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La Saga de Mikligard

La aventura

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22/10/2009, 16:09
Director

Capítulo I: El ombligo del mundo

El León de Skania navegaba desde Noruega con el mensaje del rey Olaf, y había abandonado los grandes ríos para desembocar en el Mar Negro, rumbo al Estrecho del Bósforo. Les acompañaba el barco capturado a Hagen, el tío de Harald, y rebautizado como "El falo de Odín".

Topáronse primero con unas altas torres de vigilancia, que no se opusieron a su entrada en el estrecho. Eso les dejó muy extrañados, pero las sorpresas no acabaron allí. De pronto, en la desembocadura del estrecho, encontraron una ciudad enorme protegida por altas torres y una triple muralla infranqueable. Pero dicha ciudad estaba asediada por una flota enemiga, que el marinero Runolf identificó como musulmana.

Mediante el antiguo sistema de la antorcha de Polibio, contactaron con los defensores de la fortaleza, que les dieron instrucciones de avanzar hasta el puerto sur para coordinar un ataque con la flota bizantina. De forma astuta, discutieron el precio de sus servicios, y se les apalabró dos talentos de plata. Avisados de ello, los musulmanes viraron para atacarles. Primero, una galera que no se dejó engañar por su bandera blanca, y que fue abordada por ambos barcos vikingos en una competición para ver quien podía llegar antes al Vallhala.

Enloquecidos y desafiantes, consiguieron desmoralizar el capitán de la embarcación mediante hechizos, y se lanzaron al abordaje pasando a cuchillo a los musulmanes. Destacaron Vangrand y el Troll, que cercenaron miembros con espadón y hacha, respectivamente. Pero sus problemas no terminaron allí. Pues a pesar de que Eyvind consiguió incendiar dos de sus naves, una tercera cargada de guerreros se abordó con "El falo de Odín", clavándole el espolón hasta la tercera banca.

Fue necesaria la intervención de todos los hombres para contener el ataque, mientras desde el puerto sur llegaban refuerzos bizantinos. Sus naves, no obstante, venían casi vacías de guerreros, pero eso no parecía amedrentarles. Comenzaron a rociar con una extraña sustancia a la nave enemiga y el agua, lo que provocó una reacción furibunda en el contramaestre Snorrisson, que se propuso envestir contra la nave bizantina. Fue necesaria la intervención de un vikingo embarcado en dicha nave, y el paso de los soldados a la embarcación vacía, para calmar los ánimos.

Retirados del lugar, pudieron comprobar la efectividad del fuego griego, que parecía alimentarse con agua. La nave musulmana ardío, como lo hizo la mitad de su flota. Y de ese modo, victoriosos, penetraron en el puerto para ser recibidos por una muchedumbre, que llegó a asustarse por los extraños métodos de celebración propios de los vikingos (incluían huntar con uvas el pecho de una joven y obligar a su padre a restregar la cara en ellos).

Sea como fuere, la celebración duró poco para algunos. Una comitiva imperial a caballo llegó, escoltada por jinetes catafractos. Al frente, el estratega Bardas Focas y el logoteta Miguel Skleros, representantes del emperador Basilio II. En su nombre, recibieron al jarl y, muy a su pesar, tuvieron que llevarle en presencia del emperador. Harald quedó impresionado por la magnitud de las construcciones griegas: la catedral de Santa Sofía, el Hipódromo, la Columna de Justiniano y el Palacio Imperial. Allí, fue guíado por sus salas y corredores hasta el salón del trono, donde pudo ver al emperador y parte de su corte, que le recibieron.

Mientras, los hombres tuvieron carta blanca para arrasar en un prostíbulo de cierta categoría, donde cataron mujeres de simpar belleza de todas las razas conocidas, bebieron y armaron una buena bronca, jugando al cerdito huntado de aceite con aquellas mujeres. Eyvind se fue a solas con tres tusonas, mientras Ragnar tuvo que noquear a una para que accediera a sus favores. Vangrand cazó algo con su cara de "te voy a cubrir".

Paralelamente, el emperador despachó al estratega tras una discusión, y hubo un primer intento de comunicación con Harald. Fue, no obstante, necesario traer al cronista oficial del emperador, el anciano y sabio Miguel Psellos, para que oficiara de intérprete. El hombre, más conocedor de las costumbres nórdicas, le ayudó a comprender donde se hallaba y el por qué del ceremonial imperial. Por su parte, Harald convenció al emperador para que les pagara del modo que les correspondía, y les restituyera el barco destruído. Éste amplió lo acordado, demostrando gran generosidad, y esperó a que el joven le jurara como su señor para nombrarle miembro de su guardia varega, bajo el mando de Harald Hardrada. Éste acompañó a Harald hasta el cuartel de la guardia, y le dió algunos consejos sobre la religión del país y sus propios hombres.

Vuelto al burdel, Harald comunicó la nueva a sus hombres. No se sabe bien por qué, se inició una conversación sobre teología, donde los vikingos defendían que sus dioses eran mejores, y debían dejarles que los adoraran. Borrachos y sin pudor, salieron con las prostitutas bajo el brazo hasta una iglesia cercana, cuyo guardia les indicó que no podía penetrarse armado en la casa de Dios. Dejaron las armas en la puerta y fueron hasta el nártex, donde los catecúmenos atendían al oficio tras una verja. Allí, exigieron a gritos que se respondiera a sus preguntas, y el acólito guardián corrió a avisar a la guardia de scholari.

Tras la discusión, salieron de la iglesia, cuyas puertas se cerraron. Fueron entonces emboscados por los scholari, que les conminaron a acompañarlos al presidio. Con buenas razones y amenaza de un derramamiento de sangre, se accedió a llevarles ante un teólogo, para que Eyvind preguntara en nombre de todos y despejara sus dudas teológicas. El resto de los hombres fueron puestos bajo custodia en una taberna.

El teólogo, un hombre de mentalidad abierta, convenció a Eyvind de que podían seguir adorando a sus dioses si pagaban un impuesto, o se mostraban educados y dignos como para recibir esa dispensa. El vikingo no daba su brazo a torcer, y fue necesaria una demostración mágica y la promesa de que podrían utilizar las capillas paganas del cuartel para aplacarle. Mientras, en la taberna, el carácter deslenguado del contramestre le metió en líos. Estuvo a punto de batirse con el capitán de los Scholari, de nombre Constantino, pero al final el asunto se resolvió en un duelo a puñetazos con el agresor del marinero, un soldado que durmió antes de tiempo.

Unidos ya en hermandad griegos y nórdicos, la noche transcurrió entre alcohol y más prostitutas. Ya habría tiempo para no poder disfrutar de todos aquellos placeres.

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03/11/2009, 15:10
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Notas de juego

Chumpinflas

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05/11/2009, 02:34
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Sólo para el director

Tras dos semanas de inactividad y aburrido entrenamiento, confinados en su cuartel, los vikingos estaban descontentos y al borde del motín. Aquella mañana, el emperador salió de Mikligard para liderar a su ejército en la campaña contra los búlgaros, y fue bendecido por el patriarca antes de partir. Harald, que contempló aquello, volvió al cuartel para encontrar con Hardrada, que le informó sobre que debía permanecer en la ciudad a la espera de órdenes.

No obstante, emisarios de palacio fueron a buscarle, y fue llevado al salón del trono, donde el logoteta Skleros le reunió con el estratega Bardas Focas, el capitán Constantino y uno de sus mejores hombres.