Partida Rol por web

Intentas una maniobra temeraria, lo que sea por escapar. Pero tus manos están adormecidas por la presión de la cuerda y tus reflejos se ven ralentizados por el golpe y la falta de percepción completa del lugar en que te hallas.

En cuanto haces tu primer gesto, el hombre detrás tuyo, cambia el cuchillo de tus cuerdas a tu cuello.

-¡Está despierto!- grita, llamando a los qud están fuera. Los otros dos matones y la mujer, entran a verte. Ella trae en la mano una papel.

-¿Esto?- pregunta con desprecio -¿En serio? ¿todo este asunto sólo por esta tontería?- pregunta agitando la carta en alto -¿No tiene nuestro Rey nada mejor en Francia como para recurrir a una plebeya de baja alcurnia castellana. Si fuese un hombre, escupiría en el suelo.-

El que te retiene pregunta a la dama -¿Qué hacemos con él? ¿Lo vuelvo a dormir? Monsieur Luc no creo que llegue hasta dentro de una hora...-

-¡No!- responde irritada la mujer -Aquí hay algo más y yo quiero saber qué es. Átalo de nuevo a la silla. Voy a por mis cosas- 

La dama sale dela cuadra en que estáis, que ahora puedes ver con bastante claridad. Estás despierto mientras te atan, así que podrías maniobrar para que las cuerdas no quedasen tan apretadas y tener así algo de ventaja. También podrías intentar obtener información de tus captores. O, ahora que la dama no está, podrías intentar escapar, de nuevo.

Fracaso estrepitosamente, y es que hay veces que uno se levanta del lado equivocado de la dama fortuna...

Algo que podría, debería de hecho, haber sido sencillo termina complicándose.

La madame se queja y yo le lanzo una mirada que si hubiese sido una espada hubiese atravesado su corazón acabando con su vida.

¿Os parece poco el escándalo? ¿Un bastardo castellano con sangre de la realeza francesa?

Pregunto, como si me hubiese escapado, instantes antes de que salga de la sala.

Estáis firmando vuestra sentencia de muerte. Lo sabéis, lo notáis en los huesos, se os nota gente con experiencia en afrontar la muerte... Sed inteligentes.

Les hablo, mientras hago un par de giros de muñeca para aflojar las cuerdas, tratando de ganar algo de tiempo.

La Dama abandona el lugar. Has notado como se paraba unos segundos pero luego ha retomado su camino hacia la puerta. Dos de sus matones están cercanos a la puerta. El tercero está atándote pero, debido a que estás despierto y a tu destreza, con varios leves movimientos de muñeca consigues que no lo haga de manera correcta y él ni siquiera lo ha notado.

Cuando cree que ha terminado se dirige a sus compañeros y les hace un gesto que no ves mientras sale por la puerta. Uno de ellos asiente y se apoya en la pared mientras te vigila. 

Cada vez me dejan más sólo. Aunque ella ha dudado... y eso es bueno. Me da tiempo. Me da credibilidad.

No obstante, debo lucir bastante patético para que pasen de mí así.

Luc.

Mascullo el nombre. Sin embargo... algo en mí dice que hay más por detrás, más de lo que veo.

Pero le dí mi palabra a mi rey y amigo y lo haré. Es la tierra donde me crié.

Aprovechando que mis manos no están atadas del todo hago un rápido movimiento de muñecas para liberarme y saltar contra el matón que vigila, dirigiendo mi puñetazo directo hacia su rostro. Espero volarle un par de dientes al malnacido. Gruño y pienso en el aire, instantes antes de que el golpe impacte con toda la fuerza que soy capaz de hacer.

Nada de cabriolas, nada de luchar contra varios.

Ha llegado el momento de ponerse serios y dejarse de juegos.

Tu golpe, inesperado, derriba al que estaba más distraído. Al no estar apoyado en ningún sitio, el golpe le derriba y termina golpeándose con un cajón de madera que hay a su espalda. No parece que se vaya a levantar en un buen rato.

 El otro se ha puesto en alerta y mira alternativamente hacia la puerta y hacia ti. Se nota que duda entre pedir ayuda al tercero o intentar librarse de ti él sólo.

Al final se inclina por la segunda opción y comienza a gritar

-¡Se ha soltado!-

Miro por la ventana.

Me planteo saltar.

Pero no... no va a ser tan fácil.

Cuando él grita, yo le sonrío, mordaz.

¿Bu?

Pregunto, instantes antes de lanzarle un directo a la nariz, de esos que dejan recuerdo.

Entonces miro hacia la puerta... comienzo a sentirme bien. Muy bien. ¿Será por haber escuchado el nombre de Luc? ¿O la emoción ante un desafío... real?

Te retiras hacia un lateral para quedar fuera de visión y de alcance directo. En cambio, desde donde estás, apoyado contra la pared, puedes ver a quien entra inmediatamente.

No pasa ni un minuto antes de que venga corriendo el hombre que faltaba. Su camisa, mal remetida en el pantalón y su cinto, a medio cerrar, te indica que has interrumpido su visita a algún árbol apartado.

Aún tiene la mano en la empuñadura de su arma, no ha llegado a desenfundar, cuando te lanzas sobre él desde su lado derecho. Absorto como estaba mirando a sus compañeros en el suelo, aún no se había vuelto a barrer la habitación con la mirada y le pillas de improvisto.

Iugh... qué poco decoro.

Al verle entrar, es mi primer pensamiento. No obstante, no dudo, otro golpe directo a su nuca destinado a mandarle a dormir una siesta que durará, espero, días.

Tengo demasiadas cosas que hacer como para detenerme a jugar con estos hombrecillos.

Tras el golpe, cuando cae, tomo su arma por el filo y limpio la empuñadura con su ropa antes de tomarla yo.

Me llevo esto prestado, mon ami, lo necesito más que tú.

Me pongo en pie de un salto.

¡Aja!

No hace falta decir demasiado más, ahora debo encontrar mis pertenencias -la carta real, en particular- o, en su defecto, a la mujer, así que seguiré con mi olfato de sabueso bien entrenado el olor a perfume demasiado caro que llevaba la mujer.

Sin embargo creo que mi instinto es más fuerte... y mi hambre ¿y me estoy encaminando hacia las cocinas?

¡Ah! ¡Matones! Todo el mundo sabe que, de uno en uno, no valen nada. Sólo pueden con la gente cuando está atada.

No tienes problemas para librarte de los hombres que te retienen que, una vez lejos del control organizador de la Dama que les daba las órdenes, se demuestran torpes y enemigos que no están a la altura.

Una vez vencidos, te diriges a buscar a la mujer pero, cuando te encuentras fuera, la oscuridad reinante y la lluvia que cae, dificultan que la encuentres. Pretendías guiarte por el olfato pero pronto de diste cuenta de lo inútil de tu intento.

En cambio, tu búsqueda resulta no ser infructuosa. En uno de los laterales, atados a un poste, encuentras 4 caballos. Uno de ellos es el tuyo. Está exactamente igual que como cuando te subiste al carruaje. Lo único abierto es el portadocumentos donde llevabas la carta falsa.

Buscas entre tus cosas, mientras la lluvia te cae encima, y ves la carta original en su sitio.

Es la noche del sexto día, mañana deberías entregar la carta si quieres llegar a tiempo.

La buena noticia es que ahora mismo estás libre de captores.

La mala noticia es que no sabes ni dónde estás.

Esto me pasará factura... Pero no puedo perder más tiempo.

Murmuro, al encontrar mi caballo y no a la mujer. Sonrío y vuelvo a guardar la carta, al menos sigue en su sitio... quién diría que una idea tan absurda al final daría resultado.

Tomo el porta documentos. Me subo a mi caballo y... libero a los otros caballos, azotándolos para que salgan corriendo. Será más difícil que me rastreen entre la lluvia y varias pisadas de caballo. Y si no, al menos, no tendrán caballos para hacerlo.

Y me subo. Si mi instinto no me falla... hacia el sur. Sea como sea, estaba al norte, así que me acercaré más yendo hacia el sur que otra cosa, seguro.

Te subes en el caballo. La noche, oscura y húmeda, te abraza y tu vista sólo alcanza unos metros por delante.

Aún así, intentas orientarte con intención de dirigirte hasta al sur, para huir a la vez que te aproximas a tu destino.

Tu caballo se muestra inseguro al principio, hasta que con mano firme consigues que venza su desconfianza y se adentre en la arboleda que crees que te lleva a tu destino.

Cabalgáis durante varias horas. Aunque paras en ocasiones para intentar escuchar y descubrir si te siguen, no identificas nada sospechoso. O los has perdido o son mejores que tú ocultándose.

Al final, empapado, cansado, magullado y ligeramente hambriento, el amanecer te alcanza. Mientras observas cómo sale, lento, el sol, deseando que empiece a calentar con fuerza para alejar de tí el frío y la humedad, ves a lo lejos una ciudad.

Mi olfato sería pésimo, sin embargo me siento capaz de orientarme con los ojos vendados en mitad de uno de los famosos laberintos griegos y completamente borracho.

Tras un largo rato bajo la lluvia, de noche, y hacia donde yo creo que es el sur y que espero no haber errado y terminar en la frontera... o tendré algún que otro problema, termino divisando una ciudad. Suspiro y, antes de darme cuenta, sé que he guardado en el porta documentos para evitar que se moje demasiado.

Mientras me encamino hacia mi destino con los rayos del amanecer me permito reducir un poco el ritmo, tanto para el descanso de mi caballo como para poder secarme un poco.

Entre mis pertenencias recuerdo que me deberían sobrar algunas raciones de viaje, algo rancias, seguro, tras tanto viajar con mi buen amigo el que conocía a todo el mundo, que me ahorró gastar de mis raciones y que juraría que me dejó algo de buen queso, así que como, despacio y con calma. Hace bastante que no como y mi cuerpo me pide recuperarme tras los golpes y el tiempo y... joder, si rugiese un poco más mi estómago sería capaz de ser escuchado desde varios kilómetros de distancia, y eso no es bueno.

Me pregunto ¿qué ciudad será? ¿Estaré muy lejos de mi objetivo?

Haces un alto en las afueras de la ciudad para comer algo y descansar.

Puede que la comida no sea digna de reyes pero tienes hambre y te sabe buena. Descansas un rato mientras comes y después te tumbas un momento al sol, sintiendo cómo empieza a calentar aunque aún es débil.

Mientras allí te encuentras, pasa un chico guiando dos bueyes. Viene de la ciudad y se aleja, aparentemente, hacia unos campos. Chapurreando algo de castellano, con dificultad*, preguntas qué ciudad es. Al muchacho le cuesta pero, al final, te indica que es Molina de Aragón.

Cuando el chico se ha marchado, sacas un pequeño mapa que Marcel, tu amigo viajante, te había dado**. El mapa no es muy bueno y no se entiende muy bien pero, después de buscar un rato, localizas la población. Si hubieses viajado en línea recta, deberías estar más cerca de Madrid, pero para eso deberías haber viajado hacia el suroeste.

Bueno, no puedes maldecir tu mala suerte, realmente, no vas tan mal... ¿o sí?

Miras tu caballo sopesando qué hacer a continuación

Al final parece que voy a deberle a Marcel más de lo que él se piensa.

El mapa me corrige el camino, pero al menos mi intuición no era tan mala como para haberme equivocado completamente en mi decisión.

Molina de Aragón.

Repito para mí mismo, este lugar lleno de gente que sólo chapurrea un idioma incomprensible y que busca cualquier excusa para pegarte una puñalada no me gusta, pero hay que darse prisa. Vuelvo a subir a mi caballo.

Tranquilo...

Le susurro antes de volver a emprender mi camino. Sin embargo sé que el caballo no aguantará demasiado, así que deberé buscar la posta más cercana para cambiarlo, cualquiera que me coja de camino, en verdad. El entrar con un caballo a esos sitios y mostrar una o dos monedas de plata suele ser un idioma bastante universal.

Sin embargo, y aunque no debería, maldeciré mi suerte por seguir atrapado en este lugar, y no haber encontrado aún a esas seductoras morenas con curvas sugerentes que me habían prometido que había en esta tierra. Aunque realmente supongo que eso, más que para maldecir mi suerte, es para bendecirla, pues es bien conocido por todos su habilidad para escupir veneno en cada palabra, de esos que pudren el alma de quien las escucha.

Sólo paras lo imprescindible para comer algo y revisar tu ruta. No tienes muchas opciones si quieres llegar a tiempo.

Al final optas por intentar ir tan rápido como sea posible sin matar al caballo. Tu idea es cambiar de caballo en la posada más cercana.

Pero para tu frustración, durante las dos siguientes horas no encuentras nada salvo campo abierto y alguna arboleda.

Cuando estás planteándote desviarte de la ruta recta para ir por el camino, en lugar de campo a través, ves a lo lejos un pueblecillo pequeño.

Cuanto te aproximas resulta ser Ocentejo, un lugar que se te antoja diminuto pero que cuenta con algo parecido a una casa de postas. Bueno, parecido si así llamamos a una casa diminuta con 2 caballos en el establo.

Son las 10 de la mañana y el olor a pan amasado llega hasta donde estás.

El lugar parece tranquilo y no se ven más jinetes ni caballos en ningún sitio. Todo lo que ves es alguna mujer con un cesto de ropa para lavar y un campesino con un azadón al hombro.

Te diriges dentro de la posta y allí, un hombre delgado, te atiende.

Como suponías, el reflejo plateado de tu dinero, obra el milagro de la comunicación. Así, te hace entender que tiene dos caballos frescos, una yegua más rápida y un caballo más resistente. Te ofrece ambos a un precio desorbitado, mientras te observa con mirada avariciosa. Y, por supuesto, también se ofrece a venderte comida y pan para el camino, si los necesitases

Quiero reponer pan recién amasado y queso y algo de carne seca, lo suficiente para dos o tres días, así que hago el intercambio.

Sin embargo, cuando alza tanto el precio por el intercambio de caballos, chasqueo la lengua y me giro ofendido, como si no estuviese dispuesto a comprar, aunque dándole tiempo para buscar un precio más razonable.* El haberme pasado tanto tiempo en la calles me había enseñado algún que otro truco para sociabilizar con timadores.