Partida Rol por web

La puerta nordeste cedió sin dificultad ante el empellón del guerrero, dejándole el paso franco al interior.

Nada más entrar, el joven se encontró en un pasillo oscuro. Mientras sus ojos se adaptaban a la penumbra reinante en el interior no quiso aventurarse más lejos. Aguzó el oído, pero nada perturbaba la quietud del lugar. De vez en cuando el aullido del viento que se colaba entre las grietas de las paredes o algún susurro de pequeñas patas correteando por las añejas vigas de madera, a parte de eso, todo era calma en aquella torre.

Cuando la vista del aventurero se sensibilizó lo suficiente pudo observar mejor su alrededor. El corredor, o más bien la sala en la que se encontraba estaba completamente vacía de cualquier tipo de ornamento.

Desde su posición pudo observar a su derecha una puerta al fondo de la estancia y a su izquierda un pasillo con varias puertas que se perdía en un giro, por lo que no podía ver donde iba a acabar.

Durante unos minutos esperó la llegada de Ashid, pero pasado un tiempo prudencial empezó a pensar que su contratador no iba a aparecer. Salir no era una opción demasiado sensata con aquella turba buscando saquear su cadáver. Además sabía por lo que le había contado el sirio que nadie se acercaba a la torre, por lo que era un sitio seguro donde esperar que se calmasen los ánimos, tras lo cual podría escabullirse por el bosque hacia otro destino, sin sus dos monedas de oro, pero conservando la vida.

También existía la posibilidad de que, debido al miedo que despertaba la torre en los lugareños, ésta aún albergase algún tesoro que compensara el riesgo que había corrido hasta ahora.

Una vez recuperado el resuello y teniendo claro que el sirio no iba a aparecer, Derfel decidió explorar un poco el lugar en el que se encontraba. Para empezar se dirigió a la puerta que se encontraba a su derecha y al llegar a ella intentó abrirla.

Tras la puerta se encontraba un pasillo que, aparentemente,  tenía función de distribuidor en su interior se podían observar  tres nuevas puertas, dos cerradas a su izquierda y otra abierta al frente, dejando ver otro pasillo más allá.

El silencio, igual que en el resto de la torre era sepulcral.

Antes de seguir avanzando por el pasillo al que accedía la puerta que tenía en frente suyo, intentó abrir las puertas cerradas de su izquierda.

La primera puerta escondía unas escaleras que descendían hacia el sótano de la torre, desde la puerta no se podía ver que había allí abajo.

La segunda comunicaba con el centro de la torre, del que partía una escalera de caracol que ascendía y a su vez contenía una vieja armería. Aunque la torre cumpliera la función de prisión, en un principio tenía una función militar. Ésta habitación, bastante en desuso, estaba pensada para albergar las armas de la guarnición de la torre. Contenía algunas lanzas, escudos y cotas de malla maltratadas por el tiempo, así como arcos cuya cuerda llevaba podrida años, nada comparable a las afiladas y lustrosas hojas de las armas del guerrero.

De momento nuestro aventurero dejó aquellas puertas de lado para seguir avanzando siguiendo el contorno del edificio. Salió por la puerta entre abierta avanzando con cautela, pero nada parecía moverse en aquella atmósfera pesada y polvorienta. Accedió al pasillo principal de la torre donde descubrió la puerta sur y otra estancia que no se veía desde el lugar por el que había entrado.

Tanta quietud le hizo a pensar a Derfel que las leyendas que le había contado Ashid sobre la torre no eran más que eso, historias inventadas para matar el aburrimiento de los lugareños o para reírse de los extraños que se acercasen al lugar. En pocos sitios había encontrado tanta paz como dentro de esa torre. Mientras pensaba esto decidió que bajaría al sótano para ver que había allí y luego subiría por la escalera a los pisos superiores, pero antes quiso echar un vistazo a la estancia que tenía a su lado y que no había podido ver a su entrada en la torre.

Tras la puerta se reveló una pequeña cocina. Estaba bastante bien equipada pero todo, vajilla, cuchillos, ollas y demás menaje se encontraba recubierto de una capa de óxido y polvo... También había yesca, pedernal y eslabón junto a la cocina de leña. Hacía mucho que aquellos instrumentos, que dejaban clara su gran calidad, se han echado a perder.

Había restos de excrementos de roedores y aquí y allá se escuchaba aquel repiqueteo de patas minúsculas, pero Por lo demás, todo estaba dentro de la normalidad de aquella ruina de edificio, viejo y silencioso.

¿Por qué la gente tenía tanto miedo a aquel lugar? Derfel no llegaba a entenderlo. Iba pensando en éstas cosas mientras descendía por las escaleras que había encontrado, pero trasn unos cuantos pasos, se dió cuenta de que allí reinaba la más absoluta oscuridad, como cabía esperar de un sótano. Lo único que pudo captar desde su posición fue el olor a humedad y a rancio.

-Nada interesante- Se dijo para sus adentros mientras abandonaba la cocina recién descubierta. Se dirigió entonces hacia las escaleras que bajaban al sótano, pero a mitad de camino se lo pensó mejor y paro su descenso al darse cuenta de que no llevaba nada con lo que iluminarse. No le apetecía lo más mínimo tener un tropiezo y partirse la crisma cayendo en aquella oscuridad, y menos cuando tenía claro que nadie iba a pasar por allí en ningún momento para poder socorrerlo. Este último pensamiento, el de una muerte lenta y dolorosa en la más absoluta y oscura soledad hizo que le recorriese un escalofrío por toda la columna. Subió las escaleras bastante más rápido de lo que había comenzado a bajarlas y se dirigió entonces hacia la puerta desde la que había visto partir la escalera de caracol que se encontraba en el centro de la torre. -Si no encuentro nada por aquí arriba volveré a la cocina a ver si puedo hacer una antorcha con lo que he visto en ella para intentar bajar al sótano con más seguridad- Se iba diciendo mientras comenzó el ascenso lentamente por las escaleras atento a lo que pudiera encontrarse.

El valiente aventurero con su brillante armadura decidió que estaría más seguro subiendo que bajando hacia la oscuridad, por lo que desanduvo el tramo de escaleras que ya había descendido y, volviendo a la escalera central ascendió a la primera planta de la torre.

Una ves allí se encontró en un pequeño distribuidor que simplemente conectaba llos diferentes pisos de la torre. Conectaba con el segundo piso y con un cuarto alargado y estrecho, completamente vacío que debía de haber servido de almacén o de cuarto de la limpieza.

También había una puerta, mucho más robusta que el resto de las que había visto hasta ahora y que en una primera tentativa no se abría, al parecer estaba cerrada con llave.

Hizo un nuevo intento de abrir la puerta y tampoco pudo. Examinándola detenidamente se dio cuenta de que no serviría de mucho intentar forzarla a empujones, así que decidió evitar dislocarse el hombro y la abandonó tras él dirigiéndose de nuevo a las escaleras que subían al piso superior a ver si encontraba algo interesante. 

Pese a los giros y giros del pomo de la puerta, ésta no se abría. Pero el contacto con el metal se producía cierto cosquilleo, una sensación pulsante tras la puerta que desapareció cuando se separó de ella.

Tal vez para evitar una lesión, o para no abollar su recién estrenada armadura, el chico dejó de lado la estancia cerrada y ascendió nuevamente en busca de otras puertas más fáciles de franquear.

Al llegar al segundo piso sus ojos se vieron cegados por la luz, era el único piso que tenía ventanas, por lo que la penumbra había dejado paso a una claridad casi dolorosa. Frente la escalera había una puerta, que no destacaba en el conjunto general de la torre. Pese a ser como las demás, estaba ornada con un escudo de armas que representaba a un halcón en el momento de abatirse sobre su presa.

Sobre su cabeza, la escalera terminaba en una trampilla que debía dar a la azotea.

Pese a que entrecerró los ojos y se protegió con el dorso de la mano, la claridad que invadía ese piso le dejó ciego por unos instantes. En ese momento fue consciente de que llevaba bastante rato deambulando entre penumbras y sus ojos se habían acostumbrado a la escasez de luz. Poco a poco se fue acostumbrando a la nueva situación y pudo fijarse en los detalles de esta nueva estancia. La verdad es que no se diferenciaba demasiado de las que ya había recorrido, pero sí llamó su atención el escudo de armas que colgaba de la única puerta de esa habitación. Como en otras ocasiones se acercó a ella para intentar abrirla.

La puerta, para deleite del aventurero, se abrió sin problemas dejando a la vista un dormitorio.

Esta habitación estaba bastante mejor equipada que las demás que se había encontrado hasta ahora aunque conservaba la misma esencia espartana que el resto de estancias, salvo una cama con dosel, un armario y una escribanía de madera no había nada más.

Lo que realmente llamaba la atención de aquella cámara eran las vistas, desde allí se veía perfectamente Cima del Salto y sus alrededores. El joven se asomó y vió el camino por el que había venido, no había rastro de Ashid ni de sus atacantes, de lo que dedujo que debían de haber seguido la persecución por el bosque.

Después de un rato deambulando por el cuarto y admirando la panorámica de la ciudad, Derfel se empezó a sentir un tanto extraño, una especie de mezcla entre angustia y tristeza que no sabía explicar.

-Por fin algo nuevo- Dijo para sus adentros Derfel cuando escuchó el 'click' que hizo el resbalón de la cerradura al ceder y que permitió que la puerta se abriese. Lo que encontró en la habitación fueron los primeros signos de que allí había vivido alguien en otro tiempo.

También vio que había una ventana, a la cual se aproximó para confirmar lo que suponía... desde allí había unas vistas impresionantes tanto de Cima de Salto como de los bosques que la rodeaban y se perdían hasta donde alcanzaba la vista. Fue quizás la magnitud de esa visión junto con el pensamiento que le invadió de encontrarse lejos de su hogar y los suyos lo que le provocó una especie de vértigo que incluso le hizo tambalearse.

Despacio, se fue alejando de la ventana y apoyándose en el dosel rodeó la cama para aproximarse al armario y la escribanía para registrar sus cajones y puertas. Quizás en algún sitio de esta habitación podría estar la llave que abriese la cerradura de la puerta que encontró cerrada en la planta inferior.

Derfel se dedicó a registrar el añejo mobiliario en busca de algo de utilidad, pero no encontró nada que fuese medianamente utilizable, algunos jirones de ropa carcomidos y apolillados y restos de pergaminos hechos añicos que se pulverizaban son el mero roce de los dedos.

No sabía si era el contacto con aquellos objetos inanimados de otro tiempo o la estancia en sí, pero la sensación de agonía y tristeza que se había instalado en su pecho no hacía más que aumentar.

Definitivamente el malestar que le estaba embargando no era algo puntual provocado por la emoción de unas vistas impresionantes y la añoranza de su hogar. Algo le estaba pasando y dedujo que la culpable era la habitación en la que se encontraba, ya que antes de entrar en ella no había notado ninguna sensación extraña, por lo que decidió salir de allí.

Una vez en el rellano pensó que le vendría bien algo de aire, así que subió las escaleras en dirección a la trampilla que debía dar a la azotea. No esperaba encontrar nada allí arriba, pero pensó que salir unos minutos al exterior y encontrarse libre de la "presión" y el silencio de la torre le vendría bien.

Subió los últimos peldaños de la escalera de caracol y empujó la trampilla.

Tal y como esperaba, en la azotea no encontró nada útil, tan solo una vieja almenara, destinada a avisar a Cima del Salto en caso de ataque enemigo, pero que ni siquiera tenía leña que se habría podrido hacía mucho tiempo.

El único atractivo de aquel lugar era la panorámica que ofrecía de la ciudad, el bosque y el valle al otro lado de los riscos. EL viento azotaba su superficie haciendo tambalearse al joven, pero a la vez le ayudó a despejar su cuerpo y su mente de la opresiva sensación que le atenazaba.

Como bien había pensado Derfel, su salida al exterior fue de gran ayuda para despejarse y dejar atrás la sensación opresiva que le había invadido minutos antes durante su estancia en la habitación. Su cabeza se fue despejando progresivamente de pensamientos oscuros y negativos y poco a poco empezó a pensar de nuevo con claridad.

Hizo un repaso mental de su exploración por la torre en la que no había encontrado prácticamente nada interesante. Cada vez veía menos lógica a las leyendas que la rodeaban. Una vez repuesto totalmente, abandonó la azotea y comenzó el descenso de la torre con la intención de volver a la planta en la que se encontraba la puerta cerrada que no pudo abrir antes para intentar forzarla de alguna manera.

Cuando llegó a dicha planta se acercó a la puerta y agarrando el pomo con fuerza intentó hacerlo girar a la vez que tiraba y empujaba de él alternativamente con brusquedad.

Derfel asió el pomo fuertemente con su mano derecha haciéndolo girar mientras con la izquierda se ayudaba para empujar la puerta.