Partida Rol por web

Hay mucha gente pendiente de vosotros. Demasiada. Aunque quizá, lo más llamativo, es que uno de los tipos que al principio os llamaron la atención, ya no está sentado en su silla. El plato de bacon sin terminar y la pinta están ahora abandonados sobre la mesa, y es que el tipo con sombrero y un ojo de cada color ha desaparecido.

Me quedo un momento pensativo. Si digo "paleontólogo" o arqueólogo, bueno, básicamente, ahí se acabará todo su interés (y eso en el mejor de los casos, porque probablemente no sepa ni que es).

-Desenterrar... "cosas"- acabo respondiendo, con una sonrisa amistosa -De valor- añado, sin perder apenas la pose. En honor a lo dicho, no estoy faltando a la verdad, aunque probablemente el chaval acabe pensando que soy algún tipo de ladrón de tumbas (en el fondo no es tan desacertado, aunque yo lo hago en nombre de la Ciencia y de mi Gloria, claro). Pero, son gajes del oficio y no es el momento de dar un simposio sobre las virtudes de mi oficio.

-Tú eres... ¿mecánico? Conoces mucha gente, ¿no? Gente del barrio...

Le sigo el juego al profesor mientras tengo un oído puesto en la conversación de Leroy, y ojos en él y el resto del lugar. En el momento en el que Leroy menciona la profesión, niego con la cabeza de forma involuntaria. Me da miedo que el tal Dos Colores no tenga nada que ver con eso y nos mande a paseo.

Aunque visto lo visto, mejor a paseo que a dos metros bajo tierra.

El tipo ríe a carcajadas, salpicando con su saliva el rostro de Leroy y de Irina.

- Jajajaja... ¿Le parezco un mecánico? ¿No huele el carbón de mi ropa?

Ahora, ahoga su risa con un nuevo trago y se limpia con el antebrazo.

- Más le valdría no desenterrar demasiado, amigo. - Esta vez habla en un tono más bajo. - Puede meterse en líos.

Señalo con mi vista el plato abandonado con tanta precipitación, haciendo ver a mis amigos que alguien tenía prisa por avisar de nuestra presencia. Eso no era buena señal, si quien venían eran enemigos.

Y tenía pinta de ser ellos quienes fuesen a aparecer.

Sigo charlando con Irina de cualquier tontería y mirando a nuestro alrededor, dejando que Curie siga su pesquisa que tan bien se le daba. Sin duda las relaciones sociales eran lo suyo.

Con disimulo seguía mirando a nuestro alrededor, ahora más pendiente de quién aparecía.

Enarco una ceja. Carbón. Claro.

-Perdón, error mío. Deja que te invite a una pinta como compensación- le ofrezco al joven. Es un precio pequeño a pagar. Al menos el chico parece mínimamente agradable, por el momento.

-Bueno, ya sabes lo que dicen, sin esfuerzo ni riesgo, no hay ganancia- vuelvo a sonreír amistosamente mientras me encojo de hombros.

Mientras sirven una pinta al tipo, el olor que desprende te recuerda a cuando te arrastraste hace unos años por unas minas de centroeuropa en busca "de aquello". Te saca de toda duda: es minero.

Un tipo sale apresuradamente por la puerta, no sin antes golpearte accidentalmente en el hombro a causa de su rapidez. Sale al exterior y en el segundo en que duda qué camino tomar, una de las prostitutas de la calle le grita: - ¡Eh, Brophy, hoy no quieres...! - Pero deja la frase inacabada cuando el tipo decide tomar el camino contrario.

Flora saca un billete de su bolso y se lo pone en la mano a la mujer. 

Necesito que me haga un favor. Entre ahí y dígale a los que me acompañaban antes que he encontrado el camino. Busque a un señor mayor bien vestido, si no recuerda quienes son. Gracias.

Sin esperar una respuesta y confiando en la buena fe de la muchacha que antes le ha prestado su apoyo, la Hermana Flora dirige sus pasos hacia el tal Brophy. Antes de girar la esquina y perder de vista la puerta del bar, deja caer su pañuelo estratégicamente, confiando en que Leroy pueda avistarlo sin problema y seguir sus pasos.

La mujer mira el billete con los ojos bien abiertos y sin dudar, se lo mete en el escote.

- Ahora vuelvo. - Le lanza a sus compañeras, de manera escueta.

Ella se introduce en el interior, entre la multitud, mientras tú sales detrás del tipo. En la esquina, cuando lanzas el pañuelo, tu objetivo se percata y sale corriendo.

Hablando con el tipo estáis cuando alguien agarra al Profesor Brush del antebrazo. Al giraros, veis que se trata de una mujer maquillada en exceso, con una peluca rubia en la cabeza, una figura algo gruesa y un billete asomando del escote.

- Eh, usted. - Exclama. - Su amiga, la monjita que han dejado en la puerta, dice que "ha encontrado el camino". - Luego, la mujer se va por donde ha venido.

El tipo parece en buena forma física y huye como si conociese el camino mirando de cuando en cuando atrás, pero la Hermana Flora Godden, a pesar de dedicar su vida al estudio y a la contemplación, es joven y ligera y mantiene la distancia el tiempo suficiente como para que un jovenzuelo vendedor de periódicos salga al paso tras una esquina y haga caer al huidizo hombre. Llegas hasta él sin saber muy bien qué hacer, pero decidida, y resoplando un poco para recuperarte, mientras él se recoloca el sombrero en su cabeza y el chico recoge sus periódicos.

Enarco una ceja cuando oigo las palabras de la prostituta. Buena manera de mandarnos el mensajito... pero, ¿que habrá encontrado realmente? ¿Merece la pena que deje mi intento de contacto con el minero por la posible pista que haya encontrado la Hermana Flora?

"Ah, ¡que rayos! De todos modos, este chaval es minero de verdad, no tiene aspecto de ser un mafioso de tres al cuarto que se pasa el día en el bar bebiendo cerveza y mandando gente a extorsionar a pobres e inocentes ciudadanos americanos...", pienso para mí mismo, antes de tomar la decisión. Como el chico no parece querer continuar ninguna conversación conmigo, decido que es mejor una retirada a tiempo en buenos términos, que a salir con una patada en el trasero por la puerta trasera.

-Disfruta de la pinta y de lo que queda de día. Nos vemos compañero- le doy una palmada amistosa en el hombro al joven minero y decido unirme al profesor Brush.

-Pues habrá que asistir a su "iluminación", digo yo...- sonrío cínicamente, antes de dirigirme hacia la puerta del pub para salir.

Tengo algo que decirle, señor. Creo que es de su interés y que haría bien en escucharme. No hacerlo sería bastante peligroso para usted.

Flora se muerde el labio. No quiere mencionar al Penitente todavía, por miedo a que salga corriendo de nuevo.

Cruzáis el Pub McGonagle empujando a unos y otros, y salís rápidamente a la calle, pero no hay rastro de Flora Godden por ningún lado. Maldecís en voz baja, pero entonces os dais cuenta de un pañuelo blanco depositado estratégicamente en el suelo justo en la esquina. Obviamente, no está ahí por casualidad. Al acercaros a él y recogerlo, veis las iniciales F. G. bordadas y más allá, a unos veinte metros, a vuestra compañera Flora frente a un tipo que está levantándose del suelo, rodeado de páginas de periódico y un jovenzuelo recogiéndolas apurado. Os acercáis a ella.

Os volvéis a reunir mientras el tipo se sacude el polvo de su chaqueta y acaba por darle un puntapié al joven, que se marcha corriendo, acongojado.

- ¡Largo de aquí, rata! - Le grita.

El tipo tiene un porte musculoso, que junto a su piel arrugada no por la vejez, sino moldeada a través de innumerables peleas callejeras, le otorga una presencia intimidante. Lleva un traje de sastre en el que parece ir incómodo por no ser de su talla. Lo que más llama la atención de él es su mirada intensa y desagradable: uno de sus ojos es marrón y el otro, verde.

Leroy, Irina y el profesor enseguida reconocen ese detalle. Es el tipo que estaba dando buena cuenta de un plato de bacon en el pub.

- ¡Largaos de aquí, entrometidos! - Dice amenazantemente agitando el dedo índice hacia el grupo en un estado claramente airado.

Al observar la escena, me acerco con premura hasta la hermana Flora con cara de preocupación, algo fingida.

- ¡Hermana! ¿Se encuentra bien?

Intentaba no darle importancia al tipo, si a su curiosidad ocular, a pesar de que no podía dejar de pensar:

- Dos colores, dos colores, dos colores...

De un vistazo ya sabes que ese tipo no es de fiar, aunque salvo alguna sorpresa, es poco probable que opte por la violencia sin ton ni son contra vosotros cuatro.

Un hombre cuyo traje no le queda bien. Ojos de distinto color...

Me agacho a recoger las hojas que el chico también ayudaba a reunir, cuidándome de no recibir yo también una patada.

Intenté establecer charla con el hombre, como si fuese casual encontrarlo.

-¿Acaso tropezó, amigo? ¡Tenga sus papeles!

Intento ojearlos disimuladamente de paso que los recojo, poniendo en práctica mis dotes de leer en varios sentidos. Quizás alguna palabra fuese clave para guiarnos hacia nuestro objetivo.