Partida Rol por web

22 de Noviembre del Año de Nuestro Señor de 1306

Andando el camino, por unos avatares o por otros, tres hombres de muy diferente talante, tal que un mudéjar, un gallego y un aragonés, éstos coincidieron en sus caminos en su larga marcha por muy diferentes motivos (quién sabe si huían de la justicia, buscaban un tesoro, o pretendían a una dama e iban tras ella en desesperada búsqueda). El caso es que los tres pronto llegaron a las faldas de los picos de Urbión, localidad soriana, y encontráronse de lejos con unas luces muy amenizantes a unas leguas, en dichas faldas. Aquello era una pequeña aldea.

Ni hartos ni perezosos (más bien ambrientos y cansados) se hizo la tarde cuando caminando hasta allí llegaron y no vieron sino un ambiente muy festivo en Monegros de Urbión, que así es como escucharon que se llamaba el lugar. ¿Eran las fiestas locales? Probablemente, a juzgar por tal escenario de diversión que ante ellos se mostraba: la plaza central del pueblecito llena de gente que baila al son de diversas cuadrillas musicales, cabrioleros y saltarines en una zona, alegres bebedores en otra y algunas banderillas y flores enramilladas decoran fachadas de casas por doquier... E incluso en el centro de la plaza una gran hoguera se yergue, provista para asar carnes y que además sirven de abrigo para el tremendo frio invernal de los picos de Urbión...

Hace ya varias horas que abandoné el hogar de Rodrigo El Bienhallado. Ahora mis pies caen pesadamente sobre el camino levantando una fina polvareda tras mis pasos. Mi cayado va golpeando rítmicamente el empedrado con una cadencia casi obsesiva mientras que llevo con la otra mano a mi mula. Me detengo una vez más sentándome pesadamente en una roca sobresaliente junto al camino y mi mirada se clava en la cunca del cayado que ha sido fijado mediante un improvisado hilo de forma totalmente apresurada. Era una fría mañana de domingo, el sol ya se había levantado y debía ponerme en camino si quería llegar antes que las campanas repicaran. Pero mis pies gritaban de dolor y necesitaban descanso.

- Demasiado para este viejo - digo dirigiéndome a Penco, mi mula.
Penco parece contestar con un rebuzno. Tras escrutar el astro de ojo llameante de apagado fulgor, en parte por esa época del año y en parte por lo avanzado del día, comprendo que debo ponerme en marcha si quiero llegar antes de que se acabe el día.

- ¡Qué cansancio, por Dios Bendito!.

Con mi habitual fuerza de voluntad me incorporo y reanudo mi camino con paso ligero. El camino asciende ligeramente y al llegar a la cima una sonrisa se dibuja en mi rostro surcado de cicatrices.
- ¡Loado sea Dios! - exclamo con aire cansado pero con júbilo.
Unos cien pasos me separan de la villa que se encuentra al amparo de las faldas de los Picos de Urbión. Ignorando el lacerante dolor de mis tobillos aprieto el paso y avanzo con resolución aumentando la cadencia de mis andares jalando del pobre Penco que vuelve a rebuznar.

- ¡Louado sexa...! - responde a la loa del viejo mudéjar con una réplica que suena casi a burla, aunque resultaba objetivamente difícil de decir. La expresión de su cara permanecía oculta en la intimidad de su capucha. - Aunque dudo que estos veciños van deixarnos hoy moito descanso... ah - Esta vez sí, echa la capucha atrás para admirar el panorama en toda su anchura. Con una medio sonrisa lateral, acentuada por la fina linea de su bigotillo, perfectamente recortado, descuelga del hombro el pellejo que traía consigo y apura un buen chorro del vino restante sobre su garganta. - Pero como dicen en mi terruño.... Cando en Roma, faga como os romanos... - Comenta alegremente mientras alarga la bota a uno de sus compañeros de viaje, el tal Martí, que permanecía en silencio. - ¡Apura carallo! ¡Hay que dejar espazo para o vino novo!

-Porta per aquí!- el catalán agarra el pellejo para darle un buen trago y limpiarse el morro con la manga. Echa un vistazo por todo el pueblo y la música que fluye por el ambiente se impregna en su cuerpo;- Vamos, tenemos que encontrar un sitio donde dormir antes de bajar a la plaza del pueblo.- La sola idea de pensar lo fácil que sería hacerse con una pequeña fortuna en días como estos le hace salivar.
-Viejo, deberás buscar un sitio para tu mula.

En medio de la fiesta, cuando ya caminábais por entre la plaza y la música y diversión corría a través de vuestra vista y oídos, os sobresaltásteis sobremanera (incluida la vieja Penco), cuando de un tremendo e imprevisto brinco se puso delante de vosotros un tipo de aspecto locuaz y divertido. Tenía ropas jocosasa, barba rala y pelo marrón, y no paraba de gesticular y reirse de cuanto a su alrededor veía. El juglar extendió sus manos y comenzó a cantaros una coplilla:

!Bienvenidos seáis
a esta vuestra casa,
a Monegros de Urbión,
y a sus fietas patrias!

Bebed, yantd, ayuntad,
Cantad y observad.
Que este pueblo es especial.

Y en buen día habéis llegado
Pues verbena hemosmontado.
Sirva de advertencia
mi pronta presencia
y procuráos elegir bien.

Cuando acabó, el tipo esbozó la mejor de las sonrisas (a tanto llego que seguro que le dolían los carrillos), y tras agachar la cabeza un poco extendió, acompañada de una medio genuflexión, su brazo derecho y la palma de su mano, como para que le diéseis la voluntad de algunas monedas...

El gallego se movía entre la multitud como un pez en el agua, ora aquí ora allá, sin perder su sonrisa picarona, se dirigía hacia el centro de la plaza cuando el extraño juglar les salto al paso.

Cuando este acabó su cantar, el goliardo divertido, guiña un ojo cómplice a sus compañeros de viaje, indicándoles que a partir de aquí él se encargaba del asunto. Imitando la genuflexión del paisano, a modo de cortesía y como aceptando el reto, se arranca a cantar igualmente, con gran alborozo y echándole mucho teatro.

Camiñando no deserto
¡puedo darme con un canto!
pues en Monegros de Urbión
¡cómo se la están montando!

Y aunque veeeñen forasteiros
vien' a dar la bienvenida,
los borrachos co seu vino
y en la plaza asando comida.

Y qué oriundas tan garbosas
¡van de ben engalanadas!
Por venir !hasta las casas!
van con flores arregladas.

Y un juglar moi saleroso
con extrañas advertidas,
y aunque eu no suelte tela
le bendigo con bebida...

Y empieza a salpicarle con la bota de vino, tal cura asperjando agua bendita a sus parroquianos, y tras ofrecerle el pellejo entre grandes risotadas, le agarra por la cintura y un brazo, y empieza a dar vueltas con él al son de las músicas populares hasta perderse en el barullo.

Me siento abrumado en presencia de tal algarabía. La gente se comporta como chiflados y yo aquí con mi preciado Penco que a buen seguro adolece con tanto jolgorio, danza y canto. Como si este viejo no tuviera bastante y luego aquel de la sotana que danza como un poseso moviendo aquel pellejo desperdiciando su contenido.
- ¡Carallo! - replico casi sin ser conscientes de las palabras - ¡qué es todo esta jarana desmesurada, Dios bendito!.
Y yo que sólo necesito un lugar donde descansar y comer algo, un lugar donde dormir. Sólo pensaba en alejarse de todo aquel festejo lo antes posible pues esa alegría no era normal y seguro que era cosa del demonio que animaba a la gente a comportarse como animales.

Las pantomimas nunca fueron del agrado de Martí y al ver que el borrachín del pellejo empieza a bailar con el bufón del pueblo, piensa que ya ha tenido suficiente de sus tonterías. Sigue al viejo y a su mula hasta ponerse a su altura.

-Sígueme con tu animal y vamos a encontrar un sitio donde descansar.-Intenta aparecer todo lo peligroso posible.- Anem!

Los pies doloridos no le dejan caminar y el peso que lleva encima le encorva a cada paso que da.

- Vos tenés razón, joven - replico algo sofocado por el esfuerzo - El hospedaje es lo único que me importa, espero que encontremos un lugar donde Penco pueda descansar después de toda esta andadura.
Como si el animal me entendiese rebuzna arrimando el hocico por el brazo. Jalando al animal trato de ponerme a salvo de toda aquella algarabía siguiendo a Martí.

Lo cierto es que ese cántico en verso no era sino digno de un buen talante literario, pero las trovas de ese juglar tan animoso no parecieron que fueran peor. Éste se dejó llevar al son de las vuelas y risotadas de Calisto, de forma totalmente inesperada, y en tanto que no supo reaccionar y bailar tan al son del de Samos, puesto que no se esperaba que un viajero forastero le respondiese de la misma moneda. Y no es que pusiera mala cara, sino que eso de pagarle con vino... Mmm..., en fin, que no lo gustó mucho, aunque de tan animada fiesta estaba ahora su sesera henchida que se largó de vuestro lado cantando una vez más y recitando tonterías y sandeces a un grupo de mozas que por allí pasaba.

Ahora bien, mientras buscábais con más deseo una posada, tal que vísteis en el centro de la plaza y la fiesta cietos personajes que os llamaron la atención: un cura borrachín y regordete que portaba en su mano una jarra de vino mientras charlaba animadamente con dos hombres armados con visibles espadas; también había por el jolgorio un hombre de aspecto altanero y de buen porte que repartía panes a los muchachos más jóvenes y besos a un grupo de muchachas.

Pronto encontrásteis una pequeña casa que parecía tener sus puertas abiertas y entraba y salía gente: era una posada.

- A ver a ver, dejen paso a este pobre viejo que requiere de unas hogazas de pan - me acerco al hombre de buen porte que repartía panes - que no sólo los jóvenes tienen necesidades terrenales.

Embriagado de haber encontrado aquel inesperado oasis de jarana en el adusto paraje de Soria -y también por los efluvios del alcohol que bullían permanentemente por su sangre- Calisto de Samos se había dejado poseer por su espíritu, tan inclinado a los placeres dionisiacos, quizás con demasiada facilidad. Aquel juglar desde luego había sabido sacar lo mejor y lo peor de su carácter a un mismo tiempo. Cuando notó que su recién compañero de coplas estaba rehuyendo de su presencia, Calisto también consciente de lo llamativo que su carácter podía llegar a resultar, y de las muchas envidias y recelos -tan del pueblo hispano- que pudo haber desatado con sus desmadres, decide recuperar la compostura y agudizar los sentidos intentando captar en la algarabía reinante, algo sobre el sentir y decir popular. A su alrededor le llama la atención el cura borrachillo hablando con aquellos hombres hasta arriba de ferro, y se pregunta si será buena idea acercarse a él, desde luego que compartían aficiones, pero le viene a la mente el viejo refrán que donde manda patrón no manda marinero. Tampoco se sorprende al ver al viejo de la mula, como no, abriéndose camino en la multitud que rodea al joven de los panes. ¡Carallo! Piensa para sí. Con todo lo que le pesarán sus bolsillos al camiñar, lleno de moedas como irá, y cómo se despelleja los codos por un anaco de pan ¡Por Deus, se máis de moro parece xudeu!

¡Aleixo! -Le llama la atención desde un punto cercano en la plaza.- Leve pan para todos, mientras eu relleno la bota de vino.

PNJOTIZADO.

Sin duda, aquel lugar bien podría ser el escondite perfecto para aquellos que huyesen, pero también el sitio ideal para poner a punto un cuchillo y robar bolsas y monedas hasta no poder cargar con ellas. Sin embargo, esas ansias mias se calmaron al notar que daban comida y bebida de prestados, así, de gratis, y uno a veces es mejor olvidar su profesión por estas viandas dadas... Me acerqué a por un poco de pan, detrás de Aleixo.

Si, si que había más bebedores empedernidos de lo normal, porque en un pueblo tan pequeño y humilde la cotidianidad es tal y tan continua que en los días de fiesta ya se sabe... Calisto alargó la mano y entre risas y vociferio disimulado pudo desatar una pequeña bolsita del cinturón de un campesino, que bien usara la tal (en la que guardaba algunas monedillas), para costearse algún capricho. El campesino no se dio cuenta.

Claro que, tras limpiarle los dineros a éste, escuchó como hablaban de un tal señor cura, de nombre Sao, y que está como reclutando gente para una santa labor o algo así, y que necesita de gente para ello.

En medio de la fiesta, mientras vas a por el pan y en estando en la cola para ello, oyes tras de tí (y tu haces como si nada), como dos hombres que también van a por un trozo de hogaza hablan de un campesino de la aldeíta. Por lo visto se llama Ticio, o algo así, y que está como buscando a gente para guardar algo que tienen en su casa; vamos..., que está algo así como reclutando gente para ello.
 

Martí deja a su compañero mendigando pan y se dirige a la posada. Lo primero es lo primero, y antes de emborracharse y bailar con alguna que otra moza quiere asegurarse una cama donde dormir esta noche.