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La Batalla de Bommel

Ambientación

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08/02/2013, 16:56
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El Imperio Español

"Estos son mis poderes" (El cardenal Cisneros enseñando el parque de artillería real a la nobleza castellana)

El alba del Imperio

Una historia que suele pasar en breves páginas en los libros escolares, es la comenzada en 1492 por las unidas Castilla y Aragón. En ese año, bisagra entre dos épocas, cayó el último reino musulmán en tierras hispánicas, Granada, y un nuevo mundo fue descubierto allende el mar.

Los primeros forjadores del Imperio no fueron otros que los propios perpetradores de esta postrer conquista. Las tropas de los Reyes Católicos, al mando de Gonzalo Fernández de Códoba (el Gran Capitán), tomaron el reino de Nápoles frente a las aspiraciones de los monarcas franceses. Años después, otro mazazo ocurriría para el monarca galo: la caída de Navarra, su último aliado al otro lado de los Pirineos.

Pero algo sucedió, algo mucho más grande ni siquiera que lo que los propios Reyes Católicos podían imaginar. Concebido en la intimidad de un urinario del palacio de Gante, nacería el hijo de la reina Juana ("la Loca") y Felipe "el Hermoso", nieto del emperador alemán Maximiliano. En el año 1500, el príncipe Carlos, futuro emperador Carlos V, había nacido. Y con él, la primera piedra del imperio.

En los años que corrieron entre 1500 y 1521, se experimentaron los primeros avances. Las tropas españolas combatían en el Milanesado, protegiendo el ducado de las aspiraciones de los monarcas franceses, en largas y costosas campañas que revolucionarían el concepto de la guerra en occidente. Al otro lado del mar, las Antillas caían en manos de España, y los primeros hombres se aventuraban en Tierra Firme, y aún más allá, descubriendo el Oceáno Pacífico al otro lado de las selvas de Panamá.

Carlos I de España y V de Alemania aprendió pronto una valiosa lección, mientras combatía las revueltas de las Germanías y los Comuneros: no debía convertir a España en un reino de segunda categoría, si no en el pilar fundamental de su Imperio. No en vano, al otro lado de la Mar Oceána, y mientras los comuneros eran derrotados en Villalar, un hombre llamado Hernán Cortés conquistaba para el emperador otro imperio, esta vez el Azteca.

A partir de ese momento, el despegue imperial siguió un curso inexorable, inalterado por las derrotas parciales frente a los protestantes alemanes. Perú cayó en manos de Francisco Pizarro, y las Indias comenzaron a ser gobernadas por la corona, mediante virreyes, capitanes generales y gobernadores. En Italia, Franscico I de Francia fue derrotado en la batalla de Pavía, y capturado por las tropas españolas, que marcharían al norte en 1530, defendiendo Viena de los turcos, juntos a los alemanes fieles al emperador.

El rey prudente

Un viejo y gotoso Carlos V se retiró al monasterio de Yuste en 1555, dejando a su hijo, Felipe, un Imperio que abarcaba España, plazas del norte de África, Nápoles, Milán, el Franco Condado, el Rosellón y Flandes (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) y un continente al otro lado del oceáno, que un hombre llamado Américo Vespuccio exploró, y el cual, con el paso de los siglos, recibiría su nombre.

Felipe II, nombrado rey, perdió la dignidad imperial en favor del hermano de Carlos V, el príncipe Fernando, pero gobernó realmente un imperio "donde jamás se ponía el sol". Un hombre grave, agachado por el peso de los reinos que debía gobernar, abandonó como su padre había hecho la costumbre de viajar por sus reinos, y decidió crear una nueva capital: Madrid, desde la que gobernaría sus vastos territorios.

Su reinado comenzó con sonoras victorias, como las que hizo contra los franceses en San Quintín (donde estuvo personalmente) y Gravelinas, firmándose una paz que borraría a Francia de la ecuación de poder en Europa hasta el siglo XVII. Tras sojugzar a los moriscos rebeldes en Granada, derrotó a los turcos en la Batalla de Lepanto (1571), y a pesar de la derrota de la Armada Invencible (1588), los españoles resistieron a la contraarmada inglesa de 1589, repeliendo el ataque en Galicia.

En 1582, tras una crisis dinástica, el rey decidió invadir Portugal, y reclamar su trono, incorporando los enormes territorios lusos en Brasil, África y el Oceáno Índico, que se complementaban con la presencia española en las Filipinas (desde 1566). Cuando el viejo monarca murió en 1598, acechado por enfermedades y bajo montañas de papeles, en los fríos pasillos de El Escorial, la seriedad en el gobierno real murió con él. Comenzaba una nueva etapa de nuestra historia, y de la historia del mundo.

La "Pax Hispánica"

El príncipe Felipe, ahora coronado como Felipe III, decidió terminar con todas las guerras heredadas por su padre. Así, firmó la paz con Inglaterra, y una tregua con los rebeldes holandeses, y ninguna conquista más sonada se produjo durante ese periodo. El nuevo rey, concentrado más bien en saraos, divertimentos cortesanos, ropas caras y la buena vida, dejó el peso del gobierno en un valido, el duque de Lerma, que actuó como verdadera cabeza del Imperio.

Sin embargo, este periodo de paz tocó a su fin, poco antes de la muerte del rey. En Europa, estallaba una nueva y larga guerra, la de los 30 años, que comenzó en Bohemia (Chequia) y en la que las tropas del rey católico derrotaron a las fuerzas protestantes en la Batalla de la Montaña Blanca (1620).

Un ya moribundo Felipe III, designó como sucesor a su hijo, futuro Felipe IV, que tampoco deseaba gobernar el Imperio de forma directa. Paralelamente, las artes, como el teatro, la pintura o la literatura, vivirían en España un "siglo de oro", en un Imperio acechado por numerosos enemigos, internos y externos, y sojuzgado por las sucesivas bancarrotas, que no podían compensar los enormes cargamentos de oro y plata traídos por las Flotas de Indias, ni los productos exóticos de Cipango (Japón) o Catay (China) traídos por el galeón de Manila.

 

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08/02/2013, 16:58
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La Guerra de Flandes

"España, mi natura. Italia, mi ventura. Flandes, mi sepultura" (Dicho de los soldados de los Tercios)

Comienza la rebelión

Las prósperas 12 provincias de Flandes, dedicadas desde hacía siglos al comercio marítimo y la producción de los carísimos y solicitados encajes flamencos, deseaban un mayor grado de autonomía dentro del imperio de Felipe II, y así lo hicieron saber los condes Hegmont y Horn al rey, y los "mendigos del mar", representantes de la burguesía flamenca, a la gobernadora Margarita, hermana del emperador Carlos.

Rechazadas sus propuestas, los holandeses (flamencos protestantes) iniciaron una guerra civil contra los valones (flamencos católicos del sur), que pronto derivó en una auténtica guerra contra la autoridad real. Felipe II mandó al mejor y más veterano de sus generales, el duque de Alba, con un ejército formado por alemanes, italianos, españoles y otros mercenarios. Pero fueron los Tercios Españoles quienes, combatiendo siempre en primera línea, cosecharon las primeras victorias para el duque y su rey.

Sin embargo, el elusivo Guillermo de Orange, conde de Nassau y líder de los rebeldes, llevó la guerra a un terreno donde la victoria total no parecía nunca posible. Transformó la guerra en una sucesión de asedios, contra modernas plazas fuertes que eran difíciles y costosas de expugnar. La Guerra de Flandes, a pesar de las batallas campales, se transformó en una sucesión de asedios que no parecían tener fin. Los españoles, poco acostumbrados a aquel frío, malvivían muchas veces en las trincheras, con poco que comer, rodeados de barro, en una tierra surcada por canales y diques con lo que se ganaba un palmo de tierra más al mar, poblada por "herejes" que hablaban una extraña lengua, y que les odiaban y temían a partes iguales.

Cambios de gobierno, avances y retrocesos

Al duque de Alba, impulsivo, le sucedió el más calmado y diplomático Requesens, lo que, contrariamente a lo que se creía, sirvió más bien para que los holandeses ganaran fuerza y terreno. Fruto de las bancarrotas del Imperio, los soldados comenzaban a amotinarse por debérseles años de paga, lo que a veces degeneraba en saqueos masivos (como el Saco de Amberes).

Felipe II decidió enviar a Flandes a su hermanastro, don Juan de Austria, victorioso en Granada y Lepanto, para que se hiciera cargo de aquellas provincias. Con buenas intenciones, intentó negociar con Nassau, pero este le engañó, y estuvo a punto de perder todo Flandes. Sin embargo, la derrota holandesa en Gembloux, reanudó la guerra. Ahora, España contaba con veteranos de numerosas guerras, curtidos en la batalla, hombres como el coronel Verdugo o Alejandro Farnesio, cuyas disciplinadas y temibles tropas comenzaron a hacer retroceder a los holandeses más allá del río Escalda.

A la muerte de don Juan, Alejandro Farnesio tomó el relevo, derrotando a holandeses e ingleses, que bajo el reinado de Isabel I (la "reina vírgen") apoyaron a sus "compañeros protestantes". Tras la toma de la estratégica Amberes en 1585, una proeza de ingenería y valor militar, Farnesio se preparó para invadir Inglaterra, cosa que hubiera podido hacer fácilmente, al tener bajo su mando al mejor ejército de Europa, pero la derrota de los barcos que iban a escoltarle (Armada Invencible) hizo que se concentrara de nuevo en los rebeldes, cada vez más entre la espada y la pared.

Sin embargo, nuevas guerras atrajeron la atención de Felipe II. Las luchas dinásticas en Francia le hicieron apoyar la causa católica en ese país, buscando instalar a su hija en ese trono. Farnesio fue enviado sucesivas veces a Francia para apoyar a la Liga Católica, venciendo en numerosos combates. Pero cada vez que se iba, y dejaba más desguarnecido Flandes, los holandeses atacaban, obteniendo alguna victoria y reforzando su posición.

La tregua de los 12 años

A la muerte del bravo Alejandro Farnesio, y con un moribundo Felipe II, se adoptó una solución de compromiso. Se firmó una tregua de 12 años, durante los cuales Flandes sería gobernado por dos soberanos independientes (nominalmente), la infanta Isabel Clara Eugenia y el Archiduque Alberto de Austria. Eso calmó los ánimos, pero hizo que surgieran, de hecho, las Provincias Unidas, futuros Paises Bajos, que tuvieron 12 años para recuperarse de la larga y cruenta guerra contra España.

En 1621, cuando un cambio de monarca se ve cada vez más cercano en España, los diplomáticos se afanan para intentar que la Guerra de Flandes no se reanude. Pero el plazo de la misma está expirando. Y el viejo rey Felipe, poniendo una vela a Dios y otra al diablo, ha decidido mandar los tercios victoriosos en Bohemia hasta Flandes, al mando del general Ambrosio Spínola, y que están dispuestos a volver a combatir a los Nassau.

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08/02/2013, 17:00
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Los Tercios de Flandes

"La suma de mis reinos, está puesta en la mechas de mis arcabuceros españoles" (Carlos V)

Creación y organización

Los Tercios nacieron en 1534, herederos del sistema de coronelías creado por el Gran Capitán. Se trataba de una fuerza de combate moderna, muy funcional, que podía operar tanto en pequeños como en grandes grupos, sin restarles por ello la contundencia necesaria en una batalla campal.

Al principio, fueron creados varios tercios "fijos" en cada territorio, como el de Nápoles o el "gemelo" de Sicilia, e incluso uno naval (Tercio de la Armada), pero las necesidades de la guerra hicieron que se levantaran más tercios, la mayoría de ellos fuera de España (italianos, sobretodo).

Cada tercio contaba con unos 3.000 hombres articulados en 12 compañías, normalmente 10 de piqueros y 2 de arcabuceros, aunque con el paso del tiempo, el número de compañías de arcabuces aumentó. El tercio estaba al mando del maestre de campo (general), designado por el rey entre militares de confianza, normalmente de familias nobles del Imperio, al que defendía una guardia personal de 8 alabarderos alemanes (llamados tudescos en aquella época). Le ayudaba el sargento mayor, encargado (entre otras tareas) en que el tercio formara correctamente a la órden del maestre, durante una batalla campal.

[Esquema de organización de los tercios]

Los "señores soldados"

"A la guerra me lleva mi necesidad. Si tuviera dineros, no iría en verdad" (Miguel de Cervantes, "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha")

Cada capitán de compañía recibía una dispensa real para poner una "caja de recluta", que recorría las localidades de una o unas determinadas provincias. Dispuesta en la plaza principal del pueblo, una mesa con un escribano, y un tambor colgado de la pared, mientras se tocaba otro, y el capitán o el alférez leían en voz alta el bando de reclutamiento. Todos los hombres sanos, de entre 16 y 40 años, podían alistarse para servir al rey, durante un periodo no inferior a 3 años. Los hombres menores de 16 años, tenían la oportunidad de alistarse como "paje y tambor", una especie de criado al servicio de los soldados, y eventualmente músico militar al mando de los tambores, pífanos (flautistas) y el tambor mayor (que dictaba los toques apropiados en cada momento del día, o del combate).

El soldado recibía una pequeña paga al alistarse (muchos desertaban al poco tiempo, apenas alistados), y recorría el resto de localidades de la caja de recluta, recibiendo una primera instrucción sobre marchas y vida militar. Posteriormente, era enviado a Italia, donde su entrenamiento proseguía, esta vez de manera más pormenorizada, y aprendía todas las voces de mando, movimientos y protocolos militares, así como se convertía en un soldado plático (ducho) en el manejo de sus armas.

Los soldados se organizaban en torno a tres tipos:

  • Piquero: el piquero era el núcleo del tercio. Se distinguía entre "picas secas" (sin armadura) y "coseletes" (con armadura), que solían ocupar las primeras filas en la batalla. Manejaban la pica, una enorme lanza de 5 metros, que sola no servía de gran cosa, pero que manejaba en grupos, formando "cuadros", podía repeler cualquier carga de caballería, o matar a un soldado enemigo con facilidad. Además de la lanza, los piqueros llevaban una espada, y frecuentemente usaban un escudo metálico redondo (rodela) durante los asaltos a la brecha en los asedios.
     
  • Arcabucero: iban ligeramente armados, y no se les permitía llevar armadura. Usaban un arcabuz, un fusil primitivo de avancarga (se carga metiendo la pólvora y la bala por la boca del cañón) y llevaban una espada y ocasionalmente alguna daga o pistola (si podían permitírselo). Un arcabucero plático podía disparar una bala por minuto, dado el complicado sistema de recarga. A pesar de la lentitud de disparo, eran los arcabuceros los que anunciaban una nueva forma de hacer la guerra, que acabaría imponiéndose hasta nuestros días.
     
  • Mosquetero: al igual que el arcabucero, se les prohibía llevar armadura, e incluso casco metálico. Llevaban, eso si, un sombrero chambergo de ala muy ancha, abatible, que les servía para no quemarse la cara al disparar el mosquete, su arma de fuego. Un mosquete era igual a un arcabuz, pero bastante más largo y pesado, por lo que debía apoyarse en una horquilla de madera al disparar. Su alcance y precisión eran mayores, y estos soldados recibían una paga mejor que los arcabuceros. También llevaban una espada, y podían llevar daga y/o pistola.

La vida de un soldado variaba dependiendo de donde estuviera, y contra quien y como combatiera. El Tercio de la Armada vivía con las privaciones propias de la vida en un navío, que eran incluso peores para los soldados de tierra durante un asedio, especialmente en una zona pantanosa o fría. Los soldados que peor vivían, eran los de las fortalezas enclavadas en pequeñas islas o territorios, y que apenas si tenían que llevarse a la boca, pero que defendían el lugar con ahínco contra cualquier atacante. Diferente era, sin embargo, la vida de un soldado en un territorio rico, como Flandes, especialmente durante los meses del estío, y si no estaba en campaña.

El soldado recibía una paga del rey, que era dada por el contador del tercio, técnicamente una vez al mes. Pero eso era la teoría, y lo normal era pasarse varios meses sin cobrar, o hacerlo "en paño", dándoseles ropas nuevas a los soldados (que en aquella época, valían bastante dinero). Ya que la paga no estaba asegurada, aunque si lo tenía que estar el pan, la cama y el aceite para la lámpara con que calentarse por las noches, los soldados incrementaban sus ingresos con el saco, o saqueo. Al final de una batalla, si el comandante lo permitía, podía saquearse las ropas y armas de los soldados muertos. Durante un asedio, si el enemigo no se rendía honorablemente, y se tomaba la plaza al asalto, las ordenanzas reales estipulaban que el saqueo estaba permitido. Luego, el monto de lo saqueado se juntaba en una explanada, y se procedía a dividirlo según el rango, reservándose una quinta parte para el rey, y otra para el maestre de campo (al que le convenía, como podréis imaginar, tomar la plaza al asalto). Al márgen de este saqueo oficial, los soldados solían "guardarse algo", pequeño y que tuviera gran valor, como por ejemplo una joya o un anillo.

Más sobre los tercios

Podéis encontrar más información sobre los Tercios Españoles en estas webs: