Partida Rol por web

Avanzasteis por el bosque que flanqueaba la ladera de la montaña, zigzagueando e intentando borrar vuestro rastro por si a los derrotados se les antojaban ansias de venganza.

La oscuridad os cogió aún a caballo y, cuando parasteis por fin, lo hicisteis en un lugar no muy cómodo. Pero estaba bien abrigado del frío y, en la oscuridad tampoco podíais buscar mucho más.

Dejasteis al chico en el suelo y os dispusisteis a dormir.

Te despertó el sonido de disputa. Cuando abristeis los ojos, entendiste el motivo. El muchacho, asustado, con la espalda apoyada en la roca, esgrimía una piedra contra Marcel que intentaba, inútilmente, explicarle que no erais un peligro. El idioma, desde luego, era una barrera mayor que los Pirineos.

Me froto uno de los ojos, cansado, antes de ver la escena ante mis ojos... un niño encomendado a batallar contra su pobre benefactor. Suspiro y niego con la cabeza, sin armas, pero calmado y sin miedo, mientras de mi bolsa saco un poco de pan duro que a saber cuánto tiempo lleva allí, y se lo tiendo al niño.

Come.

Digo, seco y autoritario.

Cuando hablas el niño se da cuenta que estás despierto y su gesto se torna aún más defensivo. Ahora sois dos y, a sus ojos, ambos posibles enemigos.

Estiras el pan y lo observa con extrañeza, sin saber lo que es. Marcel, entonces, coge un trozo y se lo lleva a la boca

-¿Ves? Se come- le dice al crío.

Este coge el pan rápidamente y comienza a devorarlo. Marcel saca un poco de queso y se lo da también.

Él y tú os sentáis a desayunar mientras el chico permanece en un rincón.

-Supongo que podemos intentar cruzar el paso en el día. Pero deberíamos apresurarnos y no parar a comer. Si perdemos el tiempo, la noche nos pillará justo en el bosque que hay en la falda opuesta. Y es un bosque muy espeso... Hay lobos- dice al final, susurrando, no queriendo asustar al niño pero sin darse cuenta de que el pequeño no entiende.

Cuando termináis de desayunar, montáis en los caballos. El chico sube tal y como le decís. Está claro que no tiene mucha experiencia montando y no sabe dónde se encuentra, así que no parece que vaya a huir. Al menos, de momento.

El chico al final come, y eso es bueno.

Avanzamos en caballos, cuando mi agradable Marcel insiste en continuar... por lobos. Y suelto una carcajada.

Hace bastante que no cazo una pieza buena. La piel de lobo se cotiza bastante bien, messie, así que quizá podamos conseguir algo de provecho.

Pero en mi tono no se distingue si hablo en serio o sólo estoy bromeando. No obstante mi costumbre de cazador me hace adelantarme unos metros para batir el terreno.

Avanzais al ritmo que marcas y, al mediodía, parais para comer. El muchacho ya no parece tan receloso puesto que ve que le tratais bien y compartís con él la misma comida que vosotros comeis. Ahora es Marcel el nervioso, que no para de insistir en que os apresureis.

Terminada la comida, continuais el viaje. Ya os encontrais en la vertiente castellana de la montaña. En verdad el bosque por el que transitais es frondoso a más no poder, apenas si llega algún rayo de sol a iluminar el suelo, pese a que el dia está despejado. Pero es que las copas de los árboles son frondosas y grandes y se tocan unas con otras formando un manto sobre vuestras cabezas. Los troncos, también cerca unos de otros, no siguen un orden claro y cabalgar entre ellos os obliga a llevar una senda sinuosa.

Para cuando anochece, aún no habeis salido del bosque,  cumpliendo así los temores de Marcel. Podeis seguir cabalgando en la oscuridad aunque, si con la luz del sol no se veía, con la de la luna menos. También podeis parar y acampar para pasar la noche.

Pararemos, y yo haré la guardia.

Declaro. Cabalgar tan oscuro podía ser más peligroso que los lobos, y hablaba desde la experiencia, así pues... muy a pesar de Marcel, yo haría vigilancia.

...

Estoy sentado, frente al fuego, con la mirada perdida, pensando quizá en alguna mujer imposible de rojos cabellos y aún más rojos labios... cuando entonces, una rama se rompe, por el rabillo del ojo unos dientes afilados. Me giro con el arco y doy rienda suelta a la flecha, la cual busca acabar con mi objetivo...

Pero no sólo eso, más sonidos, como si se tratase de una emboscada... hago una voltereta, arco en mano, y nuevas flechas, gemelas, silvan asesinas...

La claridad de la mañana me despierta después de haber dormido maravillosamente, de un tirón. Apenas si me he incorporado cuando una cabeza de lobo, cerca mío me da un susto de muerte

-Mėre du ciel!!!-grito asustado echándome hacia atrás. Entonces me doy cuenta que está muerto. Y veo los otros. Y a mi compañero cerca del fuego -Empiezo a sospechar que igual no sois humano del todo. O quizás que vendisteis al Diablo vuestra alma a cambio de unas habilidades sobrehumanas. De lo contrario, sencillamente, no me lo explico-

Después de desayunar algo, continuamos nuestro viaje. 

-No encontramos ya en terreno castellano- informo a mi compañero -En un par de horas, avisaremos el monasterio del que os hablé-

Efectivamente, unas horas más tarde, le señalo un punto al fondo del serpenteante camino que seguimos

-Allí ¿lo veis?-

Cuando, algo después, llegamos a sus puertas, estas se abren sin problemas para nosotros. Después de entregar y recoger los paquetes que son asignados aquí, pido hablar con el Padre Ramón. Tenemos que explicarle nuestras intenciones para con el muchacho.

El nos recibe y, aparentemente, está conforme y no pone pegas.

O sencillamente el Señor ha decidido que no ha llegado nuestra hora.

Bromeo con mi compañero. Pero en un momento me torno serio y miro alrededor. La verdad es que sí que hay algo fuera de lugar: demasiados problemas... y demasiada suerte, supongo. Es como si alguien estuviese jugando conmigo, evaluando mis actos y reacciones.

Como sea, al final llegamos al monasterio que es nuestro destino, de modo que apresuro un poco el paso.

Y, como no puede ser de otro modo con Marcel, las puertas abiertas. Le miro con cierto asombro, realmente es un hombre extraordinario, pues probablemente hasta a su Majestad le costaría ser recibido de tan buena gana y con tanta premura en tantos lugares. Pero sacudo la cabeza para quitarme el pensamiento.

El Padre del lugar es un español, lo cual no termina de convencerme, sin embargo, decide hacerse cargo del pequeño, así que no me preocuparé demasiado de ello, al fin y al cabo, es un siervo de nuestro Señor, y éste predica la piedad y el perdón cuando éstos son posibles. Me despido del infiel revolviendo un poco sus cabellos para volver donde Marcel.

¿Sabéis, messie Marcel? Habéis obrado bien. ¿Cuánto queda para atravesar la frontera? ¿Tenéis algún consejo para mí... con estos españoles? ¿Y con las españolas, por supuesto?

Le guiño un ojo con cierta complicidad mientras continuamos el camino.

Liberados de la carga del muchacho y habiendo Marcel cerrado todos sus acuerdos, partisteis de aquella casa de Dios.

Marcel te confirmó que os encontrabais ya en tierras castellanas y fue proporcionándote información sobre todo lo que alcanzabais a ver, ya fueran los caminos por los que transitabais o los pueblos que veíais a lo lejos.

A mediodía parasteis para comer algo y Marcel te indicó qué camino seguiría a continuación

-Yo tengo que ir ahora hacia la izquierda, para volver a acercarme a los Pirineos y cruzarlos, de nuevo, por otro paso. ¿Y vos? ¿Qué camino seguís?- te preguntó dado que aún no le habías contado hacia dónde te dirigías.

¿Ya nos separamos?

Pregunto con cierto pesar, en verdad con Marcel el tiempo se pasa rápido. Pero tengo una misión y, cuando me pregunta por mi destino, temo por que si lo encuentran puedan interrogarle... y tanto la verdad como la mentira le lleven a mal puerto.

Hacia el sur -sin concretar-. Ya sabéis, dicen que las doncellas del sur son cálidas, y hace frío en el norte.

Le sonrío. Me llevo un dedo pensativo.

¿Alguna recomendación?

Pregunto, poco antes de despedirme y calcular cómo voy de tiempo. Debo darme prisa, además, no quiero pasar mucho tiempo en esta tierra de malditos donde cualquiera puede apuñalarte o robarte.

Tras la comida, Marcel y tú os separasteis. Él te dió sus señas en Francia y expresó varias veces el interés que tenía en saber de ti en el futuro. Realmente su amistad parecía sincera. 

Continuaste tu viaje solo por parajes escarpados. Te cruzaste con numerosos pastores pero casi ellos eran los únicos que frecuentaban tales tierras.

Aunque, a medida que avanzabas, este se volvía más llano y fertil. Antes de la noche alcanzaste la ciudad de Zaragoza. El bullicio aún corría por sus calles y las campanas de un montón de iglesias resonaban llamando a misa.

Llego por fin, tras despedirme y asegurarme de la dirección de Marcel para cultivar nuestra amistad en el futuro, a Zaragoza.

O eso dice algún cartel de la zona.

Parece un pueblo de campesinos, pero escucho la llamada al santo deber y, aún en tierra extranjera, una parte de mí me recuerda que llevo demasiado sin cumplir, de modo que me adentro a alguna de las iglesias, descubriendo mi cabeza y escuchando la lengua santa, el latín, en el cual se predica la santa palabra. Una parte de mí preferiría una taberna buena antes que este lugar, sin embargo, es importante seguir las tradiciones.

Pero eso sí, al terminar me adentro en cualquier taberna con un par de monedas por delante, sin intercambiar demasiadas palabras, dado que el castellano no es mi lengua madre y me cuesta, pero me apetece comer caliente, probar la conocida comida del lugar y finalmente dormir cómodamente. Sin chinches, a ser posible, por que me espero cualquier cosa de estos animales castellanos.