Carmina te responde:
- Discúlpeme su señoría si no le digo el motivo de la celebración, pues lo desconozco. Don Jaime, el Conde compró en la villa mucha carne para que la cocináramos esta noche. Los comensales deben ser gente importante, no solemos disponer en esta cocina de tantos y tan variados alimentos. Si busca lumbre, tiene aquí el horno de leña, y arriba en el salón hay también una chimenea.
Vuestro compañero Roberto marchó del salón hace un rato. Algunas personas embriagadas se levantan de los bancos para bailar junto a los juglares. En la mesa del fondo, dos soldados se baten en un pulso de fuerza, mientras otros cuatro les animan. Un mozo os sirve una bandeja de tortas de manteca y os da el siguiente recado:
-Me dijo el señor Manecho que pueden comer sin resquemor alguno.
Esperaremos pues al señor conde, gracias -díjele declinando la oferta en respeto-. Et que no iba a comer yo de casa ajena aun sin presentarme, aun siendo de noble linaje por hecho. Et que por aquesto, dediquéme a mirar cuan valerosos hombres agora había allí, que no tenían otra cosa et que el hacerse el fuerte y ducho a base de fuerza... Aún no sabía si era buena idea quedarme allí, empero que había que, al menos, presentarse ante el anfitrión.
Negué con la mano dando entender que yo estaba servido.¿Qué celebra el conde?, díjele antes de que marchase con las tortas. Esperé respuesta et continué viendo como transcurría la cena, fijándome en lo que fazían los caballeros de la cota de malla, de manera discreta, eso sí. Si comían et bebían o rechazaban bocado, o si se fijaban en algún comensal en concreto.
Sentíme en la cuna del pecado et esperaba que aquello terminase pronto, comer lo justo et retirarme a descansar para mañana llegar al nuestro destino.
- Se celebra la visita de aquel señor. - dice el mozo de las tortas señalando al tipo gordo de la túnica marrón.
Poco después se acerca el conde a saludaros. Pone una mano sobre el hombro de Uloxio y otra sobre el hombro de Alfonso.
-¿Como están sus señorías? Espero que hayan entrado en calor, y recobrado fuerzas con la cena. Disculpen si no me había presentado todavía, he estado distraído con las visitas. Soy Jaime Arraiza, para servirles. Hoy tenemos la visita de Isaac Paac, el recaudador real, y le estamos agasajando como él merece. Hay que estar a buenas con el recaudador, no queda otro remedio. Je,je,je.
No pierdes de vista a los caballeros de la otra mesa. Hablan entre ellos, y apenas reparan en lo demás, si que comen y beben pero de un modo frugal, por sus semblantes apesadumbrados, dirías que hablan sobre algo que les preocupa.
No pierdo la ocasión de rebañar los platos hasta estar más que satisfecho. Con disimulo saco de mi bolsillo el mendrugo de pan duro que guardaba, y en su lugar pongo un buen trozo de queso que cojo de la mesa.
Despúes de agradecer la atención , me despido y sin dilación subo al salón dónde se celebra la fiesta.
Bien....bien,estámos bien. Gracias señor Conde. Soy todo lo educado que puedo pese a lo turbado que estoy por lo que allí acaece, que non será malo, pero es muy distinto a la vida del monasteria a la que estoy acostumbrado. Alfonso Miranda, caballero de la orden de Santiago, a su servicio.
Uloxio Arrugas -dije haciendo una pequeña reverencia al señor conde. Y es que no quería presentarme de nuevo como quien era, tal de mi rango y señor mío, que para eso tenía ya aquella pequeña corte de criados, para que le informasen-. Gracias por la hospitalidad, empero que no sabemos aún si vuaced gastará cobijo et habitación para todos nos, o si acaso no habemos llegado en buen momento -señalé instintivamente con la mirada al recaudador del fondo, haciéndoselo saber al conde-.
Subes de nuevo hasta el salón. Ahora la gente está más animada, y unos cuantos hombres y mujeres bailan junto a los juglares. En una mesa hay dos hombres batiéndose en un pulso de fuerza, mientras otros animan a uno u a otro. Te acercas hasta la mesa de tus compañeros, en este instante se encuentran hablando con el conde que está de pie delante de ellos.
Vuelve hasta vosotros, vuestro compañero Roberto, que se había ausentado durante un rato.
- Por suerte que la casa es grande, y podrá albergarnos a todos esta noche, aunque seamos tantos.- Dice el conde. - Espero que descansen bien.
Observo alrededor, ¿hay más mujeres a parte de "las amiguitas del señor de túnica" marrón?
Das un vistazo en busca de alguna mujer, y no ves más hembra que las dos fulanas que acompañaban al gordo, ahora solas hablando entre ellas.
Me acerco a Crispín y le digo que me guarde el zurrón y que, cuando pueda, y dejen de hablar con el señor , que esté atentos que tengo algo muy importante que contarles.
-Voy a hacia dónde están las mujeres, y hago una servil inclinación.
-Señoras espero que esta noche este siendo de su agrado, espero no importunarlas en modo alguno, pero es que al verlas durante la cena, no he podido por menos que acordarme de algo que llevo entre mis pertenencias y que tal vez puediera serles de su interés. Me llamo Roberto Luis de Manecho, oriundo del Bierzoy soy experto en medicinas, ungúentos y herboristerias y creo que entre mi dispensariohay una crema que ensalzaría aún más su inponderable belleza.Si alguna estuviera interesada y si el señor (vuelvoa hacer una inclinación en muestra de respeto) lo consintiera les daría una muestra gratuíta de lo que les digo...
Las chicas te miran con estupefacción. Parecen demasiado borrachas como para tomarte en serio.
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Una te responde:
- Tus palabras son como un enjambre de moscas para mis oídos.
Y la otra añade:
- ¿No estarás insinuando que somos viejas y feas?. Grrr!- Enseña sus dientes y hace el gesto de arañar con sus uñas el aire.
Han despejado tus dudas, están borrachas.
Pregunto... -¿nos estaba mirando el tipo de la túnica cuando me presenté?-