Partida Rol por web

Tras otras tantas jornadas de viaje llegáis a Desembarco del Rey, la capital del reino, de Poniente.
Allí, en lo más alto de la más alta torre de la colina Alta de Aegon, ondean varias banderas desafiando al viento. La más grande de ellas es la bandera de la Casa Martell, con un sol coronado. Junto a ellas se ve la bandera del venado en llamas.

Los guardias de las puertas os permiten pasar y os guían al otro lado de las murallas de la ciudad. Las calles están casi vacías y pocos habitantes caminan por el empedrado suelo. El silencio reina en la ciudad, pues nada se oye, siquiera en las casas junto a las que pasáis.

Os fijáis en que en muchos sitios se ven edificios calcinados, algunos totalmente destruidos. Tras un rato caminando os percatáis de algo más, algo muy raro. Es una ausencia, la ausencia del Septo de Baelor que siempre os ha acompañado en vuestras visitas a Desembarco y que ahora no se ve por ningún lado.

Los guardias os conducen hasta la colina Alta de Aegon. Numerosos soldados y caballeros patrullan la ciudad, junto a muchos otros que se han quedado acampados fuera de esta. Todo el ejército del Rey Quentyn aún reunido en la ciudad, hospedándose y alimentándose.

Prestó atención a los restos de ruina y ceniza que el enfrentamiento entre las fuerzas opositoras a los Martell y los suyos había dejado tras de sí. La sucesión de edificios calcinados y construcciones derruidas no hacían más que acentuar el triste destino de muchos de los ciudadanos que una vez las habitaron. Aún a pesar de su condición seminobiliaria, Maron sintió rabia al observar semejante paisaje. La pobreza y las malas condiciones de vida volvían a Desembarco del Rey y, acentuadas por la lluvia de impuestos que podría caer sobre sus habitantes si se decidía comenzar por una política de restauración.

Sus oscuros ojos de víbora vagaron por el horizonte hasta encontrarse con la Fortaleza Roja, en lo alto de la colina de Aegon. Acarició sus formas, bebiendo de la dureza de su piel rojiza y la majestuosidad con la que se alzaban sus siete  grandes torres. A pesar de la magnitud y de la poderosa apariencia que parecía emanar de cada piedra y ladrillo empleado para su construcción, el bastardo se mostraba incómodo ante la perspectiva de pasar una temporada en el interior. Allí, donde se rumoreaba que Maegor I había mandado edificar multitud de corredores y entradas secretas a lo largo del castillo, era imposible sentirse seguro. Vivir allí significaba vivir aislado, a merced de los posibles enemigos que habían provocado las temerarias acciones de Quentyn. Y no había nada más desagradable para el dorniense que sentirse prisionero...

Habían llegado tarde, eso podía palparse nada más cruzar las puertas hacía las entrañas de Desembarco del Rey. Había destrucción, pobreza y, sobretodo, miedo. Podía olerse, casi palparlo, era una sensación que te envolvía. Las calles parecían semi-desiertas, los habitantes parecían resguardarse bajo sus cuatro paredes...aunque están no fuesen a ayudarles en anda ante lo que estaba por llegar.

Seodoc observaba en silencio, los cascos de los caballos resonaban casi al unísono. No era difícil ver que se había librado una lucha por llegar al Trono de Hierro y que su bando era el vencedor. No obstante, la guerra tenía un sabor amargo y ellos habían llegado justo para saborearlo... y lo estaban haciendo al recorrer esas maltrechas calles.

¿Qué les depararía ahora?¿Quién les pondría al día?... Habría novedades y, Cith, quería conocerlas todas cuanto antes.

Miro hacia la ciudad con los signos de la guerra. Las grandes ciudades siempre caen presa de la guerra, menos mal que, para variar, estoy en el bando ganador y parece que mis compañeros también. Tengo que ir a ver a Robert. Antes dirigo unas breves palabras a mis compañeros de viaje. Si bien al principio me caían bastante regular, he de reconocer que saben luchar y no se acobardan, sólo por eso tienen mi respeto.

- Iré a ver a Robert y contarle toda la mierda que nos ha pasado- les comento por si en algún momento nos desviamos unos de otro al ir subiendo la calle principal hacia el antiguo castillo, al final añado- no os deseo ningún mal- Es lo más cordial que estoy acostumbrado a tratar.

Absteniéndose a realizar algún comentario que demorase la marcha del caballero, Maron dedicó una sencilla inclinación de la cabeza a modo de despedida. Ser Gary Trant era un hombre impulsivo, pero fuerte como un demonio sacado de los Siete Infiernos. Más les valía a los suyos tener cuidado de no ofender a los Baratheon, pues la perspectiva de verse a la merced de aquellos potentes brazos no le resultaba muy hogareña. O al menos no directamente.

Cuando llegáis a las puertas de la fortaleza os identificáis y, tras unos instantes de espera, un guardia os hace entrar mientras os dice -Los señores se han reunido en consejo, dicen que quieren verlos a los tres como representantes de propio derecho de la Casa Martell en caso de uno de ustedes, como guardaespaldas de Quentyn y por último como consejero de Lord Tommen. Os guiaré hasta allí.

Seodoc se sorprendió al ver que realmente los esperaban. Quizás con tanto revuelo se habían olvidado de ellos, pero parecía que no era así. Sin embargo, aquello podía ser tan bueno como malo... así que habría que andarse con cuidado, al menos al principio, hasta que explicasen las buenas razones que los habían hecho desaparecer durante días.

El joven siguió al guía en silencio, con porte orgulloso y sin dejar de mirar a su alrededor, sorprendido por el estado de Desembarco del Rey...sin duda su señor, su Rey, tenía mucho trabajo por delante.

El bastardo frunció el ceño mientras una ligera mueca de desagrado y resignación se hacía hueco en su rostro. La inesperada noticia de que habían sido convocados a la reunión preparada por los que a partir de ahora administrarían todos los aspectos de la vida en la ciudad, no le agradaba en absoluto.

Aunque había sido aleccionado para enseres semejantes, Maron aborrecía la diplomacia y los absurdos entresijos políticos con los que importantes señores maquinaban día tras día con el fin de hacerse con cada vez más poder e influencia. Su lugar estaba en las áridas estepas de Dorne, cabalgando entre los océanos de fuego que separaban cada ciudad o descansando bajo la sombra de un palmeral en cualquiera de los refrescantes oasis que se repartían por el desierto, no en aquella fortaleza maldita.

Necesitaba descansar, refrescar su gaznate con una buena dosis de vino dorniense y yacer entre las piernas de una mujer que se preciase; mas debía soportar una retahíla de recriminaciones sin sentido para luego ser objetivo de los designios de un simplón que parecía no tener idea del lugar que había escogido para depositar su culo.

Desmonto del caballo y se lo entrego a alguien de las caballerizas, supongo que tiene que estar Godhen "cara de caballo" o Jarey " el pezuñas", aunque veo muchas caras nuevas... una reunión. Cojonudo, me duele el culo de todos estos días cabalgando, puede ser que esto sea la puntilla para que esta noche duerma aproximadamente dos días.

Señalo a mis dos acompañantes,

- Presentaros al sargento de guardia, decidle de mi parte que os de comida y descansar un rato, más tarde podréis empezar a trabajar donde os manden- les doy un golpe en el hombro a cada uno- nos veremos pronto.

Entro en la fortaleza que tantas veces he recorrido, con paso firme y largo. Mis tacones de montar resuenan en las partes no alfombradas. Hago un pequeño receso en una de las salas de entrada para lavarme la cara por debajo de la mascara y luego limpiar esta con un trapo húmedo hasta dejarla reluciente.

Vuestros nobles pueden meterse sus lujosos aposentos por el culo, ser.- apuntó a modo de despedida, antes de pedir a uno de los guardias las indicaciones correspondientes para alcanzar la sala donde la reunión estaba tomando lugar.- Esté lugar es un nido de víboras en el que no permaneceré más allá de lo necesario.- una risa ácida acudió a sus labios. Sus palabras, aunque encauzadas en otro sentido, no podían resultar más acertadas. En las últimas décadas, la Fortaleza Roja se había convertido en causa inmediata de tragedia y desgracia para todos aquellos que osaban acapararlas. Desde que el linaje fundador casi fue exterminado, el destino de sus ocupantes acababa rematado por una muerte atroz. No pocos Martell se habían visto arrastrados por la nefasta influencia del castillo, y Maron Sand no tenía intención de seguir su estela.

Los acompañantes de Trant asienten con la cabeza y se marchan. Poco después llegáis a unos portones, con guardias Martell en las puertas, de las que salen gritos y voces.

Vuestro guía hace abrir las puertas y entráis en unas estancias en las que varias personas discuten sentadas a una mesa. Excepto una de ellas, que permanece de pie mientras le grita a otra.

Lográis distinguir con claridad que el hombre que grita es el nuevo Rey de Poniente, Quentyn Martell, y su objetivo no es otro que Lord Tommen, Señor de los Baratheon y de la Casa de la Luz.

El resto de hombres y mujeres sentados en la mesa son las hermanas Obara y Tyene Arena, Lord Arron Qorgyle y un sacerdote rojo.

¡Estúpido! ¿Como se te ha podido escapar ese jodido crío y su madre? Ahora estarán de camino al Nido del Águila, tratando de reunirse con sus fuerzas mientras comienzan a una rebelión contra mí, el verdadero rey -brama Quentyn, furioso. Sobre su cabeza reposa la corona que hace poco tiempo llevaba la Reina Daenerys con orgullo.

Lord Tommen parece querer responder pero se detiene al veros entrar, haciendo un gesto a Ser Gary para que se acerque a él.

La escena no podía ser más aclaratoria. Los nervios de la corona y de un trono recién reclamado aún se sentían en toda la ciudad y aún más en aquella habitación. El joven Seodoc había sido llamado allí mismo, sólo el Rey sabía lo que le depararía. Así que permaneció en silencio, esperando que se dirigieran a él.

Por su mente pasaban muchas cosas pero, por lo pronto, se centraría en sacar toda la información y conclusiones posibles de lo que allí acontecía.

Los nervios del nuevo soberano resultaban evidentes. Aquella sucesión de infortunios parecía no haber cesado en su empeño de dejar una estela de malas noticias tras de sí. Maron se sonrío, incapaz de sentir otra cosa que no fuese una pizca de satisfacción ante la desesperación que pesaba sobre las palabras del soberano.

Disfrazó aquel regocijo con la expresión desafiante y altiva que su condición particular de bastardia le confería. Sus andares resultaban firmes y decididos, tanto como las miradas de soslayo que dirigió a las hermanas Arena antes de concentrar sus oscuros ojos de víbora en las iracundas facciones de Quentyn. Que el heredero al Trono de Hierro se hubiese visto obligado a contar con la ayuda de las Serpientes en las decisiones de estado, era una magnífica noticia. 

Sin demasiados preámbulos, dejó caer su espalda en la pared más próxima con total parsimonia mientras se cruzaba de brazos. Encauzando una mirada llena de gallardía y escepticismo hacia todos los presentes, se limitó a esperar a que aquella perorata inútil finalizase de una vez. 

Hago una pequeña reverencia a la sala y cruzo la sala en dirección a mi señor actual. No puedo evitar mirar al nuevo rey, tan solo unos instantes, lo justo para cruzar las miradas y evaluarlo. Tras eso miro las diferentes personas que se sientan cerca de mi señor para evaluar posibles amenazas.

Cuando llego me coloco detrás de él.

Bienvenidos, os daba por muertos pues desaparecisteis tras el secuestro y muerte de Lord Arryn ¿podéis decirle al rey donde habéis estado y que habéis hecho? -pregunta cordialmente Lord Arron, rompiendo el silencio que ha quedado tras las palabras enojadas del rey y procurando enfocar su ira hacia otro objetivo, vosotros.

- ¿Os habéis entrevistado con el maestre de la compañía en la que viajaba Lord Arryn? - Maron decidió ignorar momentáneamente la orden implícita del comandante de los ejércitos dornienses. Recordaba las palabras que había mantenido con Atreides en el campamento tras ayudar junto al guardián a acabar con la refriega que mantenían los soldados del águila y el venado contra los grupos de mercenarios que orquestaron el secuestro de Meñique. Hasta no ser partícipe del mensaje del joven aprendiz, ningún tipo de información reveladora escaparía de sus labios.