Partida Rol por web

Se alejaron a buen paso de Krezk deshaciendo el camino de la noche anterior. Una fina pero continua llovizna, un calabobos como solían llamarla en algunos lugares, empapaba sus ropajes. Davdak iba adelantado, como siempre. Desde que habían salido de la aldea su humor, ya de por si taciturno, había empeorado. Incluso el alegre Jarvo mantenía ahora un melancólico silencio. Aque sitio estaba, igual que la lluvia, calándoles en el alma. Ahora comprendían mejor la actitud grisácea de los lugareños de Barovia. Aquel sitio estaba maldito en todos los sentidos y la alegría era un bien escaso.

Fue Davdak el primero que vio al enano. Sentado en el cruce de caminos parecía estar revisando los cadáveres de los lobos a los que ellos se habían enfrentado el día anterior. Las bestias estaban ya casi en los huesos pues los cuervos, que ahora revoloteaban nuevamente sobre sus cabezas, habían dado buena cuenta del festín. Al girarse el enano se dieron cuenta de que portaba un alyan que lo identificaba como clérigo de Moradin. Era evidente que los había escuchado llegar por el camino pero no hizo amago alguno de ocultarse. A escasos metros permanecía su caballo ensillado¹.

—Espero que no te dirijas a Krezk —dijo cuando la mirada se cruzó con la del enano—. No hay sitio para nadie en esa aldea y menos aún para ti, que no pareces un viajero casual.

Davdak se acercaba a donde estaba el enano sin mucha precaución. Su arma estaba en su sitio y no parecía ser una amenaza inminente.

—Hace mucho que no encontramos alguien como tu bajo la maldita niebla. No pareces ser una marioneta de Strahd y, por tu aspecto, diría incluso que podrías hacerle frente —al menos eso quería pensar el pícaro—. Ah, y no te preocupes por ellos, son de los míos... al menos por ahora.

El brazo de Davdak se alargó hacia el enano, ofreciendo un saludo para confirmar que realmente no era una amenaza.

—Mi nombre es Davdak Tarmikos y solo tengo una cosa en la cabeza estos días: vaciar el cuerpo de Strahd de toda la sangre que se ha llevado por delante en su fanática locura.

-¿Que somos de los suyos por ahora dice?- susurró Ian a sus compañeros. -Este valle le está empezando a afectar...- carraspeó y levantó la voz -¡Saludos maese enano! Soy Ian Biblings.

Coates asintió al saludo de sus compañeros. ¿Un clérigo enano sólo? El máscara no pensaba que fuese un lobo solitario, algo tenía que haberle pasado a su grupo.

Se aproximó con su montura hacia el enano.

- Saludos, clérigo de Moradin. Soy Coates, máscara de Nig-Cö. ¿Podemos ayudarte en algo? Estas tierras son demasiado hostiles para viajar sólo.

El enano levantó la mirada cuando los humanos se acercaron a él. Estaba demasiado ensimismado encintando la mula que se había encontrado cuando la niebla lo atrapó. Eso sí que fue raro. Mucho más que dirigirse hasta ese maldito lugar. Esa estúpida niebla le había separado de su grupo. ¿Estarían muertos? Esperaba que no, aunque poco podrían hacer sin él. En cualquier caso, daba lo mismo. Ahora no podía preocuparse de eso, tenía asuntos más importantes.

Tendiendo la mano al primero de los humanos, dijo—. Saludos, humanos. Soy Drutih, del clan Barbahelada. Como bien habéis podido comprobar, soy seguidor de los designios del Padre de Todos —dijo mientras señalaba el colgante que pendía de su pecho, por encima de su armadura de malla.

Mirando uno a uno, no parecían a priori una amenza. Ni tenían el tono azulado de los niños de aquella casa, así que era posible que estuviesen vivos—. Si os soy sincero, no sé cómo he llegado aquí. Estaba con mi grupo tras salir de una mansión encantada en este maldito lugar, pero una niebla espesa como la brea me atrapó. Lo siguiente que recuerdo es estar en este camino, junto a esta estúpida y terca mula. Decidme, ¿qué lugar es este y a dónde os dirigís?

—Y, lo más importante, ¿qué sabéis de la palabra de Moradin, el Padre de Todos, el hacedor de almas? —terminó diciendo mientras analizaba uno a uno a los componentes de ese grupo.

Ian parpadeó y se rascó la cabeza. -Pues estamos en Barovia, que no sabemos muy bien donde está, y dentro de Barovia estamos, más o menos... ¿No tenía alguien un mapa? El caso es que hay un vampiro muy malo que tiene al valle aterrorizado y tiene preso a un amigo mío. Y ahora íbamos a ver qué pasa con el suministro de vino del valle porque se ha interrumpido. De ese tal Moradin no he oído hablar.

- Él se encarga de esos temas. - dijo señalando a Coates.

Jarvo seguía entristecido por lo acaecido la noche anterior en Kriezk pero el encuentro parecía haberle sacado del ensimismamiento. ¡Un enano en Barovia!

- Aunque, si mal no recuerdo, el Padre de los Enanos es un dios bondadoso aunque severo que aprecia un trabajo bien hecho... - el tono de sus últimas palabras llevaba un deje de pregunta, como si quisiera que el enano le confirmase lo dicho.

Miró a sus compañeros y sacó el mapa que Ian mencionó.

- Estamos cerca de Kriezk y hemos venido desde Barovia. - el dedo pasó de un lado a otro del pergamino. - Ahora bajamos hasta estos viñedos...

El máscara asintió a las palabras de su compañero.

- Moradin es el padre y creador de la raza enana y, en muchos mitos, creador de todo el universo. Moradin enseña que la templanza y la tranquilidad del espíritu como también la sabiduría proviene de un trabajo duro. Uno debe tratar de seguir la fuerza interior. La verdad está enterrada más profundo que el mineral en una montaña. Los adoradores de Moradin creen en la reencarnación, sabiendo que después de demostrar que son dignos de que sus almas están reforjada en la fragua de Moradin y enviados de vuelta al mundo de los vivos. Se espera de un enano, como honra para su Dios que encuentre nuevas tierras.

Después dirigió su mirada directamente al enano.

- Drutih, del clan Barbahelada, no es buena idea que camines sólo por estas tierras. Si así lo deseas, puedes unirte a nosotros, al menos, hasta que vuelvas a localizar a tu grupo.

—¿Y eso quién lo ha decidido? —gruñó Davdak mirando a Coates—. Tenemos una empresa muy concreta que debemos cumplir cuanto antes, ¿no lo recuerdas? A menos que este Drutih comparta nuestro objetivo no hará más que retrasarnos.

Davdak miró al enano, lo escrutaba más bien.

—¿Cuál es tu causa, maese enano? Es cierto que a nuestro grupo le vendría muy bien un clérigo —dijo mirando a Coates de soslayo—, pero antes debemos saber si compartimos la misma causa. Si solo estás buscando a tu grupo, podemos compartir el camino, pero nada más.

El enano ladeo la cabeza ante las palabras del enmáscarado—. Sí y no. En realidad Moradin sí forja las almas de todos los mortales, pero no hay reencarnación. A menos que al todopoderoso le apetezca, claro está. Para eso es el Padre de todos. Las únicas almas que reforja son las que no tienen cabida en el reino de los espíritus.

—En cualquier caso, lo mismo da. Ninguno parecéis, de momento, un seguidor del Padre de Todos. —terminó diciendo para acto seguido mirar al humano del jubón—. Estaba en estas tierras con mi grupo, en busca de purgar el mal que les acecha. Recibimos una carta en la que un noble pedía ayuda, por lo que no pudimos decir que no.

Bajando la mirada, miró por un momento su símbolo, para volver a alzar la mirada y añadir—. Mi grupo, por supuesto, es una prioridad. Pero por mucho afecto que pueda profesarles, la misión es mucho más importante que ellos. Además, nosotros estábamos en Barovia. No sé cuanto tiempo ha pasado, pero si decís que estamos cerca de Kriezk, no puedo perder el tiempo en buscarles. Al menos, no ahora. Ya lo haré cuando libremos del mal a esta región.

—Además, necesito víveres y una cama, por Moradin. No me apetece comerme a esta mula, tendría que andar el resto del camino. Decidme ahora. ¿A qué vais vosotros a Kriezk? —concluyó mientras miraba inquisitivamente al resto del grupo.

Ian frunció el ceño. -Nono, nosotros no vamos a Krezk, venimos de Krezk. Ahora vamos a un viñedo que parece ser que es el único que produce vino en todo el valle pero que, misteriosamente, ha dejado de servir vino a los asentamientos. A Krezk fuimos porque nuestro compañero, el alegre, estaba bajo el influjo de algún hechizo, creíamos que del vampiro, pero en realidad era de una bruja que se escapó cuando matamos a su madre y a su hermana, también brujas, al este de aquí. Anoche nos intentó atacar de nuevo pero la hicimos huir, por cierto, No pelean limpio esas brujas haciéndose invisibles. El caso es que necesitábamos que nuestro amigo se recuperase y aquí había una abadía que, por cierto, no hemos llegado a visitar. El caso es que también parece haber un arma poderosa que nos ayudaría a derrotar al vampiro, pero está escondida y los aldeanos no son muy receptivos a las visitas, desde que la bruja mató a uno de los guardias anoche menos aún, así que ahora sí que sí que no podemos retrasar más lo del vino que, por cierto, nos lo habían encargado en Valaki porque sino a ver como hacemos para entrar y buscarla y...

El soldado se detuvo. Hacía mucho que no largaba una de sus batallitas y a lo mejor no estaba siendo muy coherente en la explicación. Además aquel enano era un desconocido, a lo mejor se tomaba a mal su verborrea. Pero oye, mejor que supiera donde se metía ¿no?... Aún así, inseguro, se detuvo a media frase mirando a sus compañeros, que las cosas de las maneras las manejaban mejor que él.

Jarvo había abierto la boca para explicar al enano que su destino actual no era Krezk pero no pudo cerrarla cuando fue Ian el que se lanzó a "explicar" la situación.

Menos mal que al menos la espada la usaba mejor que la lengua...

- El vino de la zona es famoso en toda la región y sus viñedos surten a poblaciones a más de un día de camino de aquí pero hace días que nadie ha tenido noticias, ni su propia familia. - trató de poner un poco en orden las explicaciones del guerrero. - Una malvada saga creó un incidente en Krezk y fuimos culpados de ello pese a que nos habíamos ofrecido a ayudarles en lo que necesitaran.

Se quedó esperando, por si alguien quería añadir algo más, y se giró hacia Davdak.

- Claramente no carece de alma... - señalaba al enano, quien parecía tener el caracter propio de su raza - por lo que Strahd lo querrá vigilar si tiene noticias de él.

Un trueno retumbó a lo lejos. Aunque la lluvia fina había dado una pequeña tregua estaba claro que se avecinaba una tormenta peor. Quizás por eso el bosque estaba tan silencioso a su alrededor, casi expectante por saber si aquel enano se uniría por fin al grupo y partirían hacia el Mago de los Vinos. Si se apuraban aún podrían llegar antes de que la noche cayese sobre ellos.

—¡Maldición! Como no nos movamos rápidos nuestro camino se hará más tortuoso. Hijo de Moradin, ya sabes nuestro origen y nuestro destino y, por poco, no sabes el tamaño de la verga del guerrero. Si quieres hacer camino con nosotros, hazlo. Quizá ese hacedor tuyo le venga bien a nuestro camino... está claro que al de las máscaras no le caemos demasiado bien.

Dicho esto se ajustó el jubón y espoleó al caballo para iniciar de nuevo la marcha.

- Tiene un caracter... peculiar - dijo inclinándose hacia el enano - pero es leal como él solo y se jugaría la vida por impedir una injusticia.

Se volvió a erguir y ajustó las riendas, listo para seguir a Davdak.

- Sois bienvenido a acompañarnos y quizá podamos encontrar a sus amigos.

Así fue como el enano llamado Drutih Barbahelada se unió al grupo: por unas raciones de viaje compartidas y quizás por el afán de enfrentarse al mal que acechaba en aquel lugar ya que así lo habría querido Moradin. Pudieron comer un poco más tarde, aunque lo hicieron con cierta urgencia para alcanzar su destino cuanto antes.

Pese a apurar a sus monturas la tarde empezaba a declinar cuando todavía seguían en el camino. Según el mapa debían estar ya cerca de su destino. En el punto en que se encontraban el camino se convertía en un sendero fangoso que serpenteaba a traves del bosque, descendiendo hasta un punto en el cual los árboles se terminaban para revelar un prado envuelto en la niebla.

En ese lugar el camino se bifurcaba. Un ramal se dirigía hacia el oeste, en dirección al valle, mientras que otro seguía hacia el sur internándose de nuevo en el bosque de Svalich. Un signo de madera con la palabra 'Viñedo' señalaba hacia el oeste. Encogiéndose de hombros el grupo siguió aquella dirección notando como el calabobos volvía a empaparles sin que la tormenta se decidiera a estallar. Tenían la esperanza de estar llegando al destino porque unas cercas sin pintar delimitaban el camino. Un poco más adelante vieron por fin un extenso viñedo.

El camino, que se desviaba hacia el sur, parecía conducir a un edificio de aspecto majestuoso. La niebla parecía moverse con vida propia entre las hileras de las cuidadas vides. Por aquí y por allá había capazos enganchados con cuerdas, usados probablemente en algún momento par transportar las uvas.

Davdak, que se había adelantado como siempre, hizo una seña a los viajeros para que se detuvieran. Aunque el camino seguía entre los viñedos hacia el caserón una pequeña senda se desviaba en dirección contraria hacia un bosquecillo de enormes árboles. De pie, justo al borde del bosquecillo, la figura de un hombre embutido en una negra capa permanecía silenciosa e inmóvil. Como si esperase a alguien. Como si los esperase a ellos.

Davdak se acercó al grupo.

—Hay un embozado un poco más adelante en el camino. Me adelantaré, estad atentos por si tuviera compañía.

El pícaro cogió la funda de la espada que llevaba colgada del caballo y la colgó en su cinturón; más a mano. Y se acercó al lugar sin perder ojo del embozado. La mirada del pícaro se cruzó con la del hombre y volvieron a separarse. A cada tranca del caballo le acompañaba la mirada de Davdak fija en el embozado. Cuando estuvo lo suficientemente cerca saludó con un gesto de la mano y miró alrededor buscando algo de compañía.

Ian le echó mano a la espada y al escudo mientras miraba alrededor por si se trataba de una emboscada. -Ten cuidado.

Con el ceño fruncido, paseó la vista por los alrededores parándose de vez en cuando en algún lugar y entrecerrando los ojos, desechando poco después con un pequeño gruñido esa viña o aquella roca y continuando con su estudio de los alrededores. La pose, a caballo, era la de soldado profesional escrutando minuciosamente los alrededores anticipando una emboscada...

... En realidad, Ian no distinguía absolutamente más allá de la línea de viñas nada con aquella maldita niebla y aquella maldita lluvia, pero al menos que no se le notara.

Coates miró a los alrededores y afinó su oído. Seguramente no habría nada que temer pero, por si acaso agarró el mango de su cimitarra....

En Barovia cualquier sitio era bueno para una emboscada...

Jarvo, quien parecía haber mejorado su estado de ánimo al haber incluido un nuevo componente al viaje, no había dejado de echar miradas frecuentes a Drutih.

Estaba seguro que un enano llamaría la atención en esas tierras y estaba esperando verle entrar en alguna aldea para comprobarlo.

- Tengo dudas si la magia estará en las viñas, quizá mediante algún aditamento, o si será en las barricas de fermentación... - decía mientras paseaba su mirada por la zona. - Porque no creo que el título sea simplemente porque sea capaz de animar el espíritu.