Partida Rol por web

Durante dos días seguís la ruta que Marcel señala. Sólo haceis dos paradas en dos pueblos, ninguna a dormir. Al atardecer del segundo día vislumbrais a lo lejos Massabielle, un promontorio rocoso en el inicio de los Pirineos. Habeis ahorrado un día.

Os disponeis a prepararos para pasar la noche. Pero mientras buscáis algunas ramas para leña escuchais caballos acercándose. 

Caballos.

Y aunque no tiene por qué ser malo, tampoco tiene por qué dejar de serlo.

Rápidamente nos apartamos del camino, en busca de algunas ramas densas y una formación de árboles tras la que escondernos... o quizá alguna roca grande. Aunque eso de ocultarme nunca ha sido mi fuerte, la misión requiere cierta discreción, aunque he leído algunos libros traídos de oriente que cuentan historias de unos maestros del sigilo... ninjas, creo que se llamaban.

Buscas entre la arboleda un lugar adecuado para esconderos. Encuentras un punto oculto perfecto desde el que ver, sin ser vistos. Marcel te sigue tan sigiloso como es posible. Los caballos, como intuyendo un peligro que no ven, permanecen detrás vuestro pastando sin moverse demasiado y su sonido es amortiguado por los cascos de los caballos de aquellos que se acercan.

Se trata de 5 hombres que avanzan casi en fila. El segundo tiene una mirada acerada y dura, más que el resto.

-¡Son ellos!- te susurra Marcel en voz baja mientras con su mano hace presa en tu brazo.

El que va segundo y que, no sabes porqué, te da la sensación de ser quien manda, hace un gesto y todos paran. Se yergue sobre el caballo y barre con la mirada alrededor. Su gesto se ha tornado aún más adusto que antes. Poco después, aún suspicaz pero sin encontrar motivos para ellos, ordena proseguir la marcha.

Cuando el último de los jinetes pasa delante vuestro observáis que, en la grupa de su caballo, un bulto del tamaño de una persona, permanece envuelto en telas y sin movimiento. Marcel traba saliva con tanta dificultad que casi le oyes desde donde estás.

Permanecéis escondidos hasta que los hombres están alejados. Entonces salís de vuestro escondite

-No te importará alejarnos un poco más de ellos para acampar ¿no? Yo, por mi parte, prefiero pasar frío en la falda de la montaña que estar demasiado cerca de ellos...- te consulta un asustado Marcel

Observo todo lo que sucede desde mi posición, como un animal que acecha a su presa.

Marcel parece realmente nervioso... pero yo estoy alerta. Finalmente me fijo en el último de ellos, y niego.

Marcel, aguarde hasta mi regreso -comento tras salir de la posición-... más ¿qué clase de caballero sería si permitiese que perros como ellos deambularan por la zona, pudiendo hacer algo por evitarlo? Me encargaré de que usted pueda descansar tranquilo... y también cualquier otro francés que quisiera cruzar la zona.

Alzo un dedo, como tratando de señalar una razón quizá más importante.

El último parecía portar a una persona. Puede que un niño... pobre alma inocente. No puedo permitirlo.

Y antes de comenzar mi persecución para ser yo quien los cace, y no al revés, espero la respuesta de mi mecenas.

Marcel se asusta cuando te ve moverte

-¿Estás loco? Son 5- te dice. Pero entonces le comentas eso del niño y te mira con resignación -Claro mon ami, entiendo. Eso es lo que hacéis vosotros, los... héroes- te responde, haciendo un gesto con la mano que te resulta un poco despectivo, la verdad, como si ser un héroe fuera una pérdida de tiempo -No me entiendas mal, comprendo que ésto es lo que tú haces, igual que yo vendo quesos. Así que adelante,  pero lamento decir que mi natural cobarde me impide echarte una mano en esta situación-

Se nota a mi compañero no le gusta que me la juegue, y no puedo juzgarlo, en verdad a mí tampoco me gusta jugármela... pero a veces las cosas sencillamente suceden.

Como que me cojan en la emboscada.

Bueno, desenfundo mi arma y me encojo de hombros, con una sonrisa torcida.

Quel remède, mes amis, sera difficile.*

Muevo la espada con un par de florituras, listo para impartir un poco de justicia.

Sales de donde te encuentras oculto y el que parece el jefe, que ya había dado la impresión de notar algo extraño, se vuelve y su mirada se encuentra con la tuya. Su gesto serio no cambia, lo único que hace es entrecerrar algo más los ojos en un gesto de sospecha. Desmonta en un sólo movimiento y con dos zancadas rápidas se situa a tu altura. Sin mediar palabra, lanza una estocada directa al estómago. Por fortuna, estabas esperando algo así y realizas una parada con tu espada, lo que no impide que, con la velocidad con la que todo ha transcurrido, recibas un corte en el antebrazo. Nada grave, aunque pica.

Sus absurdos compañeros, que no dan muestra de haber sido bendecidos con el noble don del pensamiento, ni siquiera se molestan en bajar y pretenden atacarte desde sus monturas. Hasta tres de ellos intentan la absurda maniobra sin percatarse de que, tu juego de piernas siempre será más ágil que la maniobrabilidad que intenten con sus caballos. Uno tras otro, fallan sus embites, impidiendo además que su jefe pueda aproximarse a ti para continuar lo que ha iniciado.

El muy bastardo me hiere. Mis ropas. Mi piel. Mi mirada cambia de divertida a puro enojo.

Y cuando uno está enojado, no razona bien lo que sucede.

Cambio el arma de una mano a la otra un par de veces, antes de girar sobre mí mismo y lanzar sendos cortes a los matones que me rodean. A todos ellos. Pero está claro que mi arrojo y mi enojo me nublan la mente... demasiados para mí, pero quizá suficiente como para haberles asustado.

Y ahora lo mejor... el líder. El líder caerá por lo que ha hecho bajo el filo de mi espada. Lo doy todo en el ataque, a pesar de que será más complicado... también será más rápido.

Ellos no consiguen darte pero tú a ellos tampoco. Lo cierto es que su ataque te pilló un poco fuera de juego. No esperabas que fueran tan torpes como para no bajarse del caballo pero eso también trastocó tus planes y todas tus estocadas van fuera de destino.

Pero no con el jefe. El muy estúpido está frente a ti cuando le tiras el lance. Tu espada da directa sobre su brazo desprotegido. Grita de dolor mientras su camisa, ahora rota, comienza a teñirse de sangre. Se lleva la mano al brazo mientras se retira un poco.

Uno de sus hombres, con gesto de sorpresa por lo que acabas de hacer, intenta desenvainar para defenderle. Pero sus gestos son tan torpes que ni el hierro saca de la vaina y su propio e inútil ímpetu hace que caiga del caballo.

¡Pardiez! ¿Acaso no hay rivales dignos de Tylou? ¿Es que, cuanto más cerca de España peores son los espadachines? ¿Quizas la torpeza de los castellanos es contagiosa?

Con un gruñido cuando el líder ha caído, con la insensatez que muestran sus secuaces... me dan ganas, y de hecho lo hago, de escupir en el suelo.

Había escuchado de la maña castellana, pero con vuestra destreza será mejor que dejéis las espadas antes de que os hagáis daño. No sois rivales.

Espeto, y en verdad me siento... raro, sé que soy bueno, pero esperaba que quizá pudiese encontrar algo de emoción al acercarme a una tierra que se supone que engendra grandes espadachines. Qué decepción.

Sin embargo... tengo una misión. Y alguien a quien salvar. Y no quiero que se marchen sin un recuerdo. A todos menos a uno, al más joven de ellos, a ese lo dejaré sin marcar.

Te vuelves hacia los inútiles, uno de los cuales aún estaba en su montura e incluso te permites el lujo de realizar algunas florituras, de manera que los tres acaban con heridos. El que aún estaba en el caballo recibe una herida en la mano pero eso le impide ayudar a montar al que se encontraba más cerca suyo, herido en una pierna, y salir al galope. El tercero corre, cojeando, tras ellos, gritando que le esperen.

Humillado por la cobardia de sus hombres, pero más aún porque les hayas confundido con españoles*, el jefe de todos ellos se levanta de un brinco, iracundo, directo hacia ti. 

-¡¡Argg!!- grita furioso mientras, espada por delante, se lanza pretendiendo atravesarte sin más estrategia. Obviamente lleva demasiada inercia y, apenas necesitas un leve giro para esquivar su espada.

Mi sonrisa se amplía cuando les veo dispuestos y nada acobardados. Estoy perdiendo tiempo de rescate... estoy perdiendo tiempo de duelo, pero a veces es necesario aleccionar a los que se desvían del camino recto... sin tener el poder para siquiera intentarlo.

El torpe chico que se ha caido del caballo te lanza una estocada. No se le puede negar el valor de haberlo intentando al menos. Pero es que es realmente torpe y su lance ni siquiera te pasa cerca. Sientes tanta vergüenza ajena que ganas te dan de ofrecerte como maestro de esgrima.

El problema es que mientras el jefecillo de toda esta chusma ha tenido un momento para centrarse y dejar de pensar como un toro enfadado. Con una buena posición, lanza su ataque. Y éste acierta de lleno. Devolviendo daño por daño, te asesta un corte a la altura de la cintura. Quizás de esta no mueras pero la herida dará mucha guerra hasta que esté bien curada. Y, por ahora, y eso es lo más grave, te hace ver que no estaba todo tan resuelto como parecía hace unos segundos.

Aprieto los dientes cuando me atacan, cuando me hieren. Dolerá, pero por fortuna es algo que podrá sanar con ciertos cuidados.

Supongo que no deseáis el regalo de la vida...

Mis ojos andan prendidos, danzando entre ambos. Mis ojos van primero al matón que he perdonado, y rápidamente me decido a quitarlo de encima, con unas estocadas rápidas.

Y ahora que estamos sólos, messie...

Y, sin cuartel, me lanzo con la espada hacia delante, una primera estocada a su pecho.

Entonces mis pies se mueven gráciles hasta colocarme tras él.

Siente el resultado de tus errores.

Y entonces golpeo con la empuñadura de mi arma. En el último momento siento lástima por su pobre y endiablada alma. Quizá con una muestra de piedad pueda enderezarse en un futuro... y si no, al menos no pesará sobre mi conciencia.

En cuanto os enfrentais al chico y le lanzais la estocada, su rostro se torna pálido. Se lleva la mano a la zona donde le habeis herido y luego la retira y observa cubierta de sangre. No morirá... o eso crees, pero debe ser su primera herida seria porque rápidamente se desmaya.

Entonces centras tu atención y tus energías en el jefe de todos ellos, ese bravucón. Pero, aunque cuando había más atacantes pudo aprovechar tu distracción, ahora demuestra que no es un digno rival y no tarda en caer derrotado ante ti. Siendo como eres, alguien que valora la vida, no aprecias quitarla excepto cuando es necesario y, en este caso, optas por dejarle vivir.

Cuando, con tu golpe final, cae inconsciente cerca de su joven compañero, Marcel sale de su escondite proclamando alabanzas

-¡Oh monsieur! Sois, sin lugar a dudas, el más grande espadachín que Francia ha dado. ¡Habeis acabado vos solo, con cinco maleantes! ¡Y bien sabe Dios que no eran hombres de blandas hechuras! ¡Como desearía que me acompañaseis siempre en los viajes!-

Permanecen allí 3 de los caballos que llevaban los hombres. Dos tienen alforjas y el tercero, el sospechoso bulto que había llamado tu atención.

Sois un buen hombre, no me importaría acompañaros alguna otra vez en el futuro.

Comento, sinceramente, mientras observo el cuerpo en el suelo del cabecilla. Pese a mi piedad, no puedo evitar tener un mal pensamiento sobre su garganta... más decido desecharlo y centrarme en lo que debemos, comienzo a encaminarme hacia el bulto del tamaño de una persona.

Por el lado bueno, podéis incrementar vuestras mercancías con las alforjas de los caballos, si es que encontráis algo de valor... y no pudiésemos devolverlo.

Dejo despacio, pues el dolor del brazo se nota, el bulto en el suelo antes de ir revelando su interior.

Sin embargo, lamento contrariaros... en comparación a mi mejor amigo y a mi maestro soy poco más que un niño que agita una aguja.

Hablo con sinceridad, la habilidad de ambos hombres es increíble y a veces me derrotan con una facilidad asombrosa, aunque no sea norma. De reojo observo a Marcel con una sonrisa, en verdad parece un buen hombre, aunque la necesidad le haya empujado a tomar ciertos caminos... peliagudos.

Marcel te mira con estupor cuando le dices que puede coger lo de las alforjas. No esperaba que un hombre de honor, tal y como te tiene catalogado, viese con buenos ojos semejante proceder. Pero no espera a que te lo pienses mejor y comienza a revisar las alforjas buscando algo de valor y, como no, comida. -La comida jamás sobra, amigo mío- te comenta mientras rescata un queso y una hogaza de una de las alforjas y la lleva hasta las vuestras.

-Por cierto, cuando estemos un poco alejados de este lugar...- dice mirando a los lados, claramente asustado por la posibilidad de que retornen los que habían salido huyendo -... puedo coseros esa herida. Tengo experiencia ya que, como suelo viajar solo, debo coser las mías por mí mismo-

Mientras él habla, tú te has aproximado al bulto que aún sigue, inmóvil, sobre el caballo. Lo tocas e, inmediatamente, te das cuenta de que es un cuerpo humano. Lo coges ya que no pesa apenas nada, y lo depositas con cuidado en el suelo. comienzas quitar la tela que lo cubre, que no es demasiada, y ante ti aparece un muchacho joven, un niño aún. Tiene la piel oscura por lo que supones que debe ser un muchacho árabe. Compruebas su respiración y descubres que está vivo, aunque no despierta.

Marcel se ha acercado y lo observa con preocupación

-¡¡Malditos bastardos!! Seguro que lo han cogido al otro lado del mal y pretendían venderlo como esclavo. Aunque os repugne, como a mí, existen personas en Francia y en el reino castellano, que aún creen que estas personas deben ser esclavizados. Seguramente lo han dormido con algún tipo de narcótico para que no se resistiera durante el viaje y no les diese problemas ¿Qué vamos a hacer?-

Jamás.

Repito a mi compañero, cuando habla de comida que nunca sobra. No es que me sienta orgulloso de esto, sin embargo... nos hará más bien que a ellos. Y no sé dónde devolver todo esto.

Veo entonces a un joven niño y aprieto los dientes. Infiel. Es mi primer pensamiento. Pero a fin y al cabo, es tan sólo un niño. Sin embargo, Marcel habla y mi mirada se torna afilada al mirarle, así como una suave sonrisa se dibuja.

¿Qué hacemos? Sugiere pues, monsieur Marcel, que desea ayudar al niño. ¿Acaso está pensando tomarlo como... un ayudante para vos hasta encontrar una salida para ambos? -me pongo en pie, mi sonrisa se amplía, y le ofrezco mi mano- ¡Sois realmente un gran y valiente hombre! ¡Francia se enorgullece de tener hombres con vuestra entereza!

Al principio me quedo descolocado. Mon Dieu!! Pero luego me echo a reir tanto que hasta la panza me tiembla

-¡Vive Dios que sois caballero de varios dones! Más, ay, ¿pretender camelarme a mí con palabras? ¿a mí que vivo de ellas? Si vuestro discurso hubiera ido dirigido a un gordo alguacil, a fe mía que hubiera sido un éxito. Pero, amigo mío, soy un comerciante de los de verdad. Vuestras lisonjas y juegos de palabras no surten efecto en mí. Más fácil habría sido lograr ese objetivo amenazándome pues bien sabeis que soy cobarde como el que más-

Me seco una solitaria lágrima que el ataque de risa me ha producido antes de seguir

-No. Tengo una propuesta mejor. Al otro lado de los Pirineos hay una abadía. Podemos dejarle allí con los frailes. Ellos le cuidarán y le instruiran en la fe verdadera. En cualquier caso, un destino mejor que el que seguramente tenía reservado. ¿Os parece pues que sigamos un poco más hacia la montaña, aunque el terreno sea más agreste? Me gustaría alejarme de estas personas tanto como sea posible y podemos llevar al muchacho en uno de los caballos-

Tras escucharle, soy yo quien ríe, bastante, hasta terminar apoyando mi mano en el hombro de Marcel.

¿Cómo sabéis que he fallado...? -le guiño un ojo- Sois cobarde, pero inteligente. Sabía que encontraríais una salida digna para esta situación... aunque he de admitir que no mentía cuando decía que Francia se enorgullece de tener hombres como vos.

Tardo un par de minutos en retomar la compostura.

Me agrada ver que también sois perceptivo. Prosigamos nuestro viaje.

Entonces es cuando ato uno de los caballos al mío y le cargo el bulto que representa el niño. Tal vez en el destino que mi compañero sugiere puedan mostrarle el verdadero camino.