Partida Rol por web

El anciano pone mala cara ante las palabras de Melanchta. [- Os he dado una oportunidad, mujer, y la has malgastado llamándonos cobardes. La conversación acaba aquí.-]

[- Me desagrada vuestra actitud. Ahora dormiréis aquí, en el claro, y no os acercaréis a nuestro fuego. Mañana temprano mis cazadores os sacarán de aquí. Como ya he dicho, no quiero problemas con vuestros soldados. No digáis que os tratamos mal.-]

La anciana simplemente muestra una sonrisa triunfante.

Poco a poco, todos los nativos empiezan a abandonar el claro en silencio, en dirección a su campamento, dejándoos sólos en el claro, en la oscuridad de la temprana noche.

Aunque la densa vegetación que os rodea amortigua el aire, hace fresco. El cielo repleto de estrellas es visible en lo alto, y la mortecina luz de estas es lo único que os ilumina.

—No pongo en duda tus dotes para la caza. Pero, por favor, la próxima vez que se nos muestren problemas dialécticos, déjame hablar a mí —comento a Melanctha tras su rotundo éxito cuando ha dado su propia opinión.

Con resignación, me dirijo hacia donde me indiquen. No obstante, no todo está perdido. El jefe sólo es un títere en manos de esa bruja. Pero no cuenta con que yo también soy un titiritero.

Una vez estamos solos, digo a la cazadora—. Ahora tendré que ir a hablar personalmente con el jefe, y convencerle. ¿Sabes dónde descansa el venerable anciano?

Melanctha aceptó el reproche con un encogimiento de hombros. Ciertamente, había sido un movimiento arriesgado, pero ya estaba harta de tanto darle vueltas al asunto. Había lanzado el órdago y le había salido mal.

- Está bien, habla tú si lo prefieres, yo sólo haré de intérprete.- dijo, cruzándose de brazos.- No sé cuál es la cabaña del jefe, podemos intentar buscarla, aunque no sé si les hará mucha gracia.

En ese momento, de manera repentina, una fuerte ventisca empieza a agitar brúscamente los árboles jóvenes de delgados troncos, así como la maleza que os rodea. Casi al unísono, una enorme sombra, sus extensas alas desplegadas, cruza por encima del claro, ocultando durante un segundo la luz de las estrellas. Vuestro pelo y ropas se agitan a su paso.

Cuando miráis hacia arriba, la criatura ha pasado ya de largo, y sólo véis los astros tintineando en el negro cielo. Pero el aire y la vegetación se sacuden en los bordes del claro siguiendo la dirección de las agujas del reloj.

La criatura alada, sea lo que sea, sin duda está girando, para volver a pasar por encima de vosotros, o quizás os ha visto y anda en vuestra busca...

Automáticamente, sin tener que pensarlo, Melanctha se descolgó el arco del hombro, sacó una flecha del carcaj y la encajó en la cuerda. Todo esto, en lo que a un observador le hubiera parecido un único movimiento rápido y fluido.

Alejándose del centro del claro, buscó la protección del árbol más cercano, mientras avistaba en dirección a la criatura alada, intentando distinguir de qué se trataba.

—No tengas prisa —digo a la muchacha al ver que prepara el arco, y que está dispuesta a llenar a esa criatura de flechas—. Pienso lo mismo que tú. Cuando la veas aparecer, espera. La aturdiré para que te sea más fácil.

—Y cuidado con que te vean el arco. No sé como sentará a esta gente que tengas el arco preparado en medio de su aldea —termino diciendo, mientras alzo la mirada en busca de alguien que pueda estar mirándonos.

La poderosa ventolera de nuevo llegó al claro, y le siguió una poderosa figura, batiendo las alas por encima de las copas de los árboles, para mantenerse en vilo por encima del claro. El aire que desprendian sus alas al batirse, agitaba ramas y hojas, así como el pelo y vestimentas de los dos héroes, y restos de polvo y hojas era arrastrado hasta sus rostros.

Frente a ellos, un águila de enormes dimensiones se mantenía en el aire agitando las alas, con el cuerpo tan grande como el de un caballo, garras afiladas, largas como espadas y una envergadura de más cuatro hombres. Su plumaje, curiosamente, parecía despenachado y descolorido. El brillo de sus ojos era apagado, y su constitución es bastante delgada y esquelética, apenas con musculatura.

A pesar de su degradado aspecto, la visión de la formidable criatura era deslumbrante. Miró fíjamente, con sus apagados ojos, a Aristocles y Melanchta, y la criatura emitió entonces un estruendoso graznido, que llenó la noche. Entonces, por alguna extraña razón, se arrojó claramente sobre Aristocles, con sus afiladas garras por delante...

—¡No ataques! —grito a la muchacha. No quiero herir a la criatura. No, ahora esa gente verá de lo que somos capaces.

Rápidamente, miro hacia arriba, para mirar a la criatura cara a cara. Viene a por mí, pero yo también voy a por ella. La dejo acercarse un par de segundos, pero para mí, son como horas.

Antes de que la criatura pueda hacer más, me está mirando fijamente. Pero ahora no soy yo la presa. Es ella.

Me pongo tenso, los segundos parecen horas. Concentro parte de mi energía para centrarme en la criatura, para llegar a su mente. Cuando tengo la energía suficiente, alzo mi mano, en una señal de alto.

La energía choca contra la criatura. Antes de que pueda hacer nada, la grito—. ¡Detente, bestia! ¡Ahora somos tus aliados!

Melanctha tenía el brazo tenso, ambos ojos enfocados hacia el pájaro gigante, la respiración controlada... Estaba a punto de soltar la cuerda del arco, cuando oyó a Aristocles gritar que no disparara.

"Pero bueno, ¿se ha vuelto loco?", pensó al ver como el águila iba directa hacia él.

Melanctha tensa el arco con firmeza, y apunta directamente hacia la cabeza de la criatura. Más aún, una flecha en plena pupila casi cuando estuviera encima de ellos sería aún más perfecto, pero con cada aleteo del águila, el aire se agita poderosamente, tanto como para desviar una flecha en vuelo. El blanco se mueve, así que debe calcular el momento exacto para disparar, cuando el aire esté inmovil, y la criatura casi encima de ellos...

Mientras cierra un ojo para apuntar con el otro, durante un segundo ve moverse algo por el rabillo del ojo.

Acaso Melanchtha ha visto... ¿a alguien entre la expesura? Melanchta no puede distinguirla bien. Pero ciértamente hay una persona menuda y delgada, de figura encorvada, oculta entre la vegetación del bosquecillo que rodea el claro, un poco a su derecha. Distingue que su rostro está pintado o cubierto de ceniza. Esa persona realiza gestos con las manos, mientras susurra algo, mirando fíjamente en todo momento en dirección al águila.

Aristocles no parece haberse percatado de la presencia de esta persona.

Aristocles empezó a penetrar fácilmente en la mente de la simple criatura, como una pica penetrando la blanda tierra, pero entonces se encontró con una barrera, dura como el hierro. Inesperado.

¿Qué demonios? Otra mente controlaba a la criatura.

Reaccionó rápido, golpeando la barrera como un puño el grueso cristal. Hubo una lucha entre dos mentes poderosas por el control del águila. Todo iba a cámara lenta, mientras las garras afiladas del ser alado se aproximaban al frágil cuerpo de Aristocles.

Finálmente victoria. El cristal barrera se rompió en mil pedazos. Detente.

El ave estaba casi sobre Aristocles, a punto de destrozarlo con sus garras, cuando por alguna razón se desvió en el aire en el último segundo, sus garras pasando justo sobre la calva del sabio, y su cola emplumada levantando la tierra del suelo antes de alzarse en el aire en el último segundo.

Los ojos de Aristocles muestran un "de buena me he librado", mientras el águila agitaba las alas sobre ellos, aparentemente ya bajo el control de Aristocles.

Aristocles sabe que sea quien sea quien controlaba al águila, no debe estar muy lejos, seguramente oculto entre la espesura. Normálmente se precisa ver al objetivo para usar la magia.

Y también sabe que, del mismo modo que él le ha quitado el control al "otro" sobre el ave, "el otro" también puede volver a intentar recuperar el control.

Si alguien controlaba al águila, no debe estar lejos. No obstante, tengo mis sospechas. No hay que ser un genio para adivinarlo...

Aristocles mira a su alrededor, y descubre a alguien entre la espesura. Melanchta también parecía haberse dado de su presencia, aunque disimula mirando de reojo. Aristocles no puede distinguir bien a la figura. Pero ciértamente hay una persona menuda y delgada, de figura encorvada, oculta entre la vegetación del bosquecillo que rodea el claro, un poco a su derecha. Distingue que su rostro está pintado o cubierto de ceniza. Esa persona realiza gestos con las manos, mientras susurra algo, mirando fíjamente en todo momento en dirección al águila.