma estructura hacia el ambiente. Un vistazo alrededor de la casa os revela también un jardín trasero con una cerca de casi 70 cms hecha con una gruesa cadena, y un césped que no da señales de haber sido tratado o cuidado nunca, ya que el pasto y hierbas allí tienen un color amarillento y un aspecto marchito.

Ben aprovechó los últimos vaivenes del viaje en coche para teclear un mensaje rápido a uno de sus contactos con los Guardianes del Velo. Le informó de que habían sufrido un ataque en pleno Sanctum, y le pidió que moviera un poco el tema para que otros estuvieran preparados por si acaso se sucedían más ataques similares. Él mismo se comprometió a informarle más cuando tuviera un poco más claro qué pasaba. Confiaba en que si hubiera algo de interés que los Guardianes del Velo ya supieran, alguno le informaría.

Pero enseguida llegaron a la casa y el Mastigos tuvo que centrarse en otros asuntos más apremiantes. Ahí, de pie frente a la casa y detectando con tanta sencillez la barrera sobrenatural, Ogma volvió a preocuparse. Volvió a concentrarse en su visión de mago y examinó la casa por fuera, así como el sedán negro que estaba aparcado.

Sabía que pronto podría identificar y aislar las mentes de sus compañeros, y así podría discernir cuántos entes pensantes había en aquel lugar aparte de ellos. Al menos eso les daría una idea del posible número de enemigos.