Partida Rol por web

La respuesta de la mujer del vestido dorado no le ayudó en nada al bruto, por lo tanto el Athasiano siguió con lo que estaba haciendo.

Luego en la cubierta del barco (que para el bárbaro es kubeta, cubeta o similar) el movimiento leve pero oscilante hizo que la comida del día anterior intentase salir por la garganta y boca el hombreton. Por suerte haría falta algo mas que un leve movimiento para marear a Thosk!.

La respuesta del capitán conformó al bruto que segundos después había perdido el apetito y buscaba un sitio donde apoyar sus posaderas. Es decir todo lo necesario para no seguir de pie.

- Thosk! de Athas yo ser. Thosk! no tener hambre ahora. Tripas estar patas para arriba... blrgg...blrgg.... - agrega el gigante desde un apacible sitio en la cubierta del navío. Tal vez el viaje no sea tan placentero para él.

Perdida en sus pensamientos, Osellë alza la mirada y frunce el ceño, debido a que las palabras del Capitán no le agradaron demasiado. - Sul es más que un lobo, respondo por él y puedo asegurarle que cualquier miembro de la tripulación es más salvaje que él. - responde en un tono melodioso pero sus palabras resultaban ser oscas y un poco cortantes. - No necesitará hacer nada con él, no se comerá a la tripulación. - terminó por decir al ingresar junto a su lobo blanco al barco. 

Buscó una cómoda ubicación y tomó asiento junto a él, escuchaba las conversaciones pero se mantenía ajena a todo. Salvo por el gigante que pedía cosas como si fuera una taberna, imaginaba la elfa que siendo tan grande de tamaño, mucho debía ingerir para sentirse satisfecho. Por momentos le despertaba curiosidad conocer a este tipo de personas, eran muy extrañas. 

El capitán mira a Mólor cuando le pregunta.
Unas horas. Acomódense y disfruten de la libertad. Por ahora quédense en cubierta, les buscaremos un hueco más adelante.

Después mira al gigantón. Su malestar parece preocuparle un poco.
Señor. Le dice. Probablemente jamás nadie le haya llamado así en su vida Mantenga la vista en el horizonte. Le ayudará a mitigar el mareo.

Por último, la elfa sale en defensa de su lobo.
Bien entonces. Usted y su lobo tienen mi voto de confianza. Dijo sin añadir más.

Mólor pregunta entonces si podrá hablar con algún mago en la tripulación.
 Sí, claro. Cada barco como este suele tener un par de magos con conjuros que ayudan a la navegación, y queman barcos enemigos. Seguro que encuentras un momento para hablar con ellos.

Al cabo de dos horas y media, el barco, reavituallado, y cargado con heridos, fallecidos, y algún que otro prisionero importante, zarpa de la cueva a mar abierto, con el otro buque, mientras que de los barcos capturados, uno queda guardando el fuerte con el resto de las tropas... el otro se incendió, y a pesar del esfuerzo nada pudieron hacer por salvarlo.

Aún para Riley, Mólor y Osellë, el barco es pequeño y las estrecheces más que notables. No digamos para Thosk, que no le queda más que tumbarse en el medio de la cubierta, sobre lona de vela de repuesto y algunos sacos como amlohada. El trajín de marineros de acá para allá no termina de ayudar a la calma del lugar, y a pesar de los cuidados que les dispensan Yaril·la y otros sacerdotes, los gemidos de los heridos lo empeoran. 
Según explica Varken, los sacerdotes tienen, según su divinidad, una determinada hora del día para realizar las oraciones que les permiten lanzar esos hechizos curativos, y ha de estar el sacerdote bien descansado para ello. Mientras tanto, les practican cuidados no mágicos, en los que normalmente son también expertos. Al día siguiente, el viaje de los heridos será mucho más llevadero... y también lo será para el resto.

Hay cinco sacerdotes a bordo. Yaril·la, de Tempus, y tres sacerdotes de Valkur, Semidiós de los marineros y las batallas navales. Por lo que cuenta Varken, Valkur fue ascendido al estatus de Semidiós por Tempus, por lo que es, de algún modo, un dios súbdito, pero con su propio espacio de influencia.

El quinto sacerdote, y mucho menos querido por todos, es un hombre sombrío y de mirada dura, sacerdote de Umberlí, y viste prácticamente igual que los sacerdotes enemigos que los marineros derrotaron en la batalla. Según Yaril·la, Umberlí es la indiscutible reina de los océanos, una colérica, voluble, maligna y temida diosa, a la que marineros de todo corte ético y moral hacen bien en ofrecerle pequeños sacrificios y ofrendas, y en no ofender a sus sacerdotes si quieren sobrevivir a los viajes. Por eso, aunque no es un tipo querido por la tripulación, el sacerdote de umberlí es muy respetado, y sus cánticos y oraciones a medianoche son escuchadas y seguidas por muchos marineros, el capitán incluído. Con la notable excepción de los sacerdotes de Valkur y su grupo de seguidores, que confían su protección a Valkur. Incluso Yaril·la y sus compañeros, de forma contenida, acompañan los rezos del sacerdote de Umberlí para ahuyentar la ira de la Reina de las Profundidaes. Con más razón ahora que la marina ha matado a varios de sus sacerdotes en aquella cueva.

Por lo que respecta a Riley y Mólor, al ser "prisioneros liberados", los hacinan en un espacio con otros prisioneros masculinos no heridos. Aunque el espacio es muy reducido y el olor poco agradable, los prisioneros liberados irradian una alegría y una felicidad tan intensa con sus chistes, canciones y esperanzas que es difícil no contagiarse a ratos.

Riley puede echar un vistazo al barco cuando sale a pasear por cubierta (Si bien a los marineros no les apasiona tener la cubierta llena de libertos holgazaneando) y por más que lo mira, no encuentra demasiado parecido con Iowa, salvo un poco la forma del casco.

Mólor, por su parte, encuentra varios ratos para hablar con los dos magos de a bordo. Ambos son humanos, uno de unos treinta y pocos, formal y estudioso, y otro de casi cincuenta, cascarrabias y poco amistoso.

En cuanto a Osellë, queda en un espacio separado, con las féminas liberadas, y de forma parecida a los chicos, su alegría es constante y contagiosa. Sûl parece estar pasándolo tremendamente mal con el bamboleo del barco, y está bastante hosco. Aunque intimida mucho y las mujeres lo evitan tanto como pueden, sabes que falta muchísimo antes de que sea una amenaza para nadie.

El mago anciano te mira con cara de perro cada vez que te acercas, y vuelve a sus grimorios, por lo que decides acercarte al otro, más joven. Por su aspecto, cutis fino y ropajes buenos, parece de familia adinerada. Se encuentra sentado bajo las escaleras que van al puente de popa, donde a pesar del paso de gente, no estorba ni resulta estorbado.

Su bastón está apoyado en la pared, y está echándole un vistazo a un libro de tapa azul oscuro.

Entre las prisioneras, está la elfa que había estado al borde de la muerte por inanición, maltrato, abuso y tortura. Fue sanada de urgencia por un sacerdote con un hechizo, y le dieron abundante agua y comida, pero sus heridas psicológicas siguen abiertas y parecen dolorosamente vivas.

Ya no pide que la maten de una vez, como cuando la rescataron, pero no se mueve del rincón que se ha adjudicado, lejos de la gente. Es la única que parece temer menos a Sûl.

Durante la navegación lleva varias horas en silencio, entre gimoteos y la mirada perdida. Para tu sorpresa, en un momento se levanta, se acerca a Sûl y se le tira encima de forma agresiva.

El lobo es el primer sorprendido. No parece haber recibido daño serio más que algunos golpes de la elfa, pero a pesar de su gruñido feroz, se aparta de ella, erizado y feroz.

La elfa le mira marcharse y no le persigue. Se vuelve a sentar, hunde la cara en las rodillas, y solloza. Sin duda ha acabado bastante mal de la cabeza.

El resto de compañeras están sorprendidas y asustadas, y un marinero grita desde detrás de la cortina si todo va bien. Varias humanas responden que no ha pasado nada, tranquilizando a medias al marinero.

Sophie ha estado más o menos callada desde que zarpásteis. En ocasiones se escapan sus pensamientos, que van desde la cantidad de agua que estima que requieren 15.000 personas, al espacio vital aproximado en el barco, a lo metafísico sobre las divinidades y su fuerte impacto en la vida diaria en este mundo.

Si no la escuchas más, es porque ha aprendido a no ser oída y no molestar, sin embargo, a medianoche, mientras miráis con curiosidad los cánticos y oraciones pidiendo clemencia y ahuyentando la ira de la Reina de las Profundidades, no puede evitar hablarte.

¿Crees que los dioses serán reales? ¿O será la explicación que le dan a sus poderes? Quiero decir... Si ese sacerdote empieza a contaminar el mar o se burla de la diosa... ¿Perderá sus poderes? ¿Morirá ahogado la próxima vez que navegue? Si la tempuriana predica la paz y el amor... dejará de conseguir conjuros? 

Me llama mucho la atención, tanto esos poderes como los mágicos, que aprenden de los libros. No tienen nada que ver con los nuestros... Por cierto, ¿Piensas preguntarle a Yaril·la sobre mi, o lo dejamos así?

A Thosk le ofrecen una ración de comida y bebida al mediodía. Aunque es nutritiva y sabrosa, carne y pescado salados, y bastante pan seco, con agua limpia y transparente, no sacia como para quedar completamente lleno.

Durante su estancia en cubierta, el gigantón, normalmente ignorado o evitado por todos, ha podido oír conversaciones. Tres marineros tienen intención de robar comida del almacén, justificándose en que ellos saltaron al abordaje los primeros.

Aunque las dos horas y media que el barco tardó en estar listo para zarpar se me podían haber hecho muy largas a causa de mis prisas por partir cuanto antes, pero la presencia de varios sacerdotes en el barco, a los que observé con una mezcla de temor, respeto e incredulidad, y en especial, de un par de magos, me distrajo lo suficiente como para no estar pendiente del tiempo… o al menos no demasiado.

Dos magos- pensé, todavía sin acabar de creerme que estaba viendo a alguien capaz de usar la magia del mismo modo que yo, cuando en mi mundo mi mera existencia era un hecho aislado. Quería hablar con ellos y aprender de lo que sabían… pero el problema era como hacerlo. Los secretos de la magia habían sido algo celosamente guardado en Erethor, pero claro, la situación aquí era muy diferente. Lo cual, por otro lado no implicaba que los magos tuviesen costumbre de hablar libremente de su magia -Si no hablo con ellos, nunca lo averiguaré- me dije, por lo que me armé de valor y me acerqué a ellos.

Mis intentos por acercarme a hablar con el mayor de los magos fueron bastante infructuosos por decirlo de alguna manera, así que decidí probar suerte con el joven. Con suerte, al menos podría empezar una conversación, cosa que parecía imposible con el viejo gruñón.

Hola- le dije al acercarme -¿Interrumpo?- añadí con una mirada significativa al libro.

No más que el ajetreo de los marineros, los eructos del gigante, y las fiestas de los liberados de la cubierta inferior. Dice cerrando el libro con un resoplido de fastidio, aunque más dirigido al ambiente ruidoso que a Mólor. Así es imposible estudiar nada... Mira a Mólor de arriba abajo

Soy Ardhun Laester. ¿Practicante del Arte, también? Aunque aún no le había cedido espacio bajo las escaleras, parecía apetecerle un poco de charla.

El ajetreo y las fiestas es probable que se vayan calmando durante el viaje... pero me temo que los eructos del gigante solo van a aumentar- le dije con una sonrisa. Al menos había respondido con algo más que un gruñido, lo cual era una mejora respecto al otro mago.

Me llamo Mól- le dije -Y… si también soy Practicante del Arte- añadí tras dudar un instante, esperando que al decir Arte realmente se estuviese refiriendo a la magia y que un Practicante del Arte fuese un mago.

Rió un poquito. 
Sí, supongo que se irán calmando. Miró de nuevo a Mól y le hizo un hueco. Como había poco espacio, debajo de la escalera tenían algunas cajas que el mago estaba usando como asiento.

Oí que te liberaron de la prisión. ¿Cómo acabaste ahi...? Recuperaste tu libro, por lo que parece. Una suerte que no se lo hubiera quedado ninguno, o lo hubieran vendido.

Esto… eso me gustaría saber a mí- le dije con una sonrisa al tiempo que intentaba pensar una mentira creíble… al fin y al cabo, suponía que de momento, era mejor no decir la verdad.

Lo último que recuerdo es estar bebiendo algo en una posada y luego despertar en una celda- le dije, esperando que pensase que me habían drogado o algo similar y así evitarme preguntas para las que probablemente no tendría respuestas -Y el libro sí que me lo quitaron… pero lo guardaron en un baúl cercano, digamos que el hecho de que algo esté cerrado con llave nunca me ha detenido- añadí con una sonrisa.

Ah, de la escuela de la calle... Dice con cortesía y una sonrisa. Hay que saber elegir el sitio donde beber, uno no se puede emborrachar en cualquier parte y esperar que no le pase nada... 

Razón no te falta… pero que le voy a hacer, la compañía era buena- le dije sonriendo, aliviado por que se hubiese creído la mentira -¿Y tú, como has acabado en este sitio?- le pregunté, pues aunque lo que en realidad quería era avasallarle con preguntas sobre magia, suponía que era mejor conversar un poco antes de eso.

Bueno... Siempre he tenido interés por la magia, aunque mi padre es militar, y quería meterme en el ejército. Al final, resulta que en la Armada te subvencionan parte de los estudios mágicos, si sirves en ella... Así que todos contentos. 
Preferiría el ejército, pero hasta que no lleve unos años, no puedo cambiar de destino. En la Armada es duro, pero uno se acostumbra.

Dudas que la palabra "duro" tenga el mismo significado para este hombre que para los habitantes de tu mundo. Tal vez se refiera más a 'incómodo', acostumbrado a sus comodidades.

Al menos en la Armada habrás tenido buenos maestros, ¿no?- le dije -Yo tuve que apañármelas con libros polvorientos…- empecé a decir sin darme cuenta, pero deteniéndome al pensar que tal vez no era lo normal -Mi padre los dejó en casa al marcharse, y como en el pueblo no había ningún mago y tampoco podía marcharme a la ciudad, pues…- le expliqué, esperando que se tragase la justificación inventada apresuradamente.

Yaaa.... Dijo sin demasiado convencimiento el mago. ¿Así que aprendiste solo? Dijo, por aparentar que se lo creía, aunque en su cara se podía ver que no se había tragado el cuento, y tan solo le seguía la corriente.

¿Oghma, azut, o mystra? ¿O tal vez grúmsh? Preguntó. Algo significaban para aquél mago esas palabras, aunque Mól no las había oído en la vida.

Si, solo… aunque no negaré que fue bastante complicado- le dije, intentando apegarme a mi mentira a pesar de que por su expresión estaba bastante seguro de que no se la había tragado, algo que prácticamente confirmó su pregunta, era como cuando de pequeño me inventaba una historia y me hacían una pregunta para intentar pillarme.

Maldita sea mi suerte- me dije, maldiciéndome a mí mismo por mi pésima mentira.

Azut*, ¿por?- dije respondiendo a su última pregunta con toda la seguridad que pude, esperando que la opción que había escogido al azar fuese la correcta.