Partida Rol por web

Hay algo realmente extraño en toda esta escena. Es como si hubiera alguien más en esta sala, algo más. Ese algo parece moverse alrededor de la figura de Claudette, acechándola, como un remolino invisible que cada vez se acerca más y más a ella. En un determinado momento, la luz de la linterna de Claudette parece parpadear de un modo casi imperceptible. Entonces, dejas de percibir esa extraña presencia. Sea lo que sea, se ha marchado. ¿Qué demonios era?

Y de pronto, algo ocurre. Aunque está muy oscuro para que puedas distinguirlo con seguridad, te da la impresión de que el cabello de la parte trasera de la cabeza de Claudette empieza a moverse de un modo extraño. Se retuerce y se arremolina en dos puntos, apartándose y creando dos oquedades, muy similares a dos cuencas oculares. Tienes la certeza absoluta de que algo te está mirando fijamente desde esos dos pozos oscuros, algo de una maldad fría e implacable. Sin embargo, Claudette sigue sin moverse, murmurando lo que sea que esté diciendo…

El espanto que mis ojos están contemplando me hace dudar de mi propia cordura. Abro la boca para avisar a mis compañeros, decirles que no se acerquen, que huyan, pero el miedo atenaza mi garganta y lo único que logro articular es un suspiro ahogado. Me retiro de la puerta por puro reflejo de conservación, mientras mi mente no puede dejar de repetirme lo mismo una y otra vez:

Me ha visto.

Bill, te alejas de la puerta con todo el sigilo que te permiten tus temblorosas piernas, sin atreverte a pensar demasiado en lo que acabas de ver. Una fuerza invisible sale a toda velocidad de la habitación, pasando a través de ti y llenando tus fosas nasales de un hedor imposible de definir: huele a frío, a humedad y a oscuridad, y también a maldad, a sangre y a muerte. Un frío helador te envuelve durante unos momentos, dejándote sin habla, para acabar por atenuarse tan solo unos segundos después, aunque te ha dejado una sensación palpable y pegajosa en la ropa. Y entonces...

Ladridos.

Los perros empiezan a ladrar ruidosamente desde la entrada de la mansión, formando una algarabía estruendosa que puede oírse desde cualquier rincón de la casa. Súbitamente, como si acabara de despertarse de un largo sueño, Claudette da un leve respingo y deja de cuchichear. Suelta un sonoro bostezo y se da la vuelta.

—¡La madre que...! —empieza a maldecir Claudette ante el alboroto del ladrido de los perros. Sin embargo, en cuanto sus ojos se topan con los vuestros, un brillo de sorpresa aparece en su cara, parcialmente oscurecida por la penumbra en la que se halla el escritorio.

—¡Dios mío! ¿Os encontráis bien? —os pregunta Claudette, alarmada, mirando su reloj—. Nueve menos veinte... Hace mucho tiempo que han llegado los demás. Estábamos pensando en salir a buscaros, por si os había pasado algo. Menos mal que estáis sanos y salvos...

En el exterior, los perros no dejan de ladrar y gimotear. ¿Qué les sucede?

Permanezco tensamente expectante cuando la puerta se abre lentamente y mis compañeros empiezan a mirar en su interior. Bill es el que parece más decidido a escudriñar su interior pero todos podemos ver desde donde estamos que hay alguien de espaldas, en el estudio. Susurra algo. Como quien está realizando sus últimas oraciones. Por un momento, parece otra persona pero la lógica nos dice que es la ayudante de la doctora aunque parezca fuera de sí.

Los ladridos de los perros nos sobrecogen, o al menos a mí sí, dándome un vuelco al corazón. Estaban tan callados que casi se me había olvidado que seguían ahí. Parece que esos mismos ladridos han espabilado a la ayudante de la doctora Beckett, ya que se da la vuelta y se dirige hacia nosotros como si nada. Más bien, con preocupación. Me quedo mirando a la doctora y a mis compañeros sin comprender nada. Nos pregunta si nos encontramos bien. Lo mismo me gustaría preguntarle a ella.

-Ha sucedido algo inesperado en el bosque. ¿Y la doctora? ¿Dónde está? Queremos hablar con ella.

Mi voz suena con una mezcla de miedo y de indignación. La doctora tiene que saber lo que se esconde en sus terrenos. Esos pirados deben ser detenidos por la policía. Y luego encima está el tema de haber matado a uno de los del grupo. Ahora que pienso…

-¿El resto de los grupos han llegado bien?

—Ahora llamaré a Beckett, pero decidme, ¿cómo es que habéis tardado tanto?

Claudette te mira con cierta sorpresa cuando haces tu segunda pregunta.

—Sí, han llegado todos. Están allí —Se gira y señala a la puerta del comedor—, cenando. Por cierto, ¡estaréis hambrientos! ¿Por qué no pasáis y coméis algo?

Hay algo muy raro en toda esta situación. ¿De verdad todos los participantes de la actividad están en el comedor, cenando como si nada? ¿Habrá sido todo una alucinación? Si es así, ¿cómo es que algunos de vosotros estáis heridos? Y lo peor de todo, ¿cómo es que Claudette no reacciona de ninguna manera al ver vuestras heridas, especialmente las de Bill y Adam, que son tan evidentes? Por no hablar de que vuestra ropa está empapada de agua sanguinolenta...

Miro a Claudette receloso, sin saber muy bien si he de desconfiar de lo que mis ojos acaban de ver... o de ella. Una sensación de indescriptible desasosiego se aferra a mi estómago como una tenaza caliente, y experimento la súbita revelación de que lo peor está aún por llegar.

—En realidad, antes preferiríamos ver a un médico, o a quienquiera que se encargue de atender a los heridos... Tres de nosotros estamos bastantes tocados.

Digo esto sin estar muy convencido de si realmente es sensato dejar que me atienda alguien de aquí.

-Mejor aún, queremos ver a la doctora Beckett, ¡y que nos den un puto teléfono que funcione para hacer una llamada! ¡Más de una llamada, de hecho!

La incertidumbre y el miedo dan paso a la ira. No quiero una hoja de reclamaciones, quiero el libro entero, para hacérselo tragar a la doctora después de romperle todos los dientes.

—¿Heridos? Ah... Sí —responde Claudette, con la mirada perdida y una sonrisa débil y absurda—. Esperad un momento. Voy a buscar a la doctora Beckett. Ella responderá a todas vuestras dudas.

Sin decir nada más, Claudette se dirige hacia las escaleras y sube pesadamente por ellas, como si le costase bastante esfuerzo, apoyando la mano en el pasamanos. Segundos después, ha desaparecido en el piso de arriba, y todo lo que queda es un absoluto silencio, roto únicamente por los gañidos de los perros. Todo es muy extraño...

Pasa alrededor de un minuto, y oís unos pasos en la madera vieja del piso de arriba. Claudette vuelve a bajar la escalera, acompañada esta vez por Jocelyn Beckett, que os mira con una amplia y expresiva sonrisa.

—¡Bienvenidos! —exclama Beckett al veros—. Empezábamos a preocuparnos por si os hubiera pasado algo, pero me alegra ver que estáis sanos y salvos. Espero que lo hayáis pasado muy bien en el bosque... Pero venid. Pasad al comedor. Seguro que estaréis deseando comer algo. Ya habrá tiempo de que me contéis vuestra experiencia cuando hayáis repuesto fuerzas. Decidme... ¿Os habéis encontrado con vosotros mismos?

Tiene que estar de broma.

—¿Sanos y salvos? ¡Y una mierda! —digo levantándome la camiseta para enseñar la herida que cruza mi costado—. ¡Mire lo que nos han hecho esos putos chalados! En su experiencia como doctora, ¿diría usted que estamos «sanos y salvos»?

No espero a que me conteste. Me acerco a la doctora hasta casi sacarle un ojo con la nariz.

—¡Ahora mismo nos va a dar todas nuestras cosas, y más vale que nos explique qué coño está pasando aquí!

Qué obsesión con el comedor y con que comamos algo. ¿En serio debemos de tener aspecto de famélicos? ¿No ven nuestras heridas? Y para colmo Beckett hace como si nada. Me está empezando a tocar las narices esta actitud despreocupada. Si están puestas hasta el culo de maría, tiene un pase, pero que al menos lo compartan como parte de la terapia. Preferiría eso a que nos ataquen un grupo de zumbados psicópatas en el bosque. Sea como fuere, a Bill parece que también le están tocando los… la moral. Me dirijo también a la Doctora Beckett, aunque no tomo tanta aproximación como Bill.

-¡Puta chalada de los cojones! –hasta entonces he sido tan dócil que me cuesta creérmelo hasta a mí- ¿Que si nos hemos encontrado con nosotros mismos? ¡Y una mierda! ¡El bosque está plagado de maníacos asesinos que han intentado liquidarnos, joder! –miro a ambas alternativamente, con esa expresión de enfado aún en mi rostro y usando un tono bastante alto de voz- ¿¡Es que no queréis daros cuenta o nos estáis ignorando a propósito!? ¡Casi nos matan!

Me quedo con los brazos en jarra, apoyando las manos en las caderas y con esa expresión de ira en mi cara. “Me vendrá bien desconectar”, pensé antes de venir aquí. “Podré meterme de mierda hasta el culo”. Pues no. Menuda cortada de rollo está siendo la visita.

Estoy tan enfadada que olvido por completo el terror que sacudía mi cuerpo minutos antes cuando no sabíamos quién había en el despacho, nada más entrar en la casa.

Aquí hay algo que no va. Los perros no cesan de llenar el aire de gañidos. están inquietos. Aquí está pasando algo más. Mucho más de lo que parece.

Me giro a la noche, pero sólo veo oscuridad y niebla. Nada más. estoy furioso y trato de contenerme, pero me cuesta una barbaridad. Además, Adam no cesa de gimotear y eso me exalta aún más.

Veo a Claudette ascender por las escaleras como si le costara muchísimo, como si su cuerpo pesara una tonelada. Y Beckett parece recién bajada de una nube de LSD.

El tigre ruge.

Estoy harto.

A la mierda el control.

Agarro a Adam por el pescuezo, lo levanto en vilo y lo arrojo ante las dos mujeres. Gimotea y aulla desde el suelo un montón de quejas y suplica ayuda y asistencia médica.

Personalmente, la única asistencia médica que le dedicaría sería un tiro de gracia.

-Estoy hasta los cojones de vuestras historias psicodélicas, Beckett -Doy un par de pasos hacia ella y me contengo de nuevo, tanto que me comienzan a temblar los puños. ¿Por qué cojones estoy deseando atacar de esta manera?-. Para empezar, lo único que hemos encontrado en ese puto bosque es una panda de tarados que casi nos aniquilan, como ya len han dicho Bill y Kim. Pero aquí está pasando algo que nos ocultas Beckett. ¿Qué juegos hay aquí: experimentas con drogas psicotrópicas, es un programa de estudio del estrés financiado por el Tío Sam, o qué? ¿Por qué hay un tío enorme de gris que aparece y desaparece a su antojo y al que hasta los perros temen?

Aguardo un momento en una inflexión dramática más por recuperar el aliento que por esperar una respuesta.

-Llame al FBI, Beckett, o lo haré yo, y no es ninguna amenaza. Es una promesa.

Sigo con ganas de saltarles encima y aplastarles las cabezas contra el suelo... a las dos.

El tigre quiere sangre, y no sé si lo voy a poder contener, porque sigo sintiendo el aire enrarecido, con esa sensación de desasosiego que no sé explicar y que me pone terriblemente agresivo.

Aquí pasa algo, y no es natural, pero aún no sé qué es.

El rostro de Beckett no podría expresar más confusión. A medida que uno y otro vais hablando, su expresión pasa paulatinamente de la sorpresa al enfado, y finalmente el desconcierto más absoluto. Parece como si no entendiera palabra de lo que estáis diciendo.

—A ver... ¿Qué es eso que decís de que os han atacado en el bosque? Eso es imposible. Nos aseguramos de que cada grupo vaya guiado por un miembro de confianza que ya haya participado en varias actividades y controle a los demás, precisamente para que nada de eso pueda ocurrir. En el caso de que haya un conflicto, cada uno de esos responsables de grupo dispone de una radio para comunicárnoslo inmediatamente. Y sí, admito que algunas de esas magulladuras y rasguños que tenéis son un poco feos, pero no parece nada serio. Seguramente hayáis tenido un accidente y... y ahora estéis un poco conmocionados. Repito, es absolutamente imposible que hayáis sido atacados, porque todos los demás están aquí desde hace muchas horas, y nadie ha informado de nada extraño. Lamento si esta experiencia no está siendo lo que vosotros esperábais, pero no podéis culpar a otros de vuestra incapacidad para adaptaros a las actividades propuestas. Y siento si mi respuesta es un poco cortante, pero me siento atacada por vosotros, y sin motivo. Y, señor Logan... —Beckett te observa encogiendo los ojos detrás de sus gafas, con un brillo extraño en la mirada—, estaría encantada de llamar al FBI si no fuera porque aquí no disponemos de cobertura telefónica. Es una verdadera lástima, porque a lo mejor así podría contarles lo que le hizo a ella...

Beckett os mira a todos de hito en hito, con las manos en jarras. Una sonrisa de triunfo y absoluto desprecio asoma a una boca que, no os habíais fijado hasta ahora, parece un poco demasiado grande. De hecho, sus ojos también os parecen algo mayores de lo normal, y sus brazos y piernas se os antojan más largos...

A ella...

Me lo estás remarcando demasiado, puta. Eres un dechado de virtudes psicológicas y verbales, zorra, pero no eres tan buena como yo. No tengo sutileza, no soy delicado, y de diplomacia, cero. Pero te huelo, disparas mis instintos, y me cuesta controlarme más y más...

Pierce, deja de controlarme, abre la jaula y deja que tome el control. Seré rápido, lo sabes. Sólo un segundo para saltarle encima y otro para arrancarle de cuajo el garganchón. Además, no sé por qué, pero parece estar transformándose ante nuestros ojos, como en un relato de Ramsay Campbell.

Y se transforma en algo que ya conozco, en esa forma fantasmagórica que ya he visto con anterioridad, en esa criatura alargada que inspiró el terror en los corazones de los perros, animales que no conocen el miedo, temblorosos como bebés.

Su simple olor ya me resulta insoportable.

Quiero sangre, Pierce, quiero bajar de la montaña y devorar...

Échate a un lado, nene. La cosa se va a poner muy fea.

Esto es una locura. Cada vez que parece que lo vamos a conseguir, ocurre algo más extraño y espeluznante que lo anterior. Si no fuera porque los cinco estamos pasando por esto, pensaría que no puede ser real. Miro a mis compañeros, y veo como uno a uno, todos van perdiendo la cabeza. La única que aún parece bastante entera es Eli, pero quién sabe. Tal vez en su interior sea la que peor lo esté pasando. Pero el que sin lugar a dudas más miedo me da es Pierce. Parece que le haya entrado la locura de la guerra, o algo así, como si lo único que viera fuese sangre y muerte. El pobre desgraciado de Adam Schulz gimotea y se retuerce a los pies de una doctora Beckett que no parece la doctora Beckett.

¿Qué está pasando? Quiero que esto se acabe.

Desde luego, no se puede ser más cínica. ¿«Magulladuras y rasguños»? ¿De qué va esta tía? No sé si reírme en la cara de esta lunática o reventarle la boca de una patada. Seguramente haga las dos cosas. Pero lo más desconcertante de todo es que la muy loca no parece ir de coña. O se tiene su papel muy bien aprendido, o aquí está pasando algo muy raro. Maníacos con motosierra y apariciones fantasmagóricas aparte, claro.

La última insinuación de la doctora Beckett me pilla por sorpresa. No tengo ni idea de qué está hablando, aunque un vistazo rápido a Pierce me basta para darme cuenta de que él sí lo sabe. Y no parece contento.

Vuelvo a mirar a la doctora Beckett, pero no parece ella misma. Hay algo depredador y terrible debajo de esa superficie de carne y sangre. Algo que puede matarnos. Tengo un mal presentimiento...

Tras la verborrea de la Doctora Beckett, el aludido no responde y los demás se quedan mirando la escena sin más. ¿Ahora de repente todo el mundo se ha enfriado? Pues a mí me queda cuerda para rato.

-En nuestro grupo tan sólo íbamos nosotros, ningún experto en sus actividades. Nos perdimos, fuimos atacados, heridos y lo pasamos de pena. Y de magulladuras y rasguños nada, monada –me señalo el dolorido hombro- Es una herida profunda, ¿vale? Así que me quiero pirar al hospital y usted no puede impedírmelo.

Como buena bocazas que soy, no me fijo antes de hablar del aspecto un tanto tétrico de la Doctora Beckett. ¿Es cosa del cuelgue que llevo? Si tampoco han pasado tantas horas… Luego está el tema del dichoso FBI y de las insinuaciones de la doctora. ¿Me he perdido algo o tiene por las pelotas a Pierce? Les miro alternativamente con cara de no entender nada:

-¿Qué está pasando aquí?

La chica estaba asustada. Los perros no dejaban de emitir sonidos lastimeros, como si detectaran algo extraño en el aire, algo que a todas luces era real. La doctora Beckett no parecía ella, y había algo en su cara y en su forma de hablar que le daba miedo, aunque no sabía bien de qué se trataba. Algo pesaba en el aire. Parecía como cuando estaba en casa, sentada a la mesa, y papá estaba a punto de estallar y empezar a gritar y romper cosas.

Solo quería salir de allí...

Bill, Luke y Pierce, estáis tan concentrados en la extraña y perturbadora conducta de Jocelyn Beckett que casi se os pasa por alto algo: Adam, tirado en el suelo como está, empieza a resollar y gemir de una manera casi inaudible, al tiempo que se retuerce lentamente, con una intención poco clara, pues no parece estar intentando librarse de sus ataduras. Al mismo tiempo, podéis oír un leve rumor proveniente de la puerta que hay tras la doctora Beckett.

La que lleva al comedor.

Un plato roto. El murmullo de unas voces enmudecidas. El sonido de los pasos de personas moviéndose.

Y Beckett continúa mirándoos, sonriente y desafiante, mientras Claudette se mantiene a su lado, aparentemente confusa.

¿Qué está pasando?

¡A la mierda, Beckett! ¡Te voy a borrar la sonrisa a hostias!

Me dispongo a atacarla. Ese ruido sofocado, los gemidos de Adam,... No, nada de lo que ocurre aquí es normal.

Por un instante, casi sucumbo a la tentación de gritar que nos vayamos de allí.