Partida Rol por web

Duermes. Por la ventana ya entra la claridad del día pero tú aún estás entre las sabanas. Un poco más allá, tu sombrero y tu espada descansan un poco más allá.

Resuenan golpes en la puerta. Urgentes pero no potentes, como los dados por una dama en apuros. Pero no es la voz de una dama lo que, pocos segundos después, acompaña a la llamada. Una voz de un infante, recadero seguramente, te pide que abras. Trae un mensaje urgente que no puede esperar, dice. La voz se cuela poco a poco en tus sueños, sacándote de ellos y llevándote de vuelta a la realidad en que te encuentras.

Te levantas de la cama y abres. Enfrente tuyo un mocoso que apenas sí te llega al pecho.

-Señor, señor... me manda venir el Conde de Mireène. Dice que necesita que vayais a su casa, que es urgente... un recado del Rey, señor- te dice, algo abochornado. Estira el brazo y te entrega una nota que básicamente dice eso mismo y que lleva el sello del Conde

La última noche resultó movida... de algún modo terminé en una fiesta a la que inicialmente no quería ir. Sin embargo he de reconocer que no estuvo tan mal como esperábamos, con un buen espectáculo y buen vino corriendo.

Si, tuvo que ser eso... buen vino. Español, diría, por el cuerpo... y por cómo terminó tumbándome. Alguien en aquella fiesta tuvo a bien invitarme a quedarme en una habitación, sin saber si fué el anfitrión o alguna cortesana... tampoco si fué o no en compañía, ya que cuando me despierto lo hago sólo, en una cama de matrimonio con las sábanas enredadas y una sensación agridulce en la boca.

En mi mente aún los últimos retazos del sueño, que mezclan algunos momentos de la borrachera con un duelo y con una dama con un antifaz blanco... y los relámpagos de una tormenta y la suave voz de un niño. No, el niño es real.

Miro al pequeño y su voz me resulta un tanto molesta, producto de la resaca pertinente, que aunque suave, hace acto de presencia.

Hola... chico... eres muy perspicaz para haberme... encontrado. Partiré después de desayunar.

Notifico al chico mientras me levanto, desnudo y sin pudor, en busca de mis ropas para comenzar a vestirme y guardar la carta en mi zurrón. Tanto si el chico se ha marchado como si no bajaré directamente al comedor en busca de algún sirviente que pueda prepararme algo bueno de desayunar, algo contundente, mi mente aún está un poco confusa y necesita alimento.

Aún estás terminando de decirle al chaval que irás en cuanto termines de desayunar cuando una voz, acompañada de pesados pasos acelerados, se oye por la escalera  -¡Ven aquí, chico del demonio!-. El chico sale corriendo entre risas mientras grita -¡Tenía que dar el recado en persona, anciano!-.

Mientras el chico huye, el asistente de Hugo Lammbert, gordo y de avanzada edad, llega resollando hasta la puerta en que te encuentras

-Disculpe Monsieur, el muy bribón se coló por la cocina...- te dice mirando hacia un lado para evitar tu desnudez -Monsieur Lammbert está abajo desayunando, por si quiere unirse a él en el comedor- Y, con un saludo, se despide para seguir intentando coger al muchacho.

Ahora recuerda. Volviste a casa con Hugo. No era el plan que tenías. Madame D'Talpieux estaba contigo en la fiesta,  bastante más receptiva que de costumbre. Pero Hugo vino a buscarte para arrastrarte a su casa a dormir la borrachera alegando que no te convenían problemas con Monsieur D'Talpieux y que si él os encontraba, el duelo estaba servido.

No se preocupe. Me venía bien despertarme.

Trato de disculpar al pequeño mocoso.

Bajaré a desayunar enseguida.

Le notifico, esperando que el tiempo de margen sea suficiente, aunque la verdad es que en una carrera probablemente el niño tendría las de ganar. Me termino de enfundar la ropa mientras mis recuerdos terminan de dibujarse. Una lástima, la verdad, la señora D'Talpieux no es alguien a quien hacer de menos, sin embargo y dada mi situación, tengo que agradecer al señor Lammbert su intervención, dado que el señor D'Talpieux no es alguien a quien desafiar a la ligera.

Desciendo en busca de algo que llevarme al estómago... algo que me ayude a terminar de sentirme bien. De despertar. Me pregunto qué uña se le habrá roto esta vez a su majestad para requerir de mí.

Te vistes sin demasiada prisa mientras escuchas sonidos apagados de carreras. Cuando estás vestido, bajas al comedor. Conoces bien la casa ya que Hugo es un buen amigo y no es la primera vez que duermes allí.

Al entrar en el comedor le ves sentado ya, comiendo. Pese a sus modales exquisitos, Hugo es compañero de armas tuyo, un Guardia Real también, sólo que a él, todas las luchas y contiendas le han reportado buen beneficio. Quizás porque pese a su aspecto tranquilo está medio loco. En numerosas ocasiones ha puesto su vida en peligro sin importarle demasiado y, en todas ellas, el Rey le ha recompensado con tierras o regalos. Hugo ya tenía una situación desahogada antes de ser Guardia Real, pero las sucesivas guerras y batallas, principalmente con España, le han hecho aún más rico.

Te saluda con alegría y señala una silla a su lado mientras mastica. Sobre la mesa hay comida para varias personas, aunque seguramente sólo vais a desayunar dos. No importa, sabes que lo que sobre sera repartido por orden de Hugo entre familias cercanas que estén pasando penurias. Tu amigo es generoso y tu le aprecias por eso. Por eso y por su lealtad. Hugo es leal hasta el fondo del alma, tanto a sus amigos como al Rey.

-¿Qué tal has dormido?- pregunto cuando termino de masticar y trago -He oido jaleo por arriba ¿a qué se debía?-

Por fortuna no tardo demasiado en juntarme con mi buen amigo, que como siempre sabe qué ofrecer a un hombre que ha bebido demasiado.

Sentí la cama un poco más blanda que la última vez que me emborraché -bromeo-, y más fría, más aún así debo daros las gracias, hubiese podido ser un duelo muy movido.

Le sornío y me siento en una silla para acompañarle y para sanar el estómago que ruge. Miro alrededor, su ascenso ha sido vertiginoso y la verdad es que era alguien con motivos para estar orgulloso, aún así nunca dudaba en ayudar a los que le necesitaban. Tomo un trago.

Arriba un niño entró para darme una carta. Al parecer ahora me desean de recadero.

Río mientras hago una reverencia burlona hacia el concepto en sí.

El Conde de Mireène.

Matizo.

-¿Jules? ¿Jules quiere que le hagas de mensajero?- me echo a reír escandalosamente -¡Esa sí que es buena! ¿Y qué quiere que lleveis? ¿una carta perfumada a una doncella de generoso busto? ¿una epístola a sus padres pidiendo perdón por sus ausencias y explicando que ha estado demasiado ocupado? ¿un escrito a su administrador exigiéndole que ponga al día sus cuentas?-

Se me caen las lágrimas de la risa. La idea de que nuestro amigo Jules, el más poderoso de nosotros, tenga que recurrir a Tylou para que le haga de mensajero me resulta tan grotesca...

-No le dejes que te time, dile que te tendrá que pagar, al menos, lo mismo que le ha pagado al pillastre que te ha venido a buscar...- le digo antes de que me dé la tos por reirme a la vez que mastico.

Cuando él se ríe y pone los ejemplos de misivas, no puedo evitar reírme con él.

Vuestra sagacidad sólo es comparable a vuestra lealtad, mi buen amigo.

Río nuevamente, para negar con la cabeza, y bajar el tono a uno más confidencial tras mirar a ambos lados, asegurándome que nadie nos esté observando.

Mas dice que él también es recadero del recado. Recado de su Alteza.

Digo, con exagerada reverencia ante la mención de la realeza. Es obvio que algo no me cuadra, pensando que quizá se trate de algún tipo de macabra broma. No obstante, cuando Jules llama, nosotros acudimos.

De seguro pagará, de uno u otro modo -golpeo mi mentón pensativo-. Mh... ¿qué pensáis?

Mi tono se torna un poco más confidencial, valoro bastante la opinión de Hugo, más aún cuando se preocupa tanto por los suyos. Bebo un trago y carraspeo un poco, creo que se me ha ido por el otro camino, pero nada importante.

-¿El Rey?- mi extrañeza va en aumento  -Su Majestad tiene un Real Cuerpo de Mensajeros ¿y necesita de ti para llevar algo? Ahora sí que has despertado grandemente mi curiosidad... ¡Iré contigo hasta casa de Jules!-

Llamo para que tengas nuestras monturas listas y así, en cuanto hayamos terminado de desayunar, poder partir de inmediato.

Tras el desayuno, os dirigís hacia la residencia del Conde de Mireène. Al llegar allí, entregais vuestros caballos al mozo y pides que te lleven ante el Conde...

Por supuesto, pero discreción amigo mío.

Le guiño un ojo. Pero no puedo evitar coincidir en que todo suena raro.

Llegamos y pido amablemente al servicio ir a ver al conde.

Os conducen a un elegante salón donde ya habéis estado en otras ocasiones. Mientras esperais os preguntan si deseais beber algo. Aunque no pasa mucho hasta que el Conde llega. Algo extraño porque Jules suele hacerse esperar incluso cuando es él quien llama... Está claro que te estaba esperando.

En cuanto entra por la puerta, su expresión deja claro que no esperaba a Hugo.

-Curioso... no recuerdo que la llamada fuera para dos...- comento con ironía -Pues me temo que, por esta vez, querido Hugo, tengo que dejarte fuera de esto. Me han pedido que Tylou vaya a Palacio... SOLO- Por la expresión de Hugo es obvio que no le hace gracia pero... c\'est la vie!

-Vamos Hugo, amigo, no pongas esa expresión apesadumbrada. Sabéis que hay miles de aventuras esperandoos por ahí, no necesitáis acompañar a nuestro amigo como si fueseis su hermana pequeña...- río ante su frustración. Luego recupero el tono serio para dirigirme a Tylou -Querido amigo, el mismo Rey me ha preguntado a quién podía confiar un trabajo de extrema discreción, que además fuese de lealtad inquebrantable, y yo te he recomendado a ti. Debes presentarte de inmediato en Palacio- Me saco el sello que llevo en la mano y se lo entrego -Tienes que darle esto al chambelán y decirle que su Majestad te espera-

Termino tomando algo de vino mientras esperamos, pensando que me tocaría aguardar una eternidad... pero me soprende la predisposición.

Si hasta va a ser algo importante y todo...

Murmuro conforme el conde está abriendo la puerta. Escucho lo que dice y me extraña dejar a Hugo de lado, sin embargo asiento lentamente, dando a entender que he comprendido perfectamente cuanto ha dicho.

Discreción...

Murmuro, mientras miro al conde, algo sorprendido por su elección, no obstante vuelvo a asentir igual que segundos antes. Me volteo hacia Hugo.

Oh... espero una buena fiesta para mi regreso. Y una buena aventura que podáis contarme -me giro hacia el conde e inclino mi cabeza- ambos.

Les sonrío y guardo la carta, volteando hacia la puerta.

Marcho ya pues. No le gusta que le hagan esperar.

Sin embargo y pese a mis palabras siento algo en mi estómago que me protesta, probablemente por algunos nervios, preguntándome qué se estará tramando detrás de todo esto. Sólo espero que no demasiado. Parto hacia palacio, tal cual se me ha indicado.

Te presentas en Palacio. Las puertas se abren para ti sin dificultad. Los Guardias Reales siempre son bienvenidos y, con el límite de los aposentos y los despachos, tienen acceso casi a cualquier parte del Palacio.

Al primer criado con el que te cruzas le pides que avise al Chambelán. Cuando éste llega te observa con la mirada fija, como dudando qué puedes querer tú de él. Le muestras el sello y le dices que su Majestad te espera. Lo observa atento y te pide que le acompañes.

Te lleva hasta un despacho. No es muy grande, aunque sí lujoso. Esperas durante un rato y, cuando empiezas a dudar si te puedes haber equivocado, una puerta se abre y su Majestad, Luis XIII, aparece. Viene sólo y, después de entrar, cierra la puerta despacio, como amortiguando el ruido.

Cuando llego y observa con tanta cautela el sello bufo, pero al final vamos a nuestro destino.

También conocido como lugar de esperar hasta que a su majestad se le antoje venir. Miro a ambos lados, un poco nervioso, si se tratara de una broma ya ha pasado tiempo más que suficiente para desvelarla... además de que está demasiado elaborada. Y si no, debe tratarse de algo... extraño. Importante, a judgar por cómo veo al Rey entrar con tanta cautela. Le saludo con una cortés reverencia y media sonrisa.

Majestad.

Con una voz suave, por si alguien que no debiera se encontrara escuchando.

Al entrar en el despacho no te sorprende lo elegante del mismo si no lo femenino. Los adornos sobre la mesa, las plumas de escritura de distintos colores... Mientras esperas, con discreción, ojeas los documentos que están a la vista, hasta que te das cuenta de dónde estás. Es el despacho de la Reina. Te sorprende porque es un sitio extraño para ser recibido.

Mientras le das vueltas, te levantas y te asomas a la ventana. Las vistas, que son excelentes, abarcan gran parte de los jardines reales. Algo llama tu atención. No muy alejado, en una zona poblada de setos altos, descubres reflejo. Una vez... dos... hasta tres antes de que su Majestad entre y te interrumpa. Sabes lo que es. Se trata de algún tipo de catalejo. Eso significa que alguien esta observando el despacho de la Reina. Bueno, no es algo tan extraño. Incluso podría ser el propio Rey. Todo el mundo sabe que la relación no es buena y que el hecho de que la Reina sea española no ayuda.

Te inclinas ante su Majestad cuando entra pero él, campechano como es, te dice que no son necesarios los protocolos y que mejor os sentais para tratar el asunto que os ocupa.

-Como ya sabreis, he sido padre...- comienza en cuanto estais sentados. Su expresión es de orgullo -Lo cierto es que creí que este día no llegaría nunca. No, por favor, ni os molesteis es simular sorpresa. Sé que es público que nuestra relación es un fracaso. Creerme que he hecho incluso mis consultas al sumo pontifice para que lo anulase-

Su Majestad siempre igual de sincero...

-El asunto es que, en la alegría del momento le dije a la Reina que pidiera lo que quisiese, que le prometía concederselo- su gesto se enturbia y se le ve molesto e irritado -¡En mala hora hice semejante cosas! Traidora española como es, jamás adivinariais lo que pidió... ¡lo prometí! ¡ahora no puedo negarme! ¡el infierno está lleno de aquellos que pecan contra Dios rompiendo sus promesas!-

Se frota las manos nervioso, como si no supiese cómo continuar

-Estoy obligado por mi promesa a intentar una paz duradera con España. ¡Dios mío! Me cuesta incluso decirlo en alto ¿cómo se lo diré a mis súbditos? ¡Pareceré un pusilánime que se ha rendido!- incapaz de seguir sentado, se levanta y da vueltas por el salón  -Si esto se supiera antes de tiempo... los españoles podrían intentar conseguir un acuerdo más ventajoso... Mi propio pueblo podría rebelarse para que no lo llevase a cabo... ¡Por Dios! ¡Incluso alguno de mis ministros podría intentar asesinarme ahora que ya hay heredero! ¿Entendeis, pues, la gravedad del asunto y la importancia del secreto?-

De uno de sus bolsillos extrae una carta lacrada y sellada. El sello que lleva es el sello Real.

-Esto es una propuesta de paz para el monarca español. Para evitar que quiera aprovechar la situación le doy 20 días para contestar. 10 serán los que tendréis para llegar hasta allí y 10 los que dispondréis para volver, así nos aseguramos que no tenga demasiado tiempo para pensárselo. ¿Qué opinais? ¿os veis capaz de guardar el secreto, de proteger esta carta con vuestra propia vida y de hacer vuestro trayecto en 10 días?-

Me siento y escucho lo más imperturbable posible la noticia... sin embargo, no es poca cosa. Incluso cuando menciona a la Reina como traidora española, no puedo evitar asentir.

Estos españoles son capaces de cualquier cosa.

Escupo como si se tratara de una maldición. La situación es realmente peligrosa y no puedo evitar pensar en salidas, pero el Rey tiene razón: el infierno está lleno de pecadores. Me levanto para poner mi mano en su hombro, como único gesto de consuelo, o incluso de comprensión.

¿Estáis seguro, majestad? -pregunto guardando la carta- Sabéis que soy capaz de descender al infierno si fuere necesario.

Entonces miro hacia la ventana de reojo y desciendo mi tono.

La oscuridad tiene ojos y nada le pasa desapercibido.

Espero que entienda mi mensaje, pero no me gustaría ser mucho más claro... por si estuviese poniéndolo en peligro con ello. Niego entonces.

El pueblo os ama, majestad.

Hablo con una sonrisa suave en los labios. Es cierto, más no sé cómo se tomará la noticia. Sin embargo eso último no lo diré.

-¡Excelente! ¡Excelente sin duda!- comenta, feliz, el Rey mientras te palmea la espalda -Me habían dicho que erais el hombre adecuado y está claro que así es. Bien, partireis inmediatamente entonces. Recordad no hablar con nadie, intentad pasar desapercibido-

Cuando le comentáis sobre vuestra apreciación en la ventana, su Majestad asiente con gravedad -¡Oh, sí, claro! El Mal acecha en todas partes...- pero lees en su cara el desconcierto del que no entiende el comentario que le acaban de hacer.

Se levanta y se dirige a la salida -Pues bien, entonces yo me dirijo a otros menesteres. Confío en que tengais buen viaje y, cuando regreseis a informarme de la respuesta, os prometo que seréis bien recompensado-

Está ya agarrando el pomo de la puerta cuando le decís lo de que el pueblo le ama -Por supuesto, por supuesto... Y yo a mi pueblo, claro- sólo se ha vuelto ligeramente al decirlo. Después se despide con la mano, dejándoos solo, sin más instrucciones, sin proporcionarte fondos adicionales ni credenciales especiales.