Partida Rol por web

La chica no se fia mucho del comentario del conductor, le da la impresión de que les miente o que tiene interés porque entren en la licorería...su actitud es cada vez más sospechosa.

-¿Eberburg?- Repitió Bobby con una voz que le salió más chillona de lo que le hubiera gustado. Aquello no era una perspectiva en absoluto prometedora y para nada halagueña. Entonces miró su móvil, era su única opción.

¿Aquello era Eberburg? ¿Qué clase de loco querría comprar un billete hasta ahí? Y sin embargo allí estaba, pero porque ni se imaginaba que el destino sería ese "local-lo-que-sea". Pensó, con mucha razón seguramente, que cualquier otro lugar hubiera sido mejor que ese.

El caso es que se encontraban ahí parados sin transporte, rodeados de niebla y con la escasa luz del sol cada vez más tenue por la llegada de la noche, aparentemente sin cobertura de telefonía móvil y sin poder hacer nada más que esperar a que el antipático del conductor solucionara algo la situación.

Sí; sin duda una cerveza bien fría era justo lo que necesitaba.

Menuda mierda de sitio. Pero ahora mismo era mejor que permanecer cerca del jefe y sus chicos.

Lo de la cobertura del móvil le traía sin cuidado. Había tirado el suyo a una papelera varias manzanas antes de llegar a la parada. Nada de teléfonos, nada de tarjetas, sabía como funcionaba el sistema para mantener localizada a la gente que utilizaban en los bajos fondos.

Posiblemente terminarían encontrándole, pero no se lo pondría fácil a aquellos bastardos.

Desde luego Eberburg no tenía pinta de ser un paraíso, pero serviría para desconectar un poco de aquel eterno viaje, además de estirar las piernas.

Kenneth siguió los pasos de Christie y no pudo evitar notar la cojera que tenía. Sin dudarlo, se puso a su lado.

- ¡Hola! Soy Kenneth. ¿Vas bien? ¿Te ayudo con la bolsa? - le dijo sonriendo mientras andaban - Esa pierna parece darte la lata, si me permites la indiscreción.

Ante la respuesta del conductor Ros se volvió incrédula al no ver rastro de un pueblo encantando más allá de la solitaria estación de servicio. Se encogió de hombros y miró al resto del pasaje que se apresuraba en ir al bar como chiquillos en el recreo.

¿Se dirigían ellos también a este lugar o esperarán que el autobús de sustitución les recoja? No parecen muy preocupados por tenerse que apear allí.

Esas dudas pululaban por su inquieta mente así que se decidió a acompañarles a ver si se enteraba de a donde se dirigían.

- A nadie parece habernos sentado bien este viaje - respondió al tal Kenneth dibujando una medio sonrisa desganada en sus labios - Pero tranquilo; puedo arreglármelas bien - rechazó así su ayuda sin entrar en más explicaciones, por otro lado completamente innecesarias en aquel momento - Christie - se presentó mientras tendía la mano a Kenneth.

Sigue el hombre de la camiseta amarilla que comienza a hablar con la chica de la cojera, él se llama Kenneth y ella Christie...debe recordarlo para más adelante.

- Morgane, dice aunque no le han preguntado pues parece maleducado no hacerlo. ¿No os parece raro el comportamiento del conductor?

-Ese tipo es raro desde que nació- contestó metiéndose en la conversación -Raro y bastante gilipollas- añadió con una carcajada. Estaba claro que nunca serían amigos.

Se aproximó a la chica inquietante de pelo blanco. 

-Soy Terry, enchanté- dijo con una reverencia. Nunca había sido especialmente carismático, pero al menos era gracioso.

Más por sentirse solo y consciente de que así pocas posibilidades tendría, el joven Bobby se aproximó al grupo confiando en así formar parte de esa piña que estaba naciendo.

Mientras el conductor se queda en el exterior, intentando ponerse en contacto con la compañía de autobuses, todo el pasaje opta por hacerle caso y entrar.

Ebernburg consistente en poco más que una tienda de pueblo, que también funciona como oficina de correos local, como podéis apreciar por el logo del Servicio Postal.

A estas horas de la tarde no hay más tráfico en la carretera por la que habéis llegado hasta aquí y solo un único sedán, y modelo antiguo además, está aparcado junto a la tienda. Es muy obvio que el lugar no es una bulliciosa metrópoli.

Un letrero sobre la puerta principal identifica el lugar como ‘Reinhard’s Store’ en pintura blanca desconchada. Un banco flanquea la puerta por la izquierda, junto a una cabina de teléfono y una farola, bordeando la pequeña zona de aparcamiento que ahora mismo solo otro vehículo ocupa además del bus.

Al cruzar el umbral de la tienda hacéis sonar una campanilla que cuelga del dintel. Adentrándoos un poco más, encontráis un pequeño surtido de tentempiés, herramientas básicas generales y una limitada colección de aperos de pesca o caza. Tras el mostrador puede apreciarse un estante no demasiado grande, cerrado, con rifles de caza y un par de escopetas.

Al poco rato de oír el ruidito de la campanilla surge una mujer de la trastienda.

- Buenas tardes, mi nombre es Sheila, bienvenidos a Eberburg. ¿En que puedo ayudarles?

Junto a la caja registradora hay un pequeño buffet, pero los contenidos parecen limitarse a unos cuantos trozos
de pollo frito chorreante de aceite, mazorcas a la parrilla y pan de maíz.

La oscura tienda sacada de otra época trae a Ros recuerdos de su infancia cuando iba con su padre a pescar al reservorio Quabin a pescar cuando le tocaba la custodia. Muchas tardes pescando y muchas noches observando la negrura del cielo salpicada de brillantes estrellas. Tanto tiempo en la ciudad a veces se le olvidaba como era la “América profunda”, tan diferente, tan gutural.

- Hola Sheila, me llamo Rosmary Milsten, pero puedes llamarme Ros. – dijo con una sonrisa sincera – Acabo de llegar en el autobús y me gustaría saber si hay algún albergue o alojamiento en el pueblo. He venido a pasar unos días por aquí.

Tras estrechar con firmeza la mano de Christie, empezó a escuchar al resto de miembros de aquel variopinto grupo presentarse, intentando quedarse con sus nombres.

De reojo pudo ver a lo lejos varias granjas, a menos de media milla. A pesar de parecer abandonadas, estaban recientemente labradas, lo cual llamó la atención de Kenneth, pero sin darle mucha importancia siguió al resto.

Aquel pueblo no le hacía mucha gracia, no esperaba una gran ciudad tampoco, pero si que esperaba algo más de movimiento, a pesar de las horas.

La tienda no parecía muy concurrida y, aunque tenía hambre, prefirió no preguntar por aquellos tentempiés. 

- Buenas tardes - respondió a la dependiente, justo antes de que interviniera la chica que no se separaba de su cámara de vídeo.

- Hola Sheila, me llamo Rosmary Milsten, pero puedes llamarme Ros. – dijo con una sonrisa sincera – Acabo de llegar en el autobús y me gustaría saber si hay algún albergue o alojamiento en el pueblo. He venido a pasar unos días por aquí.

- Y un bar o cafetería tampoco nos vendría mal, la verdad... - completó. 

-Realmente cualquier sitio para echar un trago y sentar el culo en algo que no se mueva constantemente me valdría- añadió a la petición de los dos anteriores.

Estaba claro que en aquel antro ni comería ni bebería nada de calidad, pero a aquellas alturas del viaje cualquier cosa que le llenase las tripas sería bien recibido. Aunque fuese meado de rata, siempre que fuese meado de rata con alcohol.

- Buenas noches, dice la chica entrando observando todo alrededor. No siente la necesidad de presentarse aunque parece que sus compañeros sí. Preguntado por albergues y cafeterías así que ella las necesidades básicas estarán cubiertas. Se acerca al mostrador con comida pero la cantidad de grase y fritanga le disuade de comprar algo de allí

Christie saluda a la dependienta con un gesto de su cabeza mientras echa un vistazo general a los interiores del local, deteniéndose algo más en el estante con armas de fuego, lo cual no intenta ni disimularlo. Ciertamente había visto comida más suculenta que la que, a primera vista, ofrecían allí, pero no pudo evitar que le entraran ganas de comer ya que apenas había probado bocado en todo el día.

Como ya habían formulado la pregunta relativa a donde beber algo, simplemente esperó a que la contestaran.

Ya era hora, un fin de semana con tu chico, a lomos de su moto, lejos de tu familia que te agobia. Por supuesto ellos no saben que te has marchado al norte del estado, junto a él, para ir a una concentración de moteros. Creen que estás en casa de unas amigas y ellas te cubren las espaldas.

Tienes en mente un montón de nuevos diseños para tatuar a sus amigos. Brian y tu os conocéis desde hace unos meses. Desde que entró en el estudio en el que acababas de empezar a trabajar.  Porfin habías cumplido tu sueño y este era poder ejercer de lo que era tu pasión, ser tatuadora. Siempre se te había dado bien dibujar, pero dejar tu marca, tu seña de identidad, tu estilo sobre la piel de alguien para siempre, era algo que te encogía el corazón. 

La concentración de moteros no quedaba muy lejos, por desgracia algo no te ha sentado bien ya sea la comida, las curvas de la carretera o la jodida anemia que siempre te fastidia los planes. La cuestión es que os habéis tenido que separar del grupo y salir en la primera desviación, a un pueblucho perdido, para poder ir al servicio, tomarte tu medicina y respirar algo de aire fuera de ese casco claustrofóbico de moto.

Cogéis el primer desvío por un camino de tierra pedregoso. Llegáis hasta un lugar bastante despoblado. Un cartel oxidado reza "Welcome to Ebernburg". al final del camino parece haber una especie de tienda, gasolinera o pequeña estación de servicios... quien sabe. Aparcados allí cerca hay un sedan, es un coche del año de la pera y también un autobús que parece estar estropeado. 

Aparcáis la moto cerca del autobús y veis como hay un hombre con cara de pocos amigos con la cabeza metida dentro del capó que está abierto. Parece estar intentando llamar por el móvil a su seguro para avisar al servicio de asistencia en carretera... o vete tu a saber.

Un letrero sobre la puerta principal identifica el lugar como ‘Reinhard’s Store’ en pintura blanca desconchada. Lo que si sabes es que necesitas ir al servicio con urgencia. De reojo ves como en un lateral de la tienda hay otro cartel que indica que sí, efectivamente tienen servicio. Ves el cielo abierto y te bajas de la moto con la idea en mente pedir las llaves del servicio al dependiente...  

En cuanto te bajas Brian, apaga el motor de la motocicleta y pone la pata para que se sostenga sola. Se quita el casco para dirigirse a ti, que todavía lo llevas puesto - No tardes mucho que nos están esperando. Mientras me fumo un cigarrillo... y ves como se enciende uno antes de que puedas darte cuenta. 

Una mala costumbre que algún día esperabas conseguir quitarle. Si algo odiaba Brian de ir en moto es no poder hacerlo mientras fumaba. Era la única pega que le ponía a ir en moto.