Partida Rol por web

Crabbe escuchó en silencio las palabras de Emma e hizo un gesto de asentimiento. Quería creer que la suposición de la joven Slytherin era cierta.

-No saqué un ocho -matizó el grandullón, con dureza, poniéndose en pie, más recuperado-. Saqué un cinco. Pero el pequeñajo -señaló a Samuel con un rollizo dedo acusador- sacó un ocho al principio. Puede que ahora saquemos otro ocho y puedan regresar esos dos Ravenclaws. El juego dijo eso cuando desapareció el primero.

Crabbe estaba exhausto por la carrera que acababa de pegarse para huir de la quimera. Por suerte para los muchachos se había entretenido devorando a los monos que se habían quedado en el campo de quidditch. Así que, el Slytherin de quinto insistió a Sam para que fuese a coger el tablero o para que recurriese a su magia para atraerlo.

Sam decidió salir por la puerta y tratar de no hacer mucho ruido. Pero en cuanto estuvo a unos pocos metros de la puerta pisó la típica rama seca que nadie sabía quién había puesto ahí. El crujido que emitió la madera llamó la atención de la quimera que proyectó sus orejas hacia Sam para escuchar cualquier posible movimiento mientras devoraba a uno de los primates. Sam se asustó y se dio cuenta de que había metido la pata, así que prefirió apuntar hacia el juego de mesa y recurrió a su conjuro de accio.

Pero entonces ocurrió algo aún peor. La varita de Sam explotó en las manos del muchacho, no se llegó a partir por la mitad pero sí que se agrietó. Aquello solo podía significar una cosa, que el conjuro había salido mal y que la dificultad al lanzar sus conjuros ahora aumentaría muchísimo, por lo que necesitaría más tranquilidad y precisión a la hora de lanzarlos.

Y para colmo de males, la quimera se giró al escuchar el chasquido de la varita. Miró hacia el pequeño Slytherin y su rostro cambió. Aún estaba a varios metros, si se daba prisa Sam podría escapar de ella y evitar ser devorado por el monstruo mágico, pero si tardaba más de lo debido, terminaría muriendo devorado.

-¡Glups! -traga saliva y se queda inmóvil por un segundo, con la vana esperanza de que el animal no lo oyese. 

¡Anda que no! Lo mira con cara de pocos amigos, y a Sam no le queda más remedio que repetir la carrera retrocediendo. SSin perder un segundo, huye de nuevo, aunque esta vez con su varita estropeada.

No ha salido nada bien, ¡maldita sea! -pensaba. Pero eso no era lo peor. Ser devorado por una Quimera, ¡eso sí que no quería probarlo!

Cuando Crabbe advirtió que Sam acababa de llamar la atención de la quimera, supo que no tenía un segundo que perder. Aunando todas sus fuerzas, echó a correr despavorido por el pasillo, con el corazón a punto de salírsele del pecho.

-¡Hay que despistarla, rápido! -bramó el grandullón, entre jadeos.

Mientras corría, desesperado, por los largos pasillos de Hogwarts, Crabbe buscó con la mirada un aula en la que introducirse para ponerse a salvo de la quimera.

La quimera era suficientemente grande como para no caber por la puerta, así que si permanecían resguardados dentro de castillo sería suficiente para librarse de ella. Por eso Crabbe que ya estaba dentro no tuvo que hacer mucho más, pero Sam sí, Sam tuvo que salir corriendo a toda velocidad, al menos todo lo rápido que un niño tan pequeño como él era capaz de correr. La quimera a punto estuvo de encajarle un par de dentelladas si no llegar a ser porque en el último momento logró entrar bajo la protección de la Escuela de Magia.

Crabbe estaba sin varita, y Sam con la suya ligeramente estropeada. Todas sus esperanzas de recuperar el juego se centraban en Emma que parecía estar ausente y a la espera de que lo que hicieran sus compañeros.

Crabbe se rascó la cabeza, con aire pensativo al ver que la quimera no podía entrar en el interior del castillo debido a su gran tamaño. Mientras permaneciera frente a la puerta, al menos no tendrían que preocuparse de que estuviera en otro sitio. "Quizá esa pudiera ser nuestra ventaja" pensó el matón, observando a la enorme bestia.

-He pensado -dijo Crabbe, aún dándole vueltas al plan que se le acababa de ocurrir. Él no era muy dado a pensar, los grandes planes eran siempre los que trazaba Draco Malfoy-. Se me ha ocurrido que uno de nosotros podría quedarse aquí para seguir distrayendo a la quimera. Los otros dos podrían buscar dos escobas y salir al campo de quidditch desde alguna de las ventanas del castillo. Así, podremos recuperar el tablero. Mientras uno se encarga de distraer a esa cosa, los otros dos van a por el tablero. El único problema es que, ahora mismo, la única forma que veo de conseguir escobas es que vayamos a la Sala Común de Slytherin y se la robemos a los chicos del equipo de quidditch. ¿Se os ocurre otra posibilidad?

-¡Buena idea! -se entusiasmó Sam-. Cada alumno tiene su escoba, y a no ser que nos encontremos alguna por ahí olvidada, no creo que haya mucho más margen que ir a buscarlas a Slytherin, que es a donde tenemos acceso. La quimera parece que no puede entrar. Puedo quedarme yo, que tengo la varita mal, pero al menos es todavía varita. A mí se me ocurre que Emma pueda intentar un conjuro reparador con ella, aunque quizás la empeore. ¿Te atreverías a probar? Si sale mal, como la voy a usar contra esas bestias quizás los conjuros errados puedan favorecernos.

Emma se había mantenido en un segundo plano viendo como los planes poco a poco se iban cayendo. Hablaban de escobas, desde luego no era lo que mejor se le daba a Emma. Los miro y escuchó hasta que Sam se dirigió a ella.

-Bueno, aún no lo hemos practicado mucho en clase... puedo intentarlo, pero ¿y si se rompe?-dijo mirando al niño rubio directamente a los ojos.

Ese chico no era como ella, no era malo, no se esntía por encima de los demás ni los trataba mal. Pero si ella estuviera en lugar, no dejaría que uno de primero tratase de arreglarle su varita, todo el mundo sabía que los de primero por mucho que se esfuercen son un poco inútiles.

-Si quieres me arriesgo, pero luego no digas que no lo advertí-recalcó aún sabiendo que encantamientos se le da bastante bien.

-Tenemos que decidir quién se queda a distraer a la quimera y quién va a la Sala Común de Slytherin a por las escobas -añadió Crabbe, en tono grave-. Si se nos rompe la escoba estando fuera... Grrr... Podemos darnos por muertos. Pero es la única opción que tenemos de recuperar el tablero.

El matón observó la varita de Sam y respiró hondo. En esos momentos, todo dependía prácticamente de Emma.

-Seré uno de los dos que salgan con las escobas -se ofreció Crabbe, con un gruñido. No lo hacía por altruismo, sino por el hecho de que si alguien se enterase de que eran los causantes de la invocación de una quimera en los terrenos de Hogwarts, serían expulsados de inmediato. Necesitaban el tablero, y lo necesitaban cuanto antes-. Nunca he volado demasiado bien, pero desde este curso soy bateador en el equipo de quidditch de Slytherin y creo que tengo algo más de experiencia que vosotros. Esto... ¿Cuál de los dos se maneja mejor en escoba?

-Yo no juego a quidditch, y soy un volador normal.. ¿Emma? -preguntó a la chica. Quizás ella tuviese mejor estilo de vuelo que Sam.

No se le daba mal, pero no era cuestión de hacerse el interesante y a la hora de la verdad fallar estrepitosamente. Ya les estaban saliendo las cosas suficientemente mal como para añadir más fracasos.

-Vale Emma -añadió a lo del conjuro reparo-. El todo por el todo. Inténtalo, a ver qué pasa. Confío en tí -la animó, presentándole su varita quebrada. Si se arreglaba, mejoraría todo. Si se volatilizaba, pues quedaba conseguir la de Crabbe y aún seguirían teniendo dos, casi como hasta ahora. Había que ser positivos.

-Puedo quedarme yo a vigilar a la bestia ésta cuando Emma termine su conjuro, y váis los dos a por las escobas. ¡Sea como sea, intentad traer tres!

La chica miró al niño rubio con algo de desconfianza. ¿Por qué confiaban tan rápido en la gente? Ella era desconfiada por naturaleza y no le cuadraba que alguien depositara en ella esa confianza.

-Yo... no soy muy buena volando. Soy de primero, no lo olvidéis, soy buena en los estudios, pero en las cosas de ser hábil me cuesta-explicó la chica apartando la cara algo sonrojada.

Acababa de hablar sobre como es ella y se sentía algo desnuda, como si de repente tuvieran rayos X y pudieran ver lo más interno de ella.

-Intentaré arreglarla-añadió mientras señalaba a la varita del chico con la suya propia y decía el encantamiento sin dudarlo.

Emma practicó el hechizo que hacía poco tiempo que habían dado en clase. Reparar una varita no era igual que reparar unas gafas, no era un truco tan sencillo si lo que se iba a arreglar era un objeto mágico como ése. Por eso, aunque no ocurrió nada grave, tampoco se solucionó el problema. 

La varita de Sam parecía estar menos rajada que antes, pero aún estaba lejos de ser reparada por completo. Un trabajo como ése debía hacerlo un experto en transformaciones o quizá el mismísimo Ollivanders. El problema es que con una quimera en el campo de Hogwarts, y cadáveres de monos repartidos por el de quidditch no parecía que fuera el mejor momento para ir al Callejón Diagon a reparar la varita.

Así que decidieron poner en práctica el siguiente plan. 

Corriendo los tres Slytherin se fueron a la sala de las escobas a coger cada uno la suya. Aún no se habían puesto de acuerdo en decidir quién iba a ser los que salieran en busca del juego y quién era el que iba distraer a la quimera.

Tras recoger las escobas, el grandullón indicó a sus compañeros que se acercaran a una de las ventanas más alejadas de la zona donde se encontraba la quimera.

-Ya has oído, pequeñajo -le dijo el matón a Sam, de forma brusca, agarrándole de uno de sus finos brazos-. Roberts no es buena volando en escoba, y es la única aquí que puede utilizar una varita con seguridad. Creo que debería ser ella quien se quedara distrayendo a la quimera, lanzándole todo hechizo que conozca, mientras nosotros vamos en las escobas. ¡Vamos, Lewis, no podemos perder más tiempo!

-Gracias de todos modos, algo sí se ha reparado -dijo Sam, mirando su varita y el resultado del hechizo de Emma. Al menos esperaba que sus conjuros venideros fuesen menos errados que si no le hubiesen hecho nada.

-Entonces está todo dicho, ¡larguémonos sin tiempo que perder! -comentó respecto al plan de vuelo.

Sam echó a correr hacia la sala común de Slytherin, donde esperaban hallar escobas de sus compañeros de Casa. 

Todo en Howgarts eran escaleras, y eso el joven lo llevaba mal. De diario le resultaba aburrido estar subiendo y bajando escaleras, pero sin duda era algo que contribuía a su buena forma física. Ahora tenían que pasarlas corriendo a toda velocidad, y el cansancio parecía notarse.

Bueno, pues estaba decidido: Emma se quedaría distrayendo a la quimera. No le hacía ni pizca de gracia todo aquello, pero desde luego no había otra opción. Desde una ventana se asomaba a comprobar dónde estaba la dichosa quimera.

-Pero, ¿cuál es exactamente el plan? ¿La vigilo y si decide perseguiros la distraigo? Porque igual ni se fija en vosotros y yo paso de enfrentarme a esa cosa yo sola-dijo a los muchachos con tono de autosuficiencia.

-Roberts, el plan es distraerla desde el primer momento -le explicó Crabbe a la joven Slytherin-. Sitúate cerca de la puerta, en una zona desde la que sepas que la quimera no te puede alcanzar, llámala y empieza a lanzarle todos los hechizos que conozcas desde una posición segura. Cuando nosotros veamos que está concentrada en ti, salimos volando desde las ventanas y vamos directos a por el tablero. -Se dirigió hacia Sam en un tono más grave y añadió-: Tú también lo has entendido, ¿verdad?

Con un gruñido, el matón comenzó a recorrer el pasillo que acababan de dejar atrás y empezó a abrir, una por una, todas las ventanas de aquel ala del edificio, manteniéndose agachado por si acaso la quimera andaba por los alrededores. De ese modo, tendrían una mayor posibilidad de regresar a salvo si la quimera los descubría estando fuera.

Cuando llegó al final del pasillo, Crabbe retrocedió un par de pasos hasta situarse a pocos metros frente a una de las ventanas. Después, montó sobre la escoba e hizo un gesto, levantando el pulgar, indicándole a sus compañeros que ya estaba listo para comenzar.

Con su escoba preparada en el suelo levanta el pulgar, indicándole así a Crabbe y a Emma que estaba listo, y se dirigió a la escoba con su mano abierta.

-¡Arriba! -le indicó para que comenzase a levitar antes de subirse en ella.

Se encomendó a todos sus ancestros magos para que aquello saliese bien, y dirigió su mirada hacia el horizonte abierto ante ellos, donde aquellos monos puñeteros tenían el tablero.

-¡Allá vamos! -dijo, guardando su varita para que no se le volase, pero dejándola a mano por si las moscas - ¡Si ves el tablero avisa, yo también lo haré!

"¿Qué parte de esperar a que Roberts distraiga a la quimera no ha entendido el pequeñajo?" pensó Crabbe, emitiendo un leve gruñido. "Bueno, ya da lo mismo. Cogemos ese tablero y volvemos aquí a toda leche"

El matón le hizo un gesto a Emma, indicándole que era su turno para distraer a la quimera, mientras él se apoyaba en el marco de la ventana, montado en su escoba.

-¡Arriba! -le ordenó, para que comenzase a levitar la escoba.

Acto seguido, se fijó en la zona del campo de quidditch y decidió volar en aquella dirección, detrás de Sam, buscando el tablero con la mirada. Con un poco de suerte, sólo tendrían que recoger el juego y volver al interior del castillo, aunque el grandullón estaba seguro de que las cosas no serían tan sencillas.

Emma aún no había empezado a distraer a la quimera cuando los dos niños ya estaban ansiosos por ir a buscar el tablero de juego. Sam pidió que la escoba reaccionase, pero estaba claro que aún no era para nada un experto en el vuelo, así que no le obedeció en absoluto.

Crabbe ya estaba revoloteando cerca de la sala, en un punto donde la quimera aún no le había visto, pero desde allí tampoco era capaz de ver el tablero de Jumanji. Tendría que acercarse un poco más si quería encontrarlo. Sam, mientras tanto, seguía haciendo esfuerzos por lograr emprender el vuelo, pero no tenía ningún éxito. Quizá sería mejor seguir sin él.

Qué frustración sentía Sam al no poder salir volando como le hubiese gustado. No era fácil, y eso que en las clases de la señora Hooch a veces le salía a la primera.

Sin dejarse llevar por la rabia, deshechó los malos sentimientos y se prometió a sí mismo ser más paciente.

"Venga, tú puedes", pensaba, y volvió a intentar volar para ayudar a Crabbe.