Partida Rol por web

Schik-schak, schik-schak 

Las escobillas barren metódicamente el parabrisas del camión, limpiándolos de nieve. Las luces iluminan un cartel verde, en el cual la leyenda reflectiva reza "Kemerovo 400 km".

Pavlo lucha contra el cansancio, aunque lleva los ojos bien abiertos. Aunque fuera sea un infierno helado dentro del camión se está cálido y acogedor; el ucraniano lleva las mangas de la camisa arrolladas y toma pequeños sorbos de una botella plástica con agua. Nada de alcohol cuando conduce, esa es una regla inflexible. 

# some-thing, somebody to looove -- some-thing ... # Freddy Mercury se deja oir por la radio... lo cual contribuye a acunar a Pavlo en el volante. Se estira para cambiar la sintonía, hasta que logra captar entre la estática una estación de radio que lee las noticias. # El cielo estará despejado mañana, cuando la masa nubosa que produce las nevadas de hoy se desplace... # 

Los rusos y la nieve, Ucrania y la nieve... tengo que volver a visitar el sur, tal vez unas vacaciones.

"Kemerovo, 350 km", una nueva señal, la cinta de asfalta bordea un río congelado. Lentamente Pavlo lleva el camión al costado del camino, para estirar las piernas. Se coloca el abrigo y salta al suelo; su aliento forma espesas nubes.

Las botas crujen en la gravilla helada; por un momento se entretiene con la idea de orinar en la nieve pero el frío lo vence... es particularmente este invierno, aún para Siberia. Se dirige hacia la parte trasera del camión a verificar todo, más por estirar las piernas y despejar la cabeza que porque necesite ver si el camión está bien.

Los cierres se encuentran abiertos.

- La reputísima madre puta que parió al malnacido destino...  comenzó Pavlo mientras verifica las puertas. Alrededor de los cierres, encuentra pequeñas rasgaduras. Abre el camión, revisa la carga... todo en orden. 

Su mirada se desvía hacia el encargo que lo trae a Kemerovo: dos cajas de madera largas y achatadas. Casi parecen ataúdes, piensa con un escalofrío que nada tiene que ver con la nieve que se derrite en su cuello.

Cierra las puertas y lanza otro insulto, al tiempo que se gira rápidamente. Creyó ver un reflejo en la puerta, alguien a su espalda... pero ahí no hay nadie. Viejo, te estás poniendo viejo... vuelve a la cabina, y palmea con cariño la escopeta que lleva bajo el asiento. 

Al menos el susto lo ha despertado del todo. Prosigue el camino, espiando fantasmas por el rabillo del ojo en cada vuelta de la esquina.

"Kemerovo 100km" 

Perfecto, necesito un trago, piensa Pavlo.

El camión se detuvo, bufando mientras los hidráulicos se relajaban, frente a una sólida construcción de ladrillos, bien iluminada, a unos 5 kilómetros de Kemerovo. El cartel sobre ella decía "Los Hermanos - Restaurant"; un nombre tan genérico como Peitr, pensó Pavlo mientras se apeaba.

Golpeó el frente del camión con cariño, como siempre, agradeciendole un buen viaje... las volutas de vapor mientras el motor y los escapes se enfriaban hacían parecer a la máquina un gran y temible ser de mitología... o tal vez tengo demasiado sueño,pensó con una sonrisa.

El lugar, simple aunque aparentemente limpio, le daba una sensación de tranquilidad. Luego de tantos días en la ruta, necesitaba relajarse y comer algo caliente, algo hecho en una cocina de verdad.

La puerta se abrió sin ruido; el interior estaba ocupado por una media docena de paisanos, de quienes debían ser los 4 autos estacionados afuera.

- Bienvenido, le dijo una joven rubia de ojos claros como el hielo, y una sonrisa natural pero bastante cansada.

- Uno, para cenar? preguntó Pavlo, y siguió a la chica hasta una mesa contra una pared.

- Ya le traigo el menú, le dijo la chica, y desapareció de su vista por un instante.

- Buena máquina-, elogió un hombre desde la barra, señalando al camión con la boca de su botellín de cerveza. Rondaba los cuarenta años y parecía el típico padre alegre: levemente obeso, vestido con un pantalón de pana y una parca verde, y el rostro rubicundo y enrojecido por la calidez del local y el alcohol-. ¿Viene de lejos?

- Más de quinientos kilómetros-, respondió una voz a la espalda de Pavlo, antes de que pudiera hacerlo él. De la mesa de atrás se alzaba un hombre de aspecto extraño. Alto y delgado, con las hechuras de un espantapájaros compuesto de codos y rótulas, lucía un cabello níveo, fino y cardado, como un Einstein, unas gafas de gruesos cristales y una gran nariz. Pero lo más llamativo de todo resultaban ser sus manos:  dedos finos y largos se desplegaban revoloteando en un saludo que mostraba una extensa y pálida palma. Eran unas manos que aparentaban ser mucho más grandes que las del desgarbado cuerpo del anciano al que pertenecían, y pese a ello eran infinitamente expresivas, la clase de manos que pueden representar la sorpresa con un respingo, la maldad con un baile de yemas, o la idea del amor con el simple trazado en el aire de un corazón.

Tomó asiento y sonrió al viajero.

- Creo que trae algunas cosas para mí, un par de cajas que me gustaría recoger.

- Tal vez-, dijo Pavlo con estudiada indiferencia, antes de dar un rápido vistazo al camión. Y entonces los vio: la cabina albergaba dos formas que, no sabía cómo, se habían introducido. Y se levantó con una maldición cuando escuchó el bramido del motor al ponerse en marcha al tiempo que los faros atravesaban la luz.

Entonces, las ruedas comenzaron a girar.

- Mierda! En ese camión se le iba la vida, literalmente... por suerte Pavlo es precavido, siempre atento a que esto pueda pasar, por lo que el camión tiene incorporado un sistema de alarma que corta la corriente eléctrica en dos faces: inmediatamente, pulsando un comando, ó al kilómetro, si no tiene la llave correspondiente colocada.

Buscó desesperadamente en su bolsillo, comiéndose el cerebro para recordar si activó el sistema al dejar el camión.

Por fin encontró el llavero con el comando, corriendo hacia la puerta; el camión patinaba en el pavimento mientras el ladrón, obviamente ignorante de manejar una bestia de estas proporciones, daba demasiado pedal y no lograba hacerlo arrancar con eficiencia. 

Pulsó y pulsó el botón con ansiedad, esperando que el camión se apagara por su acción... o al menos que llegara en su carrera a la misma cabina para tomarse del camión antes de que se alejara.

Las ruedas del camión se bloquearon de improviso, entre el sonido ahogado del motor que se detenía y los crujidos del remolque zarandeado. Pavlo pudo ver con horror el modo en que el trailer patinaba levemente a lo largo de la cuesta que conducía al bar de carretera, amenazando con acabar dando vueltas de campana al separarse del suelo las ruedas de todo un lateral.

El camión se deslizó de costado por sobre la carretera helada, perdiendo tracción durante un segundo.

Por suerte el deslizamiento impidió que tomara velocidad, por lo que Pavlo llegó a tomarse de la puerta trasera, encaramarse tomado de la cerradura con manos que dolían al hacer tanta fuerza.

Las ruedas, preparadas para el hielo, finalmente mordieron firmemente y estabilizaron al acoplado. Con un salto el camión salió hacia adelante, con un golpeado Pavlo a duras penas sosteniéndose de él.

Dentro podían oirse al contenido golpeándose entre sí. Mierda! 

El camión se deslizó de costado por sobre la carretera helada, perdiendo tracción durante un segundo.

Por suerte el deslizamiento impidió que tomara velocidad, por lo que Pavlo llegó a tomarse de la puerta trasera, encaramarse tomado de la cerradura con manos que dolían al hacer tanta fuerza. Nadie va a robarse mi camión, la puta madre! 

Una mano se soltó peligrosamente, Pavlo colgó durante un instante a centímetros del pavimento que pasaba bajo él esperando devorarlo. A pura fuerza de voluntad se hizó y consiguió tomarse de la puerta. El pie primero resbaló y luego la suela consiguió afianzarse del reborde.

Las ruedas, preparadas para el hielo, finalmente mordieron firmemente y estabilizaron al acoplado. Con un salto el camión salió hacia adelante, con un golpeado Pavlo a duras penas sosteniéndose de él.

Dentro podían oirse al contenido golpeándose entre sí. Mierda! 

Los PH se usan del siguiente modo: después de que hayas tirado un dado con una de tus Facetas, puedes gastar un PH y volver a tirar ese mismo dado, PERO no otro.

Por ejemplo: tienes esta jugada 2-3 y quieres superar un 7.

Usas una Faceta 3 para tirar el 2. Tienes suerte, y sacas un 4, así que tu jugada quedaría 4-3. Pero, por la razón que sea quieres ganar ya, así que gastas un PH para volver a tirar: aunque te gustaría intentar tirar el 3, no puedes, debes tirar el mismo dado que usaste, es decir, el 4.

¿OK?

A duras penas sostenido de la parte trasera, Pavlo hizo pie y giró el cuerpo hacia el costado.

Quien me mandó meterme en un puta película de acción, eh? Soy Chuck Norris acaso?masculló el ucraniano.

El camión dió un bandazo al morder la banquina; el conductor seguramente no conocía la finura con la que se debía llevar un transporte de esta envergadura. Pavlo escuchó un golpe seco, con el rabillo del ojo vió un cuerpo pasar, desmadejado sobre el asfalto.

Otro bandazo... como si alguien forcejeara en el volante. El camión, lentamente, fue reduciendo la velocidad.

Por fin se detuvo completamente. Todavía acelerado por la adrenalina, Pavlo bajó de un salto y corrió a la cabina... pero nada lo había preparado para ese espectáculo.

La puerta del acompañante colgaba de los goznes, sin señas de quien allí se sentaba. El conductor estaba recostado, cara abajo, sobre el volante, como dormido. Sin embargo, de su cara goteaba, lenta y espesa, la sangre que formaba un charco sobre sus piernas, y los pedales. 

Escena 1, continuación

-.-.-.-.-

Pavlo revisó el cuerpo mientras varias personas se acercaban. Con el rabillo del ojo atisbó a la figura, alta y creepy, que había reclamado la carga. A pesar de mantenerse alejado de la gente, y a unos buenos 15 metros de distancia, podía sentir sus ojos de hielo clavarsele en la nuca.

Sacudió los hombros para librarse del escalofrío, el raro tendrá que esperar.

Mientras revisaba la puerta dañada, y hacía un esfuerzo por ignorar a las preguntas de la multitud (para las cuales tampoco tenía respuesta), destellos azules y rojos quebraron la noche. Un choche patrulla se acercaba, en silencio. Dos oficiales se apearon y se acercaron a la cabina.

- De quién es el vehículo? preguntó uno de los dos, de adusto bigote blanco y voz ronca por el cigarrillo.

- Mío, oficial, le contestó Pavlo. Se apoyó contra el costado del camión, sintiendo el cansancio en los huesos tras el subidón de adrenalina.

Una pareja de policías salió del interior del coche, pertrechados de gruesa ropa de abrigo y orejeras bajo la gorra del uniforme: debían de ser muy largas las noches de patrulla por la zona. Y peligrosas, a juzgar por el fusil de repetición que colgaba de sus hombros.

Un suave goteo de personas fue escapando del interior del bar de carretera, curiosos locales y camioneros, que fueron desplegándose por la explanada del aparcamiento para conseguir impresiones con las que alimentar las próximas charlas.

Pavlo notó a su espalda la presencia del anciano del bar: en efecto, al volverse fugazmente lo encontró, acompañado por otros camioneros, prácticamente a un palmo, con la mirada fija en el camión y una sonrisa evidentemente postiza.

 - Señor-, susurró entre los dientes apretados-, por lo que más quiera, no permita que esa gente encuentre mis cajones.

Pavlo tuvo un instante para maldecir en silencio.

- ¿Se puede saber qué mierda son?-,  preguntó con disimulo

- Bueno, es complejo de explicar, pero no le gustaría que lo encontraran con usted. Pero no hay tiempo, ahí vienen…

- ¿Qué ha ocurrido aquí?- preguntó uno de los agentes, mientras el otro se interponía entre el camión y los mirones.

Inspira, expira. La sonrisa más radiante del mundo, ojos de preocupación y cansancio, voz servil. Al menos, así hay que comenzar con los polis, o siempre empezaba así Pavlo.

- Oficiales, qué alegría verlos! Pueden creer que estaba en el bar, por tomarme una merecida cerveza tras un largo viaje, cuando un par de malnacidos quisieron robarme el camión? Señaló barriendo con la mano a la gente que había salido del bar. Ellos son testigos, tuve que salir corriendo a intentar evitarlo... aunque era demasiado tarde.

Suspiró, cambiando el peso de pierna, encogiéndose de hombros. Aunque si me preguntan por qué está este tipo sangrando en mi butaca, no tengo la más puta idea, no le costó demostrar ignorancia, después de todo, realmente no lo sabía.

Los policías exploraron el cadaver con sus linternas, luego uno de los oficiales suspiró y extrajo un anotador. Quédese aquí, por favor. Deme sus datos, sus documentos y los del camión, por favor.

El otro oficial se alejó unos pasos, hacia la patrulla, para hablar por la radio... a todas luces pidiendo asistencia de un perito que tomara fotos del muerto.

- Esteeee... oficial, replicó Pavlo tendiéndole los documentos de la guantera del camión, cree usted que esto tomará mucho? 

(Color)

- Es cierto, oficial, yo lo vi - comentó uno de los camioneros que iba con el anciano. - Entró en el bar, buscó un lugar y de repente... - soltó una carcajada. - Unos pavos le trincarón el camión...

El otro camionero asintió a las palabras de su compañero.

- Parece que es nuevo por aquí, tiene que aprender que uno no se deja las llaves puestas en el contacto cuando baja del vehículo aunque este pese más de mil toneladas...

- ¡Vaya, tenemos un cadáver!-, gritó desde la cabina el otro policía, encaramado al peldaño de la puerta mientras revisaba con una larga y pesada linterna.

Con una mueca el interlocutor de Pavlo le dirigió una mirada hostil:

- ¡Precinta, Niko!-, gritó a su compañero-. ¿Algo que declarar?

- ¡Mierda, Sergei! ¡Tenemos una herida de bala, en la cara!-, volvió a gritar el tal Niko, esta vez con urgencia.

Sergei miró con molestia claramente fingida a Pavlo y llevó las manos al fusil.

- Señor, déjeme cachearle. ¿Tiene algún arma, o permiso de armas?-, dijo atropelladamente. Sin esperar respuesta susurró al micro prendido con velcro a su hombro- Niko, mira si hay algún arma caída por ahí cerca. Va a haber que registrar el camión... Que no se acerque nadie.