Partida Rol por web

Ya realizada la visita a la señorita Sephard os dirigís cada uno a prepararos para partir hacia Escocia en el menor tiempo posible, sabéis que no hay tiempo que perder.

Una vez estáis listos acudís al despacho del director de operaciones. Cuando entráis lo veis sentado en su silla, con su pipa, detrás de su mesa y, sentado frente a él, en una de las sillas, un caballero se levanta al oír vuestra llegada. Es alto y se le ve fuerte, viste con unos pantalones del ejercito, botas y cazadora, tiene el pelo corto pero lo que más os llama la atención es una enorme cicatriz que recorre un lado de su cara desde la frente hasta la barbilla.

-Pasad, os estaba esperando- dice mientras se levanta y se acerca al extraño frente a la mesa -dejadme que os presente, este es Adam Highlay-

-Hola!, podéis llamarme Adam- dice esbozando una sonrisa.

-Él os acompañará en esta misión, no sabemos con lo que podemos encontrarnos en Escocia, y estoy más seguro si os acompaña- a continuación se gira y coge unos papeles y una cajita de madera que estaban sobre la mesa -Aquí tenéis los billetes. Viajaréis al bordo del Leviathan, que está atracado en el puerto..- mientras habla va repartiendo entre vosotros los pasajes, para después abrir la cajita y sacar varias piedras del tamaño de un reloj de pulsera, cada una con un grabado de estrella -..tened esto también. Son las que mencionaba Hancock en su carta, directamente del museo de Arkham, conservadlas.-

Me acerqué a Adam y le ofrecí estrechar las manos, ya que al llevar guantes no lo consideré demasiado osado:

- ¡Saludos, señor Highlay! -Llamarle Adam, aunque hubiera dado permiso, sí que me lo pareció.- Cualquier ayuda es bienvenida cuando una se enfrenta a una misión de la organización.

Cogí mi billete y mi piedra, y me despedí del señor Stalin.

-Hola Adam, yo soy Farid-dijo intentando no mirar demasiado la cicatriz del rostro de aquel hombre.

Tomando el billete y la piedra, sólo quedaba repasar el resto de equipaje y partir hacia el puerto.

Espero que sea cómodo ese Leviathan-pensó. Aunque Farid ya estaba acostumbrado a todo tipo de viajes, en las más penosas condiciones, nunca perdía el gusto por la comodidad y el lujo.

Adam estrechó la mano de Joan y Farid con un leve gesto de cabeza. La reportera parecía una mujer decidida, y el joven un hombre refinado. Una curiosa pareja de la que había oído hablar en la sociedad. Ellos habían sido los artífices de uno de los mayores éxitos de la organización. 

Sin mediar más palabras, Adam salió para tomar su equipaje.

El gigantesco SS Leviathan está atracado en el puerto de Nueva York, empequeñeciendo a los demás transatlánticos que hay junto a él. La compañía ha cargado vuestro equipaje y reservado vuestros camarotes. Todo está a punto.

Os abrís paso por entre la multitud de gente y familiares que han venido a despedir a otros viajeros, hay música y alboroto, pues es uno de los primeros viaje que realiza el navío y muchos curiosos han venido a contemplarlo. Entre pequeños empujones os vais acercando a la escala. Al pie de la misma hay un joven muy educado que comprueba las tarjetas de embarque. Hacéis cola a la espera de viajar en un navío tan lujoso.

Por un momento la cola frena su ritmo, un poco por delante de vosotros un hombre bajito y regordete rebusca en sus bolsillos su billete con tal nerviosismo que se le caen unos libros que lleva bajo el brazo, y también las gafas. El empleado recoge los libros mientras que el hombrecillo sigue buscando por entre sus ropas hasta encontrarlo. La cola avanza.

Llega vuestro turno. El amable empleado coge vuestros pasajes y os dice que un camarero os indicará el camino hasta vuestros camarotes mientras os desea un feliz viaje. El joven camarero os dice que los camarotes de primera clase están en la cubierta “A” situada arriba del todo subiendo por unas escaleras que os va a señalar, mientras lo seguís os comenta que el viaje durará seis días en alta mar y que gozaréis de todas las comodidades que este gran barco ofrece, después os señala las escaleras en cuestión para luego desaparecer para atender a otros pasajeros.

Subís el primer tramo y un cartel en la pared os anuncia “Cubierta B”, la siguiente será la vuestra. Vamos allá,  continuáis, y mientras estáis subiendo los últimos peldaños un pequeño vistazo a la multitud que hay en el muelle os provoca un escalofrío de temor que recorre vuestro cuerpo desde la cabeza hasta los pies.

Allí está.  Es Carl Stanford. Está hablando con un hombre que parece llevar uniforme, la conversación es corta pero parecen que se conocen, segundos después, desaparecen entre la multitud.

Cuando Farid llegó al muelle y contempló la inmensidad de la nave, cayó en la cuenta.

Es verdad, el Leviathan... ya había leído sobre este barco en la prensa.

La nueva vida del joven diletante había cambiado por completo desde su ingreso en la Sociedad Theron Marks. Aunque seguía ocupándose de sus empresas, y procuraba estar al tanto de los negocios más importantes y lo que sucedía en la alta sociedad, no podía evitar que su nueva prioridad, la lucha contra el mal, le hiciera olvidarse de detalles como este.

Sin duda, un viaje en primera clase en esta nueva maravilla de la ingeniería moderna será un placer.

Eso es lo que creía Farid hasta que vio al mismísimo Carl Stanford entre la multitud de los muelles.

-Joan, Adam, allí. ¿Lo habéis visto? Es el maldito Carl Stanford. Estaba hablando con ese hombre de uniforme. Tendremos que mantener los ojos bien abiertos por si alguno de ellos se embarca también. Supongo que el tipo uniformado, que será parte de la tripulación. Incluso puede que tengan más agentes a bordo.

Abstraída por el celebrado y concurrido estreno del barco (cuya grandeza e interés no me traía buenos recuerdos a la mente, pues los relacionaba de forma inconsciente con otro evento similar con funestos resultados sucedidos no hace tanto tiempo), me esforzaba por avanzar protegiendo mi cuerpo y mi preciado equipaje apretado en dos maletas de la multitud. Una vez en la cubierta todo era más fácil, y cuando íbamos a llegar a nuestro camarote un pequeño vistazo atrás me hizo recordar nuestra misión.

- ... ¿Cómo es posible? -dije bastante después de las palabras de Farid, intentando pensar.- No puede ser una coincidencia: aunque este sea el único barco que partiera hacia Escocia en los próximos días, ellos ya están trabajando en la excavación. Solo puede interesarle nosotros, ¿pero cómo sabía que embarcaríamos hoy? Creo que... Tal vez deberíamos cambiar nuestros camarotes, por seguridad.

-Sí, aunque apostaría a que todos los camarotes estarán ocupados, viendo la expectación que ha creado el Leviathan. Además, teniendo infiltrados dentro de la tripulación, me temo que estarán siempre al tanto de nuestros movimientos. No obstante, no me opongo a cambiar de habitaciones si queréis.

-Vosotros mandáis. Yo lo que aconsejaría es que durmiéramos todos en un único camarote, con las armas preparadas y haciendo guardias rotativas.

Miró a Joan.

-Sé que esto suena demasiado atrevido, compartir habitación con dos hombres todas las noches que dure el viaje, pero después de saber las misiones que han llevado a cabo ustedes dos, estoy seguro de que ha pasado por situaciones más incómodas.

Adam hizo una mueca de sonrisa, pero su fea cicatriz y la poca costumbre la tornaron más siniestra que cómplice.

- También podríamos intercambiar nuestras llaves con algunos pasajeros de la cubierta b, probablemente aceptarían ya que realizarían el viaje con más comodidades, y puede que en 6 días no nos encontraran. Pero ciertamente no podemos poner a unos inocentes en peligro...

Miré a Adam: a pesar de que su aspecto no era nada agraciado no me resultaba desagradable mirarlo, solo veía una cara dura con una gran cicatriz. Alguna gente decía que era atractiva, suponía que para esas personas a él le había tocado la otra parte, pero seguía tratándose de una cualidad demasiado subjetiva y reconocía mi falta de habilidad para juzgarla, a pesar de que las mujeres deberíamos tener más facilidad para ello.

- Soy una chica tradicional y la idea no es tentadora, pero si es necesario que así sea. Eso sí, ustedes se encargaran de inspeccionar los otros dos camarotes para ver si ha ocurrido algo por las mañanas mientras yo me aseo y me cambio de ropa.

Farid maldijo su suerte. Las expectativas de un viaje cómodo se habían ido al infierno.

-Bien, yo también estoy de acuerdo con el plan de pasar las noches juntos. No será cómodo, pero creo que es lo más seguro. Veamos los camarotes.

El diletante se encaminó hacia los mismos.

Se acaba la tarde, el sol se dirige a esconderse en el horizonte tiñéndolo de un rojo anaranjado junto a las pocas nubes que hay, todavía hay pasajeros en cubierta caminando de aquí para allá con alguna maleta a cuestas, otros agitan ambos brazos en el aire desde la barandilla intentando que la empequeñecida gente del muelle los vea. El barco se mueve y la bocina escupe dos estruendosos pitidos.

Vuestros camarotes asignados son el A-26, el A-27 y el A-28, situados en la parte central de la cubierta A. En cada uno de ellos hay una cama, un armario, una cómoda, un pequeño sillón y un lavabo con espejo, todo limpio y ordenado. 

Encima de cada una de vuestras camas y apoyado sobre la almohada hay un sobre con el escudo de la compañía naviera United States Lines y en su interior aparece una tarjeta.

Cogí la tarjeta y la leí. Además inspeccioné la habitación por encima para ver si había algún objeto extraño en él que pudiera servir para vigilarme: moví el sillón y saqué la almohada, palpé por encima las sábanas de la cama y miré debajo, etc.

Cuando terminé, me dirigí al camarote de Farid cargando mis dos maletas y vigilando los alrededores en busca de ojos indiscretos, toqué a la puerta:

- Creo que su camarote es el más indicado para atrincherarnos. Si nos visitan, es probable que sigan algún tipo de orden: creerán que la mujer será la más fácil de reducir, o también puede que simplemente avancen de camarote en camarote, en cuyo caso la habitación del señor Highlay es numéricamente anterior a la suya, con suerte les escucharemos antes de llegar -me quedé en la puerta, esperando que me dejara pasar.

Farid dejó su equipaje y echó un vistazo rápido a la habitación. En cuanto terminó de leer la tarjeta, Joan llamó a la puerta.

-Buena idea. Pase, por favor.

En ese momento llegó Adam, y con un gesto de su cabeza le invitó también a entrar.Una vez estuvieron los tres dentro, Farid le contó lo que había expuesto Joan, y los tres parecieron estar de acuerdo.

-Traeremos algunas mantas y almohadones, para estar los más cómodos posibles. Nos reuniremos aquí después de la cena, si les parece bien-dijo mostrando la tarjeta de bienvenida.

Entonces, miró a Adam y le espetó:

-Si no tiene traje, puedo prestarle uno de los míos, aunque le quedará algo ajustado...