Partida Rol por web

Pese a que intentaba mantener la mejor cara de indiferencia, el ataque-abrazo había resultado más cálido de lo que esperaba, también el alivio de sentir que al menos había merecido la pena meterme en la batalla campal.

¿Cernunnos? ¿El señor astado? -pregunté casi instintivo, pero más importante, me corregí- Estoy bien. Y me alegra ver que tú también. ¿Cómo te has visto metida en todo este lío?

Tuve que esforzarme, no por sonreír, sino porque la sonrisa fuese sólo sutil. Giré hacia la guerrera que me había traído.

Gracias, Brigitte. Seremos unos buenos invitados.

Comenté no sin cierta picardía, había una palabra más precisa pero la cortesía mínima me obligaba a ello, ya que nos habían salvado.

Finalmente miré a Tarvos, y alternativamente a mi mano, con cierta sorpresa de la suavidad del apretón respecto de lo esperado.

Somos amigos, sí. Aunque la verdad es que no sé gran cosa sobre la Orden de la Hoja Caída. Quizá sea repetirte pero ¿podrías contarnos?

Traté de sonar cordial, entrando donde me indicaba. Me puse a ojear las librerías con cierto asombro.

Las librerías están pobladas de todo tipo de libros, ordenados de forma aparentemente aleatoria. Pero Au Fae deja de prestar atención a la habitación cuando Tarvos le contesta.

— La Orden de la Hoja Caída somos las hadas de Otoño que hemos jurado proteger a nuestro Señor — dice sencillamente, con un tono de voz pausado que contrasta con su tamaño. — No es algo que se conozca fuera de este pequeño Feudo, la verdad, así que me sigue sorprendiendo que hayáis oído hablar de nosotros.

Ser la única mortal entre criaturas de fantasía no resultaba intimidar a Mara en lo más mínimo, en el Dal solía rodearse de muchas más pero la presencia de la sidhe era sin duda sobre cogedora. Su porte, la manera en que se movía, era complicado apartar la mirada. E incluso tan insignificante como se sentía bajo su minucioso estudio, Mara mantuvo estóicamente la mirada a esta sin inmutarse lo más mínimo. Bueno, si la hubiera mirado a los ojos al hacerlo, claro.

Sonrió a Tarvos. Quién con su comentario restaba algo de tensión antes de la partida de Brigitte, a la que respondió con un gesto de agradecimiento por su respuesta con un asentimiento de cabeza.

-ajá...- se encontró respondiendo a Au Fae cuando reclamo toda su atención al preguntar por Cernunnos – estos son los dominios del Dios Astado – se explicó sonriendo a su alado amigo aferrada as su brazo mientras Tarvos los guiaba de vuelta al salón – la corte de otoño...me alegro que estés bien...

Al cruzar el umbral la psiquica libero al fae y desvió la mirada soltando un largo suspiro, pudiendo percibirse como sus hombros se hundían al hacerlo.

-ehm...no quiero hablar de ello ahora mismo – apoyo las manos sobre el respaldo del sillón y alzó la mirada en dirección al fae – es...una larga historia que aun tengo que aclarar – declaró pesarosa, aunque en su mirada brillara con una chispa de furia contenida

-no, Tarvos – negó con la cabeza al responder a la pregunta de ogro – no fue el quien me hablo de vuestra orden pero si un amigo común de ambos – miró suspicaz a Au Fae y aunque era una suposición suya estaba convencida que Adríán y Au Fae estaban relacionados.

El cómo lo dejaría para otro momento, dejando que su fértil imaginación diera con ello desechando lo que fuera demasiado fantasioso para ser real.

-pues...eso mismo que ha dicho – remarcó alzando la mano en dirección al ogro – La Orden de Hoja Caída esta formada por los fieles del señor Cernunnos, y al parecer debería ser secreta – remarco no teniendo nada más que decir, si quería saber más debería aprovechar y sonsacárselo al ogro

Fue la última voluntad de alguien importante para mí -respondí a Tarvos, girándome hacia él, los contrastes de aquel tipo eran, en cierto modo, adorables-, aunque la verdad es que no me dio muchas pistas. Por fortuna mi intuición es buena y me trajo aquí.

Luego volteé hacia Mara y mi rostro se volvió un poco meditabundo. No preguntaría por lo que ella no quería hablar, eso lo tenía bastante claro. La amistad iba más allá de esos detalles.

Seguro que nuestro amigo estará encantado de dar más detalles en una noche de margaritas -sonreí con la misma suspicacia, normalmente me haría más el remolón, pero aquella situación era algo vital y estaban los dos solos en un plano hostil en guerra- cuando regreséis a casa. Tu marcha lo ha puesto todo patas arriba. Tenías que ver cómo quedó Darren. ¡Eso me recuerda!

Chasqueé los dedos al recordar algo y alcé la cabeza hacia Tarvos de nuevo.

En la ciudad hay gente que habla de bandos y de una guerra. Al parecer me involucra, aunque yo detesto las guerras -me encogí de hombros-, pero al verme un tipo dijo que ya había elegido bando. Al parecer hay una entidad feérica milenaria que va detrás de un libro y pagó una especie de caballo de bronce bastante valioso. Creo que lo compararon con un Rey de fatas.

Intenté explicar lo que recordaba. Y es que aunque hubiesen pasado sólo unas horas, parecían meses en mi mente.

Ambos contestaron a la pregunta de Tarvos pero la parte de Au Fae la desarmo, no esperando algo así. De ese modo, y gracias a conversaciones más tempranas ese día, confirmaba ciertas conjeturas que había hecho, alimentando otras que le causaban incertidumbre a la hora de querer o no encontrarles respuesta.

Sintió la mirada del fae sobre ella, haciendo que se mordiera el labio como acto reflejo pues no era momento ni lugar para profundizar en como había acabado allí, aunque no necesitara confirmación de ello. Y acto seguido sus ojos se abrieron para parpadear perpleja al segundo siguiente.

-claro...margaritas es lo que necesito – sonrió divertida al recomponerse tras semejante declaración, decidiendo que no le importaban sus conjeturas. Pero si vio necesario matizar algo – cuando volvamos – palideció levemente ante la mención de Darren perdiendo la sonrisa ante una expresión de preocupación – él....-empezó

Pero ante la enérgica reacción del fae se encogió sobre si misma. Demasiado estímulo sensorial tras la calma con el ogro.

-emh...Cernunnos es el señor Sidhe que ha comprado el libro de “Vidas y creencias de la angua Mesopotamía”- señalo poniendo la mano sobre el hombro del Au Fae – y...quien os dijo eso a ti y a Darren, emh – torcío el gesto – fue mi hermano...que parece estar implicado con un dios de la muerte - se racó la nuca incómoda al decir eso en voz alta – al parecer Cernunnos considera que llamar guerra a un conflicto de intereses es algo exagerado – rodó los ojos en resignación al recordar las palabras del dios astado – pero podría alcanzar nuestro mundo si el conocimiento de ese libro o a lo que él lleve cae en malas manos – aún se negaba a hablar de bandos y lo prolongaría todo lo que pudiera.

No le seducía la idea por mucho que Cernunnos se lo hubiera dejado bien claro, más tarde o más temprano tendrían que elegir

Tarvos os miraba, escuchando y dejándoos hablar. Aparentemente se sentía más cómodo así que teniendo que decir cosas él mismo, pues se trataba de una posición más segura en la que no se arriesgaba a "romper" nada por error.

Cuando habláis de margaritas os mira extrañado. En vez de repetir el ofrecimiento que le hizo a Mara sobre el té, frunce el ceño y se decide a hablar. — Si lo que queréis son margaritas, en el claro hay un lugar donde crecen bastantes... — comenta, inocente. — Pero, ¿por qué querréis pasar la noche ahí? ¡Acabaríais empapado por el rocío!

Es un tipo de bebida con el mismo nombre -me apresuré a explicar al pobre Darvos-, quizá otro día venga con una botella para que lo pruebes. Con tu tamaño debes aguantar bien el alcohol.

Traté de mostrarme amable, pero pese a todo y como bien decía mi amiga, 'cuando volvamos' debería ser lo antes posible. Las guerras no estaban hechas para alguien como yo.

¿Tu hermano? -pregunté pensativo- Entiendo. Parece que no le caigo bien, y Darren tampoco. Si está involucrado con dioses quizá deberíamos avisarle lo antes posible.

Luego miré por dónde venía, hacia el exterior.

He visto gente matarse nada más llegar. Yo sí lo llamaría guerra. ¿Acaso no empiezan todas por un conflicto de intereses? A veces hambre, a veces amor, a veces puro orgullo.

Me encogí de hombros. La verdad es que por cómo hablaba de Cernunnos no parecía el tipo de persona a la que me apetecía conocer.

No siempre importa quién empiece, sino quién termine.

Aunque podría parecer que seguía hablando de la guerra, no lo hacía.

Rió divertida ante la respuesta del ogro palmeando su enorme antebrazo en gesto compasivo, hasta cariñoso.

- Pues a mi me suena a algo bastante agradable para los sentidos acabar bañada por el rocío – sonrió a uno y luego a otro. – Bueno no tendremos tequila pero tal vez el señor Cernunnos tenga algún licor que podamos compartir ¿no?

No es que quisiera librarse del ogro, le caía bien y se podía hablar libremente ante él, aunque estaba segura que luego se lo transmitiría todo a su señor. Sí este no estaba ya al tanto de lo que ocurria en sus dominios sin estar presente.

- Sí, mi mellizo – especifico apretando los labios hasta finalmente arrastrar los incisivos por ellos – sería una buena idea...no creo que tenga nada personal contra vosotros, aunque...que sabre yo – su sonrisa se torció en un gesto amargo. – Hace como 20 años que no se de él y ahora...- tomo aire cerrando los ojos tragando la angustia y luego lo soto pesadamente – en cuanto podamos regresar habrá que advertir a Darren

Su cuerpo se tensó siguiendo la mirada del fae al exterior y se abrazo los costados incómoda.

- Tienes razón...solo te digo lo que él compartió – trago grueso y tomo asiento en el borde del asiento más cercano mirando a Au Fae y por un motivo que no alcanzaba a comprender sus palabras calaron más hondo de lo que el alcanzaría a saber.

Cernunnos abrió la puerta de la casa y, para vuestra sorpresa, el interior era mucho más espacioso que lo que habíais imaginado. De hecho, titubeáis antes de entrar, pues sólo el recibidor de la mansión (ahora podéis llamarla así) parece tener el tamaño de toda la casa.

Escucháis un ruido en una de las habitaciones de la derecha y un enorme ogro con un hacha tan grande como Jade atraviesa la puerta para proteger la entrada. Al ver a Cernunnos, se arrodilla rápidamente dejando el hacha a un lado. — Mi Señor... — dice con una voz atronadora.

— Levanta, Tarvos. Supongo que está todo en orden.

— Así es... — Se para a pensar un momento. — Bueno, en realidad tenemos un nuevo invitado. Brigitte lo trajo hasta aquí. Tiene un anillo de la Hoja Caída y es amigo de la señorita Wright.

Una ráfaga de viento pasa a vuestro lado y escucháis en la habitación la voz del niño que os ha acompañado desde el principio.

— ¡Mara! ¡Ahora sí vamos a poder jugar!

Cernunnos sonríe con un gesto casi paternal y os hace un gesto para que paséis con él. Avanzáis bajo la atenta mirada del ogro y llegáis a la puerta de una pequeña sala de estar. En su interior están Mara, que tiene que separarse del abrazo del joven niño del bosque y, sentado a su lado, el joven Au Fae.

La puerta de la casa se abre nuevamente y Tarvos coge su hacha para dirigirse al recibidor. Una vez allí en seguida deja el arma en el suelo y se arrodilla.

— Mi Señor... — dice con una voz atronadora.

— Levanta, Tarvos. Supongo que está todo en orden. — Mara reconoce la voz de Cernunnos, aunque Au Fae sólo escucha una voz varonil, en el tono serio y sereno de alguien que está acostumbrado a ser obedecido.

— Así es... — Se para a pensar un momento. — Bueno, en realidad tenemos un nuevo invitado. Brigitte lo trajo hasta aquí. Tiene un anillo de la Hoja Caída y es amigo de la señorita Wright.

Una ráfaga de viento agita toda la estancia y un niño aparece junto a Mara mostrando una enorme sonrisa.

— ¡Mara! ¡Ahora sí vamos a poder jugar! — Exclama saltándole al cuello para darle un abrazo.

Mara empieza a separarse de él para encontrarse en una postura más digna cuando llegue el señor del Otoño. En seguida aparece en la puerta de la salita, con expresión seria. Pero lo más sorprendente es que, tras él, se encuentran Raymond Grend y Jade.

La sonrisa que se dibujó en mi rostro al ver al niño se convirtió en la expresión de quien recién acababa de descubrir un dolor agudo y persistente en la base del estómago. Y no era demasiado diferente en realidad, sólo confirmaba alguna de mis teorías.

Apenas me fijé en cómo era el señor de Otoño*, cada vez me sentía más oprimido e incómodo. Me acerqué a él y ofrecí tanto el anillo como la nota. Era cuanto debía hacer, ya sabía qué era la Orden y no tenía demasiadas ganas de seguir hablando. Era tan curioso ver cómo las cosas podían cambiar en unos segundos que casi resultaba maravilloso. Me esforcé por no cruzar mi mirada con los nuevos invitados, aunque la verdad es que no pude evitar pararme medio segundo en Jade.

A Raymond le habría gustado poder marcharse de allí, pero obviamente no era posible. Al menos ni intentarlo sin Mara. Pero estar en presencia de aquel ser era agobiante. Su poder, incluso estando contenido, era abrumador. Y si además era realmente quién decia ser, cosa que el mago no tenía ninguna duda, no iba a salir bien en caso de probar suerte. Todavía tenía algún resto de óxido en la mano que se limpió antes de entrar en la casa.
El camino hasta ella además había sido otra muestra, ¿intencionada? seguramente, de poder por parte del Shide. Al igual que el ogro guardian.
Lo que tampoco se esperaba era encontrar a Au Fae allí. Le miró fijamente, con el semblante bastante serio, pero no era aquel momento ni lugar para decir nada. Por el momento al menos.

-La de cosas que nos habríamos ahorrado, incluido el estar aquí, si hubiese sido razonable. Pero claro, con shides de por medio nunca hay nada facil.-

Desvió la mirada a Mara para asegurarse de que estaba bien.

-Srta.Wright. Me alegra verla sana y salva. Por un momento temimos lo peor. Supongo que hemos de agradecerselo a lord Cernunnos. Muy amable por su parte.-

-¡ey!- recibió aquel abrazo gustosa, pudiendo disimular así la incomodidad que sintió al ver entrar a Cernunnos seguido del Señor Grend y ¡JADE! - creo que el juego tendrá que esperar un poco – le dijo con cariño al pequeño cuando se separaban dedicándole una tierna sonrisa tratando que no se le desbocara el corazón ante la aparición

Observó en silencio la actuación de Au Fau, como su expresión corporal cambiaba por completo al acercarse al señor del Otoño y le entregaba algo. Su mirada bailaban entre ambos shides y el mago junto a su amiga, casi sin atreverse a dar un paso que rompiera esa quietud. Hasta que el señor Grend.

-perfectamente – replicó – el señor Cernunnos ha sido un anfitrión impecable y ha cuidado que no me sucediera en sus dominios, lo que agradezco con creces teniendo en cuenta lo inesperado de mi intrusión – añadió sin dirigirse a nadie en particular pero si acercándose hasta alcanzar la altura de Jade - ¿qué diablos estas haciendo aquí? - le pregunto en confidencia a a su amiga para luego dirigirse al mago - ¿y a usted como se le ocurre traerla aquí?...de verdad no se a quien de los dos debería amonestar antes por esta locura

Jade se mantuvo en silencio, observando todo a su alrededor con el cuidado de una académica, pero también con el cuidado de quién sabe que hay un elefante en la cristalera… Siendo la cristalera ella y el elefante todo lo que les rodeaba en Otoño.

Enarcó una ceja hacia Au Fae, pero enseguida una sonrisa de oreja a oreja iluminó su rostro cuando vio a Mara acercarse, - Es lo que ocurre cuando una se larga a las tierras feéricas sin dejar siquiera un numero al que llamar – respondió con una sonrisa, aunque su tono se teñía también con preocupación, - ¿Estas bien? ¿Por qué estas aquí? ¿Qué ha ocurrido? - preguntó, observando a su amiga de arriba a abajo para asesgurarse.

No pudo más que sonreír con cierta amargura a la replica de su mejor amiga y responder brevemente, era lo menos que podía hacer estando en esa situación por su culpa... en parte.

-Si, lo estoy no te preocupes. No tengo ni idea – aunque al decirlo no pudo evitar dar un vistazo de soslayo a Cernunnos volviendo de inmediato a Jade – Nada, ya habrá tiempo

El sidhe cogió el anillo y la nota que le ofrecía Au Fae, la miró e hizo un gesto de reconocimiento sin necesidad de leerla.

— Por favor, siéntense — dijo señalando los dos sofás y entrando en la habitación para ocupar una de las butacas al lado de la mesa. — Hablemos tranquilamente.

Espera a que toméis asiento mientras Tarvos, el enorme ogro, se coloca detrás de él con el niño a su lado. El inquieto pequeño no dejar de hacer amagos de trepar por la pierna de la inmensa criatura, que le separa con paciencia cada vez que se acerca.

— Veamos, resumiendo un poco la situación, su amigo, el dueño de la tienda de antiguedades mandó aquí a la señorita Wright por motivos que desconozco. Au Fae la siguió hasta aquí, mostrándole el símbolo al guardian para poder acceder a mi feudo — dijo mirando al joven changeling para confirmar sus palabras que, aunque escasas en detalles, no dejaban de ser ciertas. — El señor Grend y... ¿Jade? — dice mirando a la pareja y dándose cuenta de que la chica aún no se ha presentado como es debido — vinieron también a buscar a su amiga, a través de un portal creado con magia feérica — hay cierto tono de reproche en su voz, tal vez por lo que le ha contado el chico sobre el ritual que realizó el mago para localizar a Mara o por algún otro motivo. Con este tipo de seres nunca se sabe.

Miró un momento al grupo, parándose a estudiar a cada uno de ellos.

— En otras circunstancias podría pensar que el destino les ha traído a todos aquí. Pero, sabiendo que la señorita Wright llegó en contra de su voluntad, diría que más que al destino, su presencia se debe a la voluntad del dios oscuro al que el anticuario representa. — Sus palabras dejan claro el origen de los poderes de Darren, cosa que no es necesariamente conocida por todos los presentes, así que el sidhe se fija en vuestras reacciones a sus palabras.

— Pero, por lo que sé de los humanos, la mayor parte de las veces no importa el motivo por el que han llegado a un lugar, sino qué van a hacer a partir de ese momento. A pesar de que vuestras mentes son débiles y susceptibles al control externo, si no se encuentran dominadas también han demostrado a menudo poseer una fuerza de voluntad inusitada. Así pues, les planteo una pregunta. ¿Qué pretenden hacer ahora que están aquí?

De repente mira la mesa y frunce el ceño. — Pero, ¿dónde están mis modales? — Chasquea los dedos y, a los pocos segundos una joven, que Mara ya conocía, se acerca con una bandeja que deja sobre la mesa. En ella hay una jarra con cinco vasos no muy grandes y una fuente con varios tipos de frutas y frutos secos, no todos ellos reconocibles.

Raymond torció la boca cuando Cernunnos comentó cómo había llegado Mara allí. No es que le pillase totalmente de sorpresa, pues algo se imaginaba, pero confirmarlo le hacía sentirse aún peor por el hecho de que Darren no quisiese admitir nada ni pedir ayuda. Sacudiendo la cabeza miró a Au Fae.

Con lo fácil que habría sido con tal de no ser tan cabezota. Son tal para cuál.

No obstante se concentró en el Lord Shide. El mago no veía el sentido a andarse por las ramas. Si quisiera podría destruirles a todos con muy poco esfuerzo.

Lo que hicera el anticuario, o por el qué, me temo que queda para él. No sé, ni quiero saber el motivo.

Si la mención del dios oscuro le pilló por sorpresa no lo demostró. O ya sabía de la entidad, o no le importaba.

La srta. Keen y yo hemos venido, como bien dice, en busca de la srta. Wright.
A quién al parecer el destino no para de poner en su camino, me preguntó por qué. Al menos en esta ocasión la ha cuidado y no dañado, lo cuál le agradezco.
No sé por qué tanto interés en ese libro que busca, pero eso ya no es asunto mío. Mi único interes ahora mismo es que nosotros tres podamos volver a nuestro mundo. Sanos y salvos obviamente. Tengo asuntos que atender y que ya he demorado demasiado con todo lo sucedido.

Cuando escuché lo de la fuerza oscura, mi tensión se tornó evidente, pero no dije nada. Seguía en silencio, escuchando a unos y otros, con una incomodidad más que evidente. No me sentía con ganas de sonreír ni celebrar, pese a que había conseguido adivinar qué era la orden, ahora había gente metida en el lío por mi culpa, metida en una guerra.

Yo sólo quería adivinar qué era la Orden de la Hoja Caída, y supongo que entregaros esas pertenencias.

No soy un guerrero. No me gustan las guerras. Este lugar no es seguro.

Así que pretendo regresar también.

Aclaré. Sentía un nudo en el estómago hasta el punto que, pese a que al ver las frutas se me ocurrieron miles de posibles combinaciones y sabores desconocidos, no me animé a probar. Sentía cierto mareo también, probablemente a causa de la tensión. Tampoco quise discutir sobre mi clara debilidad mental, por mucho que él dijera lo contrario.

Volvió a tomar asiento en el mismo lugar en que lo había hecho tiempo atrás en la única compañía de Tarvos, ahora lo hacía junto a Jade, a quien había tomado del brazo y no pretendía soltar por nada del mundo hasta que estuvieran de vuelta.

Sentía una vertiginosa sensación de deja vú mientas escuchaba a unos y otros sin añadir palabra algunas, tan solo se limito a fruncir el ceño cuando hablo del otro, claramente consciente de a lo que se refería. Evito pensar el interrogatorio que le esperaría al regresar, sin duda iba a necesitar mucho margaritas para superar aquel día.

-temo que no era intención del señor Cernunnos dañarme en nuestro primer encuentro, no a mí – declaro a modo de disculpa y un ligero tono de reproche porque a fin de cuentas a quien esperaba dañar compartía su misma sangre – nosotros cuatro – replico al mago – todos han venido aquí a por mi y todo regresaremos

No tenía mucho más que decir, habría querido tener ocasión de hablar con Cernunnos nuevamente en privado y haber cumplido su palabra para con el pequeño, aunque fuera una sola vez. Ahora le parecía que todo se había complicado demasiado como para permanecer más tiempo bajo la neutral protección de su anfitrión.